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33- "Ayuda"

——Narra Alya——

—¿Sigue sin contestar? —pregunta Rosario desde el puesto de copiloto.

Estoy en el asiento trasero, llamando una y otra vez a León para informarle de la situación. Pero caigo directo en el buzón de voz.

—Sí —tomo una fuerte respiración, escarbando en mi consciencia por algo de calma.

Ya no hay vuelta atrás. Tienen a Edgar por algún motivo desconocido, y me solicitan. Hay dos opciones; que Andrea tenga que decirme algo directamente con relación a nuestro "trato", que, bueno, acabo de incumplir diciéndole todo a Rosario y Walter porque definitivamente no afrontaría esta repentina situación sola, o que quieran matarme.

La ansiedad me carcome. Ha pasado aproximadamente una hora desde que tuve aquella extraña conversación con Andrea mediante el teléfono de mi amigo. Y ahora estoy en el auto de Walter, en la entrada del callejón donde confrontamos directamente por primera vez a los monstruos.

¿Recuerdas ese lindo grafiti en el lindo callejón donde fueron lindamente raptados? Ve allí si quieres ver a tu lindo amigo otra vez.

Edgar está metido en este lío cuando soy yo la única que tiene "asuntos" con Andrea. No es justo.

La vida no es justa.

—Entraré de una vez por todas.

—Nena —los ojos preocupados de Rosario encuentran los míos —. Suerte.

—Recuerda que estaremos aquí por si hay que salir corriendo —señala la calle de enfrente.

—Sí, sí —respiro varias veces. No logro comprender aún por qué tienen a Edgar, podría haberme buscado a mí para hablar directamente. ¿Cree que sembrando miedo cosechará disciplina? Pues lo consiguió —. Me angustia esto; se supone que tenía un acuerdo con Andrea. Un tratado de paz.

—Pero es que es una perra —Rosi hace un ademán con su mano —. No hay más explicación; debe estar loca. ¿No es cierto, Walter? —codea al chico quien luce realmente afectado por esa "traición". Últimamente los noto muy pegados, comienzo a pensar que están pasando cosas entre ellos de las que no tengo idea.

—Supongo... —baja la mirada— me siento tan ingenuo.

Siento pena por él. Parecía que Andrea se había vuelto alguien relativamente importante en su vida. Haber descubierto de pronto que es una mentirosa, y para colmo perteneciente a una mafia, lo golpeó con tanta fuerza emocionalmente como un luchador de la UFC en las finales.

Miro el ambiente sombrío del callejón, bajándome del auto, y volteo mi cabeza hacia los chicos para comenzar a respirar aceleradamente.

—Tengo miedo.

—Nosotros también —dice la chica.

—¡Mierda! —la exclamación de Walter nos exalta. Él se baja bruscamente del asiento de conductor y golpea el techo del auto, realmente cabreado — ¡Tengo que verla! ¡Estuvo todo este tiempo mintiéndome descaradamente! —patea el auto — ¡Este problema ya es personal!

—¡Cálmate, estúpido! —le empuja Rosario quien había salido del auto y luego acuna su rostro entre sus manos — Sí, esa perra te engañó, nos engañó. Y ahora la vida de nuestro amigo está colgando de un hilo. No va a ayudar para nada que armes un jaleo.

—¡Pero si Alya entra sola pueden matarla!

—¡Y si entran ustedes también los matarán! —le grito —Andrea me requiere a mí, solo a mí. Y no sé si saldré con vida de ese lugar pero si sé que no quiero poner en riesgo a más personas.

Ambos me observan. Y siento mis ojos humedecerse. Puede que sea la última vez que los vea.

Puedo morir.

Morir.

Mis alarmas se disparan.

¿Moriría por Edgar?

¿Moriría por alguien?

¿Realmente alguien vale tanto como para arriesgar mi vida? ¿Realmente tengo tanto coraje como para tirar mi mundo al vacío por otra persona?

No.

No soy una heroína.

Solo intentaré sacar a mi amigo del lío en que lo metí. En un intento de equilibrar la balanza de justicia.

—Haré lo que pueda para sacarlo —susurro, cabizbaja —, pero si noto las cosas raras, huiré.

Rosario me da una mirada de desaprobación.

—Somos los cuatro desde el principio, y los cuatro hasta el final.

—Entiéndela, si estuvieras en su situación sentirías lo mismo —Walter me defiende —. Alya, esfuérzate, pero no dejes que tu vida corra peligro. Si hay que perder, bueno, mejor perder uno que dos.

Se veían como unos mini ángel y demonio en mis hombros debatiendo sobre cual opción tomar. Misteriosamente parecidos a ciertos gemelos hermanos de Rosario. Pero obviamente escogería mi vida.

No dialogo más para adentrarme de una vez por todas en la oscuridad de aquella callejuela descuidada. Siento como el auto de Walter arranca y se aleja un poco; si se quedaran estacionados justo en frente sería sospechoso. Se supone que vine sola.

Una vez llego al lugar donde están enormes tanques de basura y el llamativo grafiti con curvas exuberantes en la pared, comienzo a palparla intentando recordar en qué lugar estaba el interruptor. Son como cuerpos humanos abstractos, de distintos tonos conformando texturas que aún no descubro cómo lograron. Observo uno de los cuerpos, que carece de una cabeza, y recuerdo que en el ombligo de este se encontraba la hendidura.

Presiono y siento el "click".

La pared se fragmenta en un cuadrado, el cual se hace para atrás y comienza a deslizarse hacia la izquierda dando forma a una especie de pasadizo algo bajo.

Semi agachada entro en el hueco cuadrado, avanzando en su interior. La pared tras de mí vuelve a cerrarse envolviéndome entre tinieblas que me desesperan. Enciendo la linterna de mi celular y mis nervios vuelven a dispararse. Estoy asustada.

Avanzo, y después de pocos pasos siento que el techo crece hasta que puedo pararme derechamente, y una tenue luz se comienza a encender hasta que ilumina todo el lugar. Es un pasillo con paredes metálicas. Apago la luz de mi teléfono; ya no hace falta.

Alguien aparece desde una puerta que se abre en el pasillo. Un monstruo. Usando un hoodie negro y la típica máscara blanca lisa. Se acerca a mí, y aprieto con fuerza los puños a mis costados tratando de controlar mi ansiedad.

—El Mandato te espera en audiencia —dice, a través de esa voz deformada por un modulador. ¿Por qué todos los villanos de películas tienen esa voz aterradora? ¿No puede haber alguno con voz chillona? No daría miedo, pero sería histórico.

Se acerca a mí, y hace un ademán con sus brazos indicándome que levante los míos. Antes de que comienza a cachearme saco de mi bolsillo la pistola que me regaló León; me he vuelto inseparable a ese arma por la sensación de seguridad que me brinda.

A pesar de no poder ver su rostro noto cómo se sorprende. No me extraña su reacción, lo raro sería que con mi cara de mojigata alguien se espere que ande armada.

Igualmente procede a cachearme con ese pequeño detector de metales que usan en los aeropuertos. Comprueba que no llevo nada más de riesgo y asiente, indicándome que le siga.

Abre una puerta y reconozco el lugar. Está 'El Mandato' apoyando sus codos sobre un buró, sosteniendo su rostro enmascarado entre sus manos. Andrea.

Percibo un olor particular en el ambiente, pero nada insoportable.

Al igual que la vez que me raptaron junto a Edgar, hay varios monstruos armados custodiando alrededor de la habitación. También hay un Rottweiler encadenado a una esquina de la habitación con cara de no tener amigos.

La verdad es que dudo que alguien se quisiera hacer amigo de ese cancerbero. Un jadeo llama mi atención, y veo a un Edgar amarrado de pies y manos tirado en el suelo a mi derecha, adormilado. Vaya, pero pobre perro sin amigos... ¡¿por qué Edgar está atado en el suelo con una venda en su boca?!

—Verdad que es lindo tu amigo, ¿eh? —habla Andrea, a través de una voz gruesa e intimidante.

Respiro profundamente, calmándome, y me molesta el olor extraño.

—Hicimos un pacto, esto no debería de estar pasando —hablo, preocupada por el estado de mi compañero de apartamento.

—¿Un pacto? Palabrerío —se levanta y disparo mis alarmas —. Ahora es que haremos el pacto real —saca de un cajón un documento, y lo pone sobre el buró.

Hace una seña con su mano para que me acerque, y vacilo en avanzar hasta que el lacayo que va tras de mí me empuja ligeramente con el codo. Camino a pasos lentos hasta Andrea.

Leo el documento sobre la mesa. Es un pacto de confidencialidad.

—¿Era necesario raptarle para hacerme firmar esto? —le reclamo, sin valor a alzar la vista y encontrarme con la perturbadora máscara blanca, que en el caso particular del Mandato esta tenía dos cuencas negras en la parte de los ojos.

Se ríe un poco, eso me frustra.

—Era la única forma que podría asegurarme de que vendrías, aunque bueno, tuve mis dudas —dice mientras va sacando un bolígrafo de su esmoquin —. En algún momento pensé que no te arriesgarías por él. Pero te subestimé; aquí estás —me pasa el bolígrafo y lo tomo.

Toso, ya algo preocupada porque ese olor penetraba como cuchillos mis fosas nasales.

—Ah, toma esto —me alcanza un vaso relleno de algún líquido transparente.

—¿Qué es? —pregunto extrañándome.

—Hay pesticida en el ambiente para acabar con ciertas plagas, puede hacerte alguna reacción alérgica —explica, incitándome a agarrar el vaso pero espero a que termine de hablar —. Prefiero proteger a mi socia, así que toma esto y no tendrás efectos secundarios.

Miro el vaso pero no lo agarro. Alzo mi mirada dubitativa y un escalofrío recorre mi cuerpo al encontrarme con los hoyos negros. Definitivamente no tomaría esa cosa, pero ciertamente es insoportable el hedor.

—¿Cómo puedo confiar en ti? —pregunto, desafiándole.

Suspira y se escucha extraño por el transformador de voz.

—Ah, no tengas miedo. Hey tú —llama a un monstruo aleatorio —, toma de esto también —el lacayo levanta su máscara descubriendo sólo su boca y toma un sorbo para dar marcha atrás y retirarse —¿Viste? Es medicinal —muerdo el interior de mis mejillas, tal vez no sea dañino.

Agarro el vaso y tomo un sorbo, su gusto a medicina haciéndome hacer una mueca. No lo bebo todo por si acaso, pero Andrea luce satisfecha así que no insiste más.

—Tú —llama a otro enmascarado y este se acerca —. Dale lo que queda al chico, que se nos va a asfixiar el pobre.

——Narra Edgar——

Aún no distingo si esto es un sueño o la realidad.

Mi cabeza palpita, sintiendo algo de mareo. No logro identificar las figuras borrosas de mis alrededores, y al intentar sobar mis ojos noto que no puedo mover las manos. Las fuerzo, pero no se mueven; están atadas. Siento un olor fuerte penetrar mi nariz y hago una mueca de asco, huele a medicina vencida.

Entonces algo se acerca a mí. Es algo alto y negro que se agacha justo en frente. Su rostro blanco. ¿Slenderman? No, tiene forma, es una cara totalmente blanca, como un maniquí.

Poco a poco recupero mi visión y me altero al recordar el lugar en el que estoy. Me secuestraron. Exaspero sin control, pero lo pienso dos veces y no grito, ¿de qué me sirve hacer eso?

El monstruo frente a mí con disimulo levanta un poco su máscara, y veo a Uriel. ¡Ah! Él me dijo que hoy haría un trabajo especial, y no le presté importancia. No se me podría haber ocurrido que dicho trabajo sea secuestrarme. Rápidamente se acomoda de nuevo la máscara.

—No lo tomes —acerca hacia mí un vaso con algún líquido, como me cubre al estar frente a mí no creo que noten que en realidad lo que hace es verter la bebida en el suelo, que rápidamente se camufla al ser oscuro y no estar precisamente limpio.

Mi respiración no tiene control, miro asustado hacia adelante por encima del hombro de Uriel y veo a Alya hablando con unos monstruos y firmando algo. Ah, Dios mío, que no sea nada muy grave.

Parecen charlar a gusto una vez uno de los monstruos... oh, no, no no, no es un monstruo cualquiera, es El Mandato, lo distingo al tener dos cuencas negras en los ojos.

¿Están firmando un acuerdo o algo así? ¿De qué? ¿Por qué?

Demasiada confusión.

Abro mi boca para pedirme explicaciones a Uriel, pero él niega con la cabeza antes de que pueda hablar, por lo que permanezco en silencio.

Uriel, con su traje de lacayo, desata mis pies y me levanta con algo de brusquedad interpretando su papel. Me dirige hacia la puerta, imagino que sea la salida de esta habitación. Alya viene a mi lado caminando por su cuenta. Desde atrás algún monstruo desata mis manos y al recuperar el control sobre ellas, las elevo a la altura de mi pecho observando las marcas que dejó la soga en mis muñecas. Duele un poco, pero nada del otro mundo.

Mientras avanzamos por el largo y frío pasillo con la intención —supongo— de salir de allí, Alya no me dirige una palabra. La observo, aún nervioso, y un extraño tick se ha formado en su ojo izquierdo; pestañea únicamente con ese ojo sin parar. Me preocuparía, pero conociéndola siempre le pasa cuando está nerviosa.

Miro sus manos, no para de jugar con ellas por delante de sí misma. Le tiemblan. Y me pregunto sobre qué demonios ha hablado con los monstruos que la han dejado en ese estado. Bueno, no es para menos, también estoy asustado, pero hemos salido ilesos, debería de estar aliviada.

Cuando damos un paso fuera, pisando el suelo del callejón, la pared tras nosotros se compacta y cierra dejándola casi lisa, camuflando el pasadizo entre las líneas del confuso grafiti. Me recuesto a esta, deslizándome hasta quedar agachado.

—Gracias a Dios estamos vivos —comento, masajeando mis sienes.

—S-sí —tartamudea y de manera torpe se deja caer de culo. Auch, debió dolerle, pero no se inmuta, con las piernas estiradas frente a ella, la mirada gacha jugando con sus temblorosas manos.

No entiendo, debería de ser yo el paranoico tras haber sido raptado sin razón, y de alguna forma no estoy tan tenso porque siento la necesidad de consolarla a ella, que luce totalmente inestable.

—Alya, ¿qué demonios pasó allí dentro? ¿Por qué me raptaron? —pregunto, sosteniendo una de sus temblorosas manos.

Ella da un pequeño brinco ante mi contacto, exaltándome. Con rapidez gira su cabeza hacia la mía a la izquierda, encontrándome con su mirada.

Y suelto su mano.

Su mirada... parece otra persona. No es la mirada de Alya. No sé cómo explicarlo, pero la siento como una desconocida.

—E-Ella, e-ella quiso hacer un acuerdo —rápidamente volvió a dirigir sus ojos a sus manos, que frotaba una contra la otra, explicando —. Un acuerdo de confidencialidad, yo, lo firmé.

—No entiendo, ¿ella?

—Ella —afirma —. El Mandato.

Pestañeo, así que el Mandato es una "ella". Y firmaron un acuerdo de confidencialidad, ¿por qué Tarot pediría la confidencia de una adolescente? Y lo más importante, ¿qué demonios he hecho yo?

—¿Y yo? ¿Por qué me raptaron?

—Para asegurarse de que yo venga —responde, frunciendo el ceño y notándose estresada por el constante parpadeo en su ojo izquierdo.

—Vámonos de aquí.

Me levanto, y ella hace lo mismo de un brinco. Decido seguirla mientras avanza con pasos largos. Está actuando como esquizofrénica, bueno, como de costumbre, pero multiplicado por mil. ¿Debería de preocuparme?

Dos figuras idénticas se adentran al callejón del que salimos, pasándonos de lado sin siquiera dirigirnos la mirada. Son los hermanos de Rosario... ¿eh? Trato de distinguirlos mejor pero opto por seguir a la chica, e ignorar a los tipos. Ahora no tengo cabeza para analizar.

Saliendo de la oscuridad del callejón puedo ver el auto de Walter parqueado en la acera del frente. Eso me llena de alivio. Está cayendo la tarde, por lo que el naranjas pinta el cielo con la puesta del Sol. Cruzamos la calle y Alya camina entre temblores, así que me mantengo a su lado por si acaso.

—¿Todo bien? —salta a preguntar una Rosario preocupada una vez montamos en el auto.

—Sí, aparentemente —respondo observando a Alya, quien tiene la mirada perdida y juega con sus manos en su regazo.

Walter arranca el auto y comenzamos a movernos. Muerdo mi labio inferior recordando a Uriel. Evitó que tomara una bebida... ¿qué habrá sido?

—¿Quién es El Mandato?

—Andrea —responde Rosario cortante viéndome por el espejo retrovisor.

—¿Ah? Eso sí es raro, ¿por qué una jefa de mafia estudiaría en una escuela de arte?

—Para acercarse al hijo de la empresa que le tiene una deuda —dice Rosario después de una pausa calculando su respuesta señalando a Walter, el cual aprieta el volante en sus dedos.

—Mierda, ugh... fui tan ingenuo —maldice el pelinegro en voz baja.

Casi hablo, pero muerdo mi lengua. Uriel se acercó a mi por lo mismo, bueno, casi lo mismo; por ser uno del grupito de "chivatos". Por suerte él sí está de mi lado, al parecer, así que no lo delataré.

—Oigan —Rosi llama mi atención y alzo la vista —. Básicamente, nosotros estamos aliados ahora con Tarot, ¿no?

—Sí —afirma Alya asintiendo repetidas veces, quien no había hablado hasta ahora.

—Entonces eso nos pondría en contra de Forvenzia y Pilaza Guerrero —sigue la morena.

—Evidentemente —esta vez le responde Walter—. Y estoy cien por ciento seguro de que no escatimarán con matarme como lo hicieron con Ámbar. Bueno, con matarnos.

—No podría pasar nada más ahora, ha sido un día de mierda —digo recostando mi cabeza hacia detrás, cerrando mis ojos.

A ver... ¿conocen la ley de Murphy? Esa que dice que cuando crees que nada puede ser peor simplemente las cosas empeoran. Como una patada por culo de la vida advirtiéndote que siempre hay que estar alerta.

Ya, pues que la maldita ley de mil demonios siempre hace efecto.

—¡¡¡Frena!!! —chilla Rosario cuando un vehículo salido de una acera nos intercepta por delante bloqueándonos el paso.

Walter frena de un tirón haciendo que todos nos golpeemos las cabezas con lo que tengamos delante.

—¡¡¡Pero es estúpido!!! —grita Walter comenzando a dar marcha atrás enojado por el auto frente a nosotros de lado.

—Ah... chi-chicos —susurro —. Lo siento.

—¿Ah? —Rosario se voltea de repente.

—Por activar la Ley de Murphy.

—Vete a la mier... —la chica no puede terminar la frase porque chocamos por detrás con algo que nos vuelve a sacudir.

Miro por la ventana trasera y otro vehículo oscuro ha interceptado de lado por detrás de nosotros, encerrándonos.

—Segundos —habla Alya cuando salen de ambos vehículos cuatro personas trajeadas. Sí, evidentemente son los de Pilaza.

Reconozco al chico por el que tanto lloró Alya, mierda, ¿no había muerto? ¿Estos es The Walking Dead?

Walter intenta arrancar el auto y salir por un lado pero el vehículo de atrás se mueve chocándonos esta vez más fuerte. Logro poner mis manos frente a mi cabeza protegiéndola del impacto con el asiento delantero, pero Alya no lo hace y veo su cuerpo desmayado a mi lado tras el golpe.

—¡Jesucristo! —exclamo viendo a Walter y Rosario también desmayados con la bolsa de aire que se activa tras un impacto para proteger al conductor.

¿¡Soy el único consciente!?

¡Ahhh! ¿¡Que nos van a secuestrar estos también!?

La ventana a mi lado se rompe de golpe y mi respiración se acelera de manera exagerada. Abren la puerta desde dentro e intento forcejear con el tipo que bruscamente me agarra poniendo un trapo con evidentemente cloroformo en mi nariz y boca. ¡No! ¡De nuevo no!

Salgo del auto en un impulso y lanzo un puñetazo a la cara del tipo pero lo esquiva. Otra persona me sujeta por detrás mientras el anterior vuelve a cubrir mi nariz con el pañuelo, e inevitablemente pierdo total consciencia.

***

——Narra Alya——

—Pssst, Aly... —algo pica mis mejillas, y me remuevo con incomodidad despertándome —psst... despierta —abro lentamente mis ojos, y observo el rostro de Dante frente a mi.

¿Estoy en el cielo? Porque creo que veo gente muerta.

—Te sacaré de aquí —susurra tan bajo que casi no le oigo.

—¿Dante? —achico mis ojos intentando enfocar la vista.

—Shh —tapa mi boca con algo de brusquedad exaltándome —. No hables. Ahora te desataré, pero no hagas ruido.

¿Por qué me atarían en el cielo? Espera espera espera... ¿realmente estoy muerta? ¿Cómo? ¿Cuándo? Las taquicardias se intensifican.

Siento mis manos liberarse y escucho un pequeño ruido; algo se movió a mi lado.

Doy un brinco, nerviosa al ver que hay un cuerpo a mi lado.

Es Rosario.

Está atada de manos y pies, con una venda cubriendo su boca. ¿¡Pero qué demonios!? ¡Y también están Walter y Edgar! ¡¡También atados!!

—¡¿Dónde estamos?! —exclamo, con mi respiración descontrolándose. Y noto que mi ojo izquierdo no para de parpadear; mi tick se activa.

Su mano vuelve a estamparse en mi boca doliéndome un poco. En los ojos del muerto veo algo de desesperación.

—Silencio —dicta, y se levanta, al parecer estaba agachado.

Siento que todo a mi alrededor se encoge atrapándome, una sensación desagradable, como si sufriera de claustrofobia; cosa que no padezco. Dentro de la oscuridad puedo vislumbrar a los chicos a mi lado y una mesa frente a mí. Y caigo en cuenta del choque de autos, así que asocio la situación a la anterior experiencia; ¿Tarot?

No, con Tarot recién había saldado la cuenta.

Ah... Dante.

Segundos. Pilaza Guerrero.

No, no estoy muerta. Entonces Dante... está vivo.

Tiene sentido.

Miro en todas direcciones, mi pupila deslizándose por el globo ocular como pelota en Pinball.

He sido secuestrada por un bando del Efecto Tiempo tras haber negociado con el otro. Já. Que agradable.

—Estás vivo —me abalanzo sobre él abrazándolo. Corresponde, envolviéndome entre sus brazos. Siento un sollozo de su parte en mi oído y es todo lo que me basta para romperme en llanto.

Arrodillados en el suelo nos apretamos cada vez más uno contra el otro entre lágrimas y mocos. Se separa un poco y deja un largo beso estampado en mi frente.

—¿Po-Por qué no... me diste señales... de-de vida? —intento comentar entre sollozos, y una fuerte comezón nace en mis manos por lo que las rasco entre ellas.

—Por tu bien —responde en un susurro —. Y ahora te sacaré de aquí.

Miro a mis amigos.

—¿Qué nos quieren hacer?

—Matarlos.

Abro bien mis ojos.

—¿Matarnos?

—A ti no, te sacaré.

—No puedo dejarlos —me volteo a verles.

Él suspira, con un poco de frustración.

—Mira Alya... me estoy arriesgando un montón para salvarte —apoya su mano en mi hombro y nuestras miradas se encuentran —, será difícil, pero correré el riesgo porque me importas —mira a los chicos —. Me sería imposible sacarlos a todos.

Ahogo un sollozo, e imploro.

—Dante... por favor.

Hace una pequeña mueca de decepción, y rápidamente limpio una lágrima que había rodado por mi mejilla. Siento mi cuerpo temblar.

—Deberías agradecerme, ¿sabes? —responde cortante.

—¿Por qué nos quieren matar? —pregunto, con algo de desesperación en mi tono de voz.

Suspira.

—Ustedes son una amenaza, bueno, en general Tirolesa es la amenaza, así que los eliminarán para dejar claro al periódico que dejen de meterse en el Efecto Tiempo —se acomoda las mangas de su traje —. Además de que sabemos que tienen tratos con el enemigo; Tarot.

Me exalto, sorprendiéndome un montón.

—¿Cómo supieron esto?

—Él —señala a Walter.

—¿Él? —pregunto frunciendo el ceño y asiente.

—Tiene un micrófono incrustado en la piel —suelta, y elevo mis cejas —. Su padre ordenó que se lo colocaran una noche antes de que partiera a la universidad con el objetivo de cuidarlo de Tarot —hace una pausa, y sigue —. Siempre supimos que atacarían a los puntos débiles para amenazar a las empresas, o sea, matar a los jóvenes. Con ese micrófono sabría si Tarot intentaba hacerle algo e ir a salvarlo inmediatamente. Pero con el paso del tiempo ustedes se metieron cada vez más en el Efecto Tiempo —hago una mueca, esperándome lo que seguía —. A través de él sabemos todo lo que ustedes saben. Y llegado a este punto, su padre ha decidido acabar con sus vidas, porque se volvieron un grano en el culo.

Aprieto el pullover que llevo con mi mano en mi pecho. Una punzada ácida en él.

—Matar a su propio hijo... —susurro mirando a Walter.

—Wilfredo O'Castell es un monstruo, Alya —afirma el chico —, antes ya había mandado a matar a su hija mayor por la misma causa.

—Espera un momento —miro a Walter —. Entonces ahora mismo tu gente está escuchando todo esto. Sabrán que estás aquí.

—No, ya le quité el micrófono.

—¿Eh?

—Sí —señala la mesa frente a mí, me levanto un poco y veo en ella algunos instrumentos como bisturíes, y un poco de sangre —. Ahora mismo ellos tres están sedados, así que aproveché para sacarle el micrófono y poder sacarte.

—¿Cómo mierda se lo sacaste?

—Para ser segundo tienes que cumplir con una serie de requisitos, entre ellos conocer lo básico en primeros auxilios, y lo no tan básico —agarra el bisturí, y vuelve a dejarlo.

Me muevo inquieta, demasiado inquieta, balanceándome parada. Me encuentro sumamente ansiosa, ¿por qué tanto nerviosismo?

—Con un detector de metales encontré el lugar donde tenía el micrófono; en la clavícula. Y fue una operación bastante superficial y fácil para mí —termina de explicar y asiento repetidas veces en mi ataque de ansiedad.

Mis ojos se van secando mientras observo la espalda del chico alejarse para asomarse por una puerta, seguramente revisando si hay alguien cerca.

Veo sobre la mesa de las herramientas una pistola.

Miro hacia detrás; los tres chicos que me han acompañado hasta ahora. Con quienes he vivido una cantidad considerable de aventuras en los últimos meses. Como Rosario dijo hoy temprano:

Somos los cuatro desde el principio, y los cuatro hasta el final.

No puedo abandonarlos.

Quiero un montón a Dante, y estoy agradecida de que piense tomar riesgos por mí. Pero yo también debo tomar riesgos por mi gente. Tres valen más que uno. Que uno muy especial, pero sigue siendo solo uno.

Tomo una fuerte respiración antes de agarrar la pistola en la mesa y apuntar a Dante.

No... no puedo hacerlo.

Él se voltea.

—Alya... ¿qué estás haciendo? —abre enorme los ojos al sorprenderse por verme así.

—Lo siento, pero si ellos no salen yo no salgo.

—¿Eres estúpida? ¿Sabes que puedo simplemente dejarte con ellos y que los maten como cerdos? Pero nooo, yo te intento salvar, y me pagas apuntándome con un arma.

—Dante... ellos...

—¿Valen más que tu vida?

¿Valen más que mi vida?

No supe que era tener una vida hasta que ingresé a la AISA, e independientemente de los percances, al lado de estos tres chicos he experimentado una cantidad increíble de emociones. Nos hemos apoyado hasta el final.

—Quizá no sean mi vida, pero sí una parte importante de ella.

Dante gruñe, y se cruza de brazos.

—Cursi de mierda, te va a matar tu intento de hacerte la heroína.

—N-No es eso, sé que ellos harían lo mismo por mí —tartamudeo, y mis manos tiemblan.

—Ah, ¿sí?

—¡Sí! —una tercera voz entra en escena. Edgar.

Su exclamación despierta a los otros dos, que lucen aturdidos.

—Ah, mierda Alya, te mamaste —maldice Dante y una sensación amarga oprime mi pecho —. ¿Por qué nunca aprendiste a aprovechar oportunidades?

Otra vez las repetidas exhalaciones e inhalaciones. Me mantengo apuntando al segundo, probablemente mi expresión era una mezcla de terror y nervios.

—Dispárale —comenta en voz baja Walter, pero no desvío la vista de Dante.

—Alya, baja eso —pide el chico acercándose lentamente a mí.

—¡¡¡Dispara!!! —grita Rosario y doy un pequeño brinco en el lugar, apretando inconscientemente el gatillo y abro los ojos espantada, pero una gota de alivio me llena cuando veo que la bala se incrustó en la pared al lado de Dante. Él cambió su expresión a una más preocupada al ver que fui capaz de disparar, aunque fallé.

—¡¿Me vas a matar?! —grita, su voz suena desgarrada.

Vacilo, con aún más presión encima, muerdo mi labio inferior y finas lágrimas caen de mis ojos. Mis manos tiemblan un montón, cosa que parece aprovechar Dante para intentar acercarse pero lo detengo con un grito.

—¡Si te acercas te mato!

—¡¡¡Dispárale, maldita sea!!! —vuelve a gritar Rosario y lloro, lloro porque matar a mi mejor amigo es la única vía de escapar con todos — ¡Sino nos matarán a todos!

—Alya... no lo hagas... por favor... —ruega el chico, haciendo ademanes con sus manos intentando calmarme.

Sollozo. Estoy llorando como una niña pequeña. Tiene que haber otra vía, otra forma. Tiene que existir alguna manera de poder salvar a los chicos sin la necesidad de dispararle a Dante.

—¡¿Qué demonios sucede aquí?! —una voz conocida grita, y da un disparo al techo, haciéndome encogerme de hombros y apretar mis puños como reflejo.

Aprieto mis puños.

Aprieto el gatillo.

Dante...

—¡¡¡Dante!!! —exclama la chica; Sabrina, la cual se lanza de rodillas al suelo para verificar el cuerpo del chico.

¿El cuerpo? No... el cadáver del chico.

Disparé. Y la bala atravesó el pecho de mi mejor amigo. Maté a Dante.

Caigo al suelo de rodillas. Realmente le disparé.

—¡¡¡Hija de perra!!! —exclama la chica mirándome. Le duele. Le duele que haya matado a Dante. Pero no debe dolerle ni un tercio de lo que me duele a mí —¡¡¡te voy a matar!!!

Siento el ruido de un disparo en mi dirección que falla, pero ni siquiera me inmuto, me dejo caer de rodillas al suelo detrás de la mesa de herramientas una vez me empieza a disparar sin control. Noto movimiento a mi lado; al parecer los chicos se han desatado.

Mi cuerpo se estremece, ligeros espasmos hacen que me retuerza. ¡Vuelve la ansiedad! Mi pecho se aprieta, y muerdo con fuerza mis labios hasta hacerlos sangrar un poco sintiendo el sonido de disparos retumbando por la habitación.

Levanto un poco la vista. Walter está forcejeando con Sabrina, intentando arrebatarle el arma. Y escucho otra detonación seguida de un grito ahogado.

El chico cae. Le disparó en el abdomen.

—¡Demonios, no! —Sabrina suelta el arma y mira a Walter con desesperación en sus rostro.

Rosario se acerca a él en un impulso y cierro con fuerza mis ojos esperando lo peor.

Ella agarra la pistola y dispara por unas dos veces, hasta que el arma se descarga por completo. Me asomo por un lado de la mesa y veo el cuerpo de Sabrina en el suelo, con una bala en el estomago y otra en una clavícula. Ella sostiene su barriga haciendo presión con sus manos para evitar desangrarse.

—¡Salgamos de aquí! —exclama Rosario poniéndose de pie. Entre ella y Edgar ayudan a Walter a levantarse con algo de dificultad, sosteniéndose la herida.

Avanzan poco a poco y me quedo en el suelo, observándoles. Las lágrimas se han secado en mis mejillas, y el tick en mi ojo izquierdo comienza a molestar.

—¡Alya levántate! —me exclama la morena. ¿Cómo? ¿Cómo puede ser tan valiente en esta situación? ¿Cómo pueden levantarse y avanzar?

¿Por qué no puedo levantarme?

¿Por qué no puedo moverme?

¿Por qué siento que perdí el control de mi cuerpo?

Y de repente todo se siente como un sueño. Los chicos están al salir por la puerta y yo lo siento todo ligero. Avanzo gateando un poco, hasta el cadáver de Dante que yace boca arriba en el suelo, con sus ojos cerrados.

Lo observo. Se siente tan irreal, tan ficticio. Miro a la rubia en el suelo, ¿cuál era su nombre? Supongo que eso ya no importa.

Presiono mi puño sintiendo el arma en mi mano, moviéndola suavemente, disfrutando del brillo que emana el metal cuando la luz se refleja en él.

—Alya... ¿qué haces? Vámonos —siento una voz apurándome, creo que es Edgar, pero no lo miro.

Tampoco respondo, porque la verdad, ni yo misma sé que estoy haciendo.

Veo a Dante, pero no siento tristeza, ni culpa, simplemente nada.

Llevo la pistola a mi sien. Ah... el metal frío se siente bien al tocar mi piel.

Espera... ¿qué estoy haciendo?

Eso mismo me preguntan a gritos Rosario y Edgar. Los miro a los ojos asustada.

Ayuda.

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