40-Rutina
La muerte de la bestia entristeció a Tellus, el único ser que lo consideró en toda su existencia murió, pero pensó en aquellos que derrotaron a la criatura, tal vez si pudiera hacerlos odiarlo otra vez sería recordado.
Había iniciado una nueva cotidianidad. Para los miembros antiguos de Akatsa no era una novedad, resultaba hasta nostálgico, rebobinar la cinta a un pasado donde ese tipo de vida era todo lo que conocían a diferencia de Argent, Niamh y Viorica, quienes no estaban muy acostumbrados a su entorno. Sin embargo, todos sentían que algo faltaba, la presencia de uno que debería estar con ellos, el niño que hace poco los había abandonado.
Snow alertó a Epify que había regresado, su tamaño ya era el de un dragón adulto, con facilidad podría cargar a tres o cuatro personas en su lomo. En su pata llevaba una pequeña canasta de fique. Epify lo recompensó con un gran trozo de carne y tomó el paquete.
Ya sabía lo que contenía, medicinas especializadas y unos carteles de se busca con algo de información de los criminales. A pesar de que el consejo de dragones pidió su retirada aún les colaboraban en cosas como estos envíos. En secreto, Lucian mantenía el contacto con los dragones y también les daba ayudas, como información de los gudariak o dándoles carteles de recompensas por criminales de Tártaro, de esa forma podían cazarlos y entregarlos a cambio de dinero.
Epify tomó los carteles y se dispuso a leer información para determinar que cabeza les resultaría más beneficiosa cuando un grito la detuvo. Era la voz de Argent, ella se levantó y corrió hasta el lugar de donde provenía el sonido. Al llegar tuvo que morderse la lengua para no estallar en carcajadas.
Un joven y valiente guerrero que hace poco logró trascender su estatus de glainne y convertirse en un verdadero dragón, estaba muerto del miedo porque una babosa gigante se le subió, aunque fuera una lo suficientemente grande para cubrirle todo el tórax.
—Tu blennofobia puede volverte muy débil en algunas situaciones —dijo la chica y sin mucho cuidado le dio una patada a la babosa para alejarla.
Le dijo en karahere que se fuera a la babosa, cosa que ella obedeció lo más rápido que podía, aunque eso era igual bastante lento.
—¡Asco! Me dejó lleno de baba —dijo mirando su camisa negra con el rostro aún pálido del susto —. Gracias.
—Eres muy grosero, ella dijo que se enamoró de ti y le habían dicho que le correspondías. Que mala forma de rechazarla. —La sorna era evidente.
—¿Era una bestia? Dile que lo siento. No quise ser grosero, pero que ella no es mi tipo. —A pesar de las palabras aún estaba temblando pálido y miraba a la bestia con asco.
Epify se rio un buen rato y cumplió lo que le pidieron, transmitió el mensaje a la bestia quien ya no parecía tan triste y asustada sino un poco contenta de recibir una disculpa.
—En Tártaro no hay animales reales, todos son bestias en su forma de animal —explicó con seriedad y luego se aproximó a el chico para desabotonarle la camisa —. Estas muerto del asco, yo te quito la ropa sucia y te la lavo por esta vez.
—Perdón por ser una carga en estos momentos.
—No lo eres. Hace mucho no me reía tanto, aunque sea de payaso estás aportando.
—Que mala eres, ya verás que un día de estos te salvaré de algo y te tragaras tus palabras. —Cuando terminó de hablar ya se encontraba sin camisa.
La chica sabía que podía ponerlo nervioso y encontró algo de gusto en molestarlo por lo miró el cuerpo del chico sin ningún pudor, a pesar de ser algo delgado tenía buen cuerpo y en los últimos meses viviendo en Tártaro había crecido bastante, ella disfrutaba la vista solo se retenía por la incomodidad que notaba en el chico.
—Si tanto quieres ayudarme recoge la leña y prepara la cena, a Drake siempre se le pasa la carne de cocida —dijo Epify para luego agregar con malicia —. No es necesario que te avergüences, tienes buen cuerpo.
—¡Epi! —gritó, su rostro parecía morado de lo rojo que estaba.
Epify entre risas se acercó al río para empezar a lavar, hasta que la cabeza de una serpiente se asomó del río.
—Muy gracioso hacer que esa babosa se le tire encima —dijo sarcástica la chica —. Ya déjalos en paz. Argent y Viorica hacen lo que pueden para adaptarse.
—Ssi sson humanoss que no ssoportan a las besstiass no deberían esstar aquí.
—Me pregunto qué diría Sunan si te escuchara —dijo para levantarse y poner la ropa a secar.
En la zona de secado Niamh usaba sus poderes para evaporar el agua, Drake a su lado le daba consejos de cómo hacerlo. En Tártaro ya no tenían que mentir ni ocultar nada, todos usaban sus aspectos reales y la magia era un instrumento para hacer más cómoda su vida. Niamh parecía disfrutar de esa libertad, para ella ese cambio de alguna forma se convirtió en un nuevo respiro, además de disfrutar que podía pintar, con pigmentos naturales, todo a su alrededor sin recibir regaño alguno.
Después de dejar la ropa secando entró al Kogui, allá encontró a Viorica tratando de usar magia de luz, siendo guiada por Jouktai y a Tanok dormido en una esquina, aún le costaba debido a su indecisión a la hora de hacer algún sacrificio, le aterraba el dolor y no había explorado mucho otras posibilidades.
Viorica era otra que contaba con muchos problemas para adaptarse, no le gustaban los insectos ni la oscuridad. No solía salir del kogui a menos que fuera por necesidad absoluta y se enfurruñaba cuando Jouktai la regañaba por usar lámparas de aceite en la noche, ya que atraía a los insectos.
Eran muchos cambios entre Alaya y Tártaro, la chica no podía decir si a mejor o a peor, solo era diferente, de la misma forma que si preguntaran sol o lluvia, no hay uno mejor que otro, cada persona dirá su opinión subjetiva.
Ella era feliz, a pesar de las perdidas, tenía más libertad que gran parte de su vida y gracias a las ayudas externas las condiciones eran más cómodas que en su infancia. Esto era todo lo que ella anhelaba.
Con una pequeña sonrisa se fue a terminar la tarea inconclusa. Al revisar documentos y perfiles vio un grupo de bestias osos polares. A Epify le interesaba porque quería jugar con la nieve, pero no era un trabajo muy rentable por la relación de costo, en peligrosidad, beneficio, las ganancias. Por otro lado, había uno de recuperar un objeto robado por un clan de zorros que se ubicaban no muy lejos de Corfú, ella al ver el cartel de recompensa notó que era la zorra gudariak que los atacó. Tomó la hoja y pensó en llevárselo a Tanok y Jouktai para que le dieran su opinión.
El lobo y la comadreja, vieron el papel y consideraron que era un trabajo que podían manejar, solo debían ser cuidadosos en la elaboración del plan y guardar algunas contingencias en caso de peligro como poner cristales en todos para que pudieran comunicarse a la distancia, como Argent y Epify lo hacían.
El clan de los zorros estaba en el Hiria, un lugar con vegetación no muy alta, las hojas se caracterizaban por tener una peculiar forma de abanico y colores otoñales todo el año, un lugar donde el tiempo se había detenido en una única estación. Epify se maravillaba con la vista, no podía iniciar una guerra de bolas de nieve, pero con las coloridas plantas era suficiente como para alegrarse de elegir ese trabajo.
Los zorros eran criaturas particulares, algunos tenían hasta nueve colas, cuando era ese el caso sus habilidades con la magia rivalizaban con las de un hada, caso extremadamente raro en una bestia, los de menos colas eran menos poderosos y solían estar subordinados a los más fuertes.
Muestra de la presencia de un zorro de nueve colas era la presencia de una barrera mágica, aunque no lo suficiente como para bloquear los ojos de Niamh, quien detallo la estructura y ubicación de cada uno de los habitantes.
Jouktai cortó la barrera usando una mezcla de su magia de viento con la de objetos en su guadaña. No contaban con nadie que pudiera usar una barrera para enmascarar su ingreso en el territorio. Cada uno fue a su lugar asignado para continuar con el plan.
Viorica y Niamh se ocultaron en un árbol. Viorica para flanquear a la distancia y Niamh para cuidar de la albina. Asper se deslizaba y ocultaba entre las hojas caídas para surgir y morder a los que se acercaran sin causar mucho revuelo.
Drake, Snow y Argent iban de forma frontal, eran los principales cebos. Tanok y Jouktai interrumpían en momentos puntuales para proteger a los otros y vigilar que todo funcionara según lo planeado.
Epify aprovechaba la sinergia de sus habilidades con el bosque para desorientar, al haber cambios en un terreno que juraban conocer causaba un desasosiego e incertidumbre mayor que la de encontrarse en un terreno de plano desconocido. Al mismo tiempo se metía entre casas buscando un cofre que era aquello que tenían que recuperar.
Cuando logró ingresar en una pagoda vio un cofre muy adornado que estimaba era aquello que le encargaron, pero cuando lo fue a tocar el objeto se desapareció. En ese momento la chica entendió que el zorro de nueve colas estaba usando una ilusión contra ella.
Ante eso se le ocurrió un plan muy arriesgado, las ilusiones solo afectan a seres con cerebro, si encubría su cuerpo con las enredaderas de Noctis podría tener una ligera idea de por donde la atacarían.
Las plantas no piensan ni pueden moverse, pero no por ello carecen de instinto de supervivencia, era ese instinto lo que les permitía usar estrategias de protección y ataque, como en las plantas carnívoras. Si su cuerpo estaba cubierto de enredaderas al menos podría percibir los deseos de evadir cuando fuera atacada. Tenía que dar control completo de sus sentimientos a la planta para tener oportunidad de sobrevivir.
Aquella loca idea funcionó, su cuerpo reaccionaba a las amenazas, pero no tenía forma de atacar, la Noctis no era una planta agresiva, solo era muy resistente y robaba los recursos a otras matándolas. Y esa era su función, en las batallas por la supervivencia si querías más oportunidades debías jugar en equipo, de nada te sirve el honor de ser el mejor en algo si tu equipo pierde por tu egoísmo.
Aunque su realidad estaba distorsionada ella sentía que el tiempo se prologaba, solo podía responder a impulsos básicos y nada muy complicado por lo que cuando el tessen cortó su pierna se vio condenada.
—Jouktai, Tanok, ¿Dónde están? —preguntó la chica usando sus cristales.
—¡No podemos ingresar! —contestó Tanok.
—Tienes que buscar la forma de salir de allí. Cuando intento cortar la barrera caigo en una ilusión que me hace pensar que ya la corté, pero al intentar atravesar la barrera sigue ahí —explicó Jouktai.
La chica empezó a sudar, si no la ayudaban en ese momento estaba muerta.
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