—¿Enganchado con mi mujer?

No tuve siquiera oportunidad de reaccionar a la estupidez que acaba de soltar mi padre, cuando oí la voz de Luna.

—¿Embarazada?

Ambos miramos hacia las escaleras, donde Luna venía bajando lentamente.

—¿Estoy embarazada?

Las palabras no me salían de la boca, tras ver cómo su rostro se iluminó con la noticia. Hace mucho tiempo no la veía sonreír así. Sabía que lo correcto era no permitir que se ilusionara con algo que, ya no está, ya no existe.

—Ustedes lo sabían desde hace un tiempo, ¿cierto? Por eso tú querías que me alimentara bien y me hacías tomar esas extrañas medicinas, mientras que este señor también me enviaba esa comida. Incluso él me dijo que debía cuidarme por el cachorro. Entonces, ¿a eso se refería? ¿A este bebé? — tocó su vientre y volvió a sonreír—. Por eso el médico me prohibió que hiciera fuerzas innecesarias y me pidió descansar. Por fin ya lo entiendo todo. Me sentía tan confundida.

Una enorme presión se acumuló en el centro de mi pecho, haciéndome incapaz de articular una sola palabra.

—¿Por qué se quedan callados?

Mi papá entró sin permiso y fue hacia ella, haciéndole entrega de la canasta.

—Toma. Las necesitarás para que recobres energía y las fuerzas que necesitas.

Ella me miró, sin atreverse a tomar la canasta.

—No se preocupe, no tuvo que haberse molestado.

—La dejaré aquí— mi papá la puso sobre el sofá, regresando hacia la puerta—. Cuiden bien de mi nieto. Vendré en otra ocasión para saber cómo va su recuperación— salió de la casa y tiré la puerta detrás de él.

Toda mi atención se fue hacia ella, en lo sonriente que se veía acariciando su vientre y viendo su reflejo frente al espejo de la pared.

—¿Por qué no me lo dijiste antes?

—Luna…

—Ahora entiendo esos mareos repentinos, el hambre, esa sensación de pesadez. ¿Es normal sangrar así como ocurrió? Me preocupa que le ocurra algo por la hemorragia que tuve. Debemos sacar una cita lo más pronto posible con un ginecólogo. Te prometo que me cuidaré y seguiré al pie de la letra lo que el doctor y tú me pidan. Todo sea por el bien de nuestro bebé.

«“Nuestro bebé”». Entonces, sí era mío…

Yo… maté a mi propio bebé.

Estas manos volvieron a hacerlo.

No importa cuántas veces intente no hacerle daño a nadie más, ellas no se detienen, no me escuchan.

Por más que cada día me esfuerce en no ser como ellos… termino regresando a lo mismo, como si no sirviera de nada huir, como si algo o alguien más habitara dentro de mí y me controlara por momentos.

Me dejé cegar por ese sentimiento tan corrosivo y asfixiante, como lo era visualizarla al lado de otro hombre.

Fui egoísta. No pensé en ella y en mi bebé.

Todo lo que toco lo destruyo. Siempre ha sido así.

—Ese bebé ya no existe por mi culpa— le confesé.

Esa alegría que había reflejada en su rostro desapareció en el instante que le confesé la verdad.

Hace mucho tiempo no recordaba esa ligera sensación de calor y humedad recorriendo mis mejillas. Tal vez porque nunca sentí que había una verdadera razón o motivo. Porque pensé que había aprendido a desconectarme de las personas, de todo lo material que pudiera causarme de algún modo mal, porque me mentalicé que lo tenía todo y nada me faltaba, por lo que no tenía nada por lo que llorar. Nada que pudiera catalogar como algo propio, algo mío, algo que fuera lo suficientemente importante o significativo para mí. Pero descubrí en ese momento que esto lo era, aunque tal vez muy tarde.

—Lo siento. Por mis celos, desconfianza y egoísmo, terminé matando a nuestro propio bebé. Soy un monstruo, ¿cierto?