• Deliciosa •
Me encerré en la habitación, tirándome de espalda en la cama y tirando patadas en el aire. La almohada más cercana fue testigo de mi frustración y vergüenza. Dejé la almohada en mi rostro, poco más y la volvía parte de mí de la presión que ejercía para expulsar mi descontento.
No estoy siendo racional. Siento que cada día le estoy dando más la razón. A veces simplemente no puedo evitar sentirme así de irritada. Hasta pareciera que busco llamar su atención.
No sé con exactitud cuánto tiempo había transcurrido, pero aún estaba en las mismas, cuando oí el toque en la puerta.
—¿Qué quieres? — le grité desde el otro lado, sin destaparme por completo la cara.
—Te fuiste echando humo de la cocina y te encerraste sin desayunar y tomarte el hierro. Ahora que estás en esos días, necesitas cuidarte más— entró a la habitación sin esperar a que le diera permiso.
—¿Y quieres que te crea eso de que te preocupas por mí? Dime la verdad, ¿para qué vienes? ¿Para seguirte burlando?
—Te traje el desayuno—oí que puso la bandeja encima de la mesa de noche y levanté un poco la almohada para espiarlo.
«Jesús bendito, qué suerte, ya tiene ropa».
—¿Por qué no has llamado a tu novio para que te atienda? En estos días así, lo recomendable es brindarte la mejor de las atenciones.
—Ese no es tu problema.
—Supongo que esa es tu forma de evadir decir abiertamente que no te atienden.
—No pongas palabras en mi boca que no he dicho.
—¿Y qué deseas que te ponga en la boca?
Sus palabras me dieron escalofríos.
—¡Idiota!—le arrojé la almohada y la esquivó con sus antebrazos.
—Sí, definitivamente necesitas atención con urgencia—entró a la cama, poniendo su rodilla en medio de mis piernas y sus brazos a ambos extremos de mi cuerpo, donde su rostro quedó a la altura del mío, aunque algo distante.
—¿Q-qué estás haciendo? — genuinamente, no sabía a dónde mirar, pues mis ojos se desviaban a sus labios entreabiertos, cuello y brazos.
—Hoy estás el doble de mojada.
—¡Cállate! —puse mis dos manos en su torso y, aunque mi primera intención era apartarlo, incluso ellas me traicionaron al palpar inconscientemente sus músculos.
—Que no te avergüence. Toda mujer pasa por esto y es parte de un hombre saber cómo contrarrestar el mal humor y los malestares. En estos días es cuando más ganas te entran, ¿no es así? Si tu inservible novio no puede atenderte como es debido y cuando más lo necesitas, entonces que no se queje si alguien más lo hace— su mano acarició mi pierna, ascendiendo lentamente hacia mi cintura—. Quitemos esto—se reincorporó, tomando con sus dos manos ambos bordes de mi ropa interior.
—Espera, ¿qué haces? —sujeté sus dos manos, evitando que lo hiciera—. ¿Estás loco?
—Debes estar doblemente deliciosa—mordió su labio inferior.
Lo miré impactada al entender lo que trataba de decir.
—Tú no puedes estar hablando en serio. Eso es asqueroso.
—Nada que salga de ti es asqueroso. Absolutamente nada.
Mi rostro ardió de vergüenza tras ver su expresión lasciva y oír la seguridad que transmitían sus palabras. Quería pensar que no estaba hablando en serio, que era otra de sus provocaciones para molestarme, pero la idea parecía fascinarle. Percibía su emoción en mi entrepierna. Esa intensidad con la que me miraba, daba mucho que desear.
—No, eso no está bien—negué—. En primer lugar, ni creas que voy a caer en este juego. Tengo novio y lo sabes. No pienso engañarlo contigo.
El calor volvió a envolverme y los escalofríos constantes.
—No cuenta como engaño si cierras los ojos y te haces la dormida, y me dejas el resto a mí—rio malicioso.
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