• Mi diosa •
—¿De qué se trata todo esto, papá? — cuestioné asustada.
—No conocía este lado tan curioso de mi princesa. Hace mucho calor aquí. Vayamos a tu habitación, ¿sí?
Jamás imaginé que podría temerle a esa persona que he visto como mi papá, como hombre, como amigo, confidente, consejero; como mi todo. Juraba conocer todo él, pero estaba completamente equivocada.
—Tu provocaste ese incendio, ¿verdad? — logré formular.
—¿De cuál incendio hablamos?
—Sabes muy bien de lo que hablo, Sebastián.
—Si te refieres al de la carne asada, sí, después de todo, esos miserables se lo merecían por meterse con mi princesa. Se atrevieron a jugar sucio a nuestras espaldas, y esas ridículas no hacían nada más que molestarte y hablar mal de ti. No sé por qué te afecta tanto, si hasta te he complacido recreando una escena que tú misma narraste en el segundo libro de tu trilogía. Te hacía falta una estimulación extra para acabar con ese bloqueo y tener una lluvia de ideas, así que papá te ayudó.
No podía creer lo que escuchaba de su propia boca, principalmente por esa falta de empatía de su parte y en el tono jocoso en que lo mencionó, como si se tratase de un chiste.
—No es lo mismo. Mataste a varias personas y todavía hoy siguen apareciendo cuerpos bajo los escombros, sin contar las personas que están en el hospital con un alto porcentaje de quemaduras en su cuerpo, entre la vida y la muerte, y todo por tu culpa.
—No somos distintos, Luna. Admiro la manera en que narras cada detalle, cada escena, cada tortura y la pasión que desbordas en cada letra — se llevó la mano al pecho—. No sabes lo mucho que me estremece leer cada relato de lo despiadada y sádica que puedes llegar a ser. Así te conocí; tan jodidamente perfecta. Somos el uno para el otro.
—¿Qué les hiciste a mis padres? ¿A mi abuela?
—Hasta la pregunta ofende. No te preocupes por ellos, digamos que ya no serán un estorbo para nosotros. De igual manera, tú misma me dijiste que los odiabas, solo te ayudé a deshacerte de ellos.
—El hecho de que haya dicho eso bajo enojo, no significa que realmente hubiera deseado que les pasara algo. Todo este tiempo creí que ellos me abandonaron y resulta ser que no fue así. ¿Cómo pudiste, Sebastián?
—Ya, no llores. Papá solo quiere lo mejor para ti.
—¡Tú no eres mi papá, eres un monstruo! — le pasé por el lado corriendo, y su mano se aferró a la mía, arrebatándome el teléfono en el acto.
No iba a detenerme solo por eso, el miedo a que me atrapara y me hiciera algo era tanto, que preferí encerrarme en mi habitación, pues era lo más cerca que me quedaba.
—Abre la puerta, Luna. Sentémonos a hablar como siempre lo hemos hecho, ¿sí? —tocó la puerta suavemente, mientras forzaba la manilla.
Vi la computadora sobre mi escritorio y corrí hacia ella. El sonido al encenderla lo alertó y le dio varios puños seguidos a la puerta.
—Abre la puerta, por favor, no me hagas enojar.
—¡Vete, por favor, o llamaré a la policía! — mascullé entre lágrimas y temblores involuntarios.
—No me apartes de ti. Más que nadie sabes que soy todo lo que necesitas. Tus padres jamás te amaron como lo hago yo. Ninguno de ellos te aceptó como eres. Ni siquiera veían en ti a esa mujer talentosa y brillante que eres.
Mis manos estaban temblando tanto que se me hacía difícil escribir en el teclado.
—Arreglemos esta diferencia, como lo hubiéramos hecho en otras circunstancias, mi diosa.
El teclado hacía ruido, por más que traté de no hacerlo, pues el miedo me tenía desesperada y cometiendo errores, uno detrás del otro.
—No me hagas tirar esta puerta abajo, Luna. ¡Abre la maldita puerta! —sus fuertes y constantes golpes en la puerta tenían mi piel de gallina—. ¡Qué se joda! — su molestia era más que notoria en el tono, pues se iba agudizando a medida que la golpeaba.
La tensión era tanta que por unos instantes hasta consideré arrojarme por la ventana de ser necesario, pero cuando me disponía a al menos asomarme por ella, la fuerte patada que le proporcionó a la puerta le sirvió para abrirla. Tras verlo entrar a mi habitación, cada músculo de mi cuerpo se tensó.
—Tú no puedes dejarme atrás en la primera diferencia y discusión que tenemos, cuando he estado contigo incondicionalmente. He sido tu primer fanático. ¿Sabes todo lo que me costó averiguar tu ubicación? ¿Conquistar y enamorar a esa vieja asquerosa de tu madre? ¿Tienes una idea de cuánto he sacrificado por ti? He estado en primera fila aplaudiendo tus logros desde que comenzaste. He seguido tus pasos como escritora de cerca y lo seguiré haciendo para siempre. Además, ahora vamos a tener un bebé juntos.
—¡¿Qué?! ¿Este bebé es tuyo? —se sintió como si me hubieran enterrado un puñal en el centro del pecho.
—¿Y tú qué crees?
—Eso no puede ser—negué repetidas veces, retrocediendo aún más—. Tú y yo no habíamos tenido nada—tuve un pensamiento a la velocidad de una bala—. Espera, ¿tú abusaste de mí?
—No. Yo no he abusado de ti. Sería incapaz de hacer algo así.
—Tú sabías que este bebé era tuyo, aun así me reclamaste sobre esto y me hiciste creer que estaba loca.
—Sé que como no fue por un método tradicional, te iba a costar un poco de trabajo aceptarme, pero ya lo has hecho, y ese hecho no se puede cambiar. Vamos a tener un hijo juntos, ¿sabes lo que significa eso? Este bebé es una mezcla entre los dos, mi Luna.
No quería oírlo más. Nada de lo que pudiera decirme iba a ser capaz de calmar el terror que le tenía, el escalofrío que me provocaban sus palabras. Quise pasar corriendo por su lado, pero esta vez no tuve éxito; sus brazos me engulleron y las lágrimas no se detenían.
—¡Suéltame!
—Tú eres mi diosa personal, haría lo que fuera por ti, pero no me pidas que renuncie a esto —me besó a la fuerza, y lo único que se me ocurrió fue morderlo y aprovechar esa oportunidad para huir.
Esta vez mi destino eran las escaleras y salir de la casa, pero no todo salió como esperaba. Estaba tan distraída, apurada, asustada, temblando tanto y pendiente a que no me siguiera que tropecé en el escalón. Todo ocurrió en cámara lenta. Aunque lo vi asustado y con su mano extendida, en el intento de sujetarme y evitar que cayera por las escaleras, fue muy tarde para remediarlo. ¿Por qué? ¿Por qué tuvo que ser así?
En realidad, él fue lo último que vi, cuando fui condenada a una inquietante y agobiante oscuridad.
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