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Capítulo tres

—¿Tomlinson? —Harry interrogó con incredulidad—¿El heredero de Monroe? ¿Ese Tomlinson?

—El mismo, muñeco —Marie respondió sin inmutarse y dando por terminada su corta conversación. En un delicado movimiento bien entrenado, giró para encontrarse nuevamente con el resto de las muchachas ahí presentes.

Harry, en su lugar, fue incapaz de apartar la mirada de aquel diminuto orificio en la ventana, su mente todavía tratando de asimilar lo que estaba suscitándose en el exterior. Monroe Tomlinson era un nombre que toda Creda conocía, al ser el actual presidente y accionista mayoritario de Builder Company, una de las empresas de construcción con mayor poderío en el país, resultaba casi imposible que aquel hombre no fuese una figura reconocida por cada uno de los habitantes de aquella pequeña ciudad.

Era tan poderoso, que incluso los Sambeel sabían de él y sus tratos en el bajo mundo. Así como sabían también que, al tratarse de un negocio familiar que había perdurado durante generaciones, la tradición sería que su primogénito ocupase su lugar una vez que Monroe falleciera.

Muchos querían la cabeza del patriarca de la familia, Harry lo sabía, y otros tantos anhelaban tener en sus manos a ese joven hijo que tarde o temprano heredaría todo el poder de sus antepasados.

Sin embargo, para el joven chico llevar el apellido Tomlinson se había convertido en nada más que una maldición.

—Pensé que ellos eran asquerosamente ricos o algo así... —Annia lo sacó de su ensimismamiento, luciendo tan curiosa a su costado como él mismo se sentía—¿De cuánto crees que sea su deuda? Debe ser demasiado si han traído al pequeño príncipe hasta aquí.

Pequeño príncipe. El rizado no pudo evitar sonreír ligeramente ante el repentino apodo que su prima le dio a ese extraño. Era algo que Annia solía hacer con frecuencia, dejando en evidencia la dulzura e inocencia que su corazón todavía albergaba al llamar con ridículos y tiernos sobrenombres a los demás.

Aunque ella tenía razón. Ese chico, Louis Tomlinson, era el príncipe de todo un imperio.

Harry alzó los hombros, sin brindar ningún tipo de respuesta. Si sus jefes habían dado la orden de ir por el hijo de los Tomlinson y llevarlo directamente hacia la Casa Central, estaba más que seguro que la deuda sería jodidamente importante para Gonzalo y su séquito de buitres; quizás tratándose de millones de euros, tal vez un poco más.

No obstante, era consciente también de que la familia no permitiría que su preciado heredero permaneciera durante un largo periodo de tiempo en un lugar tan putrefacto y corrompido como aquel; conviviendo con la calaña más ruin y despreciable de toda Creda. Seguramente, imaginaba, Monroe saldaría su deuda en un par de meses y el pequeño príncipe Tomlinson lograría obtener su libertad.

Él continuaría con su vida, dejaría la Casa y, con el paso del tiempo, iría olvidándolo todo hasta pretender que nada de eso había ocurrido. Era lo que siempre pasaba con aquellos que tenían la oportunidad de salir dese aquel mundo.

Aquellos que, de alguna manera, lograban encontrar la forma de huir de ese infierno.

Annia afianzó su agarre sobre el collar que Harry le regaló y soltó una larga respiración que se perdió frente a ellos, profunda y meditabunda, como si sus pensamientos se alinearan en sincronía con los de su primo. Ellos estaban atrapados de por vida en ese infierno, era lo único que conocían y lo último que sus ojos verían antes de que el último aliento escapara de sus cuerpos.

No todos eran tan afortunados como los Tomlinson.

El tiempo transcurrió y Harry no hizo ademán de apartarse del lado de su prima, incapaz de abandonarla al saber lo que le esperaba dentro de las próximas horas. Para su suerte, no había ninguna orden que tuviese que cumplir en un futuro y el único trabajo pendiente que le quedaba no debería ser realizado hasta pasado el mediodía.

Podían ser solo ellos durante un efímero instante, tal y como cuando eran unos pequeños y asustadizos niños. Cuidándose el uno al otro, protegiéndose de los demonios que acechaban a su alrededor.

El lugar se hallaba casi listo para recibir a la primera tanda de clientes, la parte del bar había sido arreglada de manera estrafalaria y las gavetas llenadas hasta su tope. Los sillones contaban ya con sus respectivos telones oscurecidos listos para ser usados en el momento en que alguno de los hombres en la lista pidiera algo más, y la pequeña tarima yacía perfectamente acomodada a la vista de todos; en espera de que alguna línea comenzara su denigrante espectáculo sobre ella.

Annia se había separado de Harry solo para conseguir algo que pudiesen beber mientras esperaban, en el momento en que el rizado volvió a encontrarse con la figura de su prima a la cercanía, se topó también con la presencia de Lany, una de las chicas más antiguas, entrando a su campo de visión mientras sostenía un viejo celular que, evidentemente, no le pertenecía.

—¡Tenemos uno nuevo! —la muchacha de piel morena y felinos orbes castaños gritó entre emocionada e incrédula, provocando que la atención del resto cayera inmediatamente sobre ella—¡Hay uno nuevo! —repitió.

—Lany, ¿de nuevo tomaste el teléfono de Caroline sin permiso? —Annia preguntó con una sonrisa traviesa, dejando el par de vasos con limonada a un costado del cuerpo de Harry y acercándose para intentar arrebatarle el artefacto.

Harry observó cómo su prima y la morena comenzaban una fingida pelea que las tenía riendo y actuando como un par de niñas pequeñas que luchaban por despojar a la otra de su juguete favorito. Al ser varios centímetros más alta, Lany no tuvo dificultades al estirar su brazo hacia el techo y soltar honestas carcajadas mientras Annia se levantaba torpemente sobre las puntas de sus pies e intentaba con todas sus fuerzas arrebatarle aquel artefacto.

Harry soltó un bufido y se puso de pie, ni siquiera tuvo que esforzarse demasiado para conseguir zafar el teléfono del agarre de la morena y entregarlo a su verdadera dueña. Caroline, una rubia y tímida chica, lo recibió con manos temblorosas y mirada gacha.

Con un nuevo ruido brotando de su pecho, ignoró las quejas e insultos de Lany y volvió a tomar asiento en su lugar.

—Deja de jugar, Ronahi...— murmuró con voz serena, mucho más tranquilo de lo que las muchachas solían escuchar cuando Harry iba por ahí discutiendo con los Kipta o simplemente gruñendo por su habitual mal humor.

Annia se rio entre dientes y empujó inofensivo el costado de su amiga, echándose a correr de vuelta a su lugar junto al rizado antes de que Lany tuviese oportunidad de responder y dar inicio a otra infantil pelea. Apenas la pelinegra tomó asiento a su costado, cuidadosa de no derramar el líquido de los vasos, Marie se las arregló para llegar hasta ellos también; una sonrisa coqueta plasmada en sus delineados labios y sus brazos envolviéndose juguetonamente en el cuello de Harry cuando, sin vergüenza alguna, tomó asiento en su regazo.

—En realidad, la niña tiene razón —la castaña señaló mientras jugueteaba con algunos rizos sueltos en la nuca del muchacho—. Al parecer Gonzalo planea poner a trabajar al chico con nosotras.

Harry la miró con sorpresa, esa sí que era una noticia totalmente inesperada.

—Marie... —advirtió sin emoción y alejó su rostro de los labios que buscaban hacer contacto con los comienzos de su mandíbula. Absteniéndose de tocar cualquier minúsculo centímetro de la piel contraria—¿Cómo lo sabes?

La traviesa línea soltó una risita.

—Mis informantes son muy complacientes cuando consiguen buenas recompensas de mi parte, muñeco —guiñó—. Tú no has querido volverte uno de ellos, a pesar de todo lo que te he ofrecido... —le recriminó con un fingido puchero que pretendía mostrar inocencia.

Harry rodó los ojos y detalló el techo en busca de un poco de paciencia. Lidiar con la personalidad de Marie no era algo sencillo, si se tratara de cualquier otra persona, él seguramente ya la habría mandado al carajo desde hace mucho tiempo.

Pero era la mejor amiga de su prima, la única, además de él, que podía sacarle una sonrisa en los peores momentos. Y ambos sabían que solo mantenía esas actitudes sugerentes hacia Harry porque le encantaba provocar los celos de Annia.

—Deja de molestarlo, idiota —la pelinegra le regañó con una inusual mueca de fastidio adornando sus delicados rasgos. Pareciendo demasiado centrada en las acciones de su amiga, para albergar un rastro de la anterior preocupación que la envolvía al pensar en la llegada del Tigre.

Marie sonrió victoriosa y dejando un último besito en la mejilla de Harry, se puso de pie. Solo se movió lo suficiente para tomar asiento nuevamente, esta vez dejándose caer sobre el regazo de la misma Annia.

—Ahora que lo pienso, no entiendo por qué tú te enteraste antes que yo... —Marie apuntó acusadora a Lany, consiguiendo simplemente que la contraria se encogiera de hombros.

—Lo leí en el teléfono de Caroline.

De reojo, Harry logró darse cuenta del sutil cambio en la postura de la mencionada. Sus delgados hombros se tensaron y su pequeño cuerpo pareció verse abordado por un súbito estremecimiento que le erizó los vellos de los brazos. Ojos perdidos en el suelo bajo sus pies y rubios mechones cayendo para cubrir la mitad de su rostro carente de emociones.

Harry conocía esa reacción. Era la de alguien que había sido atrapado en algo que no debería haber sido puesto a la luz. Algo que debía permanecer oculto.

Él mismo trabajó por años para ocultar sus propias emociones, podía reconocer ese culposo lenguaje corporal. No le tomó mucha importancia, sin embargo. Sabía cómo funcionaban las cosas en el bajo mundo y entendía que, de alguna manera, todos allí mantenían sus propios secretos.

Incluso él.

Miró curioso a las muchachas a su alrededor, cayendo en cuenta de que Marie, quien continuaba sobre las piernas de su prima, observaba de reojo a la rubia. Como si se hubiese percatado también del repentino cambio en la postura de Caroline. A diferencia de Annia, Marie se había mostrado siempre como una joven metódica y observadora; manteniéndose informada acerca de todas las personas que se hallaban a su alrededor.

Era inusual que alguna noticia no llegase primero a sus oídos antes que a los de cualquier otro.

—Bueno, lo siento por él —Annia rompió la repentina tensión que comenzaba a formarse, encogiéndose de hombros y soltando un largo suspiro—. Recuerdo que cuando llegué estaba un chico llamado Tom. No le iba precisamente bien...

Harry lo recordaba también.

El pobre Tom. Él tuvo una trágica muerte.

—Nunca supe por qué llegó aquí —añadió Lany después de un momento—. No era un chico muy comunicativo.

—En realidad creo que nunca lo dijo, fue un milagro que pudiéramos averiguar su nombre— Marie complementó.

Annia se revolvió incómoda en su lugar y recargó la barbilla sobre el hombro de su amiga. El usual brillo en su mirada verdosa volviéndose ligeramente más opaco ante el recuerdo.

—Su nombre era Thomas Moretti —su prima mencionó con evidente melancolía, atrayendo las miradas de todas a su decaído semblante—. Me lo dijo antes de morir.

Harry sintió cómo decenas de filosas dagas se clavaban en su corazón ante la adolorida expresión de la pelinegra. Todos conocían que Tom había muerto a manos del Tigre, que ese bastardo lo eligió como su favorito antes de que ellos llegaran.

Annia fue su reemplazo.

A pesar de que nunca se supo exactamente lo que causó la muerte del joven, Harry podía hacerse una idea. Era solo un muchacho que tuvo la mala suerte de caer en las manos equivocadas, que ni siquiera logró cumplir los dieciséis años de vida cuando su alma fue arrancada de su cuerpo. Quien quedó a merced de un monstruo.

¿Sería ese el mismo destino de su prima?

Con incontables pensamientos rondando en su cabeza, Harry se mantuvo junto a Annia y las muchachas durante un prolongado instante; escuchándolas hablar acerca de todas las demás mujeres y hombres que habían pasado por las líneas centrales, y brindando apoyo a su prima cuando veía cómo su semblante volvía a caer.

Una vez que fue obligado a apartarse, no dejó de revisar constantemente la hora en su teléfono, esperando el momento en que pudiesen dar fin a ese jodido día y todo el sufrimiento que apenas comenzaba.

Los minutos pasaban y el dolor en su corazón no hacía más que incrementarse con cada maldito segundo transcurriendo sin piedad.

10:00 am.

Los gritos colmados de agonía comenzaron a escucharse en el piso superior. El llanto rápidamente se le unió a aquella dolorosa melodía creada por el terror.

10:05 am.

El eco de los pasos se escuchaba incesante a su alrededor. No podía permanecer ahí, no podría soportar escucharla sufrir de esa forma una vez más.

10:08 am.

Hombres armados aparecieron al final de las escaleras, entre sus brazos sostenían a un pequeño muchacho que trataba de luchar por una libertad que le había sido arrebatada desde antes de que pudiese darse cuenta.

10:09 am.

Aléjate, Harry pensó al verlos. No es tu problema lo que hagan con él, solo apártate.

10:10 am.

Harry se acercó a ayudarlo.

10:13 am.

El infierno se congeló y el paraíso se quemó.

10:15 am.

El azul y el verde se encontraron por primera vez, sin saber cuánta destrucción habría a su paso.



¡Hola! ¿Cómo están? 

Me hace muy feliz ver los votos y saber que está historia les está gustando. Sigan aquí, tenemos mucho que contar. 

—Mey

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