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• Infraganti •

—¿Qué haces fisgoneando en mis cosas? ¿Quién te ha dado permiso?

—¿Permiso? No necesito permiso para monitorear lo que hace mi hija. 

—Esa es mi computadora y mis escritos, no tienes ningún derecho de invadir mi privacidad. 

—Por supuesto que lo tengo. ¿Qué pasa por la cabeza de mi hija? ¿En qué momento consideraste que escribir todas estas cosas estaban bien? ¿Es a esto que te dedicas durante las noches y pasas largas horas frente a un computador? ¡Responde!

—Sí. ¿Y qué? Amo escribir. ¿Cuál es el problema con eso? El hecho de que no te guste que lo haga, no te da derecho a juzgarme. 

—¿Esto lo consideras un talento? ¿Desprestigiar a tu madre, a tu familia, escribir sobre asesinatos, secuestros, pornografía y cientos de cosas que solamente alguien que este enfermo mentalmente sería capaz de escribir? ¿A esto también es lo que llamas talento? — levantó los papeles y me señaló con ellos—. ¿Escribir novelas sobre tu padrastro y tú, como si ese comportamiento fuera de lo más normal? ¿Desde cuándo has estado viendo a tu padrastro con otros ojos? 

—Ya veo. Te has tomado el tiempo y la molestia de leer detalladamente todo lo que he escrito. Entonces, cuéntame, ¿tu molestia es hacia lo que escribo o por usar a Fabián como protagonista para cumplir todas mis fantasías? 

Abrió aún más los ojos, dando a entender que mi pregunta le causó cierta disconformidad y malestar. 

—Me encanta escribir, disfruto imaginando cada escenario y sacando fuera de mi camino a todo estorbo. Me fascina crear universos donde tú no existes y puedo ser feliz con el hombre del que he estado enamorada desde que entré a la universidad. Yo conocí a Fabián primero. Él era mi profesor, antes de convertirse en mi padrastro. ¿Por qué tratas de hacer ver que fantasear con él es un pecado? 

—Tu necesitas ayuda, Luna. 

—¿Ayuda? ¿Ahora me tildas de loca por ser honesta y decir justo lo que te duele escuchar?  

—No estás bien. Lo único que puedo hacer como madre, es brindarte la ayuda que necesitas, antes de que pierdas por completo el juicio— sacó su teléfono del bolsillo con intenciones de marcar quién sabe a quién. 

—¿A quién vas a llamar? ¿A la policía? — me burlé—. ¿Qué les dirás? ¿Que estás celosa de tu propia hija, porque te ha arrebatado a tu prometido? 

Oí que una mujer respondió, identificándose así misma y alegando que se trataba de una institución de salud mental y para mí esa fue la última gota que rebasó el vaso. 

Lo único que quería era arrebatarle el celular de las manos, por esa misma razón, no dudé ni un segundo en usar la fuerza bruta para quitárselo, pero no contaba con que mi fuerza y empujón hubiera sido tanto, como para hacerla caer. Lo único que oí fue el fuerte golpe que dio su cabeza en el borde del escritorio y su cuerpo tendido casi a mis pies. 

Colgué la llamada, intentando socorrerla, esperando que reaccionara a mis estímulos, pero no lo hacía. Estaba aterrada, asustada y temblando. 

—M-mamá, déjate de bromas y abre los ojos— le llamé incontables veces, mientras jamaqueaba su cuerpo en busca de hacerla reaccionar—. Sé que estás haciendo todo esto para asustarme y darme un escarmiento, pero estás yendo demasiado lejos. Estás siendo muy dramática. Yo ni siquiera te empujé tan fuerte. 

Fue en el momento que fui a cambiar de mano para sostener su cabeza cuando me percaté de la sangre que estaba goteando y manchando el suelo debajo de su cuerpo. 

El miedo invadió cada partícula de mi cuerpo, haciendo que soltara su cabeza rápidamente y me alejara de su cuerpo. Mi espalda chocó con la pared. 

—¿Está muerta? No… yo no la maté. Yo… no lo hice— llevé mis manos ensangrentadas al rostro, caminando de un lado para otro, sin saber qué hacer—. Fue un accidente, pero nadie va a creerme. Yo no quiero ir a la cárcel. 

Observé su cuerpo inmóvil y la sangre que iba esparciéndose por las losetas. 

«¿Qué hago?». No puedo quedarme aquí más tiempo.  

La policía va a culparme, pero yo no tuve la culpa. Fue ella quien se cayó y se golpeó. 

Me acerqué lentamente a su cuerpo y me agaché para poner mis dedos cerca de su nariz, pero no sentía su respiración.  

«¡Dios mío, no está respirando!».

Alcancé mi colchón y cubrí su cuerpo, pensando en una solución a mi problema. Llevaba mucho rato pensando en una maldita solución, pero lo menos que me quedaba era tiempo y todo el suelo, y ahora mi colchón estaba cubierto de sangre. Mi padrastro puede venir en cualquier momento y me entregará a la policía. 

«Sí, él va a culparme». Pensará que lo hice por celos. 

«Yo… no la maté. No lo hice», me repetía una y otra vez. 

Al final opté por arrastrar su cuerpo por la pierna, mientras el resto permanecía cubierto con el colchón. Si la llevo al jardín de la casa, podré ganar tiempo en qué hacer con ella, pues mi padrastro rara vez va al patio. 

Arrastré su cuerpo, notando que se había creado un camino de sangre en las losetas blancas. Dejé su cuerpo al lado del sofá, mientras iba por un paño a la cocina en el intento de borrar las pruebas temporalmente, pero el detergente no era suficiente para borrar las manchas. 

Justo cuando me rendí con el detergente y fui por el cuerpo de mi madre nuevamente, agarrando con fuerza su pierna y tirando de ella hacia la puerta deslizable trasera, vi a Fabián parado en la puerta de la entrada, mirando hacia mí y encontrándome en el peor escenario posible. 

Supe en ese momento que tenía dos opciones; huir o enfrentar las consecuencias, pero no estaba dispuesta a permitir que me inculparan por algo que no había hecho, por lo que solo me quedaba una. 

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