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Capítulo 5

Cuando Sandra dijo que Aksel se había mudado lo suficientemente lejos de la ciudad, no exageró. Bueno, yo era bastante exagerada porque ver que su casa estaba a una hora de la universidad me parecía absurdo.

Había rentado una casa amplia en las afueras. Los vecinos más cercanos estaban a cien metros.

—¿Este lugar es a donde piensas traer a tus víctimas para desollarlas vivas? —pregunté al entrar—. No debías haber escogido piso alfombrado —agregué al quitarme los zapatos en la entrada—. Será imposible quitar las manchas de sangre.

—Para eso tengo el taller —dijo al guiarme por un pasillo.

El lugar era enorme. Quizás le gustaban los espacios así y en la ciudad jamás encontraría algo parecido. La cocina daba a otra sala de estar y esa a un taller. Me detuve al sentir el piso de mármol, helado bajo mis pies.

No era la habitación más grande de la casa, de eso estaba segura. Había tablas horizontales ocupando toda la pared. Desde el techo hasta el suelo estaban organizadas cientos de piezas de todos los tamaños y acabados. Al otro lado se encontraban las mesas de trabajo y varios tornos.

Una pared de cristal daba al patio trasero y dejaba entrar la luz natural. La iluminación era perfecta.

—Aquí sí podrías desollar a alguien —musité.

—Afuera tengo los hornos —explicó—, pero esto es lo que tanto querías ver. ¿Ahora me dejarás en paz?

Caminé con la vista en las cosas que hacía. Cántaros, jarrones y jarras, platos. Había tantas piezas. Unas se veían pensadas para su uso, como lo que podrías ser un juego de tazas para café, pero otras eran distintas.

—¿Qué son estos? —pregunté, señalando a una pared adornada con platos de todos los tamaños.

Algunos estaban pintados con una misma paleta de color, una explosión de rojos o azules, otros mezclaban varios colores. Me acerqué y me di cuenta de que no eran formas sin sentido, sino pequeños dibujos.

—Tonterías mías —dijo y me tomó del brazo para evitar que me acercara más.

—Da igual que me alejes —me burlé—, para ver lo que pintaste en esos tendría que usar una lupa. ¿Me prestas una?

Me obligó a tomar asiento frente a un torno y le sonreí.

—Vale, no miró tus dibujos miniatura, pero enséñame algo de lo que haces.

—¿No puedes ser una visitante normal y pedir café?

Se sentó al otro lado del torno.

—Me gustaría algo de beber, pero si tengo que escoger, prefiero verte trabajar.

—No tengo nada para hacer ahora mismo, más que soportar que me obligaste a traerte aquí. —Cruzó los brazos sobre el pecho—. También me harás trabajar.

—Dudo que te moleste tanto. Tienes cara de que sales de la universidad y vienes a encerrarte aquí hasta media noche. —Señalé la arcilla a su espalda—. Haz algo, lo que sea. Nunca he practicado alfarería, me dan sueño los talleres.

Alzó una ceja, pero se puso de pie. Tomó un delantal grueso y manchado por el uso. Llevaba ropa informal ese día, supuse que no le importaría mancharla porque al lanzar la arcilla contra el torno unas gotas de agua fueron a parar a mis mejillas.

Protesté y se burló. Tomé distancia porque yo había escogido mi ropa con mucho cuidado por si él quería quitármela.

Dios, espero que quiera arrancármela.

Me aclaré la garganta.

—¿Cómo sabes que estoy aquí hasta media noche? —preguntó en lo que humedecía la arcilla.

—Porque debes tener alarmas en tu teléfono para comer, dormir, despertar y salir del trabajo. —Me miró con mala cara—. Lo sé porque te conozco y con solo verte me doy cuenta de que has empeorado con la vejez.

Rechistó y encendió el torno. El suave ronroneo del motor me distrajo.

—¿Cómo vas con la conceptualización de tu sentimiento? —preguntó en lo que movía las manos arriba y abajo por la arcilla para prepararla.

—Te habías tardado en preguntar —murmuré con la vista fija en sus antebrazos.

—Te he visto toda la semana perdiendo el tiempo en los pasillos.

—Nunca falto a clases.

—Pero ni una vez te he visto en el taller de Escultura. ¿Te cambiaste porque estabas aburrida o piensas trabajar en el proyecto?

Aparté la vista de la forma tubular que iba tomando la arcilla, empezaba a parecer un pene gigante que él acariciaba con delicadeza y no quería hacer comentarios obscenos, no tan temprano.

—Mi proceso creativo no es como el del resto de los mortales —expliqué y rio por lo bajo—. Yo no dejo de vivir ni un momento y mi cerebro está todo el tiempo procesando. Trabajo todos los días de la semana, las veinticuatro horas, incluso durmiendo. —Me toqué la frente—. Soy demasiado inteligente para mi propio bien.

—Bien, Atenea, diosa de la sabiduría. La presentación es en dos semanas, ¿qué propondrás?

Aplastó la arcilla y volvió a convertirla en un pene. Me atraganté con mi propia saliva. Alzó la vista para comprobar si estaba bien y fue peor. Sus ojos verdes estaban en mí en lo que seguía acariciando la arcilla en forma tubular.

No te rías. No te rías. No te rías. Eres estudiante de arte. Has visto mil penes de mil maneras distintas en obras de arte y en la vida real, los has dibujado teniéndolos a un metro de distancia, no puedes reírte porque es Aksel quien tiene uno entre las manos.

—Me pareció escuchar que no teníamos que consultar contigo durante esta parte del proyecto, que debía ser un trabajo en solitario —dije y mi voz sonó extraña.

—Te pregunto porque tenemos confianza, como tu amigo, no como tu profesor.

Eso me gustó y ayudó mucho que hundiera los dedos en la arcilla para comenzar a darle una forma más... normal.

—No sé si quiero decirte —dije, mirando a mi alrededor—. Quizás lo consideras tonto.

—No creo.

—¿Qué tú dirías que es el amor? —pregunté.

No alzó la vista.

—Esa es una pregunta que no deberías hacerle a tus profesores, exceso de confianza.

—Pregunto como tu amiga —dije, usando la misma carta que él.

Torció los labios.

—Estabilidad, tranquilidad y paz. —Ladeaba la cabeza en lo que iba dándole forma una especie de vaso—. Si fuera a hacer tu trabajo de curso, iría por ahí.

»Las personas ligan el amor a estar enamorados, al inicio, y en mi opinión llega después, mucho después. No cuando te casas o tienes hijos, más tarde, cuando ya se han hecho todas las cosas que debes hacer. Cuando todo está cumplido, si sigue existiendo esa calma en la presencia del otro, los deseos de hacerse compañía. Pienso que ahí es donde realmente conoces el amor.

—¿Cuando te mueres?

Puso los ojos en blanco.

—Sé que me entendiste.

—Solo entendí que, según tú, en la vida hay que casarse, tener hijos y morirse de aburrimiento. Me parece bastante tonto que el objetivo del ser humano sea matrimonio e hijos.

—No dije que lo fuera para todo el mundo —murmuró, concentrado en la pieza que estaba torneando—. Estamos hablando de la visión de cada cual y la mía sí incluye casarme y tener hijos. No pienso que el resto de la humanidad tenga o deba hacerlo.

Entrecerré los ojos.

—El concepto del conocimiento del amor con el fin de la vida es interesante —continuó y sus labios se torcieron en una media sonrisa. Se le marcó uno de sus hoyuelos—. Estoy seguro de que me aprobarían con solo decir esa oración.

—Creído —mascullé porque no podía negar que esa sí era una buena idea de la que se podrían sacar piezas muy interesantes.

Se le escapó la risa.

—Me dice creído la abeja reina. Lo que te molesta es que sabes que es un enfoque interesante y...

Me habría gustado escucharlo, pero Aksel hablaba mientras estaba absorto en la pieza, me distraía. Debía ser una capacidad adquirida el conversar mientras sus manos se movían con tanta delicadeza al darle forma a un jarrón.

Sus manos.

Tenía los dedos embarrados de la arcilla húmeda, el torno no dejaba de dar vueltas y metió dos dedos en el interior. Eran el anular y el dedo medio, los dos que serían perfectos para...

Deja de pensar eso.

Le estaba metiendo dos dedos a la vasija y sentí el calor subir por mi cara. Lo hacía bien, tenía habilidad con las manos, que eran fuertes y hermosas. Me quemaría por dentro si seguía mirando, quería que los dedos me los metiera a mí.

Detente.

—¿Emma? —preguntó y quitó las manos de la pieza—. ¿Todo bien?

Me había quedado absorta, sexualizando un acto tan simple como moldear arcilla. La respuesta era que no estaba bien. Una cosa era bromear con lo que me hacía sentir, en voz alta o en mi cabeza, y otra muy distinta era ver su trabajo como si fuera contenido erótico diseñado para mí.

—Ayer dormí mal —mentí—. Estaba de fiesta.

Era la última vez que le pedía que hiciera algo con ese torno.

—Entonces —dijo al volver a su jarrón—. ¿Qué piensas presentar ante los profesores?

Clavé la vista en las herramientas a su espalda. La mesa y la pared estaban repletas, todo ordenado a la perfección. Sí, eso era mejor que mirar sus manos.

—No creo en las relaciones sentimentales, el matrimonio o los hijos —expliqué—. Nunca podría ver el amor de ciertas formas, mucho menos como tú. Puede que mi concepto te parezca grotesco.

—Deja de hacerte la misteriosa y suéltalo.

Lo miré y sonreí.

—Prefiero ver tu cara de horror dentro de una semana cuando presente mi idea.

—No me horrorizaré —murmuró—. No nos parecemos en muchas cosas, pero eres una persona demasiado interesante como para que una de tus ideas no me cause curiosidad.

Ni tan siquiera pestañeó al decirlo y algo se revolvió en mi interior. Sabía muy bien que Aksel me consideraba su igual, que no me veía como una niña, más importante, me respetaba como artista. Eso lo hacía más atractivo.

Sin embargo, estaba en lo correcto, éramos muy distintos.

Camille no tenía que preocuparse de que rompiera las reglas por venir a su casa. Aksel no tendría sexo conmigo, ni aunque me acostara desnuda en su cama, eso sería arruinar todas mis posibilidades. Si quería tener algo de él, debía ser inteligente y la verdad era que más que el sexo, disfrutaría el juego previo, el reto que representaba seducirlo.

***

Camille pidió otro batido de helado y la camarera se retiró. Ella y Fara estaban en los asientos frente a Alejando y a mí. Se veía incómoda, aunque su cita la miraba con interés y había tratado de hacerla hablar durante toda la comida.

Miré a Alejandro de reojo y contuvo la sonrisa. Él había sido el de la idea de ir a esa bonita cafetería. Se veía bien desde afuera, pero al entrar me di cuenta de que era una maldad cuidadosamente planeada.

A Camille no se le daba bien tener citas, era tímida, a pesar de que creía en el amor verdadero y le encantaban esos libros con finales felices. Pintaba mucho desbordando esas emociones y era buena en ello. Por eso no había querido invitar a Fara a salir, no de la manera convencional.

Le había dicho que saldríamos los tres y que podía unirse a nosotros, una salida casual que la haría sentir más a salvo. Sin embargo, cuando llegamos al lugar, descubrimos que estaba diseñado para citas dobles. Desde los asientos y la carta, la forma en que distribuían la comida en los platos y los batidos.

Mi mejor amiga miraba a Alejandro con un odio desmedido. Un par de veces temí por su vida y tuve el impulso de arrebatarle el cuchillo que descansaba sobre la mesa. Él se veía tan fresco como la ensalada que había pedido para nosotros.

—Y desde entonces estos dos se odian —dije al terminar de contarle a Fara cómo nos habíamos conocido el mismo día al inicio de mi primer año en la universidad, cuando Alejandro estaba en segundo.

—La verdad es que Camille me odia desde antes porque los dos somos de la misma ciudad en medio del continente —explicó Alejandro—, pero esa es una historia que, si cuento, puede que me atraviese la mano con el cuchillo.

Fara captó la tensión en la mesa y miró sobre su hombro.

—Iré a por tu batido.

Se puso de pie y al instante Camille dejó de fingir y le lanzó una rodaja de tomate a Alejandro que rio a todo pulmón.

—Deja de comportarte como si te hubiesen metido un palo en el culo —se burló, mirando a mi amiga—. Se supone que te gusta.

—Y que esto era algo casual, no una maldita pedida de mano —masculló, mirando a su alrededor y luego a mí—. Todo es tu culpa por traer a este. Dijiste que saldría bien.

—Estaría saliendo mejor si te comportaras como Camille y no como la futura asesina de este idiota.

Alejandro me dio un golpe en la mano para que no lo señalara.

—Sé tú misma y relájate —continué—. Le gustas, es demasiado obvio. ¿Me vas a decir que no quieres pasar un rato con ella?

Bufó porque era la verdad.

—Deja de sonar como toro molesto —se burló Alejandro y se metieron en una pelea de insultos.

Los habría detenido de no ser porque mi teléfono vibró con un mensaje de Aksel.

Profesor Bakker: ¿Lista para mañana?

Siempre lo estoy. ¿Listo para caerte del asiento cuando presente mi concepto?

Profesor Bakker: Llevaré con qué amarrarme a la silla.

Eso hizo que mi cabeza se imaginara cosas nada apropiadas.

Entonces yo estoy lista para ver tu cara de espanto.

Dudaba que se asustara, pero me gustaba molestarlo.

¿Ya estás durmiendo?

Profesor Bakker: No. Estoy enviándote mensajes.

Profesor Bakker: ¿Dónde estás?

De fiesta.

Profesor Bakker: ¿Un día antes de exponer ante todo el departamento de Escultura?

Salí a comer algo, pero me has dado ganas de beber para entrarle a esa exposición. Mi cerebro funciona de otra forma con resaca, se me ocurren ideas extrañas.

Profesor Bakker: ¿De verdad vas a irte de fiesta?

¿Se te ocurre otra cosa para hacer? Mi plan es mejor que el tuyo, que de seguro estás en pijama y a punto de dormir.

Profesor Bakker: Acertaste y voy a ver una película.

Eso no suena tan mal.

—¿Por qué no deja de sonreír? —preguntó Alejandro

Tenía cara de estúpida y me había enajenado del mundo.

—Es el profesor de Escultura que la va a llevar a la ruina —dijo Camille.

—¿Quién llevará a Emma a la ruina? —preguntó Fara al aparecer con el batido.

—El nuevo...

Le di un codazo a Alejandro.

—Tener a dos amigos que se odia —dije para salvar el momento.

Fara entendió lo que estaba pasando y se excusó con ir al baño para darnos privacidad.

—Me pegaste muy fuerte —se quejó él, sobándose las costillas.

—La próxima vez le pegas más duro —dijo Camille—. Por estúpido.

—No quiero que nadie sepa de Aksel, aunque no esté pasando nada con él —advertí—. No puedes soltarlo delante de cualquiera.

Miré a Camille para pedir una disculpa silenciosa por llamarle así a la chica que le gustaba y se encogió de hombros. Me entendía.

—Vale, pero no me pegues —se lamentó él—. Me magullo con facilidad y lo sabes.

Camille dijo algo que sonó como "llorón".

—¿Puedo saber por qué no está pasando nada entre ustedes? —preguntó Alejandro con la vista fija en la pantalla de mi teléfono—. Parece que se están coqueteando.

—Si lo conocieras, sabrías que eso no es lo que él está haciendo.

Torció los labios.

—Nunca has sido tan lenta cuando te gusta alguien. —Alejandro entrecerró los ojos—. ¿Necesitas ayuda?

—Por supuesto que no, Aksel es... ¿Qué haces?

Tomó mi teléfono y empezó a escribir. Forcejeé para quitárselo. Camille no ayudó con sus risas y Alejandro no lo soltó hasta que le pellizqué el brazo con fuerza. Lo recuperé y miré la pantalla. Se me cayó el alma a los pies al leer lo que el mensaje de Aksel que no había leído.

Profesor Bakker: Las películas son educativas, deberías poner en práctica mis buenos hábitos.

Alejandro había contestado.

Lo que quiero poner en práctica incluye una película que no vamos a estar viendo, nada de ropa y su cama, profesor Bakker.

Ahogué un chillido y traté de borrarlo, pero Aksel ya estaba contestando, lo había leído.


*****

Hola, queridas hijas del mal.

Ya sé que Aksel está abandonado y muchas veces no contesto cuando me preguntan por actualización.

Si me siguen en Instagram (kinomera99) saben que estoy escribiendo otro libro (Mi crush literario) y que es mi proyecto principal porque solo me puedo ocupar de un libro a la vez para mantener actualizaciones semanales.

Mi crush literario termina a mitad de diciembre (si quieren leer los dos libros completos sin tener spoilers, este es el momento), lo cual quiere decir que podré concentrarme en Aksel. Todavía no habrá actualizaciones constantes, pero iré subiendo capítulo más seguido hasta que podamos tener a Emma y Aksel cada semana.

Espero que les gustara el capítulo y que quieran saber qué va a contestar Aksel.

Las quiero y nos leemos.

💋

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