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• Escape •

Desperté algo desorientada, pues lo primero que vi según abrí los ojos fue el rostro de Fabián, quien me miraba fijamente. Quedé sentada de golpe al darme cuenta que me encontraba en su habitación, pero todo se veía distinto. La cama no era la misma, ni el colchón, ni las sábanas, ni la decoración, todo aparentaba haber sido cambiado por completo.

«¿Cuánto tiempo llevaba ahí mirándome?».

—Buenos días, corderito.

Iba a levantarme de golpe de la cama, pero lo que me impidió hacerlo fue percatarme de que estaba desnuda. Mis manos apretaron con fuerza la sábana que me cubría.

—¡¿Qué me hiciste mientras dormía, enfermo?!

—¿Qué te hice? Nada. ¿No ves que estás en una pieza?

—¿Por qué estoy desnuda?

—¿Y todavía lo preguntas? Te dormiste en la bañera y no tuve más remedio que traerte a mi habitación. No quieres que te toque, así que preferí dejarte como estabas.

«Entonces no fue un sueño, este tipo me cargó hasta aquí».

—Ya me voy.

—Quédate descansando— dijo.

No puede ser cierto que me esté dando luz verde a quedarme. ¿Me está poniendo a prueba o se siente confiado porque sabe que temo a lo que pueda hacer?

—No necesito descansar más.

—Estuviste llorando y balbuceando durante toda la noche, dudo mucho que hayas dormido, o más bien, descansado lo suficiente. Además, tengo una reunión con el comité de maestros. 

—¿Y de cuándo acá te interesa que descanse?

—Te levantaste de buen humor—noté su sonrisa agridulce.

—Todos los días lo hago.

—Deberías llamar a tu papá, pues olvidaste hacerlo anoche y no quiero volver a verlo por aquí—se levantó de la cama, yéndose en dirección al baño.

Es cierto. Me quedé dormida y olvidé hacerlo. No me conviene que regrese, no mientras ese tipo esté aquí.

[...]

Después del baño, lo observé desconfiada desde la cama mientras se vestía. Podrá ser muy atractivo físicamente, pero ¿de qué vale esa belleza, si es el mismísimo diablo en persona?

—Te encargaré el desayuno. No tengo tiempo para entrar a la cocina.

—No me trates como si fuera una inútil. Es más, ni te molestes. Puedo hacerme algo por mi cuenta.

—Bien. Lo que digas. Descansa.

Esa mirada que me dedicó antes de abandonar la habitación la interpreté como un «te observo y te vigilo». Por supuesto que lo hará, si hay cámaras por doquier.

No puedo continuar viviendo con miedo, ¿o qué será de mí? ¿Qué vida podría esperarme aquí, al lado de ese lunático? 

No soy la única en peligro ahora mismo. Mi papá también lo está, pero sería un error entregarme a la policía ahora, primero debo llevar a mi papá a un lugar seguro. Sé bien que Fabián no se equivocó en lo que dijo sobre él, pero aunque nunca me haya querido lo suficiente, sigue siendo mi papá y lo único que prácticamente me queda.

Necesitaba fuerza y la suficiente valentía para lo que estaba a punto de hacer; que era ir en contra de él. Por supuesto que no iba a quedarme de brazos cruzados, viendo cómo ese desgraciado se sale con la suya y logra amedrentarme.

«¿Que si tengo miedo?». Por supuesto que lo tengo, pero por primera vez en mi vida, necesitaba hacer algo bien, así fuera lo único y lo último que hiciera.

No había tiempo para idear un buen plan, sino de actuar, por tal razón, usé toda la información que por mucho tiempo me sirvió para acercarme a él, pero ahora para todo lo contrario, refiriéndome a sus horarios, la distancia y el tiempo que se echaba en llegar a la universidad desde la casa.

Me mantuve en la cama por quince minutos aproximadamente desde que se fue. Hice los cálculos en mi cabeza. Luego, hice la misma rutina que suelo hacer cada mañana. Me vestí con ropa de estar en la casa, en busca de engañarlo y ganar tiempo, porque sabía que iba a estar espiándome.

Me preparé el desayuno, mirando el reloj de la pared cada cierto tiempo, en espera de que dieran las ocho de la mañana. Él es responsable y sumamente puntual, por lo que estaba segura de que iba a ponchar a las mismas ocho, ni un minuto más, ni un minuto menos. La reunión debe ser ahora, porque, según alegó, no tenía tiempo de entrar a la cocina antes de irse y él siempre se prepara al menos un café, lo que probablemente signifique que ya a esta hora debe estar reunido con el comité de maestros.

Tomé un cuchillo de la cocina y lo guardé en mi pantalón corto, antes de abandonar la casa y caminar hacia la avenida, donde pasan muchos taxis. Aunque no tengo dinero encima, cuando llegue a la casa de mi papá le diré que le pague.

[...]

Llegué a su casa y le toqué la puerta varias veces, pero ni siquiera respondió. Supe que estaba y no había ido a trabajar, porque su auto lo vi estacionado en el garaje. Sentía la presión del taxista, por eso me vi en la obligación de treparme al balcón para tener acceso a la casa por la ventana, pues sabía que por lo regular, siempre la deja entreabierta.

La casa estaba patas arriba. El olor a alcohol en el aire era intoxicante y desagradable, pues casi no había ventilación, ya que las ventanas estaban cerradas, a excepción de la que entré.

Había dicho que ahora solo bebía ocasionalmente, pero por lo visto, ha vuelto a tomar en exceso. La otra vez que estuve aquí y lo vi tomar de nuevo, prometió que sería la última vez, que esta vez haría las cosas bien para recuperar a mamá, pero volvió a mentir.

Lo vi tirado en el sillón, el suelo estaba repleto de latas de cerveza y sobre la mesa se encontraba el cenicero, lleno de cigarrillos a medias.

—Papá— le llamé varias veces y le toqué el brazo para hacerle notar mi presencia, pero no hacía nada más que balbucear cosas sin sentido.

Tras ver su billetera sobre la mesa del comedor, me tomé el atrevimiento de buscar en ella el dinero suficiente para pagarle al taxista, y así regresar con él para pedirle que abandone esta casa.

«Ahora bien, ¿cómo iba a lograrlo, sin entrar en detalles y confesarle la verdad?».

En estas condiciones en que se encuentra, no sé cómo lograré convencerlo.

—Papá, necesito que reacciones y me escuches. No tenemos mucho tiempo. ¿Dónde están las llaves de tu auto? Tenemos que irnos ya.

Se sentó en el sofá con dificultad, pero aún no abría los ojos.

—Me prometiste que dejarías esa basura y mírate. ¿Crees que mamá volverá contigo viéndote así? —fue lo primero que se me ocurrió.

—¿Bianca? —se levantó, tropezando con sus propios pies y apoyando su brazo en mi hombro.

—Mamá no va a querer regresar a lo mismo. ¿Dónde están las llaves de tu auto? ¿Dónde las guardaste? Maldita sea, responde cuando te hablo, papá.

Levantó la cabeza, con intenciones de responderme, pero frunció el entrecejo, empujándome para que dejara de sujetarlo y señalando detrás de mí, con los ojos entreabiertos por la borrachera. 

—¿P-por qué trajiste a ese tipo contigo? —refunfuñó.

Mi corazón saltó un latido al ver a Fabián ahí, viéndonos fijamente y apoyando su espalda en la pared de la sala, con una actitud exageradamente pasiva, algo que, obviamente lo hacía el doble de inquietante y preocupante.

«¿Cómo es posible? ¿Qué hace él aquí? ¿Cómo llegó tan rápido? ¿Cómo entró sin hacer el más mínimo ruido? ¿Desde cuándo estaba ahí en completo silencio?», eran muchas preguntas las que saturaban mi cabeza.

—Tú… ¿Cómo…?

—Se oye interesante la conversación. Continúa en lo que estabas. No te detengas por mí, corderito.

No puedo ser más estúpida porque no soy más grande. Caí como una tonta en su trampa. Dejó que creyera que tenía el control de la situación y resulta que en ningún momento lo tuve, simplemente actué del mismo modo que él lo predijo.

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