
• Advertencia •
La calidez de su cuerpo me envolvió, haciendo que el sueño me venciera. Esa sensación era agradable y reconfortante.
Pero de repente, sentí que caí al vacío, encontrándome completamente solo, caminando en medio de la oscuridad. Esa calidez me abandonó, ahora solo sentía frío, angustia y soledad.
Oí su voz y cada vez que estaba más cerca de alcanzarla, sentía que se alejaba, como si estuviese huyendo de mí. Por más que luché por dar con ella, su voz dejé de oírla, su presencia dejé de sentirla, cayendo inmerso de nuevo al vacío, donde desperté en la cama, bañado en sudor y completamente solo.
—¿Luna?
Ella no estaba a mi lado, ni en ningún lugar de la casa. Fui habitación por habitación, pero no había rastros de ella. La puerta de la entrada estaba abierta, por lo que salí a la entrada, en busca de encontrarla.
La llamé incontables veces, pensando que, tal vez estaba cerca y me escucharía e iba a regresar a mí.
«Luna, ¿dónde estás? ¿A dónde has ido? ¿Por qué me abandonas?».
Marjorie
—No puedo creer que esa niña se haya atrevido a venir aquí sola. Supongo que la suerte está de nuestro lado— dijo mi esposo.
—Ni se te ocurra. Si le sucede algo a esa niña, perderemos por completo a nuestro hijo y tú no quieres eso, ¿o sí?
—Un accidente lo tiene cualquiera.
—Darek, tu hijo no es idiota. Aunque a ninguno de nosotros nos agrade, esa jovencita carga a nuestro nieto y tu hijo está encaprichado con ella. No hagas una tontería de la cual te termines arrepintiendo.
«¿Por qué regresó y sola? ¿Dónde dejó a mi hijo? ¿Le habrá hecho algo?».
Bajamos los dos a recibirla en el portón de la entrada, pues tocó el timbre desde el intercomunicador. Le envié un mensaje a mi hijo en el trayecto, dejándole saber que ella estaba aquí y que viniera rápido. No quiero que mi hijo me termine odiando más de lo que lo hace. Quiero evitar otra desgracia más en la familia.
Ella estaba descalza. Sus pasos eran lentos y débiles. Sus piernas flaqueaban por los temblores, tanto de miedo, como de frío. En su aspecto y cabello despeinado parecía un fantasma.
—Mira nada más, una linda oveja se escapó del corral.
Me mantuve al lado de mi esposo, pues lo conozco bien y cuando se le mete algo en la cabeza, no hay nadie que se lo quite. Después de esas duras palabras que me dijo mi propio hijo, no quiero echarle más leña al fuego.
—¿D-dónde está Valery? D-díganle que salga. Quiero hablar con ella— no se oía muy segura al respecto, de hecho, solo de pronunciar esas palabras, hizo más notable el miedo que invadía todo su ser.
«¿Siquiera está consciente de lo que dice?». No he visto sus ojos, pues el cabello cubre su rostro.
—¿P-por qué le hicieron eso? Ramiro no les hizo nada.
Ambos nos quedamos en silencio, esperando que se desahogara.
—Ya sé que me odian. Aún no sé por qué, pues no les he hecho nada, pero si sus problemas son conmigo, entonces aquí me tienen. No metan a más inocentes en esto.
—Será mejor que te regreses con mi hijo, porque dudo mucho que él sepa que estás aquí. Estas no son horas de visitas.
—¿Dónde está Valery? —insistió—. No la oculten. Solo quiero hablar con ella y preguntarle directamente la razón.
No se parece en nada a la niña que vino el otro día y a la que se fue hace unas horas con mi hijo.
«¿Qué está tramando?».
—Nuestra hija no vive con nosotros, por lo que no vas a encontrarla aquí.
—¿Dónde vive?
—No podemos brindarte esa información. Tu actitud e intenciones no me convencen.
—La están defendiendo. Ahora lo entiendo. Ustedes son del tipo de padres que prefieren encubrir las malas acciones de sus hijos, en vez de corregirlos. Por eso es que Fabián también es igual y acude a ustedes, porque sabe que tendrá a dos padres alcahuetas que limpiarán todo el desastre y los errores que cometan.
No tengo idea de dónde demonios tenía escondido un cuchillo de cocina, pero tenía muy claras sus intenciones, porque ni siquiera dudó en intentar lastimarme. No la creía capaz de algo así, pues todo este tiempo pensé que era una niña cobarde y miedosa. Si no hubiese sido por mi esposo, esa niña me habría herido.
Darek le sostuvo la mano en la que portaba el cuchillo y se la torció solo un poco para protegerme.
—¡Maldita, perra! Si tanto deseas morirte, yo te daré el gusto— soltó Darek furioso.
—¡Ya basta! —grité—. Tú, niña, vete de aquí. No revuelques más el avispero.
Oí el quejido que soltó mi esposo y fue cuando pude notar que ella cargaba en su otra mano una pequeña cuchilla, la cual reconocí, pues había sido un regalo que le hice a mi hijo hace varios años. Al verla clavada en el costado de mi esposo, hizo que una furia infernal se apoderara de mí.
—Esta es la primera y última advertencia que les hago—empujó a mi esposo, desenterrando abruptamente la cuchilla del costado y dejando caer el cuchillo de cocina a sus pies—. ¡Tráeme a la perra de Valery ahora!
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