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Siete.

Tanto Ayami como Daiki quedaron boquiabiertos cuando vieron a Momoi casi teniendo un ataque de ansiedad mientras se disculpaba por haber arruinado el ramen.

—¡Era ramen instantáneo, Satsuki! —Gritó Daiki— ¡¿Cómo pudiste haberlo hecho mal?! ¡Simplemente tenías que echarle agua!

—Intenté ponerle unas verduras para que tuviera más sabor pero confundí los pimientos con las frutillas y ahora sabe muy mal —lloriqueó Momoi, tapando su rostro con las manos temblorosas—. No sirvo para la cocina.

Tomó su abrigo y salió de la casa diciendo que volvería con unas pizzas. Se escuchó un portazo y luego todo en silencio.

—¿Cómo alguien puede confundir pimientos con frutillas? —Ayami tomó un algodón y lo mojó con vinagre de manzana—. En serio...

Empezó a reír imaginándose a Momoi intentando cocinar algo decente.

Hubiera empezado a aplicarse tranquilamente el vinagre de no ser porque Daiki llegó a la cocina y le tiró algo a la cara.

—Tienes la ropa llena de sangre. Cámbiate.

Ayami lo tomó y lo estiró frente a ella. Un suéter de color verde oscuro.

—Date la vuelta —dijo Ayami, dejando el espejo que estaba usando y el algodón en la mesa.

Se paró y se sacó la sudadera. Daiki seguía en su misma posición.

—Te dije que te dieras la vuelta —masculló Ayami.

—Ah, cierto.

Flojamente giró sobre su lugar hasta darle la espalda. Ayami llevó sus manos hacia el extremo de su remera y con esfuerzo se la sacó.

—¿Por qué te quejas tanto? —preguntó Daiki.

—Porque me duelen los brazos.

—¿Quieres ayuda?

—¿Desde cuándo eres tan servicial? Quédate cómo estás, no te hagas el listo conmigo.

Con esfuerzo se puso el suéter de Daiki. Era calentito y para su sorpresa olía bien. Seguramente era su mamá quién le perfumaba la ropa, porque si fuera por Daiki, él ni siquiera se dignaría a lavarla.

—Listo.

Se volvió a sentar, tomó su ropa, la hizo una bola y la colocó en su regazo. Siguió con su tarea de ponerse vinagre en los moretones.

—¿Qué le dirás a Seirin cuando te vean con esa cara?

—Que me tropecé y me caí de cara contra la puerta de mi departamento.

—¿Y piensas que te van a creer?

—Me creyeron cuando les dije que me golpeé con unas rejas.

—O sea que ya te han golpeado antes...

—Sí, pero esa vez fue porque yo me lo busqué.

—¿Y ahora no te lo buscaste? ¿Ellos vinieron a ti?

Ayami dejó de mirar el espejo dónde estaba viendo su cara y aplicando correctamente el vinagre y dirigió sus ojos hacia Daiki.

—Sí, esta vez ellos vinieron a mí. Y no diré nada más, Daiki. Ah, y pobre de ti si les dices algo.

Daiki mordió su labio inferior y levantó ambas cejas.

—¿Eso es una amenaza?

—Sí —respondió, volviendo su mirada al espejo.

—Bueno, al menos me has vuelto a llamar por mi nombre y no por mi apellido.

La puerta sonó. Tanto Ayami como Daiki se miraron interrogantes. ¿Momoi había vuelto tan rápido?

—¿Hay alguien en casa?

—¿Mamá? —dijo Daiki, saliendo de la cocina y yendo al recibidor.

Ayami se paró de un salto; tuvo que frenar el impulso de salir huyendo por la ventana. Dejó su ropa en la silla dónde antes estaba sentada.

—¡Daiki! ¿Cómo te fue en tu partido, cielo? ¿Ganaste de nuevo?

—Mh, perdí.

La señora Aomine quiso responder con un «¡¿En serio?!», pero no pudo porque al terminar de entrar a la cocina y vio a Ayami. Una mueca de horror se instaló en el rostro de la mujer.

—¡Por Dios, chiquilla! ¡¿Qué te pasó?!

—Me caí en la entrada, me pegué muy fuerte en la cara —respondió sin titubear—. ¿Tan mal se ve?

—Bueno... pues parece como si te hubieran pegado... pero no está tan mal... —dijo, con una mueca.

Obviamente mentía. Ayami tenía un espejo en su mano. Estaba consciente de lo mal que se veía.

Daiki dejó en el mostrador de la cocina unas bolsas que había llevado su madre.

—Mamá no le mientas, se ve horrible.

—Vaya, gracias —gruñó Ayami.

—¡Daiki! ¡No le digas eso a... a tu amiga!

—¿No me reconoce? —preguntó Ayami en un hilito de voz.

¿Tan mal se veía con el cabello corto y el rostro hinchado por los golpes? De repente sintió que su pequeña y débil autoestima caía al infierno y era quemada por el mismísimo Satanás.

La señora Aomine la inspeccionó de arriba abajo.

—¿Ayami-chan?

—Es ella mamá, ¿en serio no la reconociste?

—¡Eres tú, cielo! ¡Ha pasado mucho tiempo! ¿Dónde has estado metida? Daiki me dijo que perdió contacto contigo porque te cambiaste de escuela y no volviste a contestar sus mensajes.

Ayami miró a Daiki con una ceja levantada y una sonrisa extraña.

—¿Daiki dijo eso? —El peliazul desvió la mirada y se hizo el tonto—. Bueno, sí, es que me robaron el celular, entonces perdí todos mis contactos...

—¿No te hicieron daño?

La señora Aomine era una mujer no muy alta, un poco gorda y de una hermosa y suave piel morena. Tenía una sonrisa ancha y ojos pequeños. Muy tierna, hogareña y maternal según Ayami. Se sentía mal mintiéndole pero no se imaginaba diciendo la verdad y rompiéndole el corazón.

—No, fue un robo sin violencia, no se preocupe.

—Me alegro. ¿Están ustedes dos... solos? —preguntó, con una mirada sugerente.

—No. Satsuki fue a comprar unas pizzas.

—¿Fue ella sola y ustedes se quedaron aquí... solitos?

—Mamá...

—Solamente estoy preguntando, Daiki, ¿tiene eso algo de malo?

—Mamá, ¿no deberías irte a dormir? Mañana debes levantarte temprano.

—Me tomaré un té y me iré a dormir, Daiki... Cuando suba a mi habitación voy a tratar de dormir, así que no hagan mucho ruido, chicos.

Daiki casi explota y Ayami empezó a reír. Al parecer fue mucho para el chico, pues salió de la cocina con cara de malhumor. Se escucharon sus pasos subiendo a su habitación.

—Y dime, Ayami-chan —dijo la señora Aomine poniendo agua en el hervidor—, ¿qué te trae por acá?

—Después del partido me encontré con Daiki y Momoi, Momoi me invitó por los viejos tiempos y acepté.

—Ah... ¿Daiki se ha portado bien contigo?

—Eh... ¿sí? ¿Por qué pregunta?

—Mi niño últimamente ha andado raro... desde que entró a Touou que está muy distante y de malhumor —dijo, con la preocupación latente en su rostro—. Está más arisco hasta con Satsuki-chan.

Ayami tuvo ganas de golpear a Daiki por hacer que su mamá se preocupase tanto.

—Puedo hablar con él si usted quiere... para preguntarle si le pasa algo...

—Me encantaría que hicieras eso... pero creo que no tiene caso. Satsuki ya lo ha intentado y me dice que Daiki no le dice nada —empezó a preparar su té en silencio y de la nada voltea a Ayami casi con violencia—. Ayami-chan... y tú... ¿no tienes novio?

—¿Qué? No... ¿por qué?

—Daiki tampoco tiene novia...

Ayami se sonrojó y lanzó una risita nerviosa. Miró hacia todos lados, esperando que llegara Satsuki con las pizzas o que Daiki bajara las escaleras y fuera a rescatarla de su madre.

Afortunadamente lo último pasó. Al ver la cara de incomodidad de Ayami, Daiki le dio una mirada acusadora a su progenitora. Traía un balón de básquet entre las manos así que Ayami se relajó aún más.

—¿Qué le dijiste, mamá?

—¿Yo? Nada, sólo estábamos charlando de cosas de mujeres, ¿verdad, Ayami-chan?

—Eh... c-claro...

—Ya, seguro. Iremos a jugar básquet a la cancha de al lado. Llámame cuando llegue Satsuki con las pizzas.

—Bueno, mi amor. Cuídense.

—Nos vemos, señora Aomine.

—Ojalá vengas más seguido, Ayami-chan, Daiki es un poco gruñón así que no tiene muchas personas cercanas a él...

—¡Mamá!

—¿Qué? Estoy tratando de conseguirte una novia, Daiki, no interrumpas.

—¡Mamá! —Chilló de nuevo, esta vez poniéndose rojo—. Ugh, sólo vámonos.

—¡Ah! —gritó la mujer mientras los jóvenes estaban saliendo por la puerta— Por cierto, Ayami-chan, ese suéter de Daiki te queda precioso.

—¡¡Mamá!! —y cerró con un portazo.

—Me gusta tu mamá —se burló Ayami una vez dieron unos pocos pasos y ya se alejaban de la casa de Daiki.

—¿En serio? Qué coincidencia, a ella también le gustas. Si tan sólo supiera que su candidata favorita a nuera se relaciona con matones...

—Si supiera que su único hijo le miente... ¿por qué le dijiste que habíamos dejado de hablar porque yo no te respondía los mensajes? ¿Quieres que te recuerde que fuiste tú quién dejó de hablarme? Es más, ¡fuiste tú quién empezó a tratarme mal cuando yo sólo quería pasar tiempo contigo!

—¿Qué se supone que le iba a decir?

—«Mamá, tu hijo es un idiota egocéntrico y egoísta. Le dejé de hablar a todos y ya no tengo amigos. Satsuki es la única que me soporta, y apenas».

Daiki puso los ojos en blanco.

—Lo siento.

Ayami dejó de caminar y fingió cara de sorpresa.

—¿Aomine Daiki acaba de pedir perdón?

—Eres igual de molestosa que mi mamá, ahora entiendo por qué las dos se llevan tan bien.

Daiki no había dejado de caminar así que Ayami tuvo que trotar para alcanzarlo.

—Sabes, no sé si esté en condiciones de jugar.

—Entonces vuelve a casa y sigue aguantando los comentarios incómodos de mamá.

—Supongo que no se me romperá una costilla si jugamos un uno a uno.

Daiki rió flojamente, para luego mirarla un tanto preocupado.

—¿Segura que estás bien?

—Eh... ¿sí...? —respondió, sin sonar para nada segura.

—¿Qué te duele?

—Los brazos, la espalda y la cara. El gorila ese se tiró encima de mí y puso sus rodillas en mis brazos, creí que se me caerían.

Daiki recordó cómo había tenido que ayudarla a pararse pues ella sola no había podido.

—Estás bastante jodida, eh.

—Me recupero rápido así que no me preocupa.

Pronto llegaron a la cancha y Daiki empezó a botar el balón.

—¿Qué haré contra ti si apenas puedo levantar mis brazos? —preguntó Ayami adoptando una pobre posición defensiva.

Daiki no respondió. Siguió botando el balón, con sus ojos sobre los de Ayami. Dribleó mientras avanzaba hacia la canasta. Ayami le bloqueó el paso pero no pudo hacer mucho. Daiki hubiera podido encestar con tranquilidad pero no lo hizo, porque prefirió lanzar el balón hacia un lado, dejando a Ayami bastante confundida.

—¿Qué...? Eh, eh, ¿qué haces? —se alarmó Ayami cuando sintió que los brazos de Daiki le rodeaban la cintura y la atraían a su cuerpo.

Daiki siempre había tenido esa aura animal, salvaje, inoportuna, pero ahora Ayami la estaba sintiendo más que nunca. Y si tenía que ser sincera, eso la desesperaba un poquito.

Ayami apenas podía tocar el suelo con las puntas de sus pies, gracias a que Daiki la tenía bien sujeta y apegada a él, tanto que la había levantado del suelo casi sin querer. Ayami había puesto sus manos en los hombros de Daiki y trataba de empujarlo; para su desgracia, entre el dolor de brazos, el shock y la fuerza natural de Daiki, separarse de él se le había hecho imposible.

—He querido decirte algo desde que terminó el partido de hoy —empezó él, en voz baja.

—¿Qué cosa? ¿Es necesario que me tengas así para decirme algo? —inquirió con voz aguda y aún tratando de alejarse. Sentía que el rostro se le ponía caliente y su corazón comenzaba a latir demasiado rápido para su salud.

—El por qué empecé a rechazarte tanto en Teiko.

Ayami se quedó quieta al escuchar esas palabras. Respiró hondo y trató de calmarse.

—Te escucho.

Daiki soltó un poco su agarre y desvió la mirada por unos segundos, sopesando muy bien lo que iba a decir.

—A esas alturas yo no quería tu amistad.

Ayami arrugó tanto la frente que sus cejas casi se juntan.

—¿Gracias por la honestidad?

Un poco molesta, empezó a removerse, intentando que Daiki la soltara de una buena vez, pero no le resultó, sólo logró que Daiki infringiera más fuerza sobre ella y estuvieran más juntos de lo que estaban antes.

—No me estás entendiendo.

—Pues explícate bien —ladró.

—Me gustaba estar contigo, me gustaba muchísimo. Jugar básquet contigo, almorzar contigo, ir a los juegos recreativos después de clases...

—¿Entonces...?

—Tu compañía empezó a gustarme más de lo que debió. Me confundí. En ese tiempo estabas con Akashi, y lo peor es que sufrías estando con él, me enfurecía tanto... Eso, sumado a que casi ni podía disfrutar de lo que amo, el básquet, fue demasiado para mí y supongo que exploté... y tú fuiste alcanzada por esa explosión.

—Debes darme una respuesta más concisa, Daiki, siempre me ha ido mal en Lenguaje, no entiendo los mensajes implícitos.

Daiki hubiera puesto los ojos en blanco de no ser porque los nervios se lo estaban comiendo vivo.

—Me gustabas un montón, y como no podía ser otra cosa más que tu amigo, me alejé.

Ayami no respondió. No lo hizo por un buen rato. Simplemente se quedó ahí, mirando a Daiki. Finalmente, reaccionó.

—¿Tienes idea de lo estúpido que es eso? Es que... ¿estás hablando en serio? ¿Yo, gustándote a ti? Es ridículo... Y... ¿no me estás jugando una broma, verdad?

—Me arrepiento de haberte tratado mal solamente porque no supe controlar mis sentimientos de mocoso, pero...

—Tú también la estabas pasando mal por el tema del básquet, ya sé. Pero... wow. No me lo esperaba. Y ya suéltame, es raro. —Daiki, recibiendo la segunda derrota del día (aunque esta era más indirecta), dejó que sus dos brazos cayeran a sus costados— Aprecio que hayas decidido ser así de sincero conmigo, Daiki.

—Ya...

—De todos modos ibas a alejarte de mí, es decir, te alejaste de todos, incluso de Tetsu. ¿O acaso también te gustaba Tetsu?

Daiki la empujó juguetonamente y agradeció que Ayami no decidiera hacer el momento incómodo.

—Oye, ¿en serio te duelen mucho los brazos? ¿No puedes jugar ni un poco?

—Un montón —se lamentó—. La espalda también. Lo siento.

—Deberíamos ir a casa entonces. Puedo buscarte un analgésico y ponerte una bolsa con agua caliente en la espalda.

—Eso me encantaría.

A medio camino Daiki recibió una llamada de su madre, quién le decía que Momoi ya había llegado, pero que no se preocupara en llegar rápido porque podía entretener a Momoi. Que tardaran todo lo que quisieran.

—Mamá, ya vamos en camino —gruñó Daiki, y con eso colgó.

—Eres tan cruel con tu madre. Deberías aprovecharla. Es una mujer muy agradable y cariñosa.

—Lo dices porque no vives con ella.

Cuando llegaron, las cajas de pizza ya estaban abiertas y alguna que otra rebanada ya había sido devorada. Ni Daiki ni Ayami tardaron mucho en sentarse a comer.

—Ayami-chan, las manchas de sangre pueden salirse si aplicas pasta de dientes y después lavas con jabón y agua fría —dijo la señora Aomine, lavando su taza de té.

Ayami dejó de masticar y miró con sus ojos bien abiertos a la mujer. Daiki y Momoi hicieron lo mismo.

—Eh... bueno...

La señora Aomine dejó su taza de té secándose y se volvió a mirar a Ayami. Se veía pena en sus ojos.

—No olvides que el padre de Daiki es policía, él puede-

—Estoy bien —la cortó Ayami, muy seria—. En serio, no tiene por qué preocuparse.

Momoi tragó con nerviosismo y Daiki no sabía qué decir o qué hacer.

—Está bien, pero recuerda que aquí te queremos.

—Lo sé, señora Aomine.

—Buenas noches, niños.

—Buenas noches —respondieron los más jóvenes al unísono.

Después de escuchar cerrarse la puerta de la habitación de la mamá de Daiki, cayó un silencio sepulcral entre los adolescentes. Ayami suspiró y alejó un poco su trozo de pizza.

—Momoi... ¿le dijiste algo?

Momoi la miró con tristeza y culpa.

—Ella vio tu ropa con sangre, me preguntó qué había pasado y no supe qué decirle... Solo... solo me quedé callada.

Ayami suspiró hondo.

—Creo que me voy a ir.

—Pero no has comido casi nada...

—Dios, Daiki, le mentí a tu mamá en la cara. No quiero seguir bajo su techo.

Se paró sin más y tomó su ropa.

—Te devuelvo el suéter cuando te vuelva a ver, no sé. Adiós, chicos —y salió casi corriendo.

—Espera, carajo.

Daiki casi se lleva la mesa consigo al pararse tan rápido.

Ayami ya se había puesto los zapatos y estaba abriendo la puerta cuando pudo alcanzarla.

—¿Qué? —inquirió la pelinaranja con exasperación.

Ver los ojos llenos de pena de la señora Aomine la había jodido un montón. Se sentía increíblemente triste y miserable.

—Al menos déjame darte mi número. Me mandas un mensaje cuando llegues a casa. Anda con cuidado. Cualquier cosa me llamas, en serio.

—Ya, ya —respondió la otra, desganada.

Ayami le tendió su celular para que Daiki anotara su número.

—Nos vemos —se despidió una vez le hubo entregado su celular.

—Adiós, Daiki.




otro capítulo que cambió completamente j3j3


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