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I

Había pasado un año con un día desde el accidente. El día anterior, levante el luto protocolar, donde se realizó una ceremonia, al que tuve que participar obligatoriamente.
El color negro, se convirtió en uno de mis atuendos en este año, al que solo cambiaba para alguna reunión o cena de la universidad, pero hoy ya los dejaba. Nada había cambiado, según mi perspectiva. Las ojeras, como bolsas seguían inundado sobre mis ojos. Y siempre que paseaba, o visitaba a mi padre; me echaba a llorar. Sin olvidar que había bajado de peso. Hubiera querido seguir vistiéndome de negro, porque así expresaba de alguna manera de como sentía mi alma, luego de la muerte de mi madre y hermano. Ellos habían dejado un vacío en mi vida, con su muerte. Y lamentaba cada día, cancelar cada reunión familiar o salida con ellos. Es una agonía creer que pensaba que los iba a tener para toda la vida. Y de la tarde, a la mañana; saber que solo quedaron cuerpos, preparados para ser enterrado bajo tierra, en ataúdes del mismo color. La conducta impecable que en cualquier situación mantenía, se fue al traste el día que me entere que se me iban dos personas queridas, de mi vida. Oh, pero mi padre seguramente es el que sufrió más. Lo podía notar claramente, al ver que en una semana, había envejecido diez años más. Y como en sus ojos se notaba, de cómo retenía las lágrimas. El dolor le carcomía internamente, pero su postura y su comportamiento, era serena. Qué cualquier persona, que le miraba no creería que enviudo hace algunos unos días. Pero lo que más me mataba, era que también tenía que pasar por la muerte de un hijo. ¿Cómo se llamaría eso? ¿Viudo? ¿Huérfano?

No, eso no tenía nombre. Sencillamente la persona, qué creo el nombre de las personas que eran familiares de un fallecido. No estuvo preparado o no encontró una palabra justa, para discernir a un padre o madre que haya perdido un hijo.

Y yo tampoco...

Si hay algo que aprendí, en mis veintiséis años de edad. Era que los hombres que se vestían curiosamente como en el cuento que me leía mi madre. Especificando, el soldadito de plomo; al que ya olvide en qué iba el trama. Era qué estos no se moverían, aunque un temblor sacude la tierra. Y no es qué no tenía nada qué realizar en mi infancia, pero intente de todo para que siquiera realicen una mueca.

Pero nada.

Así, que cuando hoy me cruce por su lado y por educación hice un saludo, estos ni me contestaron. Ya ni siquiera repetía el saludo, mejor era seguir con mi camino. Si es que quería llegar temprano a la reunión con mi padre, en su despacho. Ya que me entretenía fácilmente, cuando llegaba al palacio.

Aquí todos me conocían, claro que mi aspectos daba a conocer que soy una mujer de pocos recursos, pero llenarme de lujos hacía que me sentía incomoda. Y si, debería vestirme más adecuadamente cuando voy a pisar el palacio de Lima, Perú. Donde residía el inca, y su familia en una parte y también aquí se realizaba la reunión con los ministros. Y podría cruzarme con el primer ministro, o con unos de los diecinueve ministros de los diferentes ministerios. Sin embargo, cuando me los cruzaba, solo me saludaban y me mandaban saludos para mi padre.

Privilegios de ser la hija del inca, que aquí se le conocía como ñusta.

El Gran Hall del Palacio conducía al gran salón de dos niveles. Una belleza de arquitectura colonial en medio siglo XXI. Este estaba forrado con columnas de estilo romano, que con un mejor detalle, se apreciaba decoraciones en hoja de bronce y relieve de estuco pintado. El suelo donde pisaba, era de mármol que por mis estudios, sabía que era por motivos de nuestros antepasados. Yo había venido varias veces aquí, y lo conocía todo a la perfección. Prácticamente vivía ahí antes, solo me había ausentando un año, no obstante. Cuando me abrieron la gran puerta del palacio, mis piernas temblaban. Me recrimine por esa actitud mía, y creo que funciono, ya que al estar en medio del Gran Hall, no me puse a llorar y era algo que felicitarme... por tener ese autocontrol que creí haber perdido.

Y cuando mire al cielo, subiendo las escaleras, donde había observado la escultura de dos hombres que ayudaron a que hoy el país no esté en manos realistas. Observe el techo abovedado con una vidriería también inspirada en la arquitectura romana. Me dije, que sea el asunto por lo que me había llamado mi padre, lo iba a tomar con calma. Con mucha calma, ya que los nervios no ayudarían en nada.

Cruzar miradas, luego de una semana, que no le veía. Y como miraba mi atuendo. Me hizo recordar que se dio cuenta que traía una blusa celeste y solo de negro lo tenía los botines, ya que hasta el pantalón de vestir lo tenía de gris. No hablábamos mucho, y así era nuestras reuniones anteriormente. Saludos formales, preguntas sobre de cómo iba el país o la universidad. O cuando nos reuníamos en un lugar privado, solo era lágrimas de parte de los dos. No mencionábamos sobre la causa por lo que nos vestíamos de negro. Era innecesario, si es que nuestro objetivo era tocar esa herida interna que teníamos. Y al ver que él seguía con el terno de color negro, y solo la camisa era de color blanco, Me hizo sentir culpable de que por mi aspecto, yo hacía ver, que olvide a mi hermano y madre. Pero sabía que especialmente el, no reclamaría nada. Ya que la culpa lo tenía,el protocolo que nos tenía condenado. Los dos sabíamos, que luego de ser un año de luto, la hija del inca tenía que dejar el negro, e incorporarse poco a poco a la sociedad con colores grises o pasteles. A excepción si tenía que recibir a alguna embajada o presidente de algún país. Donde utilizaba colores fuertes. 

Yo tenía varios rasgos físicos heredados de mi padre, como el color de ojos, el cabello, hasta el color de mi piel. Ha excepción de mi nariz que era respingada. Me parecía demasiado a él. Y eso me gustaba.

Pero lo que no me gustaba, era ese silencio. Que le corto con un saludo, al que parece le hace salir de las nubes. ­

–Oh, ¿cómo estas Akllasisa? –Sin mirarme a la cara, dijo mi nombre completo que significa que esta reunión es muy seria. Bueno, sus labios estaban rectos, y las pocas arrugas que tenia, se notaban más al seguir mirando el papel que tenía en su escritorio.

–Creo que bien –le respondo con una sonrisa. El levanta la mirada. Nuevamente. Eso fue en lo que más me fije al entrar a este salón. Su vista se dirigía del papel a mi persona. Y hace que me ponga nerviosa.

– ¿Quieres sentarte?

–Si claro –y me siento en la silla de caoba, para estar frente a frente con mi padre, pues solo la mesa que le sirve de escritorio nos separa.

– ¿Quieres que te pregunte por tus clases o vamos al asunto por lo que te llame? –pregunta. En verdad fue un mensaje de whatsapp, que me llego al medio día.

–Mejor vamos al asunto – digo, al que el solo asiente.

–No sé, si lo has pensado en este año quien va a dirigir el país cuando abdique o muera. –esa última palabra no me gustaba, pero la introducción al tema que él quería llegar, tampoco.

– ¿Qué iba a pensar? –le corto. –Déjame terminar Sisa –dice –Creo que ya es hora, de que te enteres, de quien va a gobernar el país. –No sale ni una palabra de mi boca, pero por la forma en que alza una ceja, creo que él quería que diga algo. –Cuando suceda lo que mencione anteriormente, o ¿quieres que te lo repita? –niego con la cabeza.

–Vas a dirigirlo tú. Por lo que ya es momento de que te prepare para cuando llegue el día. –Ya me maree, con lo ¨vas a dirigir tu¨, para que siga.

–Solo soy una antropóloga –fueron las únicas palabras que solté. –Eso eras en un pasado. Ahora con la muerte de tu hermano, eres la única heredera al puesto. Y el parlamento acepto que tomes el cargo, así que no hay problema.

–Pero soy mujer –sé que es solo una excusa pero estoy en un momento de anonadamiento, claro que sabía que el puesto a nuevo inca iba a estar libre. Pero yo creía que lo podría tomar mi primo y no yo.

–Existe una ley, que acepta que una mujer de la familia puede tomar el poder, si se casa. –con esas palabras reaccione, ya que hasta salte del asiento.

–No serias capaz, de obligarme a casarme. –mi voz sale entre triste y apagada.

–Claro que no. Solo te aviso, porque si lo harás de aquí en algunos años. –habla también parado.

–No tengo opción ¿cierto?

–Sabes, que esto lo hago por la memoria de tu madre y hermano. Pero si no quieres, lo puede tomar tu primo.

–Voy a ser la nueva inca del país –digo firmemente, y al ver la sonrisa que hace mi padre. Sé que he tomado la mejor decisión.

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