CINCO
Audrey se encontraba sentada en una camilla, con el cuello y la mano izquierda vendada, era algo exagerado, pero se lo exigió al doctor. Su voz temblorosa ante las lágrimas que corrían por sus mejillas hacía de su espectáculo un éxito, al ver cómo la miraban Malcom y sus futuros suegros.
—Yo corrí lo que pude, pero igualmente me atacaron, eran docenas de abejas, no sé de dónde salieron, ni siquiera sé quién me trajo al hospital...Me han dicho que corrí con suerte, ya que solo fueron dos piquetes... ¡Pude haber muerto! —exclamó y soltó un sollozo, abrazándose a Malcom, quien correspondió al gesto, mientras ella lloraba en medio de pucheros.
—Tranquila amor, ya pasó —susurró, acariciándole la espalda.
Audrey cerró los ojos al recordar el sacrificio que tuvo que hacer. Al salir del teatro se encaminó lentamente por la calle, mientras pensaba en alguna excusa convincente. Fue el cristal de una tienda la que le hizo percatarse del gran moretón que tenía en el cuello y maldijo a Nicholas, logrando con eso desesperarse aún más.
Siguió caminando y se sentó en la banca de un parque cercano, perdiendo su mirada en los rayos de sol que se colaban por el follaje de los árboles. Alzó la mirada a las ramas y ahí encontró su mejor excusa.
Un panal de abejas se encontraba colgando de una de las ramas y no estaba tan alto por lo que subió a la banca y respiró profundo, armándose de valor estiró el brazo para agarrar una abeja, lo cual hizo rápidamente, pero un grito de dolor se le escapó cuando otra le aguijoneó el dorso de la mano. Sin siquiera pensarlo, se llevó la que tenía prisionera entre los dedos e hizo que le picara en el cuello justo donde Nicholas le había dejado el moretón, ahogó el jadeo de dolor y cerró los ojos fuertemente.
Respiró profundo y se bajó rápidamente al ver que las abejas estaban descontrolándose. Caminó tan rápido como pudo y detuvo un taxi, pidiéndole que la llevase a un hospital, mientras sentía la mano y el cuello hinchársele ante los aguijonazos, así como también el ardor y dolor la torturaban.
Después de que la asistieran, pidió prestado un teléfono y llamó al hotel, diciéndole a su suegra que se encontraba en observación desde la noche anterior, y que por eso había desaparecido.
—Señorita Davis. —La voz de la enfermera hizo que abriese los ojos y se separase lentamente del abrazo del rubio—. El doctor le ha dado de alta, puede regresar a su casa y por favor guarde reposo.
—Gracias —susurró Audrey y vio salir a la enfermera, agradeciendo que no dijese nada que derrumbara el castillo de mentiras que había creado.
Al llegar al hotel pasó toda la tarde durmiendo. Necesitaba, reponer fuerzas, ya que la noche anterior apenas había dormido, y para su buena suerte, Nicholas protagonizó sus sueños.
Esa noche no hubo función en el teatro, y Nicholas pasó el día en su apartamento, repasando el libreto y estudiando otro, que para invierno empezarían a montar y quería estar preparado.
Él mismo se preparó el té que disfrutó mientras estudiaba, solo salió para cenar fuera, en un pequeño restaurante a varias calles de su residencia.
No pudo evitar que por momentos Audrey revoloteara en sus pensamientos, pero enseguida la espantaba haciendo que a esa mariposa se le desintegraran las alas. No la quería en su cabeza, ni en ningún otro lugar, no podía permitirse ningún tipo de acercamiento nunca más. Ya se había dejado seducir en dos oportunidades y no debía caer en una tercera, porque podría lamentarlo.
Esa noche Susana lo llamó un par de veces ya entrada la madrugada, él le pidió que llamase por la mañana porque debía descansar; sin embargo, ella insistió una tercera y él prefirió desconectar el teléfono, porque era peor que el insomnio que no le permitía cerrar los ojos. Hasta que por fin logró dormir y no se despertó sino hasta altas horas de la mañana.
Se duchó y salió a almorzar en el mismo restaurante al que había ido la noche anterior, no tenía ganas de preparar nada, tal vez por la tarde iría a visitar a Susana, solo si lograba armarse de paciencia.
La madre de Susana miraba a su hija desconcertada, al ver el interés de ella por salir, sobre todo, en hacerlo sola y más arreglada de lo normal.
—¿Hija estás segura de que no quieres que te acompañe? —preguntó con preocupación.
—No, mamá. Estaré bien —respondió alisando la falda de su vestido.
—¿Seguro que no vas a ver a Nico? Es que no quiero que estés humillándote. ¿Cuándo te darás cuenta de que no te quiere? Mi vida, al principio estaba de acuerdo con esto, pero yo creo que mereces algo más —susurraba acariciándole los cabellos—. Ese miserable no te merece.
—Mamá, te voy a pedir que por favor que no insultes a Nico.
—Es que solo estás obsesionada con él, ya es hora de que te hagas feliz, que tú misma te valores.
—¿Cómo piensas que lo haré? —preguntó clavando la mirada en sus muslos.
—No estás lisiada Susana, puedes volver a caminar, solo si asistieras a las terapias, podrías lograrlo.
—No quiero ir a terapias, solo quiero que Nico se case conmigo. ¡Que cargue conmigo! Por su culpa estoy en esta maldita silla de ruedas —exclamó molestándose, pero al ver cómo los ojos de su madre se llenaban de lágrima, se arrepintió del tono de voz utilizado—. Lo siento mamá... Te prometo que no voy a ver a Nico, voy a una reunión con una amiga que tenía mucho tiempo sin ver... Nico me quiere y te darás cuenta muy pronto, cuando por fin te demos la fecha de matrimonio. Ya lo verás, ayer que vino a visitarme... —Hablaba y bajó la mirada sonrojándose—. Me acompañó a mi habitación y me besó... Me dice que no puede aguantar, que quiere hacerme su mujer, pero que no lo hace porque es un caballero y me respeta. ¿Lo ves? No puede aguantar —mintió elevando la mirada con el rostro arrebolado, y su madre la miraba con cierto pudor, pero sobre todo agradecida porque su hija fuese tan comunicativa con ella.
—En ese caso, no insistiré más —le dijo cariñosamente y le dio un beso en la frente.
—Gracias mami —susurró sonriente—. Axel —llamó a su chofer, quien la cargó en brazos y la depositó dentro del auto.
Susana agitó su mano y le sonrió a su madre en señal de despedida, y la señora le correspondió de la misma manera, se quedó observando hasta que el vehículo se perdió de su vista, para después entrar a la residencia.
La señora James, creyó en la palabra de su hija, en el momento en que Nicholas llegó a la casa con un ramo de margaritas de diferentes colores, y se sorprendió al saber que no se encontraba en casa.
Ella no quiso darle ningún tipo de información, sobre el paradero de su hija, y no pudo evitar hacer un mal gesto cuando él le dijo que la esperaría, al menos por media hora.
Nicholas se sentó en el mismo sofá que siempre lo hacía, y la señora James lo hizo frente a él, admirándolo y haciéndole sentir como un bicho bajo el lente de un microscopio, manteniéndose en silencio y creando un ambiente tan denso que podría contarse con un chuchillo.
—¿Puedo? —preguntó él al fin sacando un cigarrillo.
—Lo dejaré solo, si necesita algo me llama —dijo poniéndose de pie y alejándose del chico.
Nicholas soltó un pesado suspiro, para llevarse el cigarrillo a la boca y encenderlo, fumando lentamente para que el tiempo pasara mucho más rápido. Le daba la tercera fumada cuando, vio venir a la señora del servicio con una bandeja en la cual traía, agua y té.
Él le agradecido con un gesto y prefirió el agua, observando detenidamente el fondo del vaso y que no tuviese ninguna coloración distinta, no era que pensara que su suegra intentaría envenenarlo, simplemente era algo exigente con las bebidas y alimentos.
La madre de Susana se encontraba en una mecedora tejiendo en su cuarto de costura, cuando escuchó la puerta del frente, abrirse y cerrarse. Levantó la mirada al reloj en la pared y se percató de que Nicholas había esperado cuarenta y cinco minutos, después de un momento, regresó a la sala y observó sobre la mesa el ramo de margaritas.
Segunda noche de función y Audrey no se presentó, la primera noche esperaba hallarla al final de la función, nuevamente en su camerino, pero no apareció; sin embargo, guardó la esperanza de encontrársela a las afueras del teatro e hizo lo que tenía mucho tiempo que no hacía. Caminar, regresó caminando a su apartamento, tratando de disimular su apariencia al recogerse el cabello y esconderlo bajo un sombrero borsalino de fieltro suave en color negro. Llegó a su apartamento y no encontró rastro de la pelirroja.
La noche siguiente fue lo mismo, Audrey no se presentó al teatro, ni mucho menos en su camerino, al igual que la noche anterior, se fue a su departamento caminando, pensando que lo más seguro era que Audrey hubiese regresado a Chicago.
Llegó al edificio del apartamento que ocupaba desde hacía un par de años, seguro de que debía sacar de su cabeza y sus ganas a Audrey Davis.
El ascensor se detuvo y abrió sus puertas, caminó por el pasillo hasta la puerta de su apartamento, encontrándose con una caja grande, envuelta en un lujoso papel rojo escarlata, y un lazo de seda negro, una tarjeta resaltó a su vista.
El joven agarró la caja y leyó en la tarjeta "Nicholas" inmediatamente se le vino a la mente Susana, tal vez pidiéndole disculpa por haberlo hecho esperar dos días atrás, pero esa no era la caligrafía de la rubia, era mucho más estilizada, y si quería reivindicarse, hubiese escrito su diminutivo y no su nombre completo, sin embargo, tomó la caja y entró a su hogar.
Colocó el paquete sobre la mesa y haló la cinta de seda que elaboraba el lazo, el cual se deshizo fácilmente, quitó la tapa y lo primero que vio fue una máscara masculina, completa de yeso en color rojo intenso y barnizado, sin duda alguna era hermosa y sofisticada, por instinto se la llevó al rostro, comprobando que le quedaba a la perfección, pero al instante la colocó sobre la mesa, ya que la tela negra le llamó la atención, al sacarla, ante sus ojos se exponía una gran capa con capucha.
Hasta el momento no entendía nada y todo fue más confuso cuando al fondo de la caja encontró el cuento «La máscara de la muerte roja» de Edgar Allan Poe.
Sin duda alguna quien le envió eso, esperaba que se disfrazara de la muerte roja. Una sonrisa se dibujó en sus labios al ver el ingenio de la persona que eligió el vestuario, que no envió la máscara de la parca, sino algo más sutil, pero con el mismo significado.
Nicholas agarró el cuento que ya había leído y sabia de que trataba; sin embargo, lo hojeó, pasando rápidamente sus páginas, cuando se escapó un pequeño sobre y cayó a sus pies, se dobló y lo agarró. Sin perder tiempo lo abrió sacando una pequeña nota.
Te espero mañana a las diez de la noche, en la dirección que está en el membrete de la tarjeta, no olvides venir como la peste.
A.D
—Audrey Davis —pronunció el nombre en voz alta y una sonrisa sátira se ancló en sus labios—. Entonces no has regresado a Chicago, como pensé... siempre te ha gustado el misterio, no me gustan las sorpresas, pero esto de manera definitiva me excita, sabes cómo jugar —se dijo agarrando nuevamente la máscara, que definitivamente reforzada su decisión de cumplir con esa cita.
Necesitaba saber qué era lo que ella le tenía preparado, porque él estaba totalmente dispuesto a jugar.
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