• Hambre •
Luna
Yo debía encontrar a esa desgraciada. No soporto la idea de saber que fue capaz de hacerle daño a Ramiro, cuando él nunca le hizo nada, y que sus padres le tapen todas sus atrocidades. La rabia, culpa e impotencia me carcome por dentro. Él no merecía nada de lo que le pasó. Si yo no me hubiera empeñado en salir con él, con la intención de olvidar a Fabián, probablemente, esto se hubiera podido evitar.
Todavía tengo esa sensación de adormecimiento en la mano, por la fuerza bruta que usé para arremeter contra ese hombre. No quería llegar a ese extremo, era la última opción a la que me hubiera gustado acudir, pero no tuve más remedio.
Fabián se ha estado comportando como si fuera realmente mi papá. Sus cuidados y atenciones son agradables. No puedo mentir, me gusta que su atención esté sobre mí. Sus abrazos son reconfortantes, me brindan tanta seguridad y calma, dentro de todas esas pesadillas que me atormentan.
Los recuerdos de lo que vi en esa habitación, no salen de mi cabeza ni un instante. Todo haciéndome sentir más miserable.
Fue difícil convencerlo a que me dejara venir al trabajo, pero necesitaba salir de esas cuatro paredes. Se negaba a que me fuera de su lado. No niego que también me gustaría estar en todo momento con él, entre sus brazos, pero no puedo depender todo el tiempo de él. Fabián no quiere decirme dónde encontrar a su hermana. Sigue protegiéndola, como si mereciera seguir respirando luego de lo que hizo.
Era mi hora de almuerzo cuando noté que mis compañeras estaban murmurando entre ellas y observándome a la distancia. Fue Gina quien se acercó a mi mesa.
—Te han traído esto—puso sobre la mesa una bolsa que estaba rotulada con mi nombre, en el interior había varios envases de comida casera.
—¿Quién?
—No quiso presentarse, pero era un hombre bien apuesto, alto y de ojos verdes.
«¿Fabián? ¿Por qué no me avisó que vendría? ¿Por qué no se quedó un rato?». Tal vez tiene mucho trabajo en la universidad y no pudo avisarme.
Últimamente me he sentido más hambrienta y pesada que de costumbre. No sé si son las pastillas que he estado tomando por petición del médico. Él me ha estado monitoreando para que haga mis tres comidas en la casa e incluso me da meriendas y muchas frutas.
Si no me hubiera enviado esta comida, habría esperado a llegar a la casa para comer, pues he dejado de comer fuera, mi estómago no lo soporta después de lo que vi.
La comida se veía distinta, pero sabía muy rica, no sé si era por el hambre o por el hecho de saber que había sido él quien lo preparó para mí.
La carne se veía bien limpia, libre de grasa y la salsa era de un sabor dulce, como si uno de los ingredientes que tuviera integrado fuera miel o tal vez azúcar negra. Era demasiada comida para mí sola, al menos eso pensé cuando abrí el envase, pero ya cuando caí en cuenta, lo había terminado completo. Si sigo comiendo en exceso, subiré mucho de peso.
Una de mis compañeras, de las que estaban murmurando entre ellas, entró a la sala de empleados, pensé que venía a sentarse a comer, pero se acercó a la mesa.
—Hay un hombre procurando por ti afuera.
Debe ser Fabián. Imagino que regresó a cerciorarse de que haya comido.
Dicho y hecho, se trataba de Fabián. Aunque lo que me extrañó fue que trajera consigo más comida.
—Es la primera vez que me visitas en el trabajo. ¿Por qué me dejaste el almuerzo y te fuiste? ¿Por qué no me avisaste que vendrías y así te recibía?
—¿De qué estás hablando?
—Del almuerzo.
—¿Ya comiste?
—Sí, ya lo terminé todo. Estaba muy rico.
—Me tranquiliza que hayas decidido comer. Ahora que te has reincorporado al trabajo nuevamente, tuve temor de que te saltaras el almuerzo.
—Iba a hacerlo, si no hubiera sido por ti. Gracias.
—¿Por qué me agradeces? Si ya comiste, supongo que puedes guardar esto en la nevera y comértelo en la tarde. Te traje tu yogur favorito.
—Es bastante comida. No creo que pueda comer más en la tarde. Tal parece que quieres engordarme. Digo, estaba delicioso, no creas que estoy menospreciando lo que haces, pero ¿no crees que te excediste un poco en la cantidad?
—¿De qué estás hablando?
—Del almuerzo que me dejaste hace un rato.
—Pero si acabo de llegar, ¿qué estás diciendo, corderito?
—¿Cómo que acabas de llegar? Pero si a mí me dijeron que… —las palabras quedaron atascadas en mi garganta, mi mente estaba tratando de atar cabos.
«Si no fue él, ¿quién lo hizo?». Tenía mi nombre y aquí no hay nadie más que se llame como yo, por lo que dudo mucho que haya sido una equivocación.
Gina dijo que era un hombre apuesto, alto y de ojos verdes, la misma descripción de Fabián.
—¿Estás bien? ¿En qué estás pensando?
—En nada. Todo está bien… creo.
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