🔺Mordida🔺
—¿De qué experimentos hablas? ¿Es esa la razón detrás de tus cicatrices?
—¿Tú qué crees?
—Puedo creer muchas cosas, pero nada de lo que dices tiene sentido para mí. ¿Qué me asegura que no es parte de un plan para confundirme? ¿Tienes pruebas de lo que alegas?
—¿Y no es suficiente prueba con esto que ves?
—Eso pudo haber sido ocasionado por alguna pelea, quién sabe. Después de todo, no eres una santa. ¿Qué te pasó en la espalda?
—Por lo visto, no desaprovechaste la oportunidad para aprovecharte de mí. ¿Qué más viste?
—Responde. Cuéntame todo lo que sabes y yo decido si te creo o no.
—¿Y crees que estoy aquí para desahogarme contigo, como si fuéramos dos grandes amigas?
—Tampoco estoy interesada en fingir interés en conocer más de ti. Mi único interés es saber la verdad; saber sobre esas personas que hablas, pero sobre todo, por esa mancha que tienes en la espalda. ¿Cuándo te salió y qué lo provocó?
—Hace muchos años tuve una estadía de varios años en un hotel cinco estrellas.
—¿La cárcel?
—Sí. Fui condenada a cadena perpetua. Estuve planificando un escape con varias reclusas que se encontraban en las mismas que yo. Faltaba una semana para poner en marcha nuestros planes, cuando nos reunieron en un grupo de doce mujeres. Tenían una orden de traslado para una cárcel de máxima seguridad, según nos contaron. Orden que se negaron a mostrarnos. Recuerdo que esa misma noche llegaron a mi celda y entre varias guardias me inyectaron algo. Luego de eso, amanecí en una especie de clínica, donde a la primera persona que vi fue a ese doctor y a tu tío. Estaban administrándome un medicamento que, al momento que entró en mi sistema, lo único que recuerdo fue el intenso e indescriptible dolor que se apoderó de todo mi ser. Tenía la sensación de que mis venas iban a explotar por la presión y ardor que recorrió con rapidez en todo mi sistema. Si el tiempo en la cárcel pasaba lento, en ese lugar era eterno. Estuve entre un cuarto y otro, conectada a máquinas, varios cables y sueros, inyecciones, exposiciones a altas y bajas temperaturas. Fueron muchas torturas a las que fui sometida por esa gentuza. Creo que de todos los conejillos de india que allí reunieron, fui la única que salió con vida.
—¿Cómo estás tan segura?
—Lo vi en los expedientes que guardaba ese doctor. La mayoría tenían una X en el rostro y un sello como de baja en rojo. Había otros expedientes, de los cuales teníamos en común una sola cosa; todas habían sido condenadas a cadena perpetua, lo que implica que el director de ese reclusorio, tenía tratos con esos infelices.
—Eso es ilegal, una atrocidad, una barbaridad. Tenemos que hacer algo.
—¿Tenemos? Me suena a manada.
—No voy a perder mi tiempo en discusiones contigo. Ahora dime, ¿cuándo te salió esa mancha en la espalda?
—Cuando escapé de allí por mis propios medios, me di cuenta de que esa mancha estaba ahí. Noté que cada día que pasa…
—Se vuelve más grande… — finalicé.
—Sí. Creo que por dentro me estoy pudriendo de poco a poquito.
Eso explica el hecho de que su sangre sea tan oscura.
—¿Cómo explicas esto? — levanté mi camisa, volteándome de espalda y enseñándole la mía—. ¿Cómo explicas que esto haya llegado a mí?
Escuché cuando se levantó de la cama y, automáticamente la miré por encima del hombro, sin perderla de vista. En su expresión noté cierta confusión y curiosidad.
—Tú… ¿también estás contagiada?
—¿Contagiada?
—¿Cuándo te salió esto?
—Días después de esa noche en que… — presioné los labios, tratando de alejar esos recuerdos de mi cabeza.
—Es en el mismo lugar en que te levanté con todo y traje esa noche. Pero ¿cómo es posible? Tú no entraste en contacto con mi sangre como para que estés infectada… — hubo un incómodo silencio entre las dos, y luego la oí protestar —. Esa noche me mordiste, como toda una perra brava y con rabia.
—Sí, y te mordería mil veces más por perra y desgraciada.
—Mmm — enarcó una ceja, ladeando la cabeza—, eso se escucha bien.
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