• Interrupción •
Luna
La espera desespera. Habían pasado varias horas desde que Fabián se fue. Su teléfono sonó varias veces, incluso le entraron varios mensajes que, por obvias razones, no leí. No me atreví a contestar por temor a hacerlo enojar.
Estaba tan aburrida y cansada que no recuerdo siquiera cuándo me dormí en el sofá, lo único que sé es que desperté por la frialdad de una caricia en los labios y el ligero dolor que eso causó. Al ver a Fabián ahí de pie, al lado del sofá dónde dormitaba, me levanté de prisa, sosteniendo el borde de la camisa que traía puesta, pues me quedaba un poco corta, además de que no traía ninguna prenda interior.
—¿Por qué no has comido? —me observó de arriba a abajo mientras desabrochaba los botones de su camisa negra.
Vi la bolsa que trajo de la farmacia sobre la mesa de la sala.
—Quise esperar por ti. Pensé que llegarías rápido, pero demoraste mucho. No sé cuándo me dormí.
Miré hacia la entrada y vi mis dos maletas.
—Mis maletas… — lo miré sorprendida—. ¿Cómo las encontraste?
—No tienes a nadie más que tu padre, no es difícil saber que esto lo encontraría allá.
—¿Lo viste?
—No. Gracias a Dios no tuve la mala suerte de toparme con él. No te equivocaste cuando dijiste que las maletas estarían en la basura. Fue ahí donde encontré tu ropa tirada. Con una buena lavada quedarán bien.
—No sé por qué no me sorprende que lo haya hecho.
—No hablemos de esa escoria. Iré a ducharme. Calienta la comida y come. Debes aplicarte la crema que te traje para bajar la hinchazón y tomarte la medicina. Entre más rápido y frecuentemente lo hagas, mucho mejor.
Lo seguí con la mirada mientras subía las escaleras.
«¿Habrá sido real esa caricia?».
Tanto que me esfuerzo en no sentir nada hacia él, pero ¿cómo no hacerlo?
Tomé la bolsa en las manos y suspiré.
«¿Cómo no hacerlo cuando hace estas cosas por mí?».
[...]
Hice todo tal y como me lo dijo. Calenté la comida y comencé a comer, aunque lento, con la intención de que cuando se uniera pudiéramos comer juntos.
Me gusta verlo con el cabello húmedo. Solía espiarlo siempre que salía del baño. Esos flequillos que caen en su frente le hacen ver tan atractivo. Es tan irresistible un hombre perfumado y que cuide tan bien de su apariencia.
Bajé la mirada al cruzarla con la suya. Acaba de descubrirme viéndolo como una estúpida.
«¿Por qué estoy actuando como una estúpida? ¿Por qué me estoy poniendo tan nerviosa con su presencia?».
—¿Ya terminaste de comer? Ponte la crema.
—Posiblemente me arda, me pasó cuando me bañé y me lavé. ¿Me la pones?
Noté la leve mordida de labios que se dio y me trajo vivos recuerdos de anoche.
—Ya lo hice.
Me tomó una fracción de segundo captar su respuesta.
—¿Qué estás diciendo? No hablo de eso.
—Te estás comportando como una niña caprichosa. No sabes dónde pudieron estar estas manos, como para que me pidas eso. ¿No tienes temor a que se infecte?
«¿Qué estoy haciendo? ¿Por qué le estoy pidiendo esto?».
—Olvídalo. Yo lo hago. En realidad, no sé por qué pedí esa estupidez.
Oí el sonido de la silla y lo miré de reojo.
—Siéntate aquí— se echó para atrás con la silla y se dio varias palmadas en las piernas, invitándome a sentar en su regazo.
Dudé en levantarme por unos segundos y me arrepentí de haberlo hecho al oír varios toques en la puerta. Ambos nos miramos por unos segundos, pero fue él quien suspiró y se levantó a atender. Maldije internamente mi reacción tardía.
Desde la silla en que me encontraba sentada, podía ver claramente hacia la puerta. Eran dos mujeres bastante guapas las que habían llegado. La pelinegra tenía mechones rojos en su cabello, mientras que la otra resaltaba más por su cabello gris y corto, a nivel de su barbilla. La pelinegra era la más extrovertida de las dos, se notaba a simple vista, la otra se apreciaba más seria. Estaban agarradas de la mano. Lucen muy unidas.
La pelinegra era delgada, la otra tenía sus kilos de más, vestían bastante similar, con faldas cortas y con blusas bastante reveladoras. Los tacones las hacían ver casi de la misma estatura de Fabián.
«¿Quiénes son esas mujeres? ¿No me digas que pasará la noche con ellas?», pensé.
—¿Qué hacen aquí? ¿Qué les he dicho? — él se oía algo enojado, o eso percibí en su voz.
—Te hemos estado llamando y no contestas. ¿Qué pasa? ¿Así de mucho dices querer a tus hermanas? — cuestionó en un tono jocoso y pícaro la pelinegra.
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