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2- Serpiente


                     Tellus al ver la soledad de su criatura creo seres semejantes al gigante, dos  hermanas gemelas para que le hicieran compañía a Neonis, una se llamaba Maita y la otra Ahaz.

Cuando la noche cayó, Epify recordó que no lavó la loza de cuando cocinó con Sunan, era consciente de que eso sería un problema. Se asomó a ver si estaba sola para hacerlo antes de que su persona más temida notara su error, pero la suerte no le sonrió, la anciana estaba parada al frente de la cocina con mala cara.

—Olvidaste algo. —Su voz fuerte e imperativa estremeció a la más pequeña.

—Lo siento, ya lo hago. —Caminó hasta el lavaplatos.

Cuando pasó por el lado de la mujer le agarró el brazo protésico y le obligó a voltear, en ese momento recibió una fuerte cachetada en la mejilla ya lastimada. Un sabor metálico le hizo entender que sus dientes cortaron la parte interna de su boca. Después de ese golpe la dejó continuar en su labor de lavar los platos.

Mientras lavaba apretaba con mucha fuerza la porcelana, ella era la única castigada, los demás podían ser sus cómplices, como lo fue Sunan en esa ocasión, pero ella era la única que recibiría una reprimenda, igual que la planta Noctis siempre sería repudiada como una mala hierba.

Cuando la oscuridad se hizo presente ante los habitantes de la casa, quienes se resguardaban en la calidez de sus sabanas, Epify terminó de guardar sus cosas para escapar, no llevaba demasiado, solo ropa, comida y el huevo de un dragón feral, específicamente de un puchellus.

Saltó por la ventana, a pesar de las limitaciones de su cuerpo era bastante ágil, corrió lo más rápido que sus piernas le permitieron hasta llegar a la bodega de abordaje para la estación de tren, ubicado al norte de la ciudad.

Al entrar vio muchas personas, pero preguntando a medias lenguas, ya que no hablaba muy bien Aragel, el idioma de los humanos, logró encontrar la puerta del dirigible y subirse en él.

Desde el cielo oscuro se veían las lunas Maita, con su brillo más claro, y Ahaz, con un color más rojizo. El cielo libre de contaminación llevó a Epify a sus días en la tierra de las bestias, donde creció encontró una familia y fue traicionada lo que desembocó en terminar en Hic Sunt, la tierra de los dragones. Interrumpió su pensamiento, no sacaría nada de pensar en el pasado y aquello que ya se fue ante la impotencia frente al destino cerró los ojos y se entregó al sueño.

El dirigible atracó por la mañana. La niña tenía hambre, pero no quería gastar sus conservas, por lo que prefirió robar para comer. En Tártaro era más difícil obtener comida, tenía que aprovechar que en Alaya, el país de humanos, era más fácil. Caminó en pasillos concurridos para chocar personas, en lo que estas se fijaban en el pequeño cuerpo que se estrellaba con ellos, no notaban que sus bolsillos eran saqueados. Ella era silenciosa y cuidadosa, de la misma forma que la Noctis hacía crecer sus enredaderas en cualquier lugar antes de ser notada.

Epify caminó por varias calles, con dirección al oeste. Era como si sol fuera una brújula hacia la vida y ella deliberadamente se alejara del camino, eligiendo la muerte. Después de un día sin medicamentos, ni los cuidados apropiados, empezó a sentir ardor en su pecho y dificultad para respirar, cada paso que daba era como si unas manos se apretaran en su garganta.

Medio día caminando le tomó para llegar al bosque a las afueras de la ciudad, cuando cayó la noche, ella decidió dormir donde estaba. En su época de ladrona casi todos los días durmió a la intemperie, por lo que no era un problema. El clima no era muy frío por lo que la hipotermia no era preocupación mayor, a diferencia de su dificultosa respiración.

Hizo una cama con hojas y comió unas plantas y frutas que vio por el camino, sin embargo, su malestar era tan grande que terminó vomitando todo junto con un poco de sangre, en ese momento solo le apetecía descansar. Dormir le ayudaba a no sentir más dolor, los únicos momentos en que Epify no sufría era cuando no se encontraba con las usuales pesadillas. Estar despierta era sinónimo de malestar para ella, pero dormir también causaba temor ante lo que podía encontrar en sus sueños.

Al acostarse abrazó el huevo para dormir, sentía la necesidad de tener algo cercano para lograr conciliar el sueño, sentir el abrazo de otro ser. Desde que descubrió la verdad muchos pensamientos la atacaban por la noche. Constantemente se preguntaba, cómo habría sido todo si no hubiera sido un gudariak. Tal vez habría muerto en poco tiempo, pero habría pasado muchos más días de paz en Hic Sunt, el país de los dragones, en verano nadaría en la playa y jugaría en el bosque de Jade, el dragón del huevo habría nacido y tendría que cuidarlo. En Yorutse habría ido a ver los fuegos artificiales en Hic Sunt.

Aspirar a una vida alegre era un absurdo, los monstruos no eran felices, no lo merecen, ella como la terrible criatura que era no tenía derecho a tan siquiera aspirar a ese tipo de felicidad. No creía poder volver a Hic Sunt, nunca fue especialmente fuerte, no encontraba forma de poder ganar a los otros gudariak. No entendía porque tenía que estar en medio de una sangrienta batalla que no eligió pelear, tal vez era el castigo por todos sus pecados, en ese momento ni siquiera tenía claro qué anhelaba.

Lo único que tenía claro era que definitivamente no añoraba un lugar desconocido, con una persona que la detestaba y con el único propósito de prepararse para una guerra, donde sería usada como sacrificio.

Al cerrar sus ojos escuchó un crujido, lo que de un brinco le hizo abrir los ojos para buscar al responsable, no vio ni sintió a nadie cerca, sin embargo, otro crujido le mostró que quien ejecutaba ese sonido era el huevo eclosionando.

Estaba muy emocionada, llevaba mucho tiempo esperando eso. Después de varios crujidos y fracturas en el huevo, una pequeña garrita se asomó, estaba cubierta de pelo blanco, el huevo se abrió y vio un dragón bastante esponjado, con pelo blanco, alas emplumadas, unos cuernos en la parte de arriba de la cabeza entre sus orejas, su tamaño era lo suficientemente pequeño para sostenerlo entre sus brazos como si fuera un bebe humano.

Tal y como le habían avisado, él saltó a ella en busca de afecto, lo más seguro era que pensara que era su mamá. Ella encantada lo abrazó y le dio algunas de las frutas que recogió, con su estado tan endeble le venía muy bien que los dragones fueran capaces de incorporarse y ser autosuficientes desde que rompían el cascarón.

—Tu nombre será Snow

El dragón suelta un gruñido como si aceptara el nombre.

Todo el sueño que tenía se fue con la alegría de tener a Snow en sus brazos, en realidad odiaba estar sola, todo el tiempo sentía que podría morir y sería olvidada, sumado a su miedo a que el afecto que recibía fuera una mentira. Tener a ese pequeño en sus brazos, que la veía como si el mundo girara entorno a ella le hacía sentir querida y valiosa, aun sin sus poderes, Snow la amaría porque ella cuidó de su huevo hasta el nacimiento.

—¿Qué hasse una niña como tú por acá?, tu no eress una humana normal, ¿verdad? —le habló una bestia serpiente en karahere, una lengua que sonaba similar a ladridos y gruñidos.

La serpiente marcaba demasiado todas las sílabas que tenían un sonido similar a la "S", su sigmatismo* era evidente, pero Epify hablaba el idioma con la suficiente fluides como para entenderlo.

La serpiente era de tamaño medio, con capucha, de lomo negro y vientre amarillo, líneas horizontales cubrían todo el cuerpo, sus ojos ámbar resaltaban en la oscuridad de la noche, cerca de la nariz estaban unos huecos que la hacían parecer con cuatro narices.

—No sé si soy normal o no, pero debo confesar que las bestias son para mí más fáciles de llevar que los humanos, por eso quiero ir a Tártaro, no tengo deseos de seguir viviendo en Alaya —le comentó a la serpiente.

—No me paresse convinssente. Han invadido nuesstro territorio y matado a nuesstross hermanoss, creen que todo less pertenesse y noss matan como ssi fuéramoss una plaga, inclusso en nuesstro propio territorio. Aquí noss organissamoss para matar a loss cassadoress antess de que elloss acaben con nossotross.

Epify ya había oído esos comentarios llenos de resentimiento entre bestias y humanos, llegó a la conclusión que ese grupo fue el que mató a los padres de Sunan, pero también se podía deducir que los padres de Sunan mataron muchas bestias inocentes.

—No me importa si no me crees. Yo fui un miembro de la banda de ladrones de Akatsa y conozco como es la ley de las bestias, en una batalla la voluntad del vencedor prevalece.

—Y el perdedor sse atiene a las conssecuencias —completó la frase —. Akatssa, que interesante —dijo para sí mismo.

—Si gano me llevaras al bosque de Corfú en Tártaro, si pierdo puedes comerme.

Intercambiaron una gota de sangre, bebiendo cada uno la sangre ajena, sellando un pacto que los obligaba a cumplir la promesa.

A pesar de estar débil, tenía la confianza de poder ganarle a un simple ariguna serpiente. Solo debía asegurarse de terminar rápido ya que, si la batalla se prolongaba, ella podría terminar desmayándose.

Con su mano real tocó la hierba para empezar a moverla y hacer que enredara a la serpiente, esta se deslizaba por los pastos que Epify controlaba, la chica sonrió emocionada. «Es mejor de lo que pensaba, pero eso no es suficiente» pensó.

Saltó a un árbol y empezó a usar el follaje para ocultarse, cosa de la que la serpiente se burló.

Eress muy tonta, ssoy una besstia sserpiente, puedo encontrarte con mi olfato.

Epify sonrió, la serpiente cayó en su trampa, la relación entre presa y depredador era compleja, no siempre consistía en qué habilidades se poseía, cómo se utilizaban era más valioso.

Cuando la serpiente se internó en la ramas y hojas, Epify colocó un puño cerrado en la corteza del árbol para que este lo apresara, pero sabía que eso no funcionaría para atrapar a la serpiente, por lo que cuando entró colocó cristales en las ramas, ahora solo debía usarlos.

Retiró su puño de la corteza y abrió la mano, lo que generó que los microcristales se expandieran en forma de flor y atraparan a la serpiente, causando algunos cortes en el proceso.

—Ahora estas inmovilizado a mi merced. Tienes que llevarme a .

—Entiendo, ssuéltame.

Epify deshizo los cristales para liberar a la serpiente, la cual lucía muy molesta.

—Por ssierto, me llamo Assper.

—Yo soy Epify —contestó con evidente ironía.

Asper guió a Epify hasta el portal que la llevaría al continente de las bestias. Encontrar los portales era muy difícil, ya que los que habitaban en esos lugares usaban sus habilidades para encubrirlos, puesto que cuando criaturas de dos mundos diferentes se encontraban, solía terminar en una masacre.

Tras el portal se encontraba una llanura con un verdor que parecía brillar ante la luz de las lunas, algunas plantas tenían tonos dorados y brillaban, la vegetación no era muy alta, el piso se sentía suave al pisar, casi como si se estuviera flotando en vez de caminar.

En lo que caminaba la chica se empezó a sentir peor, vomitó sangre sin parar y sus piernas perdieron fuerza, Snow intentó mantenerla en pie tomando su camisa por la espalda y aleteando, pero el peso era demasiado y ambos cayeron al piso. Snow se levantó y se alejó volando. «¿Moriré sola y sin que nadie lo note? Supongo es el tipo de muerte que merezco».

La niña se quedó tirada en el piso esperando su muerte, la serpiente simplemente se marchó sin darle mucha importancia, él la estaba guiando según lo acordado, que muriera en el camino no sería responsabilidad de él.

Al rato sintió algo en su cara intentando limpiarla, se sentía refrescante, era Snow. Le trajo agua para aliviar su dolor, usaba su cola para intentar limpiarla. Al menos con Snow a su lado creyó que podría morir tranquilamente. Ya no estaba vomitando, pero tenía demasiado sueño y frío, eso le llevó a cerrar los ojos.

Sigmatismo: Dislalia o problema del habla que se caracteriza por dificultad en la pronunciación del sonido "S", puede ser que no lo pronuncien bien o que lo exageren como en este caso.

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