Desde ese día las cosas escalaron demasiado rápido. Planeaba ocultar esto lo más que pudiera, pero el chisme de la visita a la enfermería corrió con suma rapidez, llegando a oídos de mis demás profesores y alertando al director.

Las habladurías eran tantas que no pude soportar la presión, no podía concentrarme en los estudios y cada vez los vómitos y mareos eran más recurrentes. Las excusas de ir al baño hacían más que evidente la situación. El estrés me estaba haciendo perder mechones de cabello, mis nervios se descontrolaron y mis malestares incrementaron.

Han sido las semanas más deprimentes que haya tenido desde el abandono de mi madre. Cuando pensé que no podría pasar algo peor que eso, ahora resulta que estoy embarazada y debo hacerme cargo de un bebé que no busqué, por el cual ni siquiera siento emoción o sentimiento alguno, por el que tampoco tengo idea de cómo llegó ahí o de quién sea.

Miraba los rayos del sol asomarse por la ventana, cuando escuché a Sebastián entrar a mi habitación y lo vi cargando una bandeja con un exquisito desayuno completo; huevos revueltos con jamón y queso, una media tostada, frutas cortadas minuciosamente en forma de media luna y un jugo de lo que parecía ser naranja. Había un pequeño jarrón del que sobresalía una hermosa peonía de color rosa. Siempre he tenido cierta fascinación por las rosas, especialmente hacia las peonías. Nunca le he dicho eso a nadie, pero tiene la habilidad de atinarle a las cosas que me gustan.

—No descansar te está pasando factura. Mira nada mas esas ojeras, Luna — se sentó en el borde de la cama, descansando la bandeja al costado.

—¿Cómo puedo descansar? Mi vida se ha vuelto un completo desastre.

—No vayas más a la universidad. Quédate descansando. Ya retomarás tus estudios cuando las cosas mejoren y se organicen.

—¿Y cuándo pasará eso? Desde que mamá se fue es como si una maldición hubiese caído sobre mí.

—No estás sola; papá no va a dejarte sola en esto. Aquí en la casa podrás tomar el descanso que necesitas y de paso, me dejas consentirte. 

—¿Ya no estás enojado conmigo, papá?

—Perdóname, fui muy duro contigo, pero entiéndeme, es una noticia difícil de procesar. No esperaba convertirme en abuelo tan pronto. No te voy a pedir que me digas quién es el papá de ese bebé, tampoco te obligaré a que lo busques para que se haga cargo. Es probable que sea alguien de la universidad, es a donde únicamente sales, pero no te preocupes por nada, a mi nieto y a ti no les faltará nada — llevó mi mechón de cabello por detrás de mi oreja, y sonrió ladeado—. Tu mamá creyó que se llevó todo con ella, pero no fue así; me dejó algo sumamente valioso; a ti, mi bella Luna — plantó un suave beso en mi frente, y tuve la sensación de que mi corazón saltó un latido.