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🔺 Inquebrantable 🔺

—Bien. Tomen asiento.

Esperé a que se sentaran para ir a la ventana y cerrarla. La casa está rodeada, puedo ver a mis hombres desde la distancia, aun así, se las arreglaron para pasar desapercibidos. ¿Podría ser que vinieron solos? Ellos mismos llegaron a mí. Esta podría ser la oportunidad perfecta para tenerlos en mis manos.

—¿Un trago?

—No, preferimos mantenernos cuerdos, pero gracias.

Están muy alerta. Interesante…

—Primero lo primero — tomé asiento, junto con mi copa ya servida—. ¿A qué debo el honor de su visita? ¿Quién los mandó?

—Primero que todo, esto que vinimos a dialogar es algo que nos compete a ambas partes. Debemos mantener controlado el virus. Si llegase a propagarse, podría desatar un caos que no queremos. Hemos mantenido el virus en silencio, tratando de llevar una vida normal, a pesar de las dificultades— dijo Dereck.

—Tú, al igual que nosotros, estamos infectados, pero por lo que vemos, lo tuyo es más serio de lo que parece — dijo el tal Ian.

—¿Así que ustedes también están infectados? ¿Cómo se infectaron?

—Es una historia larga, supongo que puedo resumirla en dos palabras; mi papá.

—¿Él también experimentó con ustedes?

—Me engañó, haciéndome creer que me había infectado por un incidente que tuve en el laboratorio, pero resulta que él y mi madre se habían puesto de acuerdo en poner a prueba el virus en humanos y se les ocurrió la brillante idea de usar a su propio hijo para sus experimentos.

—¿Dónde está?

—Mi padre está muerto.

—¿Estás intentando ocultarlo?

—No. Mi abuela fue quien lo asesinó — añadió Ian—. Ella también estaba infectada, pero perdió el juicio. Se obsesionó pensando que había hallado la fuente de la juventud eterna y con tal de ser la única que supiera ese secreto, fue capaz de eliminar a la mente maestra.

—¡Maldita sea, eso no puede ser cierto! ¡Él debía morir en mis manos! ¡Pagar por todo lo que me hizo!

—Mi padre les ha desgraciado la vida a muchas personas. Este descubrimiento lo hizo enloquecer. Él no era así. Su obsesión también lo llevó a perder el juicio.

—Déjemos a un lado al abuelo. Tengo curiosidad por saber qué introdujeron en tu cuerpo.

—No lo sé, si lo supiera, ya habría encontrado una solución.

—No es tan sencillo. Llevamos toda una vida luchando con este mal. Toda mi familia está infectada. Aunque no voy a mentirte, así como tiene sus desventajas, también tiene sus ventajas. Ninguno de nosotros ha padecido de problemas de salud, aparte de los síntomas que se presentan cuando no ingerimos la cantidad de sangre necesaria, tampoco hemos envejecido ni un poco, nuestras habilidades se han fortalecido, el vínculo con nuestras parejas e hijos han sido estables y hasta envidiables, además de que llevamos una vida sexual bastante activa.

—No deberías dar esos detalles, papá. Mucho menos delante de los pobres— Ian me miró fijamente y fruncí el ceño—. La Agt. Regil es muy fría, ¿verdad? Solo hemos interactuado una vez, pero la primera impresión fue pésima. Debes estar pasándola mal sin tener con quien liberar las tensiones. Tu esencia es más fuerte que la nuestra, estoy sintiendo envidia.

—¿Qué estás insinuando?

—Cuando la Agt. Regil logre captar esa esencia que hay en ti, me temo que no podrá despegarse de ti ni un solo instante. No sé si sentirme bien por ti o tenerte lástima.

—¿La Agt. Regil no ha frotado su cuerpo con el tuyo? — preguntó Dereck.

Esa pregunta no la esperaba, pero por alguna razón, me sacó una sonrisa imaginarme a ese corderito haciendo tal cosa.

—Ustedes dos son muy curiosos.

—Esa pregunta ha sido con el propósito de conocer la gravedad del asunto…

—Sí, claro. Como si fuera tan estúpida como para no haber visto la cara de idiotas que acaban de hacer. Estaban esperando una respuesta. Lo vi en sus ojos. Son un par de atrevidos.

—Mi esposa lo hace cuando está en celo — confesó.

Su propio hijo lo miró y enarcó una ceja.

—Ignoren lo que dije.

—Eso no me lo habías comentado. Mi esposa no lo hace — respondió Ian.

¿De qué demonios están hablando estos dos?

—¿Sabes? Te vimos escalar el hospital y saltar desde un tercer piso. ¿Cómo lo hiciste? — cuestionó Ian.

—No lo sé. Desde que salí del laboratorio, descubrí que podía hacerlo. Mis uñas me sirven de soporte.

—Son más largas que las nuestras. ¿Todo el tiempo están ahí o desaparecen como las nuestras?

—Aparecen de repente. Duele mucho cuando lo hacen.

—Conocemos a alguien de confianza que nos ha ayudado mucho durante este trayecto tan complejo. Él ha estado en busca de crear un antídoto contra este virus, pero todavía no logra dar con el. Posee un laboratorio privado donde realiza nuestros chequeos de rutina. Él puede hacerte unas radiografías y exámenes para, tal vez, encontrar algo que retrase lo que está sucediendo en tu sangre. ¿Te gustaría darle una oportunidad? Sería lamentable que te eches a morir, a sabiendas que esa mujer amargada sufriría por tu partida.

—Se nota que no sabes lo que dices. Esa mujer se pondría feliz. Se sentiría aliviada de deshacerse de mí.

—Todo lo que sientas tú, lo sentirá ella; y viceversa. Dolor, angustia, tristeza, alegría, placer. Aunque no les guste a las dos, ya hay un vínculo entre ustedes y ese vínculo es inquebrantable ante las manos del hombre o de la ciencia.

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