• En tu mente •
La noche entre los dos había marchado espectacular. No paraba de sonreír delante del espejo al recordar cada detalle de nuestra velada. No existe nada más reconfortante y cálido que despertar cobijada entre sus brazos. La manera en que me sostiene, el calor de su cuerpo, su aroma impregnado en las sábanas y mi piel, no hay mejor sentimiento que ese.
Suspiré desanimada al golpearme con la realidad de que una vez más tuvimos que separarnos. «¿Algún día ya no tendremos que separarnos cuando llegue la mañana?».
Sé que lo hace para darme el espacio de prepararme para el trabajo, pero ya lo extraño mucho. Nos costó tanto despedirnos.
Fui a la cocina en busca de preparar mi café, cuando vi el pastel en la nevera. Sonreí risueña al verlo. Quedamos en comerlo juntos, pero luego de todo lo que hicimos, no nos quedó suficiente energía para levantarnos y hacerlo.
Alguien tapó mi boca, levantando mi cuerpo con un solo brazo y llevándome hacia el sofá de la sala. Mi cuerpo fue tumbado de golpe y ese alguien se subió sobre mí, llevando mis brazos a la espalda baja. No tuve oportunidad de defenderme contra la persona, pues estaba bocabajo y su peso estaba sobre mí. Mis piernas no le daban, por más que patalee. Casi ni podía respirar por la presión. Mis manos fueron atrapadas con unas esposas y mi grito fue frustrado al oír la voz de Fabián.
«¿Cómo entró?».
—¡¿Qué estás haciendo?! ¡¿Has perdido la cabeza?!
—Sí, tú me la has hecho perder lo suficiente, igual que la paciencia— arrojó mi cuerpo al suelo desde el sofá y mi espalda y brazos impactaron la alfombra.
Le intenté dar varias patadas, pero sus manos pudieron evitarlas, abriendo mis piernas de par en par y acomodándose entre ellas.
Estaba aterrada porque no sabía cuáles eran sus planes e intenciones, la razón por la que había llegado tan lejos como para hacerme esto. Me sentía totalmente indefensa. Creí que fui suficientemente clara con lo de anoche, pero parece ser que no fue suficiente.
—Suéltame, no hagas que te odie más, infeliz.
—Un poco más o un poco menos, ¿ya qué más da? ¿Crees que quería acudir a esto para hablar contigo? Tú me llevaste a esto, así que no te quejes.
—¡Esto es un delito!
—Mira nada más quien habla de delitos. ¿Debo recordarte los tuyos?
Rechiné los dientes y su mano apretó mi barbilla.
—Odio esa maldita y patética expresión que haces cuando estás con él. Esa no eres tú.
«¿Significa que nos vio despedirnos?». Me ha estado siguiendo. «¿Cómo no se me ocurrió asegurarme de que no me siguiera y descubriera donde vivo?».
—Si solo quieres hablar, no tienes que llegar a estos extremos. Quítame estas esposas ahora.
—No. Esta vez me vas a escuchar. Es cierto que me equivoqué, pero no es justo que me pagues así.
«¿Está admitiendo su falta? ¿Qué está pasando con este tipo? Este no es el Fabián que conocía».
—¿Que te pague cómo? ¿De la misma manera que tú? Entonces, ¿quiere decir que tú tienes permitido hacer lo se te antoja y yo no tengo el mismo derecho?
—Cállate y déjame hablar.
—¿Crees que hará alguna diferencia lo que tengas que decirme?
—¿Tú de verdad piensas que me quedaré de brazos cruzados viéndolos cómo se burlan de mí en mi cara? Jamás permitiré que tú y mi papá estén juntos, así me toque arruinarlos a los dos.
Esa aterradora expresión erizó mi piel.
—Fuiste tú quien se burló de mí primero, pero eso ya no viene al caso. Ya yo superé lo que pasó, ¿por qué te cuesta tanto hacer lo mismo? Acepta de una maldita vez que entre tú y yo no existió ni existe nada. Solo fui ese capricho del que te hartaste después de tener. ¿Cuál es la necesidad de hacerte el más ofendido ahora? ¿No crees que es ridículo que tengas pensamientos tan egoístas de tenerme solo para ti, si cuando me tuviste, no hiciste nada para mantenerme a tu lado?
—Pues yo no pienso aceptarlo nunca. En primer lugar, quien insistió tantas veces en irse de mi lado fuiste tú. Yo jamás te eché. Ese día yo no quería que te fueras, pero al igual que en aquella primera ocasión que me dejaste, no dudaste en darme la espalda e irte. Te me escapaste de las manos porque ya tenías otros planes en mente que involucraban a mi papá.
—Llevaste a esa vieja a la casa. A buen entendedor pocas palabras bastan. Estuve detrás de ti por mucho tiempo, pero tú nunca lo viste, para ti fue más importante tu orgullo y esa señora, que lo que sintieras por mí, si algo. No me cabe duda que la mejor decisión que pude haber tomado fue apartarme de ti. Destruyes todo lo que tocas.
—Estaba agobiado y confundido. Habían pasado muchas cosas entre los dos y tuve miedo; miedo de lastimarte de nuevo sin querer.
—¿Y qué crees que estás haciendo ahora? Me estás lastimando, Fabián.
—No es lo mismo. Además, yo no te estoy lastimando, solo quiero hacer que entres en razón. Ahora mismo estás confundida con el trato que estás recibiendo de mi papá. Entiéndelo. Has caído en su juego. Todo lo que busca es tener una mujer que le abra las piernas cada vez que se le antoje.
—Eso no es cierto.
—Sí lo es.
—No es cierto. Él jamás se propasó conmigo, ni siquiera se aprovechó de la situación al verme tan vulnerable. Fui yo quien hizo la primera movida o las cosas hubieran seguido como estaban.
—Sigue mintiéndote a ti misma. Si de una cosa estoy seguro, es de que él no te ama ni la mitad de lo que lo he hecho y hago yo.
—Tú… ¿amarme? Tú solo te amas a ti mismo. Si realmente me amaras como dices, no estarías haciéndome esto. Estás actuando como un loco trastornado.
—He encontrado y leído todas esas novelas que tenías escondidas en el armario de tu habitación. En todas fantaseabas con que solo tuviera ojos para ti. ¿Y ahora el loco soy yo? Lograste tu objetivo. Te sembraste en mi cabeza y ahora no puedo sacarte de ella y no descansaré hasta que vuelvas a ser mía. Regresaremos a casa juntos, porque no me pienso ir de aquí si no es contigo. Sé que cuando estemos juntos de nuevo, esa confusión que hay en tu cabeza va a desaparecer y no habrá nadie más en tu mente que no sea yo. Como siempre debió ser.
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