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OCHO


Ven y quédate conmigo, seamos vecinos de las estrellas,

has estado mucho tiempo escondida a la deriva del mar sin fin de mi amor.

Aun así, has estado siempre ligada a mí.

Tuvo que recurrir a un barbero para que le hiciera un corte prolijo, después de todo no le había quedado tan corto, como había pensado.

Estaba justo a la altura de la nuca y se le veía bien, como nunca lo había llevado. Siempre lo había tenido por los hombros, desde muy pequeño fue su estilo, y algunas veces exageradamente largo, hasta mitad de espalda, pero nunca había dejado su cuello libre; de esta manera sus rasgos se veían más varoniles. El cuello más grueso y la mandíbula más marcada. Se descubrió mayor y le pareció que representaba los veintisiete años que tenía.

Como era de esperarse, fue el centro de miradas en el teatro cuando llegó a preparar su equipaje con algunos objetos personales que siempre tenía en el camerino y que no podía dejarlos, como por ejemplo algunos libros y ensayos.

—¡Nicholas que sorpresa! Te ves guapísimo así. ¿Por qué te lo has cortado? ¿Cuándo decidiste hacerlo? —Karen lo bombardeaba a preguntas.

—Solo quise darle un cambio en mi apariencia. —Se limitó a dar solo esa respuesta, aunque ella era de su total confianza todavía no podía explicarle todo lo que estaba pasando con Audrey.

—Me parece genial, también deberías darle un cambio a tu vida que bastante falta que te hace. —Le aconsejó, refiriéndose a Susana, que bien sabía de no era de su agrado. Le dio un beso en la mejilla y lo dejó sin esperar la respuesta de él.

Nicholas dejó libre un suspiro y se encaminó a su camerino, mientras observaba a los empleados saliendo con cajas y baúles. Emprenderían el viaje a las nueve de la noche y aún faltaban muchas cosas por empacar.

Entró a su camerino y buscó una maleta de mano. La colocó abierto sobre la peinadora y empezó a guardar algunos libros, ensayos, una que otra tarjeta de seguidoras, que le expresaban cariño y admiración. Las cuales le gustaba utilizar como separadores de libros y así recordar siempre que ellas eran su más grande impulso para dar lo mejor de sí sobre el escenario, no podía y no debía defraudarlas.

Se dirigió al área de descanso, sobre el baúl de al lado del diván tenía el libro que estaba leyendo. Decidió abrirlo, para ver qué otro ejemplar llevaba, cuando se encontró con un sujetador negro, con encaje color ciruela, una sonrisa se apoderó de sus labios y una inmensa necesidad nació en su pecho; sin embargo, sacudió la cabeza en un intento por expulsar los pensamientos y sentimientos que lo embargaban.

Los agarró y los dobló, colocándolos sobre el cenicero, sacó el encendedor y a los segundos el sujetador ardía en llamas. Recordó que también había guardado unas pantaletas, las cuales buscó y les dio el mismo final que al brassier.

Sabía perfectamente que era lo mismo que debía hacer con los recuerdos de las noches de pasión y locura que vivió con Audrey Davis, debía convertirlos en cenizas y echarlos a volar para que no siguieran torturándolo.

Pero de algo le había servido la aventura con la pelirroja, estaba decidido a hablar con Susana. Tenía que bajarla definitivamente de la nube donde se encontraba, ya que él nunca podría estar a esa altura. No podía ofrecerle lo que le pedía, no podía amarla, no quería estar con ella, ni darle explicaciones, quería vivir para él y no para una mujer a la que no amaba.

No lo abandones nunca... no lo abandones nunca. —La voz de Michelle hacía eco en sus oídos. Él escuchó cuando ella se lo pidió a Susana esa noche, con eso condenándolo.

—Cómo carajo quería que fuese feliz, cuando acababa de decirle que no quería perderla, cuando quería que el tiempo se detuviera y hacer mi vida a su lado, pero ya no puedo más... no voy a seguir con esta carga. Ha llegado el día en que por fin voy a liberarme de este peso y que pase lo que tenga que pasar, dejaré mi conciencia fuera. —Se dijo con convicción.

Terminó de empacar y se encaminó a la salida con maleta en mano, a despedirse definitivamente de Susana.

Lo había decidido, quería darle un cambio a su vida, como tantas veces se lo había aconsejado Karen, aprovecharía el tiempo que estaría lejos, para que Susana se hiciese a la idea de la separación y no sufriera tanto, porque a pesar de todo no deseaba lastimarla.

Detuvo un taxi y subió, estaba resuelto a terminar la relación con Susana y hacer una pausa en su vida personal, no quería a nada ni nadie alterando sus emociones. Quería darse un respiro, sentirse libre y disfrutar de esa independencia que tanto anhelaba.

No quería darle muchas vueltas al asunto, porque si lo hacía su conciencia terminaría creando una excusa para hacerlo cambiar de opinión, por lo que resolvió, buscar en el bolso el libro que inspiró la obra de teatro y que los estaba consagrando exitosamente, y una vez más empezó a hojearlo, sin mucho interés ya que se lo sabía de memoria. Hasta que se encontró una nota y antes de leerla, no pudo evitar molestarse al encontrase una frase subrayada, le enfurecía que alguien agarrase sus libros sin permiso, y de paso tuviese el atrevimiento de rayarlos, su mirada voló nuevamente a la nota.

Es una de las mejores frases; sin embargo, la han omitido en el libreto, es mi favorita.

A.D

Era la misma caligrafía y las mismas iniciales, no tenía duda, era la letra de Audrey Davis, seguramente necesitaba algo en que ocupar su tiempo mientras se encerraba en su camerino y no encontró mejor distracción que subrayar sus libros.

Él sabía que habían sido muchos los diálogos y escenas que se omitieron para poder llevar a cabo la obra de teatro; sin embargo, le sorprendió que para ella fuese precisamente esa su frase favorita.

Al entrar a la casa de Susana, fue recibido por el ama de llaves, quien como siempre lo saludó con amabilidad.

—Buenos días, Serena.

—Buenos días, señor Mansfield.

—Podría anunciarme con Susana por favor. —Pidió de manera cordial.

—Disculpe señor, pero la señorita Susana no se encuentra, me ha pedido que de su parte le desee un feliz viaje. —Le hizo saber la mujer tratando de parecer cordial, pero ciertamente se notaba incomoda.

—He venido a despedirme y hablar algo con ella, Serena... es importante, ¿no sabes a qué hora regresa? Podría esperarla. — prosiguió el chico, no quería irse sin terminar con esa relación, porque no sabía cuándo volvería a encontrar el valor.

—No señor, solo me dijo que regresaría entrada la noche, que no podría verlo hoy.

—Bueno, entonces creo que no hay nada que hacer, dile que la llamaré desde la estación de trenes para despedirme, aunque si regresa temprano podrías informarme, y vendré al menos unos minutos.

—Claro señor, con gusto lo haré, que tenga feliz viaje y éxito en la gira —deseó en verdad.

—Gracias, Serena.

Nicholas se dio media vuelta y se marchó rumbo a su apartamento para preparar lo que restaba de su equipaje, y para descansar porque le esperaba un largo viaje.

Durante el trayecto a su residencia se vio tentado a averiguar en qué hotel se estaría hospedando la pelirroja, para al menos despedirse, y por qué no, agradecerle la compañía brindada los últimos días, pero al final la echó a volar fuera de sus pensamientos y desistió.

Susana lloraba descontroladamente sentada en su cama, mientras su madre la miraba con desaprobación al otro extremo de la habitación.

—Por favor, mamá. —Le suplicaba.

—Por favor nada, Susana, no lo ves más y punto, te prefiero solterona a que seas la burla del medio artístico, ¿acaso no fue suficiente con lo que me dijiste que has visto? —preguntó la mujer molesta. Ella no podía soportar ver como su hija se rebajaba. La gota que rebasó el vaso fue el tener que ir a buscarla, en un apartamento donde la habían dejado sola y a su suerte, desde donde supuestamente presenció cómo Nicholas le era infiel.

—Las cosas no son así mamá, yo estaba molesta y te dije cosas que verdaderamente Nico no hizo, si no lo veo más me moriré, te juro que lo haré —gimoteó desesperada.

—¡Deja de actuar como una estúpida adolescente! Ya no lo eres, por una vez en tu vida, valórate como mujer. —A la señora James le dolía las palabras que le decía a su hija, pero ya estaba cansada de ver cómo esa obsesión no la llevaba a ninguna parte, al principio aceptó cumplir el capricho de Susana porque creía que eso le ayudaría a superar su estado emocional, pero definitivamente Nicholas no la quería, ya él muchas veces había intentado dar fin a esa relación, aunque no de manera contundente y Susana no lo dejaba avanzar, lo peor de todo, era que ella la secundaba.

Tal vez por eso su hija se sentía apoyada, y con eso le ganaban al joven, pero ya no quería seguir lastimando a Susana, ni manipulando al hombre.

—¡Es que solo soy una maldita lisiada! Sin él mi vida no tiene sentido —exclamó llevándose las manos al rostro y cubriéndolo en un gesto meramente dramático.

—¿Y acaso tu vida tiene algún sentido con Nicholas? — inquirió, con toda la intención de hacerla razonar—. Susie estoy segura de que, si rehaces tu vida, si buscas la manera de caminar, encontrarás a un hombre, que verdaderamente te ame y te valore. Eres preciosa mi vida, eres joven... no tienes por qué obligar a que alguien permanezca a tu lado, no es justo para él ni para ti.

—¿De qué lado estás mamá? ¿Ahora prefieres a Nicholas? ¡Tu hija soy yo! Es por mi felicidad por la que tienes que velar. —Le dijo iracunda, mientras temblaba y las lágrimas se desbordaban sin control.

—No eres feliz Susana, deja el teatro, si todo el tiempo terminan discutiendo, ya no quiero eso para ti. Tu compromiso con Nicholas llega a su fin, yo no te voy a dar el consentimiento para que sigas con ese hombre, y no lo quiero más en mi casa. —Apuntó con convicción y acercándose a la puerta para salir de la habitación.

—Si no lo quieres yo me voy a morir, me voy a suicidar, ya no quiero vivir. —Amenazó a su madre.

—¡Hazlo entonces! Ya estoy cansada Susana, estoy cansada de tu egoísmo y tus niñerías, he dejado de vivir mi vida por ti y tú solo vives por alguien que no te merece, soy tu madre y al menos merezco un poco de tus ganas de vivir, pero si solo vives por él, entonces. —Se encaminó al armario y sacó tres frascos con medicamentos, ante la mirada atónita de la rubia, quien veía cómo su madre colocaba las pastillas sobre la mesa de noche y después le llenó un vaso con agua—. Aquí tienes... Te aseguro que no te voy a molestar, no te voy a socorrer.

La señora James salió de la habitación dejando a Susana hecha un mar de lágrimas y desorientada, mientras que la mujer se quedó parada al otro lado de la puerta, llorando ante su sufrimiento de madre.

Solo esperaba que el psicólogo no se hubiese equivocado y que debía hacerlo de esa manera. Dejar de sobreprotegerla y no dejarse doblegar por las amenazas de su hija. Tentarla, invitarle ella misma la muerte y que así no se sintiese el centro de atención.

******

El tren anunciaba por tercera vez la orden de abordar, por lo que Nicholas tuvo que colgar el teléfono de la cabina, después de haber llamado en varias oportunidades a Susana, y que no se pusiese al teléfono, se sentía extraño porque eso ya era normal. Ella siempre hacía el mismo drama cuando salían de gira y no la llevaba, pero por lo menos le contestaba las llamadas.

A él no le quedaron que invitarla nunca más a las giras, después de que la llevara cuando recién estaban comprometidos, fue una de las peores experiencias de su vida, se encargó de que ninguna admiradora se le acercara y si lo hacían ella iniciaba el tema de "Soy la prometida" sintiéndose superior a todas las chicas; además, de que no podía ver a un reportero porque lo obligaba a fotografiarse juntos y hacer énfasis en una próxima fecha de matrimonio.

Subió al vagón dispuesto para la compañía de teatro. Ubicó su camarote el cual le tocaría compartir con Ronald, pero él no se encontraba. Seguramente estaría fumando antes de que el tres partiera.

Colocó a un lado de la pequeña cama la malera de mano, sacó el libro que estaba leyendo, para hacer el viaje más entretenido y menos largo, recordando en ese momento, la nota que Audrey le había dejado entre las páginas.

Esperaba que lo que había hecho no fuese una locura, aunque estaba consciente de que lo era, pero se alentó cientos de veces a hacerlo, y se arrepintió, después de haberlo hecho, siendo demasiado tarde cuando reaccionó.

Claramente, se decía que solo había actuado por instinto, pensando con la entrepierna, jamás aceptaría que había seguido los dictados de su corazón. 

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