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• Explicación •

Desde que se marchó de mi habitación, no pude dormir pensando en lo que había ocurrido entre los dos. En mi piel aún estaba impregnado su olor, incluso en mis sábanas. No puedo creer que haya sido capaz de hacer tal cosa por mí. 

En presencia de mi madre en la mesa tratamos de disimular. Ahora con más razón debía emplear un plan para que mi madre decida quedarse. 

Cuánto quisiera brincarle encima en este momento, pero debo controlar ese impulso de idiotez. Si mi madre descubre lo que ocurrió, las cosas pueden tornarse color de hormiga. 

Ambos se fueron al mismo tiempo, cada quien a su trabajo. Me sentía un tanto sola. Si antes le echaba de menos, ahora lo hacía mucho más. 

«¿Será que esta noche se repite su visita a mi habitación?». 

Lavé los platos, como acostumbro a hacer todos los días y para matar un poco el tiempo, preparé el área de la sala para pasar la aspiradora en la alfombra. Mientras desenredaba el cable, alguien me tapó la boca agresivamente y con la otra presionó mi cuerpo contra el suyo, haciéndome notar su erección en mis glúteos. El susto me duró una fracción de segundos, pues reconocí sus manos. 

No podía explicarme qué hacía Fabián aquí o el porqué regresó, si el trabajo siempre ha sido su prioridad. Su compromiso con su trabajo y alumnos, lo lleva a ser sumamente estricto y responsable, busca siempre mantener una asistencia perfecta. Del tiempo que llevo viviendo bajo el mismo techo con él, jamás había faltado al trabajo o llegado tarde, ni siquiera cuando está enfermo. 

Forzó sus dedos en mi boca y no puse resistencia. Los agitó profundamente, mientras mordía el lóbulo de mi oreja, haciéndome frotar las piernas. 

—Voy a ponerlo aquí—susurró, erizando toda mi piel. 

Oímos el traqueteo de la puerta de la entrada y él se separó de mí, caminando ligero a su habitación y dejándome ahí con las piernas juntas de la excitación. 

Intenté disfrazar la expresión de sorpresa e impacto al ver a mi madre regresar. 

«¿Qué hace ella también aquí?».

—¿Todo bien, mamá? ¿Qué haces aquí? ¿Tú también olvidaste tu celular? — fue lo primero que se me cruzó por la cabeza. 

«Mierda, ¿por qué tuvo que llegar en el peor momento?». 

—He olvidado mi panfleto informativo. ¿Lo has visto? Tengo que llevárselo a un cliente a las 9. 

—He estado limpiando la sala, por aquí no lo he visto. Probablemente lo olvidaste en la habitación. 

—¿Y Fabián?

—Dijo que iría a su habitación a buscar el móvil—hice el disimulo de volver a desenredar el cable y, de paso, buscar el polvo de olor para esparcirlo en la alfombra. 

Ella lucía apresurada, por lo que no quise quitarle mucho tiempo. 

Si no hubiéramos escuchado el traqueteo de la puerta, mi madre nos habría pillado haciendo esas cosas. Un poco más y casi vomito el corazón. 

Escuché que cruzaron palabras en la habitación y él le dijo exactamente lo mismo que le dije, al parecer había escuchado nuestra conversación y eso fue un inmenso alivio. 

Así mismo como ambos regresaron de imprevisto, así mismo se marcharon. No pude siquiera despedirme de él, no me atreví siquiera a mirarlo, por temor a que mi madre se diera cuenta de que algo no andaba bien. 

[...]

Después de limpiar, pasé gran parte de la tarde en la casa de mi padre, pues me llamó para que le hiciera compañía, ya que se sentía solo. No hizo otra cosa más que quejarse. Sabía que, en gran parte, su propósito era presionarme para que le ayude a recuperar a mi madre. Sé bien que me está usando, del mismo modo que lo he hecho con él, pero por beneficio propio, lo estoy permitiendo. 

Quise regresar a casa una hora y media antes de que Fabián llegara. Quien terminó de nuevo sorprendida fui yo, tras ver el auto de mi madre estacionado frente a la casa. 

«¿Otra vez?». Algo no pinta bien aquí. 

La casa estaba demasiado silenciosa. Caminé por el pasillo y vi la puerta de su habitación cerrada, por lo que intuí que estaba bañándose o descansando. Cuando me detuve frente a la puerta de mi habitación, oí al otro lado el sonido de la impresora. Era extraño que mi madre entrara a mi habitación y usara mi impresora sin permiso, por lo que para mí fue motivo de alerta. 

Entré lentamente a mi habitación, viéndola sentada en la silla de mi escritorio, con mi computadora encendida y desbloqueada. En la pantalla estaban los documentos de mis escritos abiertos, algo que fue como un balde de agua fría por encima. 

En el escritorio había muchas copias, en ellas había ciertos diálogos y detalles subrayados con un marcador negro, el mismo que tenía en la mano y soltó tan pronto me vio.  

Se levantó para enfrentarme. Se veía a la defensiva, su mirada destellaba furia e ira. No me explicaba cómo pudo tener acceso a mi computadora, pero ya era muy tarde. Estaba claro para mí; lo había descubierto todo. 

—Hasta que al fin te dignas a llegar. Espero estés dispuesta a darme una explicación en este maldito momento. 

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