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34- "Raro"

——Narra Rosario——

—¡Giorgio! —llamo a mi hermano a gritos desde la entrada de mi casa.

Entre Edgar y yo sostenemos a un Walter malherido, quien aprieta su costilla izquierda intentando evitar desangrarse por la herida de bala, en un intento nulo de mover sus pies para avanzar.

El rostro de Edgar está bañado en lágrimas, y su camisa manchada de sangre. La verdad; mi aspecto no es muy diferente al suyo.

—¡¿Qué les pasó?! —exclama Giorgio corriendo hacia nosotros con preocupación, y nos ayuda a recostar a Walter en un sofá.

Gregory se asoma a la sala, y una pequeña burla se dibuja en su rostro haciéndome apretar mis puños de impotencia. ¿Por qué es así en situaciones serias? Él le hace honor a su apodo; es un diablo.

—Lo salvarás, ¿verdad? —me dirijo a Giorgio, él suspira con frustración y se lleva las manos a la cabeza enredando sus rizos entre sus dedos. Sabe que no le queda otra opción más que operar a Walter; es cirujano, carga con la responsabilidad de curar.

—Haré lo posible, pero no te prometo nada —me responde, observando con detenimiento la herida de Walter, quien agoniza mordiendo sus labios, con sangre manchando su tórax y manos.

—Gracias —digo con sinceridad.

Entre Gregory y Giorgio cargan a mi novio y lo llevan hacia alguna habitación. Todo queda en manos de mi hermano. Sé que lo salvará, sé que va a estar bien. O eso quiero pensar. Limpio unas cuantas lágrimas que se han escapado con mis manos, junto al sudor y gotitas de sangre.

Cambio mi mirada hacia Edgar, quien está sentado en el otro sofá, flexionado hacia delante con los codos apoyados en sus rodillas y su rostro entre sus manos. Me siento a su lado.

Todo ha sucedido tan rápido.

¡Alya, vamos! —exclamó Edgar, quien me ayudaba a sacar a Walter de la habitación, viendo que la chica seguía sin inmutarse. Y en vez de hacer un intento de levantarse, comenzó a levantar su mano observando el arma.

¡¿Pero qué haces?! —di un grito desgarrador cuando vi a Alya llevar la pistola a su sien, agachada frente a Dante.

Ella volteó su cabeza, estando de espaldas a mí. Sus ojos, sus ojos no estaban normales, lucían hinchados y amarillentos.

Lucían como los ojos de Rowen cuando intentó matarnos.

No.

—Ayuda.

No.

—¡Alya! —gritó Edgar, tan fuerte que dolieron mis oídos. Pero ya era demasiado tarde.

Ya gotitas de su sangre manchaban mi rostro.

No podía hablar, no podía siquiera emitir un sonido. No quería creer que Alya se había acabado de suicidar.

No, que había acabado de ser asesinada.

Asesinada como Rowen, como Atanasia, como decenas de jóvenes.

Asesinada por el Zaleplon.

—Alya... —Edgar susurró, soltando a un Walter casi inconsciente quien automáticamente se desparramó hacia un lado, sin poder yo con todo su peso.

—Nos tenemos que ir —intenté mantenerme neutral, jalando del brazo a Edgar.

—Pe-Pero Alya, no... —su voz se quebró, y la mía también. No me vi capaz de responderle. Solo sentía como las lágrimas se me acumulaban.

—Alya... —mi pecho dolió — se fue, y si nos quedamos acabaremos igual, a-ahora sólo nos queda intentar salvar a Walter.

Edgar presionó fuerte sus párpados, y vi grandes lágrimas escapar de estos. Se volteó y volvió a sujetar a Walter conmigo para salir del lugar. Que para nuestra suerte, no fue especialmente complicado. Estaba despejada la sala.

Y dejamos a Alya allí, tumbada sobre Dante. Y quise pensar que se estaban abrazando. Quise pensar que se habían ido juntos, como mismo llegaron.

Y la sangré se me heló pensando que Walter podría irse de la misma forma.

Salimos sujetando al pelinegro a cada lado, con mucha dificultad. Al parecer era un almacén. Una vez fuera, con la desesperación y los nervios de que llegasen más segundos, Edgar rompió la ventanilla de un auto que estaba parqueado algo cerca y lo abrió desde dentro para montarnos. Afortunadamente la llave estaba dentro, así que sin perder tiempo arranqué el auto y conduje hasta mi casa.

Rosario —la voz de Edgar suena grave, más grave de lo normal, y levanto la vista del suelo restregándome los ojos.

—¿Mjum?

—Andrea la mató —habla, y por inercia presionó fuertemente los puños a mis costados —. Le dió a beber Zaleplon disuelto en agua —abro los ojos de golpe.

¿Así que de esa manera hacen que los muchachos se suiciden?

—A mí también intentó dármelo antes de que los segundos nos tomaran —sigue hablando ante mi falta de respuesta —. Pero Uriel no me dejó tomarlo. Estoy seguro de que es Zaleplon. ¡Mierda! —se levanta de repente golpeando un búcaro, haciéndolo caer al suelo donde se convirtió en mil trocitos de porcelana. Pero no lo juzgo.

Tiene sentido.

¡Tiene todo el puto sentido del mundo!

—Rosario.

Oh, mierda.

Me había olvidado completamente de Henry.

Agacho la mirada, sin hallar palabras para siquiera saludarle.

—Gregory —se dirige también a mi hermano—, explícame por qué tu hermana parece sacada de una película de terror.

—¿Parece? —el mayor arquea una ceja — Esa muchacha vivió un thriller.

—¿Dónde está León? —Edgar pregunta en mi dirección, ignorando por completo la presencia del señor.

—Seguramente vagueando, o fumándose la vida misma —escupo con algo de desprecio.

—¡¿Dónde estará ese comemierda?! ¡Él nos pudo haber salvado! ¡Pudo haber salvado a Alya!

—Edgar, cálmate.

—¿Que me calme? ¡¿Cómo pretendes que me calme si mi amiga se acaba de pegar un tiro a la cabeza frente mío?! ¡¿Eh, Rosario?! ¿Por qué quieres que me calme?

Me levanto bruscamente y le sujeto el cuello del abrigo tirándolo hacia abajo, haciendo que su cara quede frente a la mía. Y frunzo el ceño respondiéndole en casi un susurro.

—Porque para poder partirle el culo a toda esos imbéciles tenemos que mantener la mente fría.

De un momento a otro todo rastro de ira desaparece de la expresión de Edgar, y, aún con su frente pegada a la mía, se quiebra. Su mirada se suaviza y contrae repetidas veces en un intento vano de aguantarse las lágrimas. Muerdo mi labio inferior, intentando mostrarme fuerte para él, pero la angustia me gana, y ambos lloramos en silencio unidos. Hasta que él cae de rodillas en el suelo, tapando su rostro con sus manos.

Me arrodillo lentamente hasta quedar frente a él, y lo abrazo. Lo abrazo con tanta fuerza que él corresponde envolviendo sus brazos alrededor de mi cuello.

Al final, solo somos unos niños jugando a ser mayores. Unos niños curiosos y asustados afrontando las consecuencias de haber entrado en la boca del lobo.

Unos niños que perdieron a una amiga tan fácilmente, como si su vida no valiera nada. Y lo peor, es que solo es una muerte más.

—No tengo idea de qué está sucediendo, pero lo único que puedo decirles es que se tomen un baño y se relajen para pensar con más calma, parecen sacados de una carnicería —la voz de Henry acapara atención, y le doy la razón. Una ducha rápida ayudaría un poco.

——Narra León——

La canción Creep de Radiohead retumba entre las paredes de mi habitación.

When you were here before.
(Cuando estuviste aquí antes.)

Couldn't look you in the eyes.
(No pude mirarte a los ojos.)

Sentado en mi escritorio con desmotivación, boto el cigarro desgastado de menta que está entre mis labios, sacando otro de la cajuela.

You're just like an angel.
(Tú eres como un ángel.)

Your skin makes me cry.
(Tu piel me hace llorar.)

Enciendo el nuevo cigarrillo, embobado por la llama de colores azules y naranjas intercalados del encendedor.

You float like a feather.
(Tu flotas como una pluma.)

In a beautiful world.
(En un mundo hermoso.)

Llevo el nuevo cigarrillo a mis labios, y cierro los ojos, echando mi cabeza hacia detrás. Observando mi techo con humedad.

I wish I was special.
(Desearía ser especial.)

Luego miro al frente. Mi pared repleta de fotos y artículos de la prensa, señalamientos de aquí para allá y par de notas. Todo sobre mi actual investigación, que temo que fracase.

Suelto algo de humo lentamente por mis labios, y me fijo en una foto, una foto donde se ven cuatro adolescentes en un café. Una foto que tomé a los curiosos chicos cuando los investigaba, cuando los vi como una posible fuente de adquisición de pruebas. Y sobre todos me fijo en una chica en específico...

You're so fuckin' special.
(Eres tan jodidamente especial.)

Sonrío, recordando a Alya. Quién diría que esa misteriosa chica acabaría gustándome, esa chica tan rara, e incluso ingenua.

No estoy enamorado, lo sé, porque ese sentimiento lo he experimentado antes, pero Alya, Alya me hace sentir como un adolescente otra vez. Me gusta eso.

Debería de llamarla, desde su cumpleaños no sé nada de ella.

But I'm a creep.
(Pero yo soy un desgraciado.)

Ah, ¿a quién quiero engañar? Obviamente esta relación no funcionará.

I'm a weirdo.
(Soy un raro.)

La diferencia de edad no afecta tanto, pero sí la de intereses. Ni siquiera sabía que era virgen y tuvimos sexo. Estoy seguro de que ahora ve en mí un príncipe azul, cuando ella para mí no es más que una aventura agradable.

Mierda, ¿la habré ilusionado? No quiero partirle el corazón luego.

What the hell am I doin' here?
(¿Qué diablos estoy haciendo aquí?)

Masajeo mi cráneo con el cabello entre mis dedos y los ojos cerrados. Realmente, ¿por qué me importa importarle? Tal vez sí pueda intentar hacer las cosas bien con ella. O... espera, ¿seré ideal para ella?

I don't belong here.
(No pertenezco aquí.)

¿Realmente puedo serlo?

Riiiing.

Mi celular comienza a sonar, opacando la canción, y veo el nombre de "Rosario" en la pantalla. Que fastidio, aunque, a lo mejor está con Alya. Debería de invitarla a salir... o algo.

¿León?

¿Sí?

Radiohead sigue sonando, pero le bajo un poco el volumen a la pequeña bocina para escuchar mejor.

No tienes idea de cómo han cambiado las cosas.

Trago en seco, intentando prepararme psicológicamente

—Dime primero la mala notica y luego la buena —espero una respuesta, pero ella demora, así que la presiono —Rosario...

No hay buenas noticias.

¿Entonces?...

Alya —hay cierto suspenso que me tensa —. Está muerta.

She is running again.
(Ella se va corriendo otra vez.)

Pego la vista a la pared. A esa fotografía que previamente observaba.

She is running.
(Ella se va corriendo.)

Todo se congela alrededor, solo está ella. Solo veo a esa chica en la foto. Y mi vista se turna borrosa.

Run.
(Corre.)

Alya.

Run.
(Corre.)

Está.

Run.
(Corre.)

Muerta.

Run!
(¡Corre!)

—¿Cómo? —alcanzo a preguntar, y un nudo inmediato se crea en mi garganta. Pero es más la sorpresa que el dolor.

Zaleplon —aprieto mis puños —. Le dieron esa mierda —a pesar de que Rosario suena más calmada de lo que esperaría, hay cierto rastro de tristeza en su tono. Ha pasado tiempo desde que sucedió, tiempo suficiente para que lo soltara todo, todo ápice de llanto.

La rabia me gana, haciéndome tensar con demasiada fuerza la mandíbula y contraer el rostro a tal punto que siento una vena palpitar en la frente. Hijos de puta. Hijos de la grandísima puta.

Escucho cómo Rosario sorbe su nariz, debe de dolerle un montón haber perdido a su amiga.

¿Y a mí? Ni siquiera sé qué me duele. Apenas la conocía. ¿Por qué me siento mal?

Como policía siempre he sentido esa pequeña culpa al contarle a los familiares de alguien que su pariente nunca va a volver a casa. Pero por alguna razón ahora es distinto. Pensé que me había adaptado un poco a vivir junto a la muerte.

¿Por qué con ella es distinto?

Uno nunca teme a la muerte hasta que le toca la puerta. O al menos, así me siento.

Es una sensación parecida a cuando murieron mis compañeros de la comisaría. Pero ahora no solo tengo miedo, sino dolor.

—¿Cuándo? ¿Cuándo y cómo se lo dieron?

Siento un sollozo disimulado al otro lado de la línea.

La secuestraron, dos veces hoy, y te juro que no tengo idea de qué sucedió —de repente comienza a hablar muy rápido entre titubeos —. E-Edgar también estuvo allí, pero él estaba aturdido y no-no comprendió lo que pasó con ella. Y-Y-Y León, te-te juro que yo la veía normal. Te lo juro, lo juro, nunca imaginé que usaría esa pistola pa-para volarse la...

Calma, no expliques más, por favor —la detengo, porque se estaba quebrando un poco más tras cada palabra. Y me habría cada vez más la herida.

Con mi mano libre restriego mis ojos. Segundos transcurren en silencio, tiempo en el que siento ruidos de respiración acelerada por el celular. Y tiempo, también, en el que mantengo mi vista en el techo para que no se acumulen lágrimas.

¿Qué hacemos ahora?

Eso mismo me pregunto yo.

—¿Qué quieres hacer?

Ponerle un punto final a esto, León. Te juro que ya no aguanto más. Hoy fue Alya, pero mañana soy yo, y pasado tú. E incluso Walter está al borde de la muerte ahora mismo —eso me lo tendría que explicar luego, pero ahora mismo no me interesa indagar —.Acabemos de una maldita vez. ¿Ya no tenemos pruebas suficientes?

¿Pruebas suficientes para qué?

La policía.

Bufo, soltando una risa desganada.

—Sabes que eso sería hablar con una pared —escupo.

Un gruñido fuerte de su parte me exalta, y me irrita.

¡Mierda! ¡León! A ti no te hicieron caso porque sólo tenías sospechas, no pruebas —eso me irrita más todavía —. Pero actualmente tenemos pruebas. ¡Tenemos el listado de sicarios de las empresas! ¡Tenemos una muestra de Zaleplon!

¿Y qué carajos va a hacer la policía contra toda una mafia?

Aprieto muy fuerte el celular contra mi oído, para luego dejarlo caer en la mesa y activar el altavoz, sintiendo la necesidad de apretar algo. Tomo una pelotita antiestrés encima de mi escritorio y la masajeo agresivamente entre mis manos.

Sé que es imposible derrocar a Tarot, pero al menos a las empresas, a todos esos corruptos de mierda los podemos acabar.

Relajo mi agarre en la pelotita azul. Ella tiene razón. Eso sí sería posible.

—Supongo —masajeo suavemente el objeto, para luego soltarlo en un desánimo repentino—. Aunque es lo mismo que tenemos de hace un tiempo — mi expresión pasa a una triste —. Murió en vano.

Ah, no. No León —el tono de voz de Rosario se endurece —.Créeme que su muerte será vengada.

De nuevo agredo a la pelota.

¿Sí? Já. Que lindo. Vas que matar al Mandato, ¿no?

Exacto.

La pelota grita muda por tanta presión que le aplico entre mis manos.

Estás de coña. Ni siquiera sabemos dónde está la base.

Nosotros no... pero sé quien sí.

Frunzo el ceño, y no hablo, esperando una explicación de su parte. Explicación que no llega.

Mañana a las ocho de la mañana nos vemos en la estación de policías. Derrocaremos a Pilaza Guerrero y a Forvenzia mínimo —suelta y cuelga.

Está loca.

Definitivamente podemos tumbar a las empresas, y lo haremos. Es un hecho. Y un artículo potencial puedo sacar para Tirolesa, un artículo que podría salvar al diario.

Enderezo mi espalda a la vez que estiro mis brazos hacia arriba. Hora de escribir el tan ansiado documento, que serviría de resumen para mañana, con las pruebas adjuntas.

Una vez el leve entusiasmo de comenzar, cuando abro Word en la laptop, se esfuma. Una punzada de realidad me golpea con una fuerza brutal nuevamente.

Alya está muerta... realmente se ha ido para siempre.

Mis ojos pican, y ni siquiera me permito reflexionar sobre si le estoy prestando demasiada importancia a alguien que conozco de meses, dejándome ahogarme entre las lágrimas que salen sin parar de mis lagrimares.

Ella no lo merecía. Era tan joven... y talentosa.

No será fácil de superar.



——Narra Rosario——

Desesperada, después de haberle colgado a León, mi pierna derecha no para de moverse con ansiedad cruzada sobre la izquierda. Edgar tiene la mirada perdida sentado a mi lado del sofá, ambos ya después de una ducha más relajados, aunque no del todo.

Veo a Gregory caminando airoso por el pasillo, llegando a la sala. Y lo llamo con la mirada.

El de tatuajes demoníacos se sienta a mi lado, relajando su expresión a una más seria, que me preocupa.

—¿Cómo está? —pregunto y no hace falta mencionar nombres. Mi espera por la salida de Walter del salón improvisado de operaciones es más que evidente.

—Nuestro hermano se está esforzando, créeme —no sé cómo interpretar esa frase, así que hago un ademán para que continúe —. Las cosas están feas.

Trago mojando un poco mi garganta, sin apartar mi vista de sus iris marrones.

—¿Muy feas?

—Así como tú —ni siquiera me río de su burla, codeándolo fuertemente —. Ay, lo siento.

—Está situación es seria para mí, respeta al menos el luto.

—A mí no me importa, ¿por qué esperas una actitud condescendiente de mi parte? —¿por qué tenía que ser tan cruel con sus palabras? — No te tengo lástima.

—No busco tu lástima. Sino algo de respeto.

—Cuando te lo merezcas lo tendrás.

—Por favor, ¿pueden dejar su estúpida y vacía discusión de hermanos al menos en la víspera de los resultados de la operación de Walter, y la muerte de Alya? —interviene Edgar, a quien evidentemente Gregory irritó. Y tal vez también yo.

—Hey, chico polla, no te hagas el ofendido.

Edgar voltea los ojos.

—El ofendido te harás tú cuando te estampe contra esa pared, comemierda —Edgar se para y Gregory le hace frente. Mi hermano no es especialmente alto, y el rubio mide casi dos metros, luciendo como todo un Berserker enojado (ironía, porque es noruego), aún así que no me sorprende que Gregory no se vea ni un poco intimidado.

—Así que el cristiano tiene su lado fuerte. Me gusta —comenta el más bajo, cruzándose de brazos —. Deberías de ser así más a menudo.

—Ni siquiera sé por qué pierdo mi tiempo contigo —Edgar vuelve al sofá, estresado.

Me levanto, tomo a Gregory por el brazo y lo llevo hasta la cocina. Lugar donde no hay nadie. Quería esperar para pedir esto cuando estuviesen mis dos hermanos presentes, pero realmente estoy impaciente.

—Suelta, Rosita.

—Quiero cobrarles el favor que me deben de hace años —voy al grano, y él alza sus cejas.

—¿A quién matamos?

—Eso no te incumbe, solo necesito una dirección.

Apoya sus manos en la isla haciendo que esta choque con su espalda. Hace un ademán con la mano derecha para que le hable.

—¿Dónde está la base de Tarot?

—Pfft —se ríe, adoptando una expresión divertida —. Te juro que siempre pensé que pedirías dinero, un encargo o incluso matar a alguien. Pero, ¿esto? Hay Dios, Rosita, también nos saliste pilla.

—Gregory, dime dónde es.

—Mi vida correrá peligro si lo cuento, ¿sabes? Investigarán de dónde sacaste la información —se cruza de brazos —. Ni siquiera pensé que recordarías que trabajábamos allí.

—Hazme el puto favor de una vez —lo fulmino con la mirada.

Él mira a un lado, con una media sonrisa. Se lame los labios, y acerca mucho su rostro al mío, creando un pequeño espacio confidencial.

—En el sureste de Ocaso, en una playa desolada que queda debajo de la autopista principal, sí, debajo de ese barranco. Aparentemente no hay nada, pero en la piedra más grande encontrarás una palanca camuflada, jálala y se abrirá una abertura en el suelo. Ahí necesitas una llave —me pica la nariz haciéndome retroceder un poco —. Pídesela a Giorgio. Él tiene una copia guardada.

Abro los ojos como platos, y estoy a punto de agradecerle pero no lo hago, era su deuda.

—Y ahora, nunca te lo dije. No te conozco. ¿Rosario? ¿Quién es esa? —me guiña un ojo.

Voy a matar a Andrea.

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