
• Intensidad •
—No le hagas nada. Solo quiero sacarlo de aquí.
—¿Qué está pasando aquí? —mi padre intervino, deteniéndose en medio de los dos—. Fuera de mi casa. Aquí no eres bienvenido.
—No te preocupes, no vengo a verte a ti, vengo por tu hija.
Parece ser que, por un momento, mi papá recobró la sobriedad y todo por tenerlo frente a frente. Necesitaba evitar otra desgracia.
—Está bien, no se diga más. Vámonos a casa— le dije, yéndome de su lado—. Regresemos— insistí.
—Ni pienses que esta guerra ha terminado. No voy a darme por vencido hasta recuperar a mi mujer.
—Buena suerte con eso, la necesitarás— su tono fue vacilante.
—Ya basta, papá. No es momento de discutir.
—¿Por qué lo defiendes tanto? Cualquiera diría que estás de su parte.
—No estoy de parte de nadie, solamente no creo que sea el lugar ni el momento para esta pelea sin sentido.
La mano de Fabián se aferró a mi muñeca.
—Aún te queda una botella más. Terminala. Es lo mejor que sabes hacer.
No pude siquiera despedirme. Me sacó fuera de la casa, haciéndome caminar a su paso por la acera, tirando de mi brazo, sin dejar ni una remota posibilidad de soltarme de su agarre.
—Suéltame, me estás apretando muy fuerte.
Su auto estaba estacionado a solo una cuadra de la casa de mi padre, lo que me da a entender que, ciertamente, no me equivoqué. Él sabía que vendría. Si algo me tranquiliza es el hecho de que logré convencerlo de irnos, aunque desconozco lo que hará conmigo por desobedecerlo.
Me abrió la puerta del auto para que me subiera. Tuve temor por unos instantes de que me empujara dentro, pues podía enterrarme el cuchillo en el muslo. Por fortuna, no lo hizo. Permitió que subiera por mi cuenta. Debo estar de pie para sacarlo de ahí.
El camino a la casa fue con una tensión horrible. No hicieron falta palabras para notar su disgusto y molestia. Su cara lo delataba.
—¿Qué debo hacer contigo? —cerró la puerta detrás de mí—. Pensé que nos estábamos entendiendo, pero resulta que a la primera oportunidad que te doy de quedarte en casa y descansar, me fallas de esta manera. ¿A dónde ha ido la confianza entre los dos? Somos aliados y entre aliados y cómplices, no nos pisamos la cola.
—Si escapé para ir con mi padre, fue porque quería llevarlo a un lugar seguro, porque no me parece justo que quieras hacerle daño cuando él no te ha hecho nada. Si quieres desquitarte con alguien, que sea conmigo, pero no lo metas a él en esto, es lo único que te pido.
—¿Me estás dando luz verde a que me desquite contigo? —su acercamiento fue más del que pude tolerar, por eso preferí no mirarlo directamente—. Deberías tener cuidado con lo que sale de tu hermosa boca.
Aspiré su delicioso perfume, el mismo que alocaba mis hormonas, pero me negaba a sentir lo mismo.
—¿Nunca te dijeron que con cuchillos no se juega? Es peligroso tanto para quien lo trae consigo, como para quien se te arrima.
Seguí con la mirada su mano, la cual agarró la base del cuchillo y lo retiró con sumo cuidado de mi pantalón.
—Si no planeabas usarlo en serio, es mejor que lo dejes en su lugar—lo arrojó desde nuestra ubicación hacia la mesa del centro, provocando un estruendo—. Ya es tiempo de tener mi desquite.
Podía esperar cualquier cosa, excepto que robaría mis labios de esa manera tan descarada. Mi cabeza de repente se volvió liviana, olvidé cómo respirar o actuar ante semejante ataque sorpresa. Me robó el aliento, hasta la fuerza en las piernas. Sus brazos me cubrían por la espalda, mientras que su mano derecha se enredó en mi cabello para que le correspondiera del mismo modo. Cerré los ojos debido a la intensidad en que devoraba mis labios y su lengua buscaba la mía para enredarse en un juego adictivo y sin igual.
Había anhelado por mucho tiempo probar sus labios. Los había imaginado tanto, pero no me acerqué ni un poco al delicioso manjar de sus carnosos labios y saliva, a esa forma de besar tan ardiente.
Fue en el momento que pude oírme a mí misma gimiendo que logré reaccionar antes de que mi alma y mi cabeza fuese sucumbida ante el deseo y la pasión que sentía por ese semental y que creí a estas alturas muerto. Sabía que no era lo correcto dejarme arrastrar por ese demonio, por más que mi cuerpo lo clame a gritos.
Lo empujé jadeante, sintiendo que con solo esos besos húmedos estaba dudando de mi poca fuerza de voluntad.
—No vuelvas a besarme— mi voz salió temblorosa por la fatiga.
—Los dos sabemos que es muy tarde para dejar las cosas a medias— me alzó por la cintura, dejándose caer sentado en el sofá y haciendo que quedara sentada en su regazo.
Apoyé mis manos en su pecho con intenciones de levantarme, pero las sostuvo, llevándolas por arriba de mi cabeza y descansando su rostro en mis pechos. Mi rostro debía ser un poema en estos momentos.
—¿Hasta cuándo seguirás mintiéndote a ti misma? —mordió el escote de la blusa y lo retiró con sus dientes, dejando visible mi sostén—. Si insistes en poner una inmensa y ridícula barrera entre los dos, entonces no me dejas más remedio que arruinarla—sus ojos verdes se conectaron con los míos y sonrió—, y también la barrera.
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