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31- "Cumpleaños... ¿feliz?"

——Narra Alya——

—Tienes unas ojeras de panda drogado —su comentario me hace bufar —. Pero no te preocupes... —aplica algo en mi rostro, tal vez base — que tu talentosa Rosario hará magia.

—Me estás bajando el autoestima.

—Shh, los pandas no hablan, mucho menos drogados.

Alzo las cejas y me regaña porque la hice equivocarse.

Me tenía realmente emocionada y nerviosa la fiesta. Rosario se ofreció a maquillarme y elegir mi ropa, para estar según ella, despampanante. No me pude negar.

—¿Quiénes irán? —pregunto cuando deja de ponerme labial sencillo.

—Bueno, Walter, Edgar, tu amiga Zahara... e inevitablemente mis hermanos, que ojalá se alejen de nosotros.

Me desanimo un poco al no escuchar el nombre de León en la lista. ¿Para qué engañarme? Quiero verlo.

—¿Y esa carita de cachorro mojado? ¿Cuántos animales serás hoy? —comenta mirándome preocupada —¿Hay alguien que no quieres que vaya o algo? ¿Es por mis hermanos? No te preocupes, sé cómo ahuyentarlos.

—No no, es que...

Me vacila, al parecer estudiando mi reacción. Aprovecho para mirarme en el espejo y me río de mí misma. Tengo un ojo pintado y el otro aún no.

—Ah, ya sé. Es el periodista baboso. ¿Lo quieres allí? —asiento lentamente sin poder ocultar una tímida sonrisa —Es que como es mayor que nosotros y tal... creí que sería incómodo.

Recuerdo algo importante.

—¡Ah! ¿Cómo le habrá ido con Walter? Ellos iban a buscar información para Tarot —me levanto y Rosario me empuja de los hombros haciéndome sentar de nuevo.

—¡Señorita! Hoy es tu cumpleaños, no la pasarás preocupada. Hoy a disfrutar, lo que sea que pase será mañana —hago una mueca, con algo de ansiedad —. Vive el momento, tal vez mañana no estemos vivos.

—Gracias, muchas gracias. ¡Ahora estoy mil veces más tranquila! —exclamo sarcásticamente, haciéndola bufar.

A pesar de saber que lo dijo jugando, pudiera ser verdad. Si a Tarot no le convence la información, o se huele que los estamos usando, podrían mandarnos a matar, a todos.

Noto lo alterada que estoy, cuando me doy cuenta de lo errático de mi respiración, que me hacía parecer un canino jadeando. Vaya, Rosario podría compararme de nuevo con un animal. Ella parece haber pensado lo mismo que yo, cuando esboza un gesto de preocupación en su rostro.

—Preguntaré ahora mismo a Walter. Por la mañana se fue muy rápido —dice tomando su celular que estaba en la cama de mi habitación y llama.

Luego de unos segundos timbrando, él contesta. Le pregunta si todo salió bien, y ver su gesto de relajación me hizo aliviarme un poco. Cuelga.

—Todo bien —me dice —. Encontraron varias cosas y ya negociaron con Tarot. Ellos nos protegerán de los sicarios de las empresas durante un tiempo por haberles ayudado.

—Vaya... ¿cuándo terminará todo esto?

—Ni idea, pero lo mejor es que nos mantengamos a raya hasta que el conflicto finalice. —zanja delineando mis ojos.

El resto del día transcurre de manera casual. La paso con Rosi y Zahara viendo películas y hablando de boberías hasta las nueve de la noche. La pijamada me emociona un montón y no lo oculto.

Estoy en casa de la latina cuando alguien toca el timbre y ambas vamos a recibir a los invitados.

Una vez abre la puerta, nos quedamos estupefactas.

—Feliz cumpleaños —sonríe la chica al otro lado de la puerta con una bolsita en la mano.

—¿A ti quién te invitó? —añade cortante Rosario de forma descortés. Me dan ganas de meterle un jabón en la boca para que aprenda a medir sus expresiones.

—Walter —responde Andrea con suficiencia en su tono, y noto de inmediato la horrible tensión entre ambas chicas. Detrás de ella viene el chico con las manos en los bolsillos.

Quisiera poder usar mi excusa de estrella de ver a Picasso casualmente y salir corriendo.

—Te traje algo —dice la chica de cabello sumamente corto entregándome una bolsa de regalo.

Le agradezco con ilusión, es el primero. Vacilo en si abrirlo ahora o no, pero al ver la sonrisa de Andrea lo hago de una.

—Gracias —sonrío al ver un perfume y una caja... ¡¿una caja de condones?! —, no tenías que molestarte. En serio —me ruborizo como fresa, al ver que son precisamente de ese sabor.

—No se cumple dieciocho todos los días, encárgate de usarlos bien —me guiña un ojo.

—Gracias por los preservativos, muy bello de tu parte —enuncia con rapidez Rosi con la intención de cerrar la puerta, pero antes de que esa bomba estalle logro apartarla haciendo que Andrea entre.

—Esperemos a los demás —añado con una leve sonrisa intentando aliviar el ambiente entre ese par, y Rosario me fulmina, casi soltando rayos láseres por los ojos.

Nos sentamos en la sala de mi amiga. Sin saber de qué demonios hablar, me pongo a inspeccionar la caja de condones como si fuera lo más interesante del mundo.

¿Instrucciones? Que dibujos más feos, ¿eso es un pene? Parece la nariz de Calamardo.

Doy un brinco en el lugar al sentirme vilmente codeada por mi amiga. ¿Pero qué le pasa? Es evidente de que le cae mal Andrea, pero no voy a botarla, mucho menos habiéndome traído regalo que hasta instrucciones tenía.

—¡Eh! ¿Pero qué es esto? —siento una voz masculina que capta mi atención. Baja por las escaleras un chico parecido a Rosario, pero lleno de tatuajes de demonios.

—Vete, bicho —insinúa Rosi quien andaba en su celular.

—¿Y estas quiénes son? —pregunta el chico mirando detenidamente a Andrea, luego a mi, lo que me hace desear ser un avestruz para encajar mi cabeza en el suelo. La razón es que para nada me da buena espina.

Rosario se levanta, irritada.

Estas son mis amigas —al momento parece arrepentirse de lo dicho y mira hacia detrás por encima de su hombro, señala a Andrea —. Esa no.

—Me encanta tu sinceridad, tampoco es como que tú me caigas especialmente bien —contraataca Andrea.

—Voy a guardar el Calamardo —anuncio caminando a una velocidad extrema intentando huir de la escena de odio. Subo hasta la habitación de Rosario donde está mi mochila con todo lo traído, y guardo los presentes.

Que incomodidad por Dios.

¿Y con quién uso las narices de calamarditos?

—El próximo sábado cumples dieciocho, y me será legal darte más que un beso —vienen a mi mente las palabras de León.

Ah, Calamardo, hoy es tu fecha de estreno.

——Narra Rosario——

A pesar de todo, nunca comprendí por qué hacía tanto rechazo hacia mis hermanos. Soy consciente de que me hicieron cambiar para mal, pero en parte fue mi culpa.

Pero a pesar de todo, era una manera de reducir mi estés; culpándolos a ellos.

Porque es más fácil vivir lamiéndose las heridas culpando a otro de rasguñar cuando uno mismo lo hizo.

Una vía de escape de un pasado que para nada me enorgullece. Pintándolos a ellos como monstruos.

Como cuando ves las aterradoras sombras en la pared en vez de las manos que las crean. Desde una perspectiva acusadora.

Y muy en fondo, les quiero, son mi familia.

—¡Llegó por quien lloraban! —grita con entusiasmo Edgar entrando a la sala y vaya que fue oportuno, necesitábamos algo de alegría.

—Tengo algo que puede animar este ambiente —murmura Giorgio, cierto ángel —. ¡Gregory! Tráele la hookah.

—Nunca lo he probado, ¿qué sabor tienen? —pregunta Zahara. Quien estaba sentada debajo de la cumpleañera; en el suelo recostada al sofá. Me da risa la expresión dubitativa de Alya al oír la mención del aparato para fumar.

—Melón, menta, y otros —le responde Giorgio quien también está en el suelo. —. Hey, ¿y si le metemos a la botellita?

—Vamos, ¿estamos en secundaria? —me burló ante su propuesta del juego. Estoy sentada en una pierna de Walter, quien juega con mis rizos.

—¡Eh! Que hay tres juegos que son las viejas confiables: verdad o reto, yo nunca nunca, y la botella. He de decir que prefiero el último —me responde el chico y volteo los ojos.

—Seamos democráticos —comenta Andrea, y frunzo el ceño. Vamos, hay algo en ella que no me inspira confianza; tal vez que se la pase como perra oliéndole el culo a mi novio —. Yo voto por yo nunca nunca. ¿Quiénes están conmigo?

Sorprendentemente, varios levantaron sus brazos apoyándole. Era obvio; se quedaba ese juego. Nos sentamos en el suelo haciendo un círculo, y junto a mis hermanos preparamos todos los tragos y cervezas para cada uno; como buenos anfitriones que somos.

Esa noche Henry había salido con Alina, la que trabajaba en los periódicos. A pesar de que fuese sólo una infiltrada, parece ser que se enganchó al señor. Y en el fondo, me alegraba que Henry se diese otra oportunidad en el amor.

—Yo nunca nunca... me he enamorado —dice Edgar levantando su vaso y bebiendo con ímpetu. Bufo por esa propuesta y bebo, y me sorprende al ver que no muchos lo hicieron.

Lamentablemente, el amor era un sentimiento muy difícil de conseguir hoy en día. Pero a la mierda, vivir sin compromisos es sinónimo de libertad.

La puerta se abre y capta la atención de todos. Entra León con una caja en la mano. Nadie dice nada, y me da risa el patético momento; él parado en frente de un montón de chiquillos en el suelo.

—Eh, hola —saluda —. ¿Están mudos o mi sagrada presencia les dejó sin palabras? —bromea poniendo sus manos en la cintura.

—Únete a nosotros —digo, cruzada de piernas —. A no ser que estés demasiado viejo para jugar.

—Me ofendes, si apenas soy un niño de veinticuatro —comenta y se sienta en el suelo al lado de Alya, quien le dedica una sonrisa tímida y él le da su regalo, pero no lo abre. León toma una de las latas de cerveza y la abre.

—¡Yo nunca nunca he tenido sexo por dinero o interés! —exclama Zahara y se ríe como si fuera lo más gracioso. Su expresión cambia al ver que el único que bebe es mi hermano: Giorgio. No me sorprendo, pero no comprendo la necesidad.

—Yo nunca nunca he follado con alguien de mi mismo sexo —propone León, siguiendo los turnos en forma de círculo. Bebo, lo hace Zahara para mi sorpresa, y Gregory también. Edgar parece vacilar su vaso, y me da una ligera curiosidad.

Sigue el juego, y a medida que pasa el tiempo y nos comenzamos a embriagar, las propuestas se vuelven más estrambóticas y atrevidas.

A Walter parece subirle un calentón porque no para de acariciar mis muslos. Pero no correspondo, porque mi atención está fija en la manera en que Andrea lo mira, mordiéndose el labio de vez en cuando. Ugh, odio a esa puta.

Hacía tiempo no me sentía tan posesiva en una relación, pero no podía evitarlo al sentirla como una amenaza.

—Yo nunca nunca he matado —esa propuesta salida de la voz de Gregory capta mi atención, y un nerviosismo me recorre. No bebo, porque esa vez fue un accidente, yo no quise, no, no lo hice. Niego intentando sacar los recuerdos que con tanto esmero había superado.

Mis hermanos beben, y lo esperaba. León también lo hace y no lo juzgo teniendo en cuenta de que fue policía, y era su trabajo.

Pero hay alguien que si me sorprende al beber.

Andrea.

Y no se si es imaginación mía por la borrachera y el ligero mareo, pero incluso una pequeña sonrisa cruza su rostro. Demonios, que puta mala espina.

—¡Yo maté a mi ex de amor! —exclama Zahara bebiendo rápidamente y nos logra sacar unas risitas. Bueno, no todos se están tomando las cosas literal.

Tal vez soy la intensa.

—Idolatro a Fidel Castro. A ese man lo intentaron asesinar más de seiscientas veces y terminó muriendo a los noventa años, bien ricamente, cuando le dió la gana —Gregory comenta. Ya el hilo de conversación se había distorsionado tanto que cada quien decía cosas random.

Miro la hora en mi celular, y me muevo a la cocina en busca del pastel. Walter me sigue.

—Hey, ¿y si luego nos vamos a tu habitación? Estoy ansioso —susurra cerca de mi oído erizando mi piel.

Nuestros ojos se encuentran. Sonrío de lado; admito que amo cuando se pone morboso. Pero no dejaría sola a la mojigata de Alya entre tanto borracho. Se me muere.

—Hay que cantarle a la beba —señalo el pastel.

—Eh-ehm... —siento como alguien se aclara la garganta y resulta ser la cumpleañera —Rosi, ehm, tus hermanos me dan miedo. Siento que nos van a matar mientras dormimos — se frota los ojos —. Mierda. Estoy el triple de paranoica desde que Tarot quiso negociar.

—No te preocupes por ellos —la consuelo —, mientas esté yo nada malo va a pasar —sigue con expresión dubitativa —. Solo, una cosa: Nunca, escúchame, nunca te quedes a solas con ellos.

—Hazle caso —corrobora Walter, quien ya había vivido una situación desagradable con ellos.

Volvemos a la sala, y una vez coloco el pastel de bombón en una mesa todos la rodeamos como niños emocionados de diez años.

Cumpleaños feliiiiz —Edgar comienza a cantar alargando la "i". Le seguimos el ritmo.

—Horas después: 5:24am—
——Narra Alya——

—Ha caído otro soldado en batalla —comenta Gregory cuando Edgar cae rendido en el sofá.

Todo está hecho un desastre.

Vasos vacíos por todos lados, bebidas esparcidas en el suelo y dos o tres dormidos por ahí.  Los cuatro gatos que quedábamos despiertos ya estábamos en las últimas. Con la nota hasta la cabeza y poca consciencia activa.

Estando sentada en el suelo, con la espalda apoyada contra el sofá, ladeo mi rostro para encontrarme con el azul marino en la mirada de León. Me sonríe.

Por inercia devuelvo el gesto.

Se acerca un poco, lo suficiente para que distinga su propuesta en un susurro:

—¿Y si nos vamos solos a...

No dejo que termine de hablar, levantándome para llevarlo de la mano con una determinación inusual en mí al área de huéspedes. Abro una puerta aleatoria pero el cuarto está ocupado por alguien dormido, así que entro en otra habitación.

(ADVERTENCIA: Contenido sexual a continuación. Si eres sensible a ese tipo de escenas, te recomiendo saltar algunas páginas.)

Estampo al chico en la pared para unirnos en un beso algo desesperado. Enredo mis manos entre su cabello y él sujeta fuertemente mis caderas.

No estoy ni siquiera cerca de ser crítica en besos, pero con tal estado de ebriedad y todo puedo percibir que literalmente nos estamos babeando como labradores. Él se detiene, pareciendo darse cuenta de lo patético que es el beso.

Incómoda ante la situación, suelto una risa, y de repente me parece lo más gracioso del mundo sumiéndome en carcajadas que le contagio.

Vuelve a besarme, un poco más lento. Sus labios tan húmedos y suaves se sienten bien al rozar los míos. Intensifico el beso, pidiendo acceso con mi lengua para entrar a su boca mientras acaricio su pecho desabotonando su camisa con torpeza.

—Joder... estoy tan duro —comenta pegándome más a su cuerpo, permitiéndome sentir en mi vientre un bulto creciente desde dentro de su pantalón. Me hago un tomate, y gimo cuando aprieta uno de mis pechos por encima de la ropa —. Puedo imaginar... lo mojada que estás ahora —susurra masajeando mi pecho, haciéndome gemir bajo con la voz entrecortada —. Sería tan fácil entrar en ti.

—L-león.

La mención de su nombre parece enloquecerle, porque mete sus manos dentro de mi pullover llevándolas hasta mi espalda y desabrochando con rapidez mi sostén. Sus manos vuelven a mis pechos, adentrándose dentro del sujetador, en un movimiento brusco que me estremece.

Sentir sus dedos dando suaves pellizcos a mis pezones hace que corrientes recorran mi cuerpo. León tenía razón, estoy húmeda a más no poder.

Quita mi blusa, que es un estorbo entre ambos, dejándome al descubierto, y por un momento me siento tan vulnerable que no puedo evitar ruborizarme. Mis pezones erectos se endurecen entre sus dedos, y luego entre sus labios que succionan de ellos con voracidad.

Jadeos incansables salen de mí, en conjunto con observar como quita su camisa dejándome ver su torso desnudo. Muerdo mi labio inferior cuando agarra mis nalgas moviéndome a la cama, donde me siento en el borde.

Quita mis shorts y bragas a la vez, cosa que me sorprende y por inercia cierro mis piernas avergonzada.

Desabrocha su cinto y va quitándose su pantalón. Espera. Espera, espera, espera un momento. Estaré borracha pero no inconsciente. ¿Me va a follar así como así sin condón ni nada?

—Ehm, creo que ahora son necesarios los calamarditos.

—¿Los qué? —pregunta confundido.

—Condones.

—Ah, tranquila, me vendré fuera.

Mi vindrí fiiri.

Okay, yo me vi la Rosa de Guadalupe. A mi no me vienen con cuentos.

—León mhh, si no usas un condón... entonces nada —dicto, ruborizada al verlo solamente en bóxers, con un bulto pronunciado en ellos.

—Mierda Alya... —se acerca a mi, inclinándose, apoyando sus manos a mis lados estando sentada en el borde de la cama — estoy tan duro que me duele. Te gustará.

No se si fue el destello depredador en el iris frío de sus ojos, o el tono de voz ronca que utilizó para decirlo, pero mi intimidad comenzó a palpitar tanto que terminé por restarle importancia a las consecuencias.

Entonces acarició mis muslos, haciéndome abrir las piernas lentamente, e introdujo en mí uno de sus dedos. Gemí una maldición por lo bien que se sentía su tacto.

—Demonios... que húmeda estás —mueve su dedo lográndolo entrar poco a poco, luego otro... y otro.

Gimo con algo de descontrol al sentir como poco a poco me abro más y más por él. Sus dedos moviéndose rápidamente en mi interior me provocaban ganas de sentir más. Sentirlo mejor.

—Más —suplico —, quiero más.

Saca con brusquedad su mano, para bajar su bóxer. Con los codos apoyados en la cama, muerdo fuertemente mi labio. Me embiste con fuerza, y ciertamente se desliza con facilidad a mi interior, pero más que placer lo que siento es un malestar desagradable.

—Ay —me quejo por el pequeño dolor, y al él moverse dentro de mi con tanta intensidad el dolor aumenta —. ¡Para!

Me hace caso, deteniéndose, y al observar sangre saliendo de mi intimidad abre ojos como platos.

—Espera... ¿eres virgen?

—Uhm... era.

—¡Alya! ¡Me hubieras dicho! Mierda —parece bajársele el calentón, porque sale de mi, y sube su bóxer para mirarme con preocupación.

Cierro nuevamente mis piernas, sintiéndome extraña. Acabo de perder la virginidad. Nunca fui muy exigente con alguna escena perfecta, pero definitivamente esta sobrepasó los límites.

Sin quererlo, mis ojos picaron, y sentí como una lágrima salía de mi, que limpié con rapidez

—Me siento terriblemente culpable ahora mismo —dice el chico, sentándose a mi lado. Lo miro, y no sé si reírme o llorar.

Levanto la colcha, ya importándome poco estar desnuda, para meterme bajo ella y acurrucarme a una almohada.

—Nunca más me emborracho —digo, y el pelinegro se acuesta a mi lado —. Porque, demonios, tengo una mezcla de sentimientos encontrados ahora mismo.

—Debiste decirme, tontita. Pude haber sido gentil y haberte dado más preparación —dice, sumiéndose en la culpa —. Pero, mierda, eso debió dolerte.

—Si. Pero bueno. Sucedería en algún momento —digo más bien para auto convencerme.

Solo cierro los ojos, buscando el calor de la cama. Con una pequeña molestia en mi parte íntima.

—Ehm, bueno, ¿y si abres mi regalo? —propone el chico y le dedico una mirada de póker. —vamos, es un buen regalo.

Dándome flojera absoluta moverme, él mismo alcanza la caja que había traído, y me la pasa. La abro, y también abro enormes mis ojos al no esperar encontrarme con tal objeto.

Una pistola.

Pensé que iban a ser chocolates o alguna cursilería así.

—Te será útil en esta situación.

—Vaya... gracias.

—Te enseñaré a usarla.

Me quedo un rato mirándolo a los ojos, esos ojos tan profundos que hace unos minutos tenían un brillo salvaje, y ahora, ahora solo portan serenidad.

Y me río.

Él frunce el ceño.

—¿De qué te ríes?

—De mí misma.

—Casual.

—Doy algo de vergüenza ajena ahora, ¿no?

—Nah.

Alzo mis cejas ante su respuesta.

—Bueno, un poco sí —admite —. Es que te ríes de la nada.

Lo codeo aún risueña contagiándole la risa inexplicable. Su voz ronca entre carcajadas retumba por la habitación; nunca me cansaría de escucharle. Observo nuevamente el arma, una Ruger. ¿Algún día la usaría?

Me levanto para vestirme un momento, e ir al baño para limpiar un poco la mezcla de fluidos que manchaban mi intimidad.

Salgo de la habitación, y llevo la pistola conmigo. Más bien por capricho, por temer a los desquiciados hermanos de Rosario. Tal vez si los encontraba por el camino borrachos les apuntaba y se iban.

Una vez en el baño comienzo a limpiarme la sangre. Todo normal, hasta que siento unos pasos por el corredor.

Tranquila, Alya, tranquila, solo alguien borracho.

Más pasos.

—¿Ho-hola?... ¿Hay alguien ahí? —pregunto ya comenzando a entrar en ansiedad.

Nadie responde, así que salgo abriendo lentamente la puerta del baño. Camino por el pasillo, y en vez de entrar nuevamente a la habitación, decido seguir a la vocecilla curiosa en mi cabeza que me incitaba a saber quién andaba corriendo por todos lados.

Siento un gruñido, cosa que me paraliza, sin saber a donde moverme. Entonces escucho el ruido de platos rompiéndose y caigo en que la acción está en la cocina.

A pasos apresurados me dirijo a dicho lugar, respirando profundamente con nervios. Me arrepiento en ultimo momento, pero son solos unas pisadas más. Solo eso y saciaré mi curiosidad.

—Puta traidora de mierda —alguien susurra dejándome perpleja.

Al estar las luces apagadas no distingo la situación. Y nada más se me ocurrió que encender las luces.

Que linda la niña, ¿no podía quedarse dormida con el crush y ya, no? ¡No! Ella tenía que correr el riesgo.

Cállate maldita consciencia.

Nada más prendo el interruptor toda la cocina se ilumina. Y la escena consta de un Giorgio tumbado en el suelo con Andrea sentada a horcajadas sobre él a punto de clavarle un cuchillo en el estómago.

Digo "a punto", porque lo único que le detuvo fue la sorpresa ante mi presencia.

—¿Dos cadáveres? Solo traje preparación para desaparecer uno —susurra Andrea.










Nota de autora:

Hola.

Ehm... sí, lo sé, soy la peor, me demoré DOS MESES ;_;). Perdóname la vida.

Te agradezco tanto si te has quedado a leer esto, a pesar de mi demora. Te amo, sobrinx.

No prometeré cuando será la próxima actualización, porque al final siempre me enredo. Pero les diré que tengo el inicio del siguiente capítulo ya escrito.

No olviden dejar su estrellita ;) es gratis y ayudan a este adefesio a crecer <3.

Les quiere,

A.

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