Era un mundo perfecto y tenía que habitarlo alguien así
La primera vez que encontré La Puerta, fue justo al caer la tarde de cualquiera, del menos pensado de mis días.
Yo trabajaba en la parte vieja de la cuidad. Ese día, antes de dirigirme a mi despacho, mataba yo la tarde, en uno de esos típicos lugares de la zona. Un lugar con carácter, de buena arquitectura, pero en desuso. Reinventado para llenarlo de galerías de seudo-artistas pretensiosos, matronas parloteras y cafeterías llenas de intelectuales de dos libros. Había también, una cantina con un barman solicito y mudo, lo que me hacía lo demás, tolerable. Justo me encontraba en ese tal bar, cuando recibí una llamada de mi nueva asistente. Me avisaba que "algo estaba cambiando en mi agenda". ¡Vaya lata! En fin, ya estando ahí y con más tiempo, decidí esperar a que terminara de caer la tarde, recorriendo con calma, las galeras de esa antigua construcción. Caminaba por su parte más interior, cuando de forma extraña para esa hora, me quedé sólo en medio de un amplio pasillo. Extrañado, disminuí el paso. Con curiosidad miraba a mí alrededor, cuando al fondo, noté el quicio de un pequeño acceso, que estaba abierto. Caminé hacía él. En el interior, en penumbras, alcancé a vislumbrar una larga y angosta escalera de caracol hecha de metal. Yo creía conocer ese lugar a la perfección, así que me era bastante tentadora, la idea de descubrirle un nuevo escondrijo. No me pareció algo extraño en una construcción antigua, pero sí irresistible. Sin dudar, decidí bajar la angosta escalera.
Justo al entrar, se hizo un silencio que me alertó. Lo notable no era que no hubiera ruido, sino la clase de silencio que se hizo. Ese, que hace que te zumben los oídos, como el del desierto a media noche. Lo que era seguro, es que no era propio de ese momento, ni de ese lugar. Seguí bajando. En una vuelta de escalera, la obscuridad se volvió total. Encendí mi teléfono. Continué lentamente, sintiendo por todo el cuerpo el chirriar de cada escalón. Era como si me estuviera sumergiendo, en una pileta llena de agua y pudiera seguir respirando. Comencé a sentirme alerta, podía escucharme el corazón cada vez más agitado. Escalones más abajo, aliviado, por fin vi un resplandor. Apagué el teléfono.
Salí del túnel. Miré alrededor... Las sensaciones eran sutiles pero claras, el tiempo no parecía correr. Al dar unos pasos más, alcancé a ver al fondo, lo que parecía ser una fuente. Justo en ese momento, comencé a entender, que había traspasado un límite y ese lugar, era ya otro. Por primera vez, supe que estaba encontrando, lo que desde entonces he llamado: La puerta.
Sentí temor. Di la vuelta y decidido descaminé mis pasos. Trataba de regresar a la escalera, para salir de ahí, a toda prisa. Justo ante de volver a entrar al túnel, escuché un suave sonido metálico. Melodioso, sutil. Nunca había escuchado algo así. Francamente me sentía asustado, pero al escuchar ese sonido me detuve. No era música, era sólo la atmósfera, suave de ese lugar. Pensé que después de todo nada ahí era amenazante. Era extraño, sin embargo, pensé, tenía una belleza como nunca había visto en mi vida. Traté de controlarme. Di la vuelta. No había peligro alguno, por lo menos ninguno evidente. Me alejé de la escalera hasta perderla de vista.
Era fascinante. Decidí concentrarme en lo que había afuera de mí, pensando en que más tarde, habría tiempo de analizar mis propias sensaciones. Sigiloso, tratando de no hacer ruido, avancé hasta llegar al patio central de la construcción. Me maravilló.
Intuí, aun sabiéndome en una experiencia que ni siquiera hubiera podido imaginar antes, que estaba en vísperas de encontrar su centro. Tal como quien entra invitado a una casa y sabe, que encontrará a quien lo reciba. Así lo sentí, sin saber cómo y menos por qué, pero lo sabía.
A cielo abierto, el perímetro del patio estaba rodeado de bellos arcos de basalto, asentados sobre simétricos pisos de baldosas claras. Al centro, tallada con maestría y detalle, había una fuente de agua clara e inquieta, que imantaba toda la luz del lugar. Dispuesta en el mejor lugar para admirar esa perfección, había una banca de travertino rústico. Ahí, tranquilamente sentada sobre telas de colores brillantes, estaba alguien... Era una mujer.
Curioso, me detuve a admirarla. Era una joven esbelta, de porte elegante y cabello negrísimo, que contrastaba con una piel clara y joven. Aunque mis pulsaciones estaban a tope, no me sorprendió encontrar a alguien así. No podía haber un mundo perfecto hecho para el vacío. Alguien tenía que habitarlo y tenía que habitarlo alguien así.
Salto de página
Me estaba sonriendo a mí
La mujer estaba tranquila, concentrada en el entorno, sentada con el sol en la espalda. Encantadora. Al sentir mi presencia, despacio, se dio vuelta. Levantando la mano, me hizo un gesto suave y amable de bienvenida. Me quedé paralizado. Impresionado al mirar sus ojos por primera vez. Entre más los miraba, más profundos se volvían. Ella, como si adivinará mi turbación, transformó su gesto en una sonrisa sencilla y abierta. Como la de un niño, cuando lo sorprendes sin apenarlo. Tierna, me miraba con intensidad, mientras los ojos le cambiaban de tono, de verde a azul y de azul a un violeta sutil. El colmo de mi azoro, fue cuando la escuché, amable, dirigirse a mí.
—Soy Aniza... —Creí escucharle.
Sin mover un músculo, ni intentar siquiera decir nada, me quedé contemplando su rostro. Sencillo y sin adornos, era como si una escultura hubiera cobrado vida. No había en esa piel, polvo de maquillaje. Todo en ella, era armonía. Esos rasgos, pensé, estaban hechos para ser labrados en mármol, a puro y fino cincel.
—Te esperaba —dijo sin más, como si me conociera y le alegrará verme.
No sé cómo se puede estar pasmado en la sorpresa, mientras se está perplejo de tan sorprendido. Pero supe, que eso se puede. Ni siquiera se me ocurrió que debiera responder algo. Tal cara debo haber tenido, que mirándome llena de coquetería, volvió a sonreír mientras seguían saliendo palabras de esa boca de prodigio.
—Soy A i s h a —dijo despacio, como quien pronuncia su nombre para un oído acostumbrado a otra lengua.
El tiempo corría dentro de mí ralentizado. Podía sentir cada palabra al salir de esa boca y las fui recibiendo, asombrado de cada una.
—Yo...yo... soy... — torpe tartamudeé.
Pero antes de dejarme pronunciar mi nombre, Aisha, echó la cabeza atrás y se río como si recordara su mejor travesura.
—¡Bastian! —dijo, como si fuera la respuesta a la pregunta más obvia—. Lo sé, ¡bobo!
Ella, era el vivo retrato de la belleza clásica, el colmo de lo femenino en cada rasgo y sin embargo, era capaz de volverse terrenal, con sólo sonreír.
Y me estaba sonriendo a mí.
Salto de páginaTe encontraré de nuevo, aunque te escondas
Divertida, fresca, como si fuera la continuación de otras conversaciones y estuviéramos en cualquier otro lugar, la extraña y bellísima mujer, seguía hablando conmigo. Era de por sí difícil, salir del asombro de estar en un lugar así, pero que ella me hablara con tal naturalidad, me desconcertaba por completo. En medio de mi admiración, me di cuenta de que... ella... ¿Sabía mi nombre?
—¡Bastian Vigas! —Terminó de decir, mientras rompía la silueta seria, para hacer de su gesto alegre, un hechizo.
Ella sabía mi nombre. Esa mujer me hablaba como si me conociera y esa misma, parecía no haberse enterado que vivía adónde sólo se llegaba por casualidad, dentro de un limbo de perfección, que la mayoría no hubiéramos ni siquiera intentado soñar.
—Dime —dijo, sin disimular estar divirtiéndose a mis costillas —¿Quién te puso ese nombre tan...? — ¡Tan divertido! —Y continuó sin darme tiempo a responderle— Quien te lo puso, no sabía que eres sólo un niño encerrado en tus poses de señor —y lo dijo, provocativa, sin dejar de observar mi reacción a sus palabras.
—Bueno —torpe murmuré —Aisha... Aisha, no es que sea un nombre muy común ¿O sí?
De todo lo que pude haberle dicho, seguro elegí la que hubiera quedado en primer lugar, entre mis frases más estúpidas. Con todo, el gesto de la mujer, no denotaba el temor que solía yo provocar en otros. Sencillamente, su expresión volvió a ser el rostro serio, de la escultura viva que me estaba hablando. Sin responderme, hizo un giño arcano y travieso. Delicadamente, se levantó, para ponerse bajo el sol, como quien regresa a buscar el flujo constante de un chorro de agua. Dejó que la luz le abrazara el cabello, la espalda y los brazos desnudos. Usaba una blusa delgada azul cobalto, que apenas le cubría medio torso y dejaba al descubierto la tersura de su espalda y un abdomen, tenso y turgente, como hecho en alabastro.
Mirándome de nuevo, como si hubiera recuperado una timidez natural, preguntó.
—¿Te gusta la fuente Bastian? —Sin dejarme responder continúo —Si estuviera desnuda, me gustaría nadar ahí.
Por un momento pareció distraerse de mi presencia. Un dejo de sombra le atravesó el rostro, mirándome otra vez con intensidad, me dijo despacio y en voz baja.
—¿Sabes? En este mundo perfecto, a veces, me siento sola.
Me llené de asombro. Estaba abrumado. Era como si un ángel, me estuviera confiando sus secretos.
—Adiós Bastian. Quería verte. Sólo eso. Te encontraré de nuevo... Aunque te escondas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro