Esos dos no me dijeron cuánta cantidad de sangre necesita. La cantidad que consumo a diario no sé si sea mucha para ella. No pierdo nada intentándolo, supongo. A fin de cuentas, ella no ha estado alimentándose y necesita hacerlo.

Me dirigí a la habitación donde mayormente me hago exámenes de rutina y está llena de varios refrigeradores donde almaceno las bolsas de sangre que Adeline se extrae para mí. No pensaba darle de esa sangre tan amarga, ellos dijeron que la mía le ayudaría, por eso no iba a pensarlo más.

Busqué el equipo para extraerme yo misma la sangre. El proceso es complejo al tener que hacer el torniquete, pero sobre todo, al momento de encontrar la vena.

—¿No interrumpo nada?

Vi a Adeline entrar al cuarto y fijé la mirada en ella.

—¿Qué haces aquí?

—Te he notado muy ansiosa. Has estado caminando de un lado para otro desde que trajiste a esa mujer a la casa. Te molesta que te cuestione lo que haces, pero estás comportándote muy extraño y distante conmigo, como si fuera un estorbo. ¿Necesitas ayuda?

—No, puedo hacerlo sola.

—¿Por qué estás extrayéndote sangre? ¿Por qué no despertaste a la enfermera?

—Deja de hacer tantas preguntas, sabes que no hay nada que odie más que cuestionen todo lo que hago.

—Nuestra relación estaba en su mejor momento. Te he acompañado por muchos años y a la primera que aparece otra mujer, me descartas fácilmente, como si nada de lo que he hecho por ti a través de estos años, valiera algo para ti.

—¿Nuestra relación? No me hagas reír, Adeline. El hecho de que tengas el privilegio que otras no tienen, de dormir y despertar en mi cama, eso no te hace mi mujer. Además, todo lo que has hecho por mí, ha sido porque tú así lo has querido, no porque te lo haya pedido.

—¡Eres una malagradecida!

—No me gusta que me quieran sacar en cara las cosas que hacen por mí, y menos si no las he pedido. Si el propósito detrás de todo esto, siempre fue que te viera como mi mujer, pues lamento decepcionarte, porque ese puesto seguirá vacante hasta que decida lo contrario.

—Bien. Muy bien — salió de la habitación botando chispas.

Mordí el nudo del torniquete y lo arranqué para así extraer la aguja. Si esto funciona, vendré por más, por ahora solo le llevaré entre 11 a 12 ml de sangre para hacer la prueba. 

Regresé a la habitación y me senté en el borde de la cama, colocando mi mano por su nuca y levantando su cabeza. Mi sangre es asquerosa, ni yo misma soy capaz de tolerarla. Espero no despierte todavía.

Coloqué la boca del tubo de sangre entremedio de sus labios y la vertí en su boca. No esperaba que reaccionara a ello de forma casi automática. Aunque permanecía con los ojos cerrados, separó más sus labios mientras hacía movimientos en círculos con su lengua, como si tuviera la intención de limpiarlo con ella y no desperdiciar ni un poco.

—Más— musitó, aún con sus ojos cerrados.

Se supone que el asunto es serio, pero no puedo tomarlo así con la serie de imágenes mentales que tuve al escuchar esa petición.

Relamió su labio inferior y la observé en cámara lenta. Logré captar que estaba frotando sus muslos despacio, pero aún no abría los ojos.

—¿Qué hago contigo, corderito? Ahí andas antojándome y ni enterada estás. Me temo que por esta noche tendré que conformarme con un baño de agua fría, pero no siempre tendrás la suerte de ser salvada por la campana.