ONCE
Se pusieron de acuerdo y llegaron al hotel, donde Nicholas habló con el gerente pidiendo discreción para con su invitada. El hombre le aseguró que así lo haría, que no iban a permitir que ningún periodista se acerara al hotel.
El hombre miraba a segundos a Audrey, quien trataba de sonreírle y ser lo más cínica posible. Era evidente que el gerente estaba al tanto de su compromiso, de hecho, medio país lo sabía; sin embargo, Nicholas hasta el momento no lo había nombrado.
Subieron a la habitación y apenas cerraron la puerta Nicholas la tomó por la cintura y la lanzó en la cama, tirándosele encima como un león cuando somete a la presa, mientras se desvestían en medio del desespero, el cual tuvieron que redimir, debido al servicio de habitación, que les trajo algunos bombones, champagne, agua, fresas y cerezas.
Audrey admiraba con socarronería el carrito, mientras sonreía, cuando el botones se fue casi expulsado por Nicholas, quien no perdió tiempo y le hizo alcanzar las estrellas, rozar el cielo con las manos, siendo posesivo. Le gustaba demostrar que era él quien llevaba el control, sometiéndola al placer en estado puro, logrando cada vez más que le saliera el tiro por la culata, porque había descubierto que a Audrey la enloquecía con esa manera tan salvaje de poseerla y se rendía obedientemente, mientras que a él le excitaba aún más ver cómo ella no dudaba. Hacía todo lo que él le pedía; aunque también marcaba ritmo, haciendo el acto sexual mucho más intenso, como nunca lo había experimentado con su larga lista de mujeres.
Después de muchos minutos, se encontraban sentados con las espaldas amortiguadas por las almohadas que acolchaban aún más la cabecera, cada uno con la mirada al frente mientras bebían champagne de sus copas y se fumaban un cigarro.
—No sé cómo hacer para pasar tanto tiempo aquí y que no terminemos matándonos. —acotó Nicholas pensando en voz alta, no quería a Audrey, aún mantenía por ella un gran grado de recelo o era lo que esperaba.
—Tampoco lo sé —susurró ella, y volvió la cabeza al mismo tiempo que el chico para mirarse a los ojos, soltando lentamente el humo—. Tal vez tendremos que estar cogiendo todo el tiempo, al menos de esa manera nos entendemos.
—Es lo que pienso hacer. —Le informó estirando la mano y pellizcando suavemente uno de los pezones de la pelirroja.
—Por mí no te preocupes, yo no me voy poner en plan de hacer preguntas, no me interesa tu pasado, ni tu futuro, a lo mucho preguntare algo del presente; eso si es que estoy involucrada.
—Lo agradezco... Si quieres puedes usar el baño.
—Lo haré, prometo no gastar el agua caliente... aunque si quieres acompañarme no me molestaría —dijo apagando el cigarrillo de ella en el cenicero.
Nicholas no dijo nada, solo desvió la mirada al ventanal que mostraba a una ciudad solitaria por la madrugada, dándole una jalada al cigarrillo.
La pelirroja comprendió que él no quería hacerlo por lo que salió de la cama y se encaminó al baño, se metió a la ducha y dejó que el agua corriera por su piel y la renovara, mientras se sumía en sus pensamientos, los cuales viajaron a Chicago con su prometido.
—¿Crees que aún queda suficiente agua caliente para los dos? —Escuchó la voz de Nicholas que le preguntaba al oído mientras la abrazaba por la espalda, por lo que se sobresaltó.
—¡Me has asustado! —exclamó ella, sintiendo el corazón latir bruscamente.
Él le regaló media sonrisa y siguió abrazándola, hasta que el agua mojó complemente su cuerpo. Audrey hizo el intento un par de veces por frotarlo con la esponja, pero él no se dejó, no dejó que ella lo tacase con un gesto amable, porque Nicholas ya empezaba a temer, se había sorprendido al perderse en la mirada de Audrey, y en como de cierta manera, le había molestado el que ella no quisiese preguntar por un pasado o hablar de un presente, pero lo que más le confundió fue sentirse dolido porque no le interesaba su futuro.
Pero después de pensarlo, por algunos minutos, supo que era lo mejor, que ninguno de los dos se interesara por el otro al menos, por lo que estaba fuera del plano sexual.
Después de casi una hora regresaron al dormitorio.
Audrey con una dormilona de seda blanca y Nicholas se quedó desnudo, no le gustaba dormir con ropa, se metieron a la cama y terminaron por quedarse dormidos, cada uno lo más alejado posible del otro, no tenían por qué dormir abrazados.
A la mañana siguiente, Audrey despertó parpadeando lentamente, al escuchar unos pasos en la habitación, levantó la cabeza a duras penas, al ser consciente de dónde se encontraba y con quién, la dejó caer pesadamente sobre la almohada.
—No esperes que me levante a preparar desayuno —dijo con los ojos cerrado y con voz ronca, pero evidenciando la burla.
No recibió ninguna respuesta, sumiéndose nuevamente en el sueño, escuchando el agua correr en el baño como si se encontrase a muchos metros de distancia.
El ardor, dolor y sonido la despertó sobresaltándola y mandándola al suelo, cuando un azote en su nalga derecha la arrancó violentamente de los brazos de Morfeo.
—¡Imbécil! —exclamó sumamente molesta, reteniendo las lágrimas de dolor, sintiendo además del ardor en la nalga, dolor en su cadera ante el golpe, observando a un Nicholas recién bañado sonriendo con malicia.
Se puso de pie sin decirle nada y se encaminó al baño, cerrando la puerta de un azote.
—¡Si estropeas algo en el hotel tú correrás con los gastos! —exclamó el castaño con sorna.
Audrey al entrar al baño dejó correr las lágrimas ante el dolor, maldiciendo en silencio a Nicholas y con la convicción de largarse de ahí, no esperaba que la tratara de esa manera, podía aceptar que lo hiciera mientras le daba placer, ya que de cierta manera eso lo intensificaba, pero así de la nada y cuando a él le diese la gana, no se lo iba a permitir. Ella no era su esclava.
Nicholas al ver que Audrey demoraba más de lo esperado, entró al baño y se la encontró sentada en el retrete, ella al verlo se puso de pie y corrió hasta la ducha, cerrando la puerta de cristal mientras se limpiaba las lágrimas.
—¿Pasa algo? —inquirió preocupado ante la reacción de ella.
—¡Largo de aquí! —exigió a través del cristal y su voz ronca la delató.
Nicholas abrió la puerta de la ducha y entró observando cómo el rostro de Audrey evidenciaba las lágrimas derramadas, pero que de momento no las tenía, y sintió algo nunca experimento, al verla vulnerable, al verla tan humana y que también podía llorar, que no solo era un ser malvado y lujurioso.
—Audrey lo siento... si estás llorando porque me pasé, lo siento solo quise jugar —dijo con voz suave mirándola a los ojos, sin poder salir del estado endeble que se había apoderado de él.
—¡¿Jugar?! —preguntó con incredulidad—. Esos no son juegos. —Le aclaró sintiendo las lágrimas nadar en su garganta.
—Pensé que te gustaba, que no te dolería, por lo menos no tanto —acotó en su defensa.
—¿Qué no me dolería? —inquirió ella nuevamente con rabia al darse cuenta de que él creía que ella no podía sufrir, por lo que estiró un brazo y se pellizcó—. Ves, esto es piel, hay nervios... claro que siento dolor, no soy de porcelana, y si lo fuera igual podría quebrarme, no soy un ser vacío... ahora por favor te pido que salgas de aquí. ¡Y no me mires así! —exclamó a punto de grito al ver la lástima reflejada en los ojos de Nicholas—. Te he dicho que siento, no que padezco una enfermedad en fase terminal.
—Está bien, no lo haré más ¡no te voy a tocar más! — expuso molesto, dándose media vuelta y salió de la ducha, dando largas zancadas, pero atravesaba el baño cuando se dio media vuelta y regresó a la ducha con decisión, tomó a Audrey por la cintura y la elevó unos centímetros del suelo para tenerla a su altura—. Lo siento... de verdad lo siento Audrey —susurró mirándola a los ojos—. No te lastimaré más. —La colocó nuevamente en el suelo y la acorraló contra la pared. Llevó sus manos a las mejillas femeninas y le acunó el rostro, empezó a besarla tiernamente, suaves y delicados besos, queriendo con eso ganarse la absolución.
Poco a poco le fue quitando la dormilona, y sus besos como copos de nieves caían sobre el cuerpo de la chica, demorando más tiempo en las áreas maltratadas, percatándose que verdaderamente se había pasado, la piel se encontraba roja y caliente, por lo que con sus labios mimó la nalga derecha de la chica y la cadera, sintiendo un placer extraordinario al hacerlo, mientras ella temblaba ante cada beso.
Entregarse nuevamente al placer era algo imparable, el deseo se desbocaba y los incitaba a entregarse, palparse centímetro a centímetro, saborear cada poro, despertar cada nervio, entrar, conquistar y salir, para una vez más asaltar, con la gran diferencia que esta vez la entrega se hizo en medio de palabras sutiles, caricias soñadas y con una intensidad etérea.
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