DOS
En su frenético amor por ti,
ansia romper las cadenas de su encarcelamiento,
no le queda más.
Un amante pregunta a su amada.
¿Te amas, más que a mí?
Su amada responde:
yo he muerto por ti y yo vivo por ti.
Nicholas se percató, de la mirada de desaprobación del director de la obra, escondido estratégicamente a un lado del escenario. Sabía que ese reproche era a consecuencia de que él había titubeado un par de veces y seguido a destiempo los diálogos de su compañera de escena, en un recinto con un lleno total.
No podía evitar pasear su mirada por el público en busca de Audrey, sin ser plenamente consciente de que lo hacía. Era un autómata que rebuscaba en el mar de gente.
Después de que le extrañara no verla en primera fila, como cada noche desde que se estrenó la obra. Imaginó que debía estar en un palco, tal vez acompañada por su familia; aunque, no podía ver claramente, hacía el esfuerzo sobrehumano para hallarla en la parte más oscura del teatro.
Se obligaba a negarse que Audrey lo había cautivado la noche anterior, se maldecía por esa debilidad tan primitiva en todo hombre.
A su memoria llegó el recuerdo de esa mañana, cuando la maldijo al ver en su hombro la marca de la mordida como la más vívido y ardiente evocación, que lo llevó hasta esa lujuria con que ella lo miró, como nunca lo había hecho otra mujer, despertando un deseo irrefrenable que le llevó más tiempo del esperado en el baño, pensado que con eso le bastaría.
Pero apenas el telón subió, su mirada buscó el puesto que había ocupado en las funciones anteriores, y en su lugar, se encontraba un hombre. Trató de concentrarse y dar inicio a la obra, pero sin proponérselo seguía buscando.
Se dio el intermedio de la función, aún con todos los errores en escena, el público ensordeció el lugar con aplausos en medio de lluvias de rosas que caían sobre el escenario. Nicholas antes de encaminarse al área de descanso, buscó a Audrey una vez más entre la gente que se ponía de pie, sin ningún éxito, por lo que bajó las escaleras, sintiéndose furioso consigo mismo, por haber errado en su actuación y por estar anhelando a esa mujer.
—Mansfield, ¿qué demonios te pasa? —inquirió molesto el director de la obra, interceptándolo.
—Nada. —Fue su respuesta escueta. No pretendía darle importancia ni mucho menos explicaciones.
—¿Nada? Si estás en la luna... Concentración, quiero concentración. No creo que hayas olvidado tus líneas. Te pido que si tienes algo que te atormente lo dejes fuera del escenario. ¿Entendido? —La voz del hombre demostraba la molestia, no podía permitir que después de nueve noches consecutivas de rotundo éxito, el actor principal cometiera errores tan garrafales.
—Nada me atormenta, tal vez solo estoy un poco casando y harto de tus exigencias... Tengo suficientes con las que yo mismo me impongo, así que no me jodas la vida Robert — respondió con ese tono altanero que lo caracterizaba, y se dirigió al camerino.
Al llegar se dejó caer sobre un sillón y de la mesita de al lado tomó la cajetilla y sacó un cigarrillo, el cual se fumó lentamente, perdiendo su mirada en las ondas que creaba el humo, y su mente sucia y perversa conjeturó a la pelirroja sentada frente a él, con las piernas abiertas, imaginando su centro ardiente con sus vellos rojizos, quizás de un color cobre intenso, ya que la noche anterior no se había dado a la tarea de admirarlo, solo lo asaltó como un ladrón sin ningún tipo de cuidado, y había sido succionado a las puertas del cielo.
—¡Maldita bruja! —exclamó sintiéndose cada vez más impotente y confundido, esa necesidad en él no la había germinado ninguna mujer, no con tanto poder y fortaleza.
Con Michelle todo fue ternura, sutileza y respeto, siempre aun en sus más locos sueños imaginó a la rubia, espontánea, pero inexperta y él se moría por enseñarle, por ser quien la hiciese mujer, y ahora no tenía idea de lo quería.
Sí, dulzura y ternura o arrebato y descontrol, en su esencia no estaba el ser violento o ¿sí?
Bueno, era impulsivo, imperioso en algunos aspectos; pero jamás pensó que, al intentar castigar a Audrey por las maldades hechas en el pasado, le causaría tanto placer, un goce que quería repetir. Esa era la única explicación a esa zozobra que lo había atosigado durante el día.
Sacudió la cabeza intentando despejar los pensamientos, entretanto apagaba el cigarrillo en el cenicero de cristal.
—Debo estar enloqueciendo, definitivamente. —Se dijo al tiempo que se ponía de pie, para salir del camerino.
Debía olvidar lo sucedido la noche anterior, dejar de lado tanto rencor por un pasado que no lo llevaría a ningún lugar, lo que hizo con Audrey había sido una completa locura, tal vez otra trampa de ella en la cual esta vez había caído de bruces. Ahora seguramente se inventaría un embarazo y lo obligaría a casarse.
—¡Otra obligación! ¡Maldita sea mi existencia! Eso me pasa por no pensar, por dejarme llevar por la calentura, por cegarme ante una bruja erótica. ¿Cómo le explicaré a Susana? Se supone que estoy comprometido con ella. —Se dijo caminando por el pasillo.
Al llegar al área de descanso, estaban sus compañeros preparándose para salir nuevamente a escena, aun cuando se sabía de memoria las líneas, decidió tomar su guion y repasar un poco, y no lo hacía por Robert, lo hacía por él, porque le enfurecía equivocarse.
Después de cinco minutos el telón se elevaba una vez más, y los actores salían a dar lo mejor de sí, para al final solo ganarse excelentes críticas. Nicholas logró concentrarse y llevar a cabo su función de manera impecable. Se acopló a la perfección con sus compañeros, para después del tiempo estipulado, recibir los aplausos, mientras ellos agradecían con reverencias.
Actuar era su pasión, su impulso a la vida, y al recibir la euforia de los espectadores le reafirmaban esa vocación por el teatro.
El terciopelo italiano rojo una vez más los aislaba del público, como siempre en el pasillo se encontraban las admiradoras de honor, hijas de grandes empresarios a las que se les daba un trato exclusivo para que pudiesen interactuar con sus actores favoritos.
Nicholas reconoció a varias que ya lo habían acompañado al camerino o a algún auto en el estacionamiento, pero esa noche no elegiría a ninguna. Debía marcharse temprano porque le tocaba visitar a su prometida, recibió un ramo de rosas blancas, algunas calas, orquídeas y docenas de tarjetas, mientras agradecía, tratando de ser lo más amable posible.
Pidió permiso y se alejó, dejando a más de una con las ganas de enredarse en las sábanas con el actor, mientras caminaba decidió que el ramo de rosas blancas sería el regalo para Susana, para justificar su ausencia de una semana.
Al menos ella no lo presionaba, comprendía que cuando una nueva obra se ponía en escena necesitaba tiempo y descanso, respetaba la distancia que él imponía; sin embargo, no se salvaba de las fastidiosas llamadas que se extendían por media hora o más, cuando él simplemente quería descansar.
Susana asistió con su madre la noche de estreno, después no quiso visitarlo más, y de cierta manera lo agradecía porque odiaba cuando se ponía territorial y como la más estúpida e insegura de las adolescentes, le hacía ver a las admiradoras que él era su prometido.
Con los años se había dado cuenta del arte de manipulación que la rubia dominaba a la perfección, no quería asistir a terapias y lo hacía para seguir dependiendo de él, sobre todo, obligarlo a estar a su lado; sin embargo, nunca fue un estúpido y si ella manipulaba, él daba larga, por algo llevaban cinco años comprometidos, todavía no fijaba fecha de matrimonio y a sus veintisiete años seguía soltero.
Entró a su camerino y colocó sobre un sillón los detalles que le habían obsequiado. Empezó a quitarse la ropa rápidamente, necesitaba algo más cómodo y fresco.
Con el verano instalado, las noches eran un suplicio, ante el calor y la humedad, la temperatura debía rondar los treinta grados, y él con un montón de tela encima. Se deshacía de las prendas que terminaban sobre un camastro, desnudo, se dirigió a la mesa y agarró una botella de agua, un vaso y buscó la hielera que siempre mantenía fría el champagne, pero no la encontró.
—¡Magnifico! —exclamó con sarcasmo—. Me han dejado sin hielo.
—Lo siento, es que estoy algo acalorada. —Se dejó escuchar la voz ronca y sensual, proveniente de algún rincón del camerino.
Nicholas giró sobre el mismo punto, al tiempo que tendía una mano y agarraba unos pantalones de lino en color gris plomo y se los coloco de prisa, más que por pudor, lo hizo por precaución.
—¿Quisiera saber cómo demonios haces para entrar en mi camerino? —inquirió sin acercarse a la pelirroja, que suponía estaba detrás del paraban de caoba que dividía el camerino, creando un espacio íntimo para él—. Sal de ahí y lárgate Audrey. —Le exigió—. No pienso caer en tu juego nuevamente, lo que pasó anoche fue el peor de los errores.
—Creo que fuiste tú el que dijo, sin arrepentimientos. —La voz de ella lo atraía como el canto de las sirenas, pero, creía en su fuerza de voluntad y no daría un solo paso.
—Qué importa lo que dije, solo me dejé llevar por la excitación, ahora largo de aquí y no quiero otra de tus tretas, harpía tramposa.
—Me culpas, ¿Nicholas has olvidado las clases de religión en el colegio? —Una carcajada seductora retumbó en el lugar e hizo eco en los oídos de Nicholas, quien sintió cómo un escalofrío lo sacudió—. Recuerda que Eva fue la engañada por Satanás, pero Adán no lo fue y pecó de manera voluntaria, yo creo que deseaba a Eva y se unió a ella en desobediencia, descubriendo inmediatamente que eran criaturas caídas, mortales desnudos con una perspectiva totalmente diferente de la vida. Habían descendido de la perfección a la depravación total.
—No me interesan tus clases de religión... —Hablaba, cuando ella intervino.
—Yo no te obligué Nicholas, así que no me llames tramposa, siempre te empeñas en calificarme de malévola, cuando solo actúo con inteligencia para encontrar lo que anhelo... Deberías aprender un poco a actuar de manera calculadora y dejar de lado tanta impulsividad, eso solo te vuelve más vulnerable.
—Tus consejos tampoco me interesan, ya no quiero perder más el tiempo contigo —dijo encaminándose con decisión—. Lárgate de aquí o no res... -—Las palabras se le enredaron en la garganta al encontrase a Audrey desnuda sobre el diván.
Parecía la Venus en el espejo, y sus pupilas en ese momento se abrían como un abismo oscuro que la engullían completamente con su desnudez, su postura erótica, su piel como el nácar, sus pezones rosas agudo y despiertos, su monte de venus de cobre intenso, los cabellos los llevaba recogido en un moño de bailarina y sus labios se curvaban en una sátira sonrisa.
—Ha aumentado la temperatura, ¿no lo crees Nicholas? — preguntó, al ver cómo él se la devoraba lascivamente con la mirada, por lo que agarró un cubo de hielo, de la hielera que reposaba en la mesa de al lado, y empezó a bordearse lentamente uno de los pezones.
Las pupilas de Nicholas se movían formando el pequeño círculo que surcaba el hielo que poco a poco se derretía, y se descubrió ansiando atrapar con su lengua esa lágrima que bajaba por el seno de la pelirroja.
—Audrey vístete y vete de aquí. —Se felicitó mentalmente por haber encontrado la voz clara, para exigirle que se marchara, aun cuando el traicionero de su miembro palpitaba contra su pantalón y su espalda empezara a perlarse.
Ella no se inmutó, solo le dio otro rumbo al cubo de hielo, empezó a bajarlo por su abdomen hermoso y plano, mostrándole a Nicholas una cintura perfecta y diminuta.
Al ver que no obtenía el resultado esperado con el hombre de pelo castaño, flexionó las rodillas y separó los muslos lentamente, arqueando su cuerpo y liberando un jadeo cuando sintió el frío del hielo posarse en su centro, una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, al escuchar el gruñido que Nicholas no pudo controlar.
—Ven aquí Nico... Olvidemos quiénes somos por un momento, por una noche, olvida quién soy... Solo soy un cuerpo sediento de placer, estoy ardiendo en deseo por ti... Regálame tu mejor papel, quiero tu mejor actuación.
Una bruja... una bruja, eso era, porque los pies de Nicholas avanzaban sin él poder hacer nada. Lo tenía bajo una especie de hechizo. Se acercó al diván y subió a este, arrodillándose en medio de los muslos femeninos, la mirada zafiro se posó en la flor de fuego que derretía el hielo.
Audrey retiró el hielo y lo llevó hasta la mandíbula de Nicholas, quien al primer contacto gimió. Acarició la línea de la barba hasta llegar a los labios del hombre, delineándolos, hinchándolos ante el frío. Él separó los labios y succionó el cubo salado por la combinación de fluidos de ella y sudor de él, y lo retuvo con sus dientes.
Nicholas se hizo dueño del hielo, y ella llevó sus manos a la pretina del pantalón, halándolo hacia su cuerpo con rudeza.
Él se apoyó con las palmas de sus manos a ambos las de la chica, la miró con ese fuego que se propagaba por su interior y ella respondía de la misma manera.
Nicholas se acercó y con el hielo en su boca rozó los carnosos y sensuales labios de Audrey, quien los abrió y succionó en varias oportunidades, restándole vida al cubo helado, que empezaba a tener otro recorrido. Se deslizaba por su barbilla, paseaba por su cuello, donde la respiración se le había quedado atascada, hasta llegar a uno de sus senos, donde Nicholas con su boca guiaba el gélido pincel que dibujaba sus pezones.
La chica empezaba a estremecerse a causa de la locura que creaba en ella la excitación, se frotaba contra la erección que amenazaba en su centro, llevó sus manos a la espalda masculina sintiéndola, caliente y fuerte, apretando cada músculo y elevó sus piernas para encarcelarlo.
Él dejó caer todo su peso sobre ella, la tomó de las manos y las entrelazó, elevándola por encima de ambos, dejándola inmóvil, movió la cabeza hacia un lado y escupió el trozo de hielo, para aferrarse con su boca a las colinas frías, tirando con sus dientes de los pezones.
—Ahhh. —Jadeaba Audrey a punto de grito, y a él le excitaba que lo hiciera, por lo que una vez más succionaba con ímpetu y tiraba, y ella una vez más gritaba. Los abandonó en busca de otro punto de placer, destino, la boca. En cuanto a agilidad, ella ganaba, pero de intensidad él le enseñaba.
Le dio un beso rápido e intenso que lastimaba y saciaba.
Nicholas le soltó las manos y con rapidez las llevó a sus pantalones para deshacerse de la prenda, sino los explotaría, la descarada le ayudó en la tarea, mientras jadeaba sonriente, y él se impresionó al descubrirse correspondiéndole de la misma manera.
—Tu sonrisa siempre me excitó, Nicholas. No tienes ideas de las veces que te imaginé... —Le hizo saber y jadeó ante el dolor cuando él le abrió las piernas con ímpetu.
—Voy al fondo. —Esta vez le advirtió y se hundió en ella de manera contundente, arrancándole un grito de placer y dolor, empezando a atravesarla lento e intenso—. ¿Así me imaginabas?... ¿Así? —Le preguntaba cada vez que se anclaba.
—No... no, él de mi imaginación... no era tan bueno... dame más Nico... más. —Pedía halándole los cabellos, y él le acariciaba las caderas, bajó a los mulos y se los elevó, poniéndose de rodillas y con sus manos en las rodillas femeninas mantuvo las piernas de ella como alas de mariposas al vuelo.
Reducía sus movimientos para que los latidos de su corazón disminuyeran, pero a los segundos se desbocaba nuevamente. La tomó por la cintura, elevándola, y con un movimiento maestro, él se acostó en el diván y ella quedó encima de él, donde empezó a mecerse, pero no por mucho tiempo, ya que Nicholas retomaba el control y se impulsaba con sus pies para penetrar, con sus brazos cerró la espalda de ella y la atrajo hacia su pecho. Audrey buscó la boca de Nicholas donde hizo piruetas con su lengua, las cuales detuvo al sentir como todo su cuerpo se tensaba ante el anuncio del orgasmo, ahogando el grito en la boca del actor.
Nicholas le brindó a ella el placer en estado puro, mientras que ella se lo brindaba a él, esta vez lo había gozado aún más, porque había olvidado con quien estaba, había olvidado a la Audrey Davis, a la adolescente manipuladora de la secundaria. Ahora estaba con esa que apareció nueve días atrás en primera fila, apoyando su trabajo.
Recordó las miradas de admiración y los aplausos al final de cada función, anteriormente sus presentaciones las hacia pensando en Michelle, pero ella nunca fue a verlas, no después de lo sucedido con Susana, tal vez su presencia le lastimase, pero además de ese dolor, también anhelaba un apoyo, que hasta ahora no había recibido.
Nunca había sentido miedo a los cambios en su vida, pero empezaba a presentir una nueva etapa que nunca, ni en sus más absurdos sueños había imaginado. Y de cierta manera le atemorizaba, porque por esa mujer cabalgándolo solo sentía odio, desprecio y le asustaba lo que pudiese provocar en ella con esos sentimientos, era consciente de que la había lastimado, pero tampoco podía controlar el grado de agresividad que le propiciaba mientras se la cogía.
Ella se venció y dejó descansar su cabeza sobre el hombro de él, mientras retomaba el control y los latidos reducían su ritmo. Nicholas llevó sus manos al rostro de la joven y lo acunó, elevando la cabeza de ella para admirarla, recorrió con la mirada zafiro, las facciones femeninas. Siempre le pareció una joven hermosa, por eso muchas veces coqueteaba con ella, solo que de nada le valía ser bonita, si era tan estúpidamente caprichosa y envidiosa, al tenerla tan cerca, se percató por primera vez, de unas sutiles, muy sutiles pecas en su nariz, seguramente se las maquillaba por eso nunca se las había visto. No pudo evitar sonreír ante su fetiche por las pecas.
Una boca pequeña, pero con unos labios voluptuosos que se abrían como una flor nocturna, unas cejas arqueadas que enmarcaban unos ojos que solo expresaban maldad y arrebato. Llevó una de sus manos y le quitó la liga, logrando que los cabellos se mostraran por primera vez en su estado natural, con suaves ondas y no alisado. Admirándola bien, era una mujer con una belleza extraordinaria, con una elegancia innata, aunque desbocada y desinhibida a la hora de exigir placer.
—¿Por qué lo que hago? No lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago —susurró Nicholas, mirándola a los ojos, citando a Romanos capítulo siete, versículo quince.
—Pensé que eras ateo. —Fue su respuesta, le sonrió con descaro, elevándose y obviando lo que Nicholas quería hacerle entender. Aún encima del castaño, estiró la mano y agarró la hielera vaciándosela encima, mojando sus cabellos y su cuerpo, soportando el agua helada.
Nicholas se aferró a las caderas de ella para no brincar ante el líquido que bajó por el cuerpo de la pelirroja y lo mojó, admirando a una sirena voluptuosa que todavía lo mantenía encantado bajo su hechizo.
Audrey abrió los ojos y posó su mirada en el rostro de Nicholas con sus cabellos castaños oscuros esparcidos sobre el diván, sus ojos azules intenso la miraban fijamente y le daría el alma al diablo por los pensamientos de él en ese instante. Era de una belleza inhumana que siempre la cautivó, que la atrapó desde el instante en que lo vio por primera vez en la secundaria, pero para su desdicha fue su prima Michelle, quien lo cautivó.
Arrogante, elegante, masculino y ahora como hombre solo había aumentado sus cualidades. Acariciar los finos vellos en su pecho era una experiencia religiosa, todavía no podía creer que Nicholas Mansfield. El protagonista de sus sueños húmedos se había materializado. Se había propuesto tenerlo de esa manera, pero siendo completamente sincera con ella misma, jamás pensó que tendría éxito, era consciente del desprecio que él sentía por ella, se lo había ganado, eso lo sabía.
Seguramente soy buena seduciendo. —Pensó al tiempo que se mordía el labio inferior.
Él con su lengua se humedeció lentamente los labios, controlando sus impulsos al ver el gesto de ella. Logrando que Audrey se estremeciera ante el placer de mirarlo.
La pelirroja se percató de que Nicholas sabía sonreír dulcemente, que no todo era arrogancia, y ese gesto tan humano le hizo explotar millones de mariposas en su estómago, porque era primera vez que demostraba humildad delante de ella.
Él se incorporó y Audrey abandonó el cuerpo masculino, poniéndose de pie a un lado del diván, Nicholas se levantó y ella no perdió la oportunidad para verlo tan alto como era y desnudo, era la perfección hecha hombre, como si su rostro no fuese suficiente, poseía un cuerpo masculino que lograba que todo el aliento se le escapase, al verlo pasearse por el lugar.
Nicholas se encaminó a un armario. Sacó una toalla pequeña y una capa, seguramente de utilería, le tendió solo la toalla.
—Gracias —susurró, ya que la voz se le ahogó en una emoción que por primera vez experimentaba.
—Te dije que soy un caballero. —Le recordó admirando a la pelirroja pasar la toalla por su cuerpo y después frotar sus cabellos. Perdido en el bamboleo de los senos generosos que la naturaleza le había regalado y de las curvas que le gritaban que, si no tenía precaución, terminaría cuesta abajo por el peor de los barrancos.
Las pupilas de los ojos zafiros se dilataban ante el deseo naciente, se negaba que Audrey fuese la mujer con la que hasta ahora más había gozado los placeres carnales, se lo negaba, una y mil veces, se lo negaba. Necesitaba eliminar esa excitación por lo que se paró detrás de ella y le colocó la capa sobre los hombros, para cubrir esa desnudez que empezaba a someterlo.
Decidió alejarse, por lo que se encaminó y la dejó detrás del paraban. Frente a la peinadora, observó su cuerpo sudado y sonrojado a causa de la sesión de sexo al que fue sometido. En ese momento el ramo de rosas blancas, que vio al fondo a través del espejo, le recordó que había olvidado su visita a Susana.
—¡Mierda! —exclamó, percatándose de que no sólo se había olvidado de la Audrey Davis del pasado, sino de todo lo que los rodeaba.
Buscó rápidamente una camisa blanca y se la abotonaba mientras se dirigía detrás del paraban.
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