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Capítulo 2: Los demás

Desperté con un fuerte dolor de cabeza. Al abrir los ojos, una luz me cegó por unos segundos. Estaba sobre una superficie dura y fría.

Cuando me acostumbré a la luz, me vi reflejada en las baldosas del impecable suelo. Estaba acostada en él, lo que explicaba el terrible dolor en mi cuello.

Al tratar de incorporarme, mi mirada se encontró con la de un chico moreno, más o menos de mi edad, que me miraba fijamente. Doy un respingo y él también. Nos miramos por un rato. Me percaté de que habían más personas mirándome. Iba a preguntar quiénes eran, pero en ese momento lo detecté de una manera que nunca me había pasado antes. Al mismo tiempo que las percibí, supe inmediatamente quiénes eran.

—¿Hola? —dijo el chico, confuso, sin dejar de mirarme. Era alto y musculoso, y se veía simpático.

—Hola —traté de dedicarle una pequeña sonrisa, pero estoy segura de que parecía más una mueca extraña. Me dolía el pómulo—. No pensé encontrarlos tan fácilmente —me miraron extrañados. Al parecer lo dije en voz alta. Pensarían que soy rara. Es notorio que no sabían que los quería encontrar. Debo admitir que me alivia haberlos encontrado tan pronto—. Me llamo Zafiro, soy igual que ustedes.

—¿Igual que nosotros? —preguntó una rubia de pelo corto que estaba al fondo, arqueando una ceja. Al lado de ella había otra chica de tez algo pálida.

—Sí —respondí extrañada. No lograba comprender por qué parecía que no me entendían.

—No sabemos de qué hablas —dijo el moreno, apenado.

Me quedé sorprendida por unos segundos. ¿No son ellos? Estaba segura de que lo eran. Alrededor de cada uno estaba ese aura que nos distingue de las personas que no son como nosotros, y lograba sentir el poder en ellos de una manera muy intensa.

—¿Es que no lo sienten? ¿No las ven? —pregunté, aún confundida, con un tono algo irritado.

«Debes ser más amable, Zafiro» me repetía internamente.

—¿Qué? —preguntó desconfiada la rubia de pelo corto, con los ojos entrecerrados.

—Ver el aura que está alrededor de cada uno. Sentir el poder.

—Yo sí lo siento, o bueno, algo así. No sé muy bien cómo explicarlo —dijo una chica de lentes con timidez, algo sonrojada. Todos voltearon a mirarla y se puso aún más roja—. ¿Ustedes no? —preguntó con la voz muy aguda.

—Es obvio que todos logramos sentirlo, Jaspe, pero no vamos a confesar eso enfrente de una chica que no conocemos. Además, ¿qué es eso de las auras? —replicó la rubia, ignorando mi presencia.

—Oigan —todos voltearon a mirarme—, las auras ustedes no las logran ver porque al parecer no han desarrollado completamente su potencial, cosa que me sorprende porque pensé que lo tendrían más desarrollado que yo. Es algo que solo logramos ver entre nosotros, pero eso no es lo importante ahora —hice una pausa, pensando en qué decir—. Todos estamos aquí por la misma razón —me seguían mirando, incluso con más interés, esperando que agregara otra cosa—. Cada uno de nosotros tiene una capacidad mental increíble. Gracias a esa capacidad, podemos poseer una o varias habilidades especiales o ser un 80% más propensos a desarrollarlas.

—¿Tenemos habilidades como las de la niña de la película esa de los 90? —dijo un chico de lentes que se encontraba sentado en la alfombra, al igual que el moreno.

—¿Qué película, Daylen? —preguntó el moreno, con una auténtica cara de confusión.

—¡No me puedo creer que me estés preguntando esto! ¡Todo el mundo ha visto esa película alguna vez en su vida, Daykon! —exclamó el chico, que ahora sé que se llama Daylen.

—¡No me juzgues! Ya te expliqué que...

—¿Pueden callarse por un momento y dejar de lado sus peleas estúpidas? Por fin alguien nos está revelando con claridad la razón por la que estamos aquí y ustedes lo que hacen es hablar de esa vieja película —se callaron al instante. Esta chica tiene carácter—. Por cierto, me llamo Amatista. ¿Podrías explicarnos más sobre el tema? —dijo, mostrando al fin un poco de amabilidad. No la culpo; en su situación, actuaría igual que ella.

—Primero me gustaría saber si aquí hay cámaras de vigilancia —dije, mirando el lugar.

Es una casa muy grande, que se podría catalogar como hermosa y lujosa, pero no se veía nada hogareña. Todo estaba tan perfectamente ordenado que me transmitía desconfianza a dondequiera que mirara. Observé con curiosidad una ventana que se encontraba unos pocos pasos detrás de mí. Afuera se podía apreciar un patio más o menos grande con un árbol enorme del cual colgaba un columpio. Fruncí el ceño, confundida. ¿Qué clase de lugar es este? ¿Los dejan salir?

—Hay aproximadamente 21 cámaras en toda la casa —dijo Daylen, observando las cámaras que habían en la sala, devolviendo mi atención a la conversación. Eran cuatro, ubicadas en cada esquina—. En cada dormitorio hay una. El ángulo de grabación solo graba quién entra y sale de la habitación —todos lo miramos fijamente cuando dijo eso, mientras a él se le teñian las mejillas de rojo—. ¿Qué? Es importante saberlo, ¿no creen? —ninguno dijo nada. Se aclaró la garganta y continúo—. En el baño no hay.

»Solo graban, no pueden escuchar lo que decimos. Aunque puede que tengan de esas personas que saben lo que decimos sin necesidad de escucharnos —todos seguíamos mirándolo fijamente. Daylen se puso completamente rojo—. Me lo paso aburrido, ¿vale? Aquí no hay mucho que hacer. Además, mi abuelo trabajaba con esas cosas, aprendí algo —finalizó encogiéndose de hombros con indiferencia.

—¿Tu abuelo? —preguntó Jaspe, un poco confundida. Daylen asintió—. Pero tienes años que no lo ves.

—Tenía 8 años cuando lo vi por última vez, pero me enseñó sobre esto como a los 5 —todos lo miraron sorprendidos.

—¿Cómo es posible que te acuerdes de eso? Yo a veces ni recuerdo lo que hice hace dos años —dijo la chica de tez pálida con un acento francés un poco marcado. Ella no había hablado hasta ese momento.

Al parecer éramos solo cuatro chicas, contándome a mí, y dos chicos.

Daylen solo se encogió de hombros. No pude evitar esbozar una pequeña sonrisa. Ya sabía cuál era la habilidad de Daylen, o al menos eso creía. Sé que no debo dar por hecho este tipo de cosas sin comprobarlas, pero a veces me es difícil. Al percatarse de que lo estaba mirando, hizo una mueca de confusión.

—¿Por qué me miras así?

—Puede que ya sepa algo sobre tu habilidad —no estaba segura, pero era una buena manera de tratar de generar algún tipo de confianza o curiosidad. Así me aseguraba de que tuvieran interés en mí y en lo que sé.

—¿Sobre mi habilidad? ¿Cuál es? Dime —la emoción con la que me preguntaba era notoria.

—Lo siento, pero no creo que este sea el momento adecuado para decírtelo. Más adelante habrá tiempo para eso —dije, haciéndoles un ademán para que se acercarán y así poder hablar en voz más baja. A pesar de que todavía me miraban con desconfianza, se acercaron—. Ya habrá tiempo para las presentaciones, para saber cómo llegaron aquí y para descubrir la habilidad de cada uno, pero ahora lo más importante es escapar de aquí —dije en un susurro.

—Pero, ¿cómo? Llevo prácticamente toda mi vida aquí —dijo Daykon en un susurro. Lo miré sorprendida. No me podía imaginar cómo sería estar toda tu infancia y adolescencia en un lugar como este, todo eso teniendo en cuenta que yo también viví encerrada, pero al menos tenía a Dalton...

—Tengo un plan.

Justo en ese momento, abrieron la puerta que daba hacia el patio. Una mujer mucho mayor que nosotros entró en la casa. Recorrió con su mirada la sala con una sonrisa triunfante y macabra al mismo tiempo. Sus ojos se detuvieron en mí.

—Zafiro, querida, te estuve esperando durante tanto tiempo. Tenemos mucho de qué hablar —dijo con un tono de dulzura fingido. La malicia era notoria en su mirada. Se veía muy elegante con ese vestido y esos guantes de seda.

Me le quedé mirando con incredulidad. No recordaba haberla visto antes, aunque una punzada de desconfianza me llegó al instante. Estaba segura de que ella tenía mucho que ver con todo esto. No pude evitar mirarla mal.

—¿No piensas decir nada? —no dije nada, solo la miré, intentando descifrar si alguna vez la había visto—. Bien, como quieras. Tráiganla.

Apenas me percaté de que junto a ella había dos hombres bastante corpulentos, con los mismos trajes que llevaban los que nos encontraron a Dalton y a mí.

—No hay necesidad —dije—. Sé caminar desde antes de cumplir mi primer añito.

Los demás la miraban de una manera nada agradable, pero no se movieron de los lugares en los que estaban. Parecía incluso que le tenían algo de miedo, pero el odio hacia ella era más notorio.

Al contrario que ellos, la miré con suficiencia, dedicándole una sonrisa arrogante. No iba a dejar que me intimidara.

Me levanté del suelo y me sacudí mientras me observaba. Tengo varios arañazos en los brazos, el pantalón roto y estaba cubierta de tierra. No quería ni imaginar cómo lucía mi cara o como tenía el cabello, y me sentía demasiado agotada. El dolor de cabeza que sentí al despertar no había disminuido; al contrario, cada vez lo sentía más fuerte.

—Que graciosa —dijo la mujer, dedicándome una sonrisa completamente falsa. Cada segundo que pasaba sin que apartara mi mirada de ella, mi dolor de cabeza aumentaba—. Sígueme.

Cuando estaba por cruzar el umbral de la puerta, mi miraba se cruzó con la de un chico que no había visto hasta ese momento. Tenía un aura magnética, atrayente. Sentí algo raro cuando lo mire; me parecía haberlo visto antes.

Un pinchazo en el cuello me sacó del trance. Llevé mi mano a ese lugar. El mareo llegó de forma rápida; era evidente que iba a desmayarme en cualquier momento.

—¿Qué... me... hiciste? —dije con dificultad, sintiendo náuseas y la garganta seca.

—Oh, querida —dijo la mujer, con una sonrisa que me provocaba quitarle de un puñetazo, pero ya no tenía suficientes fuerzas.

Lo último que escuché fue su estúpida risa, también una discusión, pero me era inentendible lo dicho en ella. Mientras mis ojos se cerraban con lentitud, vi a los tipos corpulentos acercarse a mí...

JP DL DK AT

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