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•Malas intenciones •

Lo único que pude hacer fue negar con la cabeza, aun así, ni siquiera me hizo caso. Simplemente cargó mi cuerpo como si fuera una princesa y me llevó a su habitación, acostándome gentilmente sobre la cama. 

No había rastros o algún indicio que pudiera dar a entender que esa señora haya estado aquí. Si no la hubiera visto con mis propios ojos, hasta dudaría de que realmente se quedó con él.

—Esta casa se ha sentido tan sola—encendió el televisor, para luego tomar su teléfono en las manos. 

Transmitió la pantalla de su teléfono al televisor y pasó de largo sobre cientos de videos míos, donde aparecía acostada durmiendo, bañándome, caminando en ropa de dormir por la casa, incluso esos tenía videos de las veces que tuvimos intimidad y dormíamos juntos. Todo lo tenía ordenado por fecha. 

Siempre supe que habían cámaras en todas partes, pero hay vídeos que fueron tomados desde la cámara de su teléfono, pues eran tomados desde muy cerca.

En algunas fotos que me tomó dormida, aparecía mi mejilla cubierta de sus fluidos. No sé a ciencia cierta en qué momento tomó esas fotos y cómo no me di cuenta, fácilmente se lo achaqué a las medicinas que usaba para dormir. Es enfermizo saber que hacía todo esto mientras dormía y nunca me di cuenta. 

Sabía de varias cosas que hacía, las cámaras en mi habitación, el agujero en la pared, las veces que se masturbó con mi ropa interior usada, las visitas que me hacía durante la noche cuando aún mi madre estaba con vida. Eran señales claras de que algo no andaba bien en su cabeza. 

Reprodujo el vídeo de esa ocasión en que bajo las cargas que tenía en mi cabeza, luego de lo sucedido con Ramiro, me aferraba a él con tanta necesidad. 

Dejó el vídeo reproduciéndose, mientras se acostaba a mi lado y acariciaba mi mejilla. 

—Es imposible que dejes de amarme de la noche a la mañana, después de todo lo que vivimos juntos, corderito—plasmó un ligero beso en mi frente—. Yo comprendo que hayas tenido un desliz, todos alguna vez lo tenemos, incluso yo lo tuve, pero eso me sirvió para darme cuenta de que no importa con qué mujer esté, si es joven, si es mayor, si es bonita o fea, como mi corderito no hay ninguna—hundió su rostro en mi cuello y cerré los ojos del miedo, deseando que todo pasara rápido—. Tu rico aroma es un vicio al que no voy a renunciar, tampoco al sabor dulce de tu piel—lamió mi cuello en dirección a mi oreja y mordí el pañuelo que estaba dentro de mi boca—. No tienes idea de cuánto te amo y de lo mucho que te eché de menos. Este es tu lugar, tu casa, tu cama, este es tu hombre, quien ha esperado ansioso por tu regreso. 

Negué repetidamente con la cabeza. 

—Estoy siendo bueno contigo, ¿por qué te empeñas en hacerme enojar? —sostuvo mi mentón, haciendo que abriera los ojos—. Solo han pasado algunos meses, pero te ves tan madura, distinta y mucho más hermosa. Te deseo tanto— su mano acarició mi abdomen, un poco más arriba de mi ombligo y dibujó varios círculos imaginarios—. ¿Por qué no hacemos un bebé? 

Volví a negar rápidamente con la cabeza y frunció el entrecejo. 

—Para ti todo es un maldito no, pero lo bien que lo aprietas cuando lo tienes dentro. Mi corderito siempre tan traviesa—rio. 

Tengo miedo. En su mirada todo lo que veo son malas intenciones. Ni siquiera está pensando en todo lo que está haciéndome. 

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