022.
Desperté gracias a el movimiento debajo de mí cuerpo. Estaba en un auto, mientras la sirena que emitía éste me indicaba que era uno de policía.
Una reja metálica me separaba de la cabina del conductor. Me senté y me toqué la cabeza, la cuál me dolía con insistencia.
Me incliné hacía adelante y vi que una mujer conducía el auto, mientras que el asiento del copiloto estaba vacío.
—¿Do-dónde estoy?—Pregunté, temerosa.
Ella volteó un poco y me dijo con un tono cariñoso:
—Oh, hola Elizabeth, soy la oficial Sky. Ahora mismo estamos llevándote hacía la estación principal, donde te dejáremos al cuidado de tú padre. Antes de irte hablarás con un detective, pero solo será algo de rutina.
Me alejé y pegué la espalda al asiento. Suspiré, ésto sería complicado.
***
Al llegar a la estación, divisé a mí padre sentado en la sala de espera, hablando por teléfono y moviendo el pie impacientemente.
Al verme llegar con la oficial, se paró de su asiento y me dio un abrazo fuerte, el cual me hizo sentir segura, como hace mucho no me sentía. Lo apreté fuerte y las lágrimas fueron incontenibles para mí.
—Liz... Oh, mí pequeña, me tenías con el alma en un hilo.— Dijo acariciando mí cabello.
—Lo lamento papá, lo siento...
—Shh, ahora estás conmigo.— Dijo y me miró, para luego sonreírme. Era el momento más íntimo que tenía con él desde la muerte de mí madre.
—Lamento romper éste lindo reencuentro, pero Elizabeth debe acompañarme señor Martinez.— Dijo dirigiéndose a mí padre.
Él asintió y me susurró que me estaría esperando para ir a casa. Luego de eso acompañé a la oficial.
Recorrimos un pasillo silencioso hasta llegar a una pequeña oficina. Yo entré y ella cerró la puerta tras de mí.
Había una mesa y dos sillas, una a cada lado de la mesa. En frente, había un gran espejo; suponía que era como en las películas, detrás del espejo habría personas observándonos.
Tomé asiento en una de las sillas y esperé aproximadamente quince minutos, hasta que entró un hombre de cabello castaño con ojos color cromo. Me miró y dijo:
—Elizabeth, ¿verdad?
—Así es.— Respondí.
Él traía en la mano una pequeña taza, con una caja de cigarrillos y un encendedor. La dejó en la mesa y me dijo:
—¿Fumas?
Miré la cajetilla y el deseo ardió dentro de mí. Había decidido hace un tiempo dejarlo, pero eran tantas las cosas que habían en mí mente que no tenía espacio para el remordimiento de consciencia.
—Gracias.— Dije tomando uno y encendiéndolo.
-—Bueno, como ya sabrás, ésto sólo será algo de rutina y nada más... Unas pocas preguntas y podrás irte.
Solté una bocanada de humo y asentí.
—Tengo entendido que el prófugo, Jeffrey Woods, trató de aseinarte un par de veces, y luego de eso desapareciste hasta el día de hoy, donde dimos con su captura, y de paso, con tu encuentro.— Dijo y yo asentí, afirmándolo.
—Bueno, y supongo que él fue el responsable de la muerte del jóven Jhonatan Hernandez. ¿Es así?— Asentí otra vez.
—Dime Elizabeth, ¿qué fue lo qué pasó en ese momento?
—Yo no vi cuando Jeff lo asesinó, estaba llamando a la policía.
—¿Estabas fuera de la casa?
—Sí.
—Está bien... ¿Sabes algo de las armas qué habían en la casa de Jhonatan? Se reportaron como robadas el día siguiente a tú desaparición, ¿no te parece extraño?— Dijo, con una mirada inquisidora.
Bajé la mirada y froté la punta del cigarrillo contra el pequeño cenicero que había en la mesa.
—¿Estabas buscando venganza, Elizabeth?— Inquirió.
Yo lo miré y dije:
—¿A qué se refiere?
—Todo ésto es como un rompecabezas... Jeff intenta matarte, mata a tu pareja y quema tu casa, luego desapareces del hospital y son reportadas algunas armas como robadas, que luego aparecen concienzudamente en la casa de tu amigo Jhonatan. Casualmente, capturamos a Jeff tratando de matarte nuevamente. ¿Qué tienes qué decir ante todo ésto?
Mí cerebro latía fuertemente ante la presión, generándome una gran migraña. Miré al policia y le dije:
—Ahora mismo no puedo explicarlo.
—¿No puedes o no quieres?
—Entiéndame, llevo mucho tiempo sola, mi único amigo y mí novio fueron asesinados a sangre fría, mí casa ardió en llamas conmigo adentro y para rematar, casi fui asesinada por tercera vez. Necesito tiempo para reponerme...— Dije, tratando de safarme de ésto.
Él me miró entrecerrando los ojos.
—Sí te diera aquel tiempo que me pides, me arriesgo a que cambies los hechos, o que los adornes.
—Sí usted estuviera en mí lugar lo entendería.
Él suspiró y dijo:
—Está bien Elizabeth, te daré todo el día de mañana para que te recuperes. Pero, después de ello, tendrás que conversar nuevamente conmigo.
Yo asentí y me paré, robando algunos cigarrillos de la cajetilla para luego meterlos en mí bolsillo.
Él me acompañó hasta la sala de espera donde se encontraba mí padre, y antes de irme, me dijo:
—Espero que estés dispuesta a contar toda la verdad, de eso depende tu propia vida.
Dicho eso, me marché con mí padre.
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