Capítulo 3
—Te has bebido la mitad del vino.
Mi hermana entornó los ojos y sacó la botella de mi alcance.
—Solo la mitad. —Jugueteé con lo que quedaba en mi copa.
—No te quiero borracha en medio de la cena. —Sacó la carne asada del horno—. La verdad es que no entiendo por qué aceptaste venir.
—Me aburría.
Mia clavó la vista en mí. Sus ojos azules resaltaban bajo la luz blanca de la cocina y hacían contraste con el pelo tan negro y brillante que había heredado de nuestra madre. Hace mucho había abandonado los flequillos raros y los cortes que se hacía ella misma. Lo llevaba largo y ondulado hasta la cintura porque era a una peluquería a donde inteligentemente iba desde que su graduación.
—Tú nunca te aburres. —Se apoyó sobre los codos al otro lado de la isla de la cocina para quedar frente a mí—. ¿Por qué viniste?
Me encogí de hombros.
—Tu comida huele bien.
No mentía, el lugar era una exquisita mezcla de olores entre el salteado de verduras, la carne y el postre.
Mia alzó una ceja.
—Deberías beber menos y estudiar más.
—Estudio muchísimo. Deberías ser una buena hermana y alcanzarme el vino. —Vacié mi copa de un sorbo y la balanceé frente a su cara—. Necesito rellenar.
—¿Sabes cuánto cuesta ese vino?
—No, pero sé que debes tener unas veinte botellas en casa porque te encanta.
—No es cuestión de tener, es que es caro, algo que bebes por placer, no para emborracharte.
Puse los ojos en blanco.
—Tienes tanto dinero que de seguro no sabes en qué gastarlo, estás a punto de ser la directora de la galería de arte más importante de Prakt, de todo el continente. ¿Vas a ser tacaña con tu hermana menor y no me dejarás beber de tu vino de doscientos dólares?
—No es cuestión de tener, Emma, es darle valor. —Su tono se suavizó y me recordó a nuestra madre—. No importa si es algo material o tu familia, las personas que quieres. Deberías aprender a darle valor a lo que tienes. Agradecer por lo que te rodea en vez de vivir por vivir. A veces creo que no valoras ni tu vida y por eso la vives como si...
—Es mi vida —le corté porque siempre se iba por las ramas para darme sermones—. La vivo como si fuera a acabar mañana. La valoro muchísimo y si quieres hablar de darle valor a la familia podrías ir a visitar a mamá y papá. Hace dos años no vas a Soleil.
Se tensó y apartó la mirada.
—Tengo mucho trabajo —murmuró—. Iremos pronto.
—Eso dices siempre.
Cogió la botella de vino y la puso frente a mí con tal de evitar el tema.
—Iremos pronto —repitió, pero supe que lo decía para que no volviera a hablar de lo mismo.
Sonreí cuando volvió a concentrarse en la comida y me dejó en paz. Lo único que quería era el vino y lo había conseguido con usar las palabras correctas. Mia tenía la vida de sus sueños, pero había mucho que le impedía volver a Soleil, que la hacía infeliz.
***
Mi hermana vivía en un bonito apartamento en uno de los lujosos edificios en el corazón de Prakt. Tenía un amplio comedor, con un ventanal de cristal que daba a una hermosa vista de la ciudad. Estar en el piso veintitrés lo hacía más impresionante.
Aksel llegó temprano, algo que no me sorprendió. Era evidente que se había vuelto más correcto y metódico con los años. Lo que no esperé fue que apareciera con Sandra Jones, la profesora de Escultura. No le pregunté a Mia si ella la había invitado porque fingí que quería cenar con ella justamente ese día para coincidir con Aksel.
La cena se extendió, luego el postre y más tarde la conversación de personas que llevan años sin verse: Mia y Aksel.
—Espero que tanto tiempo en Elksan te hayan convertido en un profesor estrella —dijo mi hermana y, aunque ellos no lo vieran, yo leí el dolor detrás de esas palabras.
A Mia sí le había dolido que Aksel se alejara, pero era demasiado amable para expresar lo que sintió cuando uno de sus mejores había desaparecido sin dar explicaciones.
Mi hermana lo había dejado en el pasado, al menos una parte de lo sucedido. Era una de las grandes diferencias entre nosotras. Ella guardaba el dolor, era capaz de controlarlo y hundirlo hasta que se quedara en lo más profundo de su ser. Yo no sabía guardar nada, lo olvidaba todo y no era rencorosa. Sin embargo, era incapaz de contener lo que pensaba en el momento que lo hacía. Mis emociones vivían a flor de piel.
—Profesor, sí —dijo Aksel con una media sonrisa—. Estrella, no me parece.
Sandra palmeó su hombro.
—Modesto. —Miró a Mia—. Será excelente, estoy segura.
—En la universidad de Elksan todo es diferente, empezando por la matrícula, pero no creo que en ningún lugar pueda hacerse un postgrado o una maestría mejor. —Pasó la mirada por la mesa y arrugó las cejas al ver que yo lo miraba con una sonrisa—. ¿Pasa algo? —preguntó y las dos mujeres me miraron.
—El vino me está pegando fuerte —mentí—. Me hace sonreír de más.
Sabía perfectamente que no había preguntado por mi sonrisa, sino por la manera en que lo miraba. No podía evitar comérmelo con la mirada. Quizás necesitaba aprender a controlar eso... de momento.
—Es cierto que el mejor lugar para entrenarse como profesor es en Elksan —continuó Mia—. El dueño de la galería de arte estaba hablando del tema cuando nos reunimos con unos artistas de allá. Estamos organizando una exposición y será...
Mi hermana siguió explicando y tanto Sandra como Aksel conocían a algunos de los participantes de la exposición conjunta, por lo que la conversación se extendió. Me perdí en la manera en que Aksel bebía agua. No había probado una gota del vino que circulaba por la mesa.
Era inevitable no notar, en lo que hablaban, que Sandra estaba interesada en Aksel. Él respondía para participar en la conversación sin apenas mover las manos de la mesa. Ella no perdía oportunidad para tocarlo o intentar que riera, algo que Aksel hacía de manera muy reservada, como si fuera una obligación o si estuviera dando la reacción adecuada ante cada comentario.
Ellos habían sido pareja, lo sabía, aunque la relación se había roto años atrás. Nunca supe las razones y no me importaba. Me daba un poco de lástima porque ella se veía realmente interesada en él y con esperanzas que jamás se verían concretadas. Sandra era una excelente profesora, me agradaba, quitarle al objeto de su interés no me daría placer, pero era lo que pasaría.
—¿Por qué ser profesor? —dije ante la primera pausa—. Ambos estudiaron Escultura. ¿Por qué cambiar la vida artística por la docente?
Se miraron sin saber cómo contestar.
—Dicen que el que puede, triunfa y el que no, enseña...
—Emma —intervino mi hermana con los ojos muy abiertos para que detuviera el comentario—. Eso es ofensivo.
—No lo es. Estaba a punto decir que he visto el trabajo de los dos mientras estudiaban y tenían mucho talento, no creo que eso se desvaneciera con el tiempo. —Los miré—. Estudié sus tesis junto a muchas otras y son... —No tenía palabras para explicarlo—. Los dos deberían estar siendo los protagonistas de exposiciones, no los que enseñan a los futuros artistas.
Los tres se quedaron en silencio y supuse que los había incomodado. La gente era extremadamente sensible cuando decías la verdad sin adornarla.
—El arte es subjetivo —dijo Mia—. Si es lo que estudias, deberías saberlo. ¿Por qué no habría arte en enseñar Física Cuántica?
Casi me rio en su cara.
—¿Es en serio?
—No todos pueden enseñar y hacerlo bien —dijo mi hermana—. Ser buen profesor es un arte.
—Entiendo, no todos pueden ser artistas reconocidos —insistí—. Lo que me sorprende es que Aksel y Sandra no hayan seguido sus carreras si eran alumnos prometedores.
—Emma —intervino Aksel para evitar una réplica de mi hermana—, ser profesor no es una derrota.
—Querrás decir que no siempre lo es. ¿Me dirás que prefieren enseñar antes de viajar por todo el continente mostrando lo que pueden crear?
—Sí —dijo Sandra y, como Aksel, no se veía ofendida—. Yo escogí enseñar porque me gustó mientras estudiaba mi postgrado.
—Yo quise ser profesor desde mi primer año de la universidad.
—Pues es algo que no entiendo —confesé—. Yo no cambiaría el mostrar mi trabajo por enseñar a otros. No me interesa.
—Quizás lo único que te interesa es ser reconocida —dijo Aksel.
—Me interesa crear y estar frente a una clase no me parece una manera de hacerlo —rebatí—. No quiero ser reconocida porque lo necesite.
—Eso no fue lo que dije —aclaró.
—Lo pensaste. —Le sonreí de medio lado—. No hay que mentir para convivir. Crees que soy la clásica necesitada de atención y halagos por su trabajo.
—Emma —murmuró Mia.
—Sabes que eso no fue lo que dije —repitió Aksel y sostuvo la sonrisa.
Podía haberse convertido en un cuadrado que llegaba cinco minutos antes a todos lados y quería ser el profesor modelo, pero todavía reconocía cuando lo estaba provocando. Me incliné, apoyando el brazo para acortar la distancia entre nosotros, aunque él estaba al otro lado de la mesa, frente a mí.
—No necesito que nadie me diga lo buena que soy —dije y Sandra soltó una risa baja, no una de burla, sino porque me conocía.
—Es decir que quieres ser la artista que expone en galerías y todos conocen. ¿No significa eso que buscas reconocimiento? —cuestionó Aksel y me sentí en una clase, una más cercana y tensa en la que Sandra y Mia habían desaparecido.
—Yo no quiero ser nada, yo voy a ser la artista más cotizada del mercado antes de lo que puedas pronunciar mi nombre completo.
La carcajada que soltó Aksel resonó por el comedor y volvimos a la realidad. Las dos mujeres se asustaron de verlo reaccionar de tal manera. No hubo reserva o control en esa risa.
—Te has vuelto peor —dijo con lágrimas en los ojos.
Me limpié el polvo invisible del hombro en señal de superioridad.
—Lo sé. Cada día más perfecta.
Mia rodó los ojos, pero vi una diminuta nota de diversión en ella.
—Tendrás tiempo para demostrárselo —dijo Sandra que también reía de mi falta de modestia—. Aksel será tu tutor para el proyecto de curso, ya conocerá tus habilidades.
—¡¿Qué?! —dijeron Mia y Aksel a la vez.
Escondí mi sonrisa de satisfacción detrás de un sorbo de vino.
—Emma me pidió un cambio para su proyecto de curso —explicó Sandra—. Es una idea genial que se aventure a mezclar su especialidad con la escultura. —Me sonrió—. Estoy convencida de que harás algo espectacular con Aksel como tutor. —Aprovechó para tocar el hombro de él—. Muero por ver el resultado.
Alcé la copa de vino en dirección a la mujer.
—Yo también quiero ver qué sale del experimento —murmuré, aunque todos me escucharon.
—Quizás—continuó Sandra—, en el tiempo que pasen juntos, logras que Aksel te muestre lo que todavía hace a pesar de ser profesor.
Arrugué las cejas y me enderecé en el lugar.
—¿Sigues con las pequeñas tallas en madera? —preguntó Mia—. Me encantaban.
—No, alfarería —dijo Aksel y supe que no le gustaba hablar del tema.
—Lleva años dedicándole tiempo, se lo saqué en un interrogatorio —explicó Sandra—, pero no me ha querido enseñar nada, ni una fotografía. Dudo que deje entrar a alguien a su taller en esa casa en las afueras de Prakt donde se ha rentado para que nadie sepa lo que hace allí.
Mia rio por lo bajo.
—Pues a mí tendrá que mostrarme —dije, convencida de que iría a esa casa y a ese taller.
Aksel pellizcó el puente de su nariz.
—Esto va a ser un dolor de cabeza —murmuró.
Las tres sabíamos que se refería a ser mi tutor.
—Tranquilo, profesor Bakker, siempre hay maneras de aliviar el dolor de cabeza y el estrés —bromeé.
Me gané una mirada de Mia que fue la única en captar la insinuación. Supe que cuando nos quedáramos a solas me acribillaría a preguntas para saber qué estaba planeando. No tenía cuerpo para soportarla en modo sabueso.
—¿Saben una manera de liberar el estrés? —dije, usando mi carta de escape porque siempre me gustaba tener una—. Irnos de fiesta.
—¿La fiesta por el inicio del semestre? —preguntó Sandra.
—No, esa fue el martes. Por eso llegamos con resaca el miércoles.
—Ahora todo tiene sentido. Por eso dos de mis estudiantes salieron a vomitar en medio del primer turno de la mañana.
Asentí.
—Me refería a la fiesta en la playa. —Miré a mi hermana—. Universidad de arte, buena música, arena, no hacen falta zapatos o ropa de lujo. —Pasé mi atención a los otros dos en la mesa—. Estaremos ahí en media hora.
—Es una fiesta de estudiantes —dijo Aksel—. No creo que sea nuestro lugar.
—Para nada —dijo Sandra—. Sabes que nuestros profesores siempre se colaban a nuestras fiestas. Así nos recordaban que trabajáramos con las mismas ganas que habíamos bailado y saltado el día anterior.
Tamborileé los dedos sobre la mesa.
—Yo digo que vayamos todos —propuse.
—Estoy de acuerdo —me apoyó Sandra.
A veces olvidaba que me llevaba seis años. No lograba verla como una profesora, sino una compañera de curso. Quizás por eso me había agradado desde el primer día. Volví a sentir lástima por tener que quitarle a Aksel.
—Vayan ustedes —dijo Mia al ponerse de pie. Aksel quiso ayudarla a recoger, pero mi hermana lo impidió—. Tú ve a disfrutar de tu llegada a la ciudad—. Lo miró con cariño—. Déjame ordenar el desastre. Lavar platos es mi manera de liberar el estrés.
Él accedió, pero una sombra surcó su expresión antes de volver a ponerse la máscara. Sí, eso llevaba Aksel, una máscara para ocultar lo que fuera que pasaba en su interior.
—Vale —dijo, mirándonos a Sandra y a mí—. Vamos a esa fiesta.
***
El auto de Aksel era bonito y nada barato. Me habría gustado sentarme en el asiento del copiloto, donde Sandra subió cuando llegamos al parqueo subterráneo del edificio de Mia. Sin embargo, en el momento en que Aksel apoyó el brazo en el asiento junto a él para mirar atrás y salir en reversa, le agradecí al universo por darme semejante vista.
Se vio demasiado sexi con un simple movimiento, mucho más cuando me sonrió y se le marcaron los hoyuelos. Después de eso, salimos a la calle y la conversación no paró entre ellos, yo no podía decir una palabra.
Aksel llevaba una camisa blanca remangada hasta debajo del codo, algo elegante, pero no demasiado. Sus antebrazos quedaban expuestos con las manos en el volante, a veces las dos o solo la izquierda y descansaba la derecha sobre su rodilla.
Se me hizo la boca agua con las venas que surcaban su antebrazo, lo bonitas y cuidadas que estaban sus manos. La piel suave, pero los músculos... Hubo un momento en que me sentí en el infierno a pesar de que el aire acondicionado estaba en diecisiete grados. Tuve que apartar la vista y mirar al techo con tal de no seguir imaginando como se sentirían esas manos en mi cuello, en mi cuerpo.
Se suponía que debía ser paciente con él, pero paciencia... de eso no me habían dado al nacer. Si fuera por mí le habría dicho en ese momento todo lo que quería hacerle y que me hiciera. Sandra se habría quedado en la fiesta y nosotros nos podríamos haber ido a casa de Aksel.
Por suerte, llegamos a nuestro destino, una inmensa casa cerca de la playa que rentaban ocasionalmente para fiestas. El aire frío de la noche me recordó que no era el momento de hacer propuestas indecentes que hicieran a mi nuevo profesor salir corriendo en dirección contraria.
Sandra pagó la entrada de los tres a pesar de que nos opusimos y cuando atravesamos la casa dimos con la playa. No me costó mucho ubicar a Alejandro y sus amigos, aunque a la que buscaba era a Camille, con quien había acordado encontrarme.
—¿Vienen conmigo? —pregunté en lo que ellos se quitaban los zapatos para caminar por la arena.
—Por supuesto que no. Suficiente que estamos en una fiesta de universitarios —dijo Aksel.
Sandra le sacó la lengua a su espalda y contuve la risa.
—Bien. Los dejo unirse a los profesores fiesteros. —Señalé a donde estaba un grupo de distintas edades que varias veces por semana se paraban frente a nuestros salones para fingir que eran estrictos docentes, pero en las fiestas se liberaban como adolescentes.
—Nos dejas con los mayores porque dudo que este quiera quedarse mucho tiempo si nos pones a saltar como tus amigos —dijo Sandra y lo tomó del brazo para alejarse.
Vi el contacto entre ellos, la intimidad, la amistad, pero no me importó. En algún momento sería yo la que le cogería del brazo.
Y de otras cosas.
Unas manos se cerraron en mi cintura y me elevaron con la facilidad que se movería una pluma. Antes de que lo supiera, estaba sentada sobre el hombro de Alejandro, por encima del nivel de todos los fiesteros y con una vista privilegiada del lugar.
—Llegas tarde —dijo Alejando en lo que me llevaba a su grupo de amigos.
—Estaba en una cena —grité.
—¿Con los profesores de Escultura?
—Son amigos de mi hermana.
Me bajó porque no podríamos hablar conmigo tan por encima de él.
—¿Fuiste a ver a tu hermana?
Me acerqué a su oído.
—A veces hay que hacer sacrificios —me burlé y en el primer momento se vio confundido, después siguió la dirección de mi mirada.
Entre la gente y no muy lejos, a pesar de la oscuridad, se podía ver a Aksel conversando con uno de los profesores principales de Arte Digital.
—No puede ser —dijo y explotó en carcajadas—. ¿El profesor nuevo?
Le sonreí y ladeé la cabeza.
—Era mi vecino.
Abrió mucho los ojos y se le descolgó la mandíbula. Él lo sabía todo de mi pasado, Aksel y mi obsesión incluida. No hicieron falta palabras para que entendiera en quién estaba pensando la última vez que nos habíamos visto para follar.
Sin discreción alguna miró y se movió de un lado a otro a mi alrededor para evaluar a Aksel.
—¿Estás segura de que no quieres compartir?
Le pegué en la frente.
—Respiras a su alrededor y te rebano la garganta —advertí y me abrazó por los hombros, pegándome a su cuerpo.
—Yo a ti te respeto hasta el aire que respiras, pelirroja.
—No soy pelirroja, tienes una pésima percepción de los colores.
Me dio un beso en la mejilla, nada sexual, un gesto dulce y de amistad.
—Vamos a buscar algo con lo que aguantemos hasta mañana.
Lo tomé de la barbilla.
—Eso sí es una buena idea.
Encontré vino con los amigos de Alejandro, que comparado con el de mi hermana daba ganas de vomitar. Me decidí por el licor de fresa, sabía bien, y Alejandro consiguió algo de marihuana, de la que no nos ponía a dormir porque queríamos llegar despiertos y eufóricos hasta después del desayuno al día siguiente.
Camille apareció cuando caminábamos de regreso a la fiesta después de fumar. Corrió hacia mí y me abrazó.
—¿Por qué te demoraste tanto? —gritó y supe que había bebido—. Quería que conocieras a alguien.
Fue entonces cuando noté que no venía sola. La acompañaba una chica delgada con una sudadera en la que cabrían cinco veces ella. Tenía los ojos rasgados y el cabello entre rojo y rosa por debajo de los hombros.
Entendí por qué mi amiga se abalanzaba sobre mí y estaba buscándome a pesar de saber que yo estaría con Alejando, a quien no soportaba. No iba sola y yo era la única que podía calmar sus nervios cuando estaba con alguien que le atraía.
—Esta es Fara —nos presentó al tomarme del brazo y poner distancia con Alejandro, quien se concentró en seguirnos sin sentirse ofendido.
—¿Primer año? —le pregunté a la chica que me dio una tímida sonrisa y asintió.
—¿Ahora te gustan menores? —le pregunté a mi amiga.
Me pellizcó el brazo y se vio aterrorizada, pero Fara soltó una risotada. Algo me decía que ella había fumado lo mismo que yo.
—A mí me gustan mayores —dijo la chica sin temor alguno y nos guiñó un ojo.
Bordeamos la fiesta y me quedé pensando. La diferencia entre ellas no era mucha, dos años, la mía con Aksel eran seis... casi siete. No significaba nada para mí, pero sabía muy bien que para él no sería lo mismo.
Nos acercábamos al grupo de mi curso de Pintura donde esperaban a Camille y localicé a los profesores no muy lejos. Aksel seguía allí y nuestras miradas se encontraron. A pesar de la distancia, me sonrió e hice lo mismo.
Yo haría que esos seis años no significaran nada.
*****
Hola 😈😈😈
¿Cómo las lleva la semana? Yo cansada, pero feliz porque falta poco para que salga "No te enamores de Mia" en físico y no paro de recibir fotos de las que ya tienen "No te enamores de Nika", lo cual me hace muy feliz y se me olvida el cansancio, el trabajo, el estrés... todo.
¿Cuánto creen que sea capaz de hacer Emma por tener a Aksel?
¿Les emocionó ver a Mia? A mí volverla a escribir por pocas palabras que fueran, me dio nostalgia porque ya creció y ha cambiado. 🥹
Quiero recordarles que aquí nada pasará de un día a otro. Esto es despacio y desesperante porque el inocente y dulce Aksel no se entera de nada.
No me extiendo por aquí. Hablamos de la actualización por Instagram, Threads o Twitter. Mi user es kinomera99 en las tres.
Las amo.
Coman sano, nada de Coca Cola, y no tiene permitido leer libros puercos por esta semana. 😠
💋
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