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• En contra •

«¿Por qué acude a juegos tan sucios?». 

Acaba con mis ilusiones y esperanzas de raíz, pero con esto que hace pareciera que la idea de que lo olvide y lo supere no es algo que le agrade. No come ni deja comer. 

No debería caer en su juego, pero son mis ojos quienes me traicionan con semejante vista. 

Su mirada se dirigió hacia el agujero y lo tapé con la almohada de un movimiento rápido. 

«¡Mierda, ese infeliz me asustó!». Con estos nervios solo estoy demostrándole que ha logrado su objetivo. 

No voy a quitar esa almohada de ahí nunca más. 

[...]

Me costó trabajo dormir anoche. Estuve largas horas mirando la almohada, sentía que cada segundo que transcurría, mi fuerza de voluntad la perdía. 

Con lo poco que dormí, amanecí de mal humor. Ese infeliz tuvo que haber dormido como un bebé luego de esa sesión de liberación y yo desvelándome por ese demonio. Para sumarle a mis males, amanecí con el período y el malestar en todo su apogeo. 

Casi me toca recoger la quijada del suelo cuando bajé en chanclas a la cocina. Mis ojos casi se salen de órbita tras verlo solo vistiendo una toalla alrededor de la cintura, su cabello despeinado y húmedo, con su taza de café en mano y el periódico abierto sobre la encimera. Esas gotas se paseaban por su buen torso y abdomen, desembocando en esa V bien definida, a la que mi cabeza ya había grabado a la perfección con detalles.

Sí, definitivamente esto lo hacía a propósito. Nunca había andado mostrando su cuerpo por la casa. No puedo demostrarle que estoy ardiendo solo de verlo. La menstruación vino en el peor de los momentos. Tal vez por eso me sentía tan caliente anoche.  

«¿Cómo se disimula la impresión que eso causó?». 

Él no dijo una sola palabra, solo siguió tomando del café y mirando el periódico, algo que me enfadó demasiado. 

—Eres un cerdo exhibicionista— lo ataqué. 

—¿Disculpa? — levantó la mirada del periódico. 

—Claro, ahora vas a fingir que no sabes de lo que hablo. No tienes vergüenza y luego hablas de mí. 

—Esta es mi casa y si quiero andar en pelotas puedo hacerlo. ¿Cuál es tu problema? 

—El otro día me sorprendiste en ropa interior y pusiste el grito en el cielo, diciendo que no podía andar por la casa vestida de esa manera. 

—Porque en aquel entonces estaba tu madre y podía malinterpretar las cosas si te encontraba en ropa interior.

—¿Estás queriendo decir que ahora que no está soy libre de volver a hacerlo? 

—Me da lo mismo lo que hagas. 

—Bien—me quité la blusa y el pantalón, quedándome con el conjunto deportivo. 

Si quiere provocarme, que no me culpe por ser igual de atrevida. 

—¿Tu objetivo es estar a mano conmigo? Para ello, no es suficiente lo que has hecho. Tienes más prendas de ropa que yo. 

—Eso no es cierto. 

Se desprendió de la toalla, revelando que debajo de ella no tenía nada más para cubrirlo. Pensé que debía traer oculto un bóxer o algo, pues su soldado había estado calmado, al menos hasta ese momento. La situación era evidente que lo estaba entreteniendo, tanto como la estúpida reacción que no pude disimular. Y es que mi mirada se situó en esa zona y no había manera siquiera de verlo a la cara cuando estaba siendo apuntada con un rifle. 

—Esfuérzate un poco más, corderito. 

—N-no voy a caer en tu juego. 

—¿Qué juego? Que yo recuerde, fuiste tú quien me provocó para que te mostrara lo que había debajo de la toalla. ¿Tanto lo extrañas? 

—¡Púdrete, cretino! — tomé la ropa y caminé con prisa hasta las escaleras, cuando le oí reír desde la cocina y añadir algo más. 

—No olvides cambiarte el pañal. 

Mi cara quería caerse de la vergüenza, pues no pensé en ese momento que iba a ver mi toalla. Y es que todo pareciera que se confabula en mi contra para hacerme quedar en ridículo con ese infeliz. 

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