🔺 Incógnitas 🔺
Leonor
¿A dónde habrá ido esta mujer? La he buscado por todos los pasillos y habitaciones que hay en este lugar, pero no la encuentro. Sus hombres me confirmaron que aún se encontraba en el edificio, solo por eso he seguido buscando. El último lugar por verificar era la azotea, y ahí fue donde la encontré apoyada de las barandas y fumando un cigarrillo. Se veía perdida en el espacio.
—¿Ya atendieron a tu amiguito? — cuestionó, aún dándome la espalda y mirando a la nada.
—Sí. Después de que te atreviste a lastimarlo. ¿A quién más planeas lastimar? Todo lo que tocas lo dañas. No sé por qué no desapareces.
—¿Para eso has venido?
—Sí. ¿Para qué más? Quiero que desaparezcas de mi vida de una vez y por todas. Ya tuve suficiente de ti. Te has logrado salvar de tu castigo. Me dejaste huérfana, sin empleo, sin las posibilidades de tener una vida normal de ahora en adelante, también lastimaste a mi único y mejor amigo, ¿qué más quieres? ¿No te ha sido suficiente? ¡Maldigo el puto día que me obsesione con encontrarte! Si hubiera sabido que esto era lo que iba a obtener y provocar por haber sido cegada por la impotencia, la culpa y la rabia, hubiera renunciado a esta mierda.
Soltó el cigarrillo al suelo y lo aplastó con su zapato.
—Mi corderito siempre tan arisca — se acercó, hasta quedar frente a frente a mí—. Ojalá no cambies de parecer el día que no me veas más.
No sabía que estaba herida también. Solo pude notarlo ahora que la tengo de frente.
—A-aquí nadie te va a extrañar.
En sus labios se dibujó una sonrisa, la cual volvió a estrujarme mis adentros y llenarme de confusión.
—Lo sé — elevó la mano para acariciar mi mejilla, pero la esquivé.
—Lárgate… — le di la espalda y me alejé de ella.
No me gusta sentir este vacío y opresión en el pecho. Hice lo correcto, sé que lo hice, pero ¿por qué siento que cargo de consciencia ahora?
Todo lo que tenga que ver con ella me confunde, me lastima, me irrita. Quiero que esté lejos de mí, pero también siento la necesidad de tenerla cerca. No quiero, no puedo y no debo caer en sus garras. La odio, pero más me odio a mí misma por no poder controlar mis emociones cuando se trata de ella.
Blair
Regresé a mi casa junto a mis hombres. Ha sido un día pesado. Siento como si me hubiera pasado por encima un camión.
—¿Estás bien? ¿Qué te pasó? ¿Qué es eso que tienes en la espalda? — Adeline se volvió loca al verme.
Al menos no está actuando con la misma hostilidad de ayer. Se había perdido desde ayer. Es un milagro que no se haya ido con la familia. Siempre que tenemos nuestras diferencias es lo que hace.
—Nada. Esto solo son unos rasguños sin importancia. Digamos que me he enredado a pelear con un gato. ¿Qué ha pasado con Norma?
—Ya hice lo que me pediste.
—Bien. No la pierdas de vista. Mañana mismo pienso darle una visita.
—¿Y eso? Pensé que esperarías.
—No puedo darme el lujo de extender más mis planes — suspiré—. No sé cuán cortos sean mis días — dije para mí—. En fin, todos estos días he estado muy desconectada de mis obligaciones y responsabilidades, atendiendo asuntos ajenos y descuidándome, pero ya se acabó. Regresamos a la rutina que no debí haber abandonado.
Fui por una ducha, necesitaba quitarme ese olor de encima y limpiar la sangre que yacía seca en mi piel. Son heridas leves, pero arden como un demonio.
Hace mucho tiempo no me siento tan desanimada. Se ha vuelto una fastidiosa costumbre que cada vez que cierre los ojos solo pueda imaginarla a ella y sus hermosos ojos esmeraldas. Más que una maldición, este virus se ha convertido en un tormentoso e interminable castigo.
De repente, comencé a sentirme bien extraña. Había un olor que no había percibido antes y era sumamente asfixiante. Cuando abrí los ojos, abrí la cortina del baño también y noté que en el baño había una humareda que provenía de por debajo de la puerta. Mis vellos se me erizaron, mientras que mis ojos se llenaron de lágrimas involuntarias por el ardor que ese humo producía en ellos. Por más que traté de contener la respiración y alcanzar el arma que escondo detrás del retrete, ya tenía lo suficiente en el sistema, pues no podía respirar adecuadamente ni siquiera tragar.
Caí de rodillas antes de poder alcanzar el arma. Los espasmos y contracciones no podía controlarlos. Cada segundo que transcurría perdía la movilidad en mis extremidades. Tampoco podía formular absolutamente nada, la garganta la tenía seca y cerrada.
Sentía que mi piel estaba presentando una reacción alérgica y que tenía cientos de ronchas en todo el cuerpo. Ardía; ardía demasiado, pero no podía gritar.
Era incapaz de abrir por completo los ojos, veía medio borroso y el ardor me hacía parpadear mucho, aunque todo a mí alrededor parecía reproducirse en cámara lenta.
La puerta se abrió, dejando ver la silueta de dos personas que llevaban una máscara de gas. Quería saber quiénes eran, por qué me estaban haciendo esto y obtuve la respuesta a mis preguntas, es solo que no siempre es lo que uno espera.
Reveló la mitad de su rostro, como si su propósito hubiese sido responder mis incógnitas. Era él, era ese señor que me ha perseguido por tanto tiempo. Lo sabía; sabía que ese viejo maldito estaba con vida. Me tendieron una trampa. Esos malditos me engañaron. ¿Qué más podía esperar de ellos?
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