25- "Risa"
2008, Madrid, España.
Quince años.
Quince años y siete homicidios.
Quince años y dos actos de canibalismo.
Quince años y cortaba sus venas.
Astra se estaba sobrepasando, y lo sabía. Estallaba en ataques de furia al recordar la noche en que todo cambió y perdía el sentido desahogando su dolor en gente inocente.
Y cómo Astra sabía que eso estaba mal, y no quería seguir haciéndolo, se auto lesionaba, se sentía como un monstruo y se odiaba al no poder controlarse.
Astra no sabía que tenía.
— Estamos preocupados. — Habló la madre. Astra tenía la cabeza gacha sentada en el comedor con sus padres al frente. La habían pillado preparándose para cortarse y se preocuparon.
— ¿Por qué lo haces? — Preguntó el padre, intrigado. Ellos sabían la respuesta porque ya se lo había dicho mil veces.
— Porque soy un monstruo.
— No. No eres un monstruo. — A la madre se le humedecieron los ojos, luchando contra la impotencia de no poder cambiar la mentalidad de su adolescente, pero tenía que ser fuerte. — Solo eres... especial, mi amor.
— Especial. — Astra sonrió sin gracia. — Merezco morir.
El padre se aclaró la garganta, pensó que solo era una crisis de adolescencia porque sabía que Astra no era estable mentalmente. Él no sabía todas las muertes que había ocasionado, todo eso Astra siempre lo supo mantener en secreto, y se reprimía por hacerlo.
— ¿Qué es lo que tengo? — Preguntó Astra. Al no obtener ninguna respuesta se desesperó y golpeó la mesa con fuerza. — ¡¿Qué demonios me pasa?!
— A los dieciocho, mi amor. Cuando cumplas dieciocho lo entenderás todo, aún eres muy joven.
— ¡¿Y crees que para los dieciocho voy a seguir con vida?!
La madre le dió una fuerte cachetada, que le dolió más a ella que a Astra.
— Suficiente. No volverás a hacerte daño aunque tenga que ponerte una camisa de fuerza.
— ¡¡¡Los odio!!! — Exclamó Astra para levantarse e irse corriendo a trancarse en su habitación.
Astra no sabía que su madre era psicóloga, y que todo lo que estaba haciendo era parte de la terapia, tampoco sabía que ella la conocía más de lo que se conocía a si misma.
No le habían adoptado por bondad hacia el mundo, la madre quería ponerse a prueba tratando a una persona desequilibrada mentalmente en un nivel tan grave como Astra, pero todo se había salido de sus manos al no poder controlar todas las acciones de la adolescente a quien ahora llamaba "hija".
— Nos mudaremos a Ayralia. — Habló la señora al señor. — Tengo un amigo que sabrá cómo tratarle, esto ya es urgente.
Astra ya no era tan inocente.
1 de noviembre del 2019, Ayralia
9:14am
——Narra Alya——
Nervios.
Miedo.
Shock.
Eso era todo lo que sentíamos los presentes. Todo había sucedido de una manera tan imprevista y rápida que las lágrimas no salían de mis ojos solo porque necesitaba organizar mis pensamientos.
Habíamos acabado de despertar en este lugar. Mi cuello dolía por la mala posición en que me acosté en un sofá con Rosario prácticamente encima de mi y una pierna de Edgar presionando mi mandíbula.
Mi cabello era un desastre, había perdido la diadema de mi disfraz y más que una faraona parecía una mendiga. Mantenía mi vista al suelo sentada en una silla, con los chicos alrededor dando vueltas y sacando conclusiones nerviosos.
— ¿Dónde nos vamos a esconder? — Preguntó Rosario. Eso alarmó a Edgar que pegó un respingo.
— No tengo otro lugar a donde irme, el departamento que comparto con Alya es todo lo que tengo. Mis padres no poseen tanto como para comprarme una casa propia. Creo que solo nos queda rezar.
— ¿Dónde demonios se metió el tipo? — Intervino de repente Walter, quien perdía la paciencia sentado en otra silla esperando a León que hasta este pequeño apartamento nos había traído.
El lugar estaba lleno de documentos, impresiones y fotos pegadas en las paredes, algunas enlazadas. Típica escena de casa de detective. En el centro de todos los apuntes en la gran pared había una hoja que tenía escrito en cursiva: Efecto tiempo.
Aparentemente todo aquello era lo que León y su equipo — de dos personas — habían reunido del caso de las empresas. Él quería sacar esa sección en el diario Tirolesa y se tomaba muy a pecho la función de periodista, así que en vez de inventar un chisme como artículo quería reportar un caso real que la policía parecía ignorar.
Había un escritorio en una parte del apartamento, dos sillas aparte y un sofá, además de un estante con más "evidencias". Nos había traído aquí porque al parecer era su área de trabajo.
— Es pequeño, pero acogedor. Espero que les guste mi humilde hogar. — Dijo León quien salió de una puerta del apartamento. Bien, retracto mis palabras, no es su oficina, es su casa. Trabajaba en casa, que suertudo. Traía en sus manos una bandeja con seis tazas de algo que parecía ser café. Los entregó a cada uno y se sentó detrás del escritorio dejando una taza en la bandeja, ¿alguien más vendría?
— ¿Acabamos de huir de una trampa que nos tendieron para asesinarnos y nos traes a tu casa a beber?... ¡esto ni siquiera es café! — Exclamó Rosario notándose algo ofendida.
— Café descafeinado. — Se defendió el ojiazul con actitud despreocupada.
— No mames, tenemos que huir del país no sentarnos a tomar esta cosa. — Volvió a hablar Rosi.
Los chicos comenzaron a debatir, entre si actuar de manera rápida huyendo o quedarnos en el lugar escondidos, pero mi mente viajó a otro lugar cuando sorbí de la taza de ese descafeinado que sabía horrible.
Volví a recordar el motivo por el cual mis ojos estaban cristalizados, y rebobiné mis pensamientos a la noche anterior:
— ¡¡¡Aquí no se rinde nadie!!! — Exclamó León sorprendiéndonos a todos montado en una camión blanco.
Dante abrió fuego y pronto todo el lugar exhibía una gala de balas cruzando el aire. Cuerpos caían y yo seguía cubriendo mis oídos tirada en el suelo junto a mi traidor mejor amigo.
Sentí que alguien jaló mi pierna y al mirar hacia detrás vi a Edgar llamándome para que entrara en el carro negro en el que estuvimos los cuatro conduciendo hasta aquí. Me moví rápidamente arrastrándome por el suelo para darme cuenta de que mis amigos estaban entrando a la camioneta de León por la puerta trasera mientras este disparaba con una ametralladora sin piedad escondiendo su rostro tras el vehículo.
Solo tenía que levantarme y dar un paso para entrar al camión, pero eso era una ruleta rusa, si en el momento en que me paraba una bala se escapaba en mi dirección todo se acabaría. Así que respirando profundamente y recordando mi falta de miedo a la muerte di un salto hasta caer en la camioneta y resbalé, cayendo afuera y una bala rozó mi mejilla paralizándome y arañando mi cara al caer, pero sentí unos brazos jalar los míos dentro del camión y pude ver a un Walter preocupado sonriendo al ver que todos habíamos entrado vivos.
— ¡Ya estamos todos! — Gritó Rosario y Edgar cerró la puesta sentándonos todos en el suelo de la parte trasera del camión que no tenía asientos, parecía ser de carga.
Seguía con el corazón en la boca y la respiración acelerada cuando León desde la parte delantera del camión donde debía de estar el asiento de conductor dió marcha atrás y nos comenzamos a mover en dirección contraria de los disparos que ahuecaban las ventanillas y hacían marcas en las paredes.
Sentí una explosión y fugaces ráfagas de fuego fueron visibles a través de la ventanilla rota. Una sola cosa vino a mi mente: Explotó el lugar donde está Dante.
— ¡Dante! — Me levante con dificultad nerviosa para mirar por la ventanilla ya que los disparos habían cesado y esa escena me hizo estremecer. — No...
Todo estaba en llamas detrás. Al parecer León había lanzado alguna granada que estalló a los carros blindados. Fue inteligente, pero mi corazón latía porque Dante no podía morir, no ahí.
Nos íbamos alejando y cada vez la vista era más pequeña por la lejanía y borrosa por mis lágrimas, no pude reconocer a Dante, pero si a cuerpos calcinados junto a los carros en llamas. Y de repente uno de los carros estalló generando más fuego que se expandía a través de los árboles.
Dante tenía que estar vivo.
Tenía que estarlo.
Porque a pesar de todo lo quiero, lo quiero tanto, y me podrá herir mil veces pero cuando mi corazón sanase volvería a él. Lo quiero como un hermano.
Mi respiración se dificultó. Con mis manos tapé mi boca que dejaba escapar sollozos bajos. Mi rostro empapado de lágrimas y pegajoso por mocos aguados se contrajo cuando caí en el suelo con la espalda recostada a la puerta.
— ¡¡¡No!!! — Grité. Cómo si mi llanto pudiera cambiar la realidad. — ¡¡¡No puede estar muerto!!!
— Calma, calma. — Me alentó Rosi que se acercó a mi.
— No... no... no puede... no.
Y me desmayé.
— Hay que cortar el problema desde la raíz. Tenemos que destapar a quién empezó esta guerra. — Las palabras de León me hicieron volver al presente, con algunas lágrimas abandonando mis párpados. — Yo sospecho de que fue la persona que Aníbal describe en el poema que me están contando, Ámbar, al hablar.
¿Cuántas cosas le habían soltado a León y ni siquiera presté atención?
— Ámbar es, bueno, era... — La voz de Walter se quebró, estaba aguantándose las ganas de llorar. — mi hermana.
— Interesante, entonces tú hermana delató a tus padres, y Aníbal la ayudó porque sus padres también estaban en esos líos. — Dijo León, con una mano sosteniendo su mentón mientras miraba el desorden de papeles en la pared. — Pero según lo que he averiguado Pilaza traicionó a Forvenzia aliándose a esos tales monstruos... no es tan complejo, solo tenemos que armar el muñeco.
Se levantó y caminó hacia la pared, y en un movimiento rápido que me asustó arrancó todos los papeles de la pared y se sentó en el suelo como un niño pequeño a ordenarlos.
Fruncí el ceño y giré mi vista a Rosi que tenía una mueca graciosa por el asombro, Edgar murmuraba cosas en baja voz, probablemente oraciones, y entonces cuando vi a Walter mordiéndose los labios con la vista hacia arriba se me partió el corazón.
Lo entendía, estaba sufriendo porque recién había asumido que a su hermana la había asesinado su propio padre, no se había escapado como él creía, y lo peor era que esa hermana era su ídolo porque le ayudó a descubrir que le gustaba la danza.
Quise correr y abrazarlo, decirle que todo estaría bien y que lo entendía, porque el chico que yo consideraba mi hermano podía estar muerto, pero quería pensar que había sobrevivido y que correría una mañana de estas a gritarme vampira y yo lo corregiría.
Volvieron las lágrimas.
Solté un sollozo y León se volteó a mirarme aún sentado en el suelo y habló.
— Lloriquear no va a cambiar nada, vengan a ayudarme.
El primero en lanzarse a suelo junto al de ojos azules fue Walter, que con una manga de su sudadera se limpió los ojos aguados y yo les seguí, sentándome al lado izquierdo de León de piernas cruzadas.
— ¿Qué se supone que haremos con todo esto? ¿Armar un cuaderno de calcomanías como en el kinder? — Preguntó de repente Rosi sentándose al lado mío mirando la cantidad de fotos y papeles regadas.
— No, pero cuando se investiga un caso se recopila información y se ordena, trabajé en una comisaría así que confíen en mi. — Respondió León. Todos contrajimos nuestro rostro en confusión. ¿Comisaría? ¿No era periodista?Al parecer notó nuestra confusión y sonrió. — Parecen niños a los que le acaban de explicar cómo se hacen los bebes
— Es que solo te falta ser Power Ranger. — Le respondió Edgar y reprimí una sonrisa.
Miré las fotos esparcidas. Habían muchos posibles sospechosos y los tomé en mis manos. La mayoría eran fotos tomadas desprevenidos, nivel acosador, otras parecían de carnet.
También habían capturas de callejones donde las personas enmascaradas intercambiaban algo con adolescentes, lo que deduje como venta de Kirina.
Si estas personas enmascaradas vendían las drogas, las empresas negociaban con ellos para hacer crecer sus ganancias, hay traiciones mortales entre empresas, entonces... ¿quién mataba a los adolescentes? ¿Los enmascarados para sentenciar el tiempo en que no le habían pagado o las mismas empresas traicionándose entre ellas?
Fruncí el ceño mirando la fotografía de Rowen cuando estaba con vida, comprando drogas en un callejón, y recordé sus ojos cuando se suicidó y casi muero con Rosi en la biblioteca. ¿Sus ojos estaban así producto al Zaleplon?
— Los ojos. — Dije mostrándole la fotografía del rubio con lentes a León. — Los ojos de él al suicidarse eran extraños, como de pescado... — Recordé a Atanasia, la primera chica que murió en la fiesta que hizo Rosario al iniciar el curso. — ¡Atanasia también! Cuando los drogan para que se suiciden sus ojos se vuelven raros.
— Interesante. — Rápidamente León tomó nota con un bolígrafo en un papelito rosa que había por ahí en el suelo. — Denme más detalles de su comportamiento al suicidarse.
La tensión aumentó en el ambiente.
— Pues, Rowen intentó desesperadamente matarnos a Aly y a mi y al no poder hacerlo se lanzó por la ventana. — Habló Rosario sentada de piernas cruzadas. — Mató a la señora bibliotecaria... Dios. — Llevó sus manos cubriendo su boca, seguro recordaba la escena y aún no lo superaba. Mi pecho dolió, recordando los nervios que sentí en aquel momento.
— Entonces digamos que quería eliminar testigos... — Propuso León. —, tiene sentido.
— No. — Le rectificó Walter. — Creo que sabía el objetivo de las chicas, mi teoría es que de alguna manera se enteró de que buscábamos el poema y lo drogaron para que las matara frenándolas y suicidarse luego sin explicación para dejarlo todo inconcluso, — Se detuvo un momento. Todos le mirábamos con interés. Continuó. — ... y de hecho, si su objetivo era matar a Rowen por algún lío de las drogas, pues matarían dos pájaros de un tiro, pero por suerte el rubio era un idiota sin precisión y no logró acabarlas.
León de repente golpeó el suelo y di un brinco de la impresión.
— ¡Maldición! — Gritó dando golpes al suelo con la mandíbula muy apretada. — ¡Maldita sea!
— ¿¡Qué te pasa!? — Exclamó Edgar sujetándole los brazos con fuerza. Rosario se rió y yo no le vi gracia.
— Ahora dice que es Tarzán. — Soltó ella entre risitas y le lancé una mirada de repudio, no veía el momento adecuado para una broma.
— ¡Es que es mi culpa! — Gritó León. ¿Qué? ¿Su culpa?
Lo miré confundida al igual que los demás. Rosario empezó a reír con más fuerza y me dieron ganas de taparle la boca pero cada quien tiene su manera de desahogarse.
— Es que... lo tengo que explicar todo desde el principio. — Dijo León respirando pesadamente.
Se levantó y seguimos su acción. Me crucé de brazos esperando la respuesta. Miré de reojo a Walter, sus manos hecho puños apretándolos con rabia, seguramente dispuesto a darle un puñetazo por la locura que habría hecho. León seguía de espalda a nosotros y me sentía cada vez más nerviosa, ¿qué estaba pasando? Por favor, que no nos esté traicionando.
Algo me dice que esto está cada vez peor.
— Yo trabajaba en la comisaría... — Se volteó. — como detective. Se me asignó el caso de los extraños suicidios de adolescentes porque obviamente eso estaba raro. — Se rascó la cabeza y eso me dió un mal augurio. — Entonces mientras mi equipo y yo más cosas averiguábamos más chicos se suicidaban, y un día, recibimos una llamada a la estación de policía de manera anónima.
Con el suspenso de la situación intenté regular mi respiración. Entonces antes de que él siguiera hablando noté mi cambio de ropa. Ya no tenía el disfraz, ¿cómo no me había dado cuenta? Tal vez por la tensión. Ningún chico ya lo traía puesto, teníamos mudas de ropa casual, sudaderas y pantalones oscuros.
Miré a Rosi y señalé nuestra ropa, ella sonrió y me susurró:
— León nos los prestó, nosotros nos cambiamos de ropa pero tú estabas dormida, tal vez él te cambió.
Me ruboricé.
¿León me vistió? ¡Ah! ¡Qué vergüenza! Quise reclamarle con la cara roja como un tomate pero él continuó su historia.
— La llamada fue imposible de rastrear por más medios que empleáramos, pero claramente la escuché, con una voz transformada dijo que si nos seguíamos metiendo en el caso habrían más muertes y no precisamente de adolescentes. — Suspiró. — Obviamente la estación no frenó el caso, sino que lo intensificó, pero la cosa se puso peor cuando... aparecieron los cuerpos de cinco compañeros en la entrada de la comisaría. Muertos, sin ojos, y con una nota que ponía: Están jugando con fuego.
— Igual que el mensaje. — Susurró Rosario y me ericé recordándolo.
— Hicimos todo lo posible en la estación, de hecho, cada vez el comisario pedía que se trabajara más discreto y fuerte. Pero entró otra llamada, con la misma voz transformada gruesa, esta vez dijo unos códigos en algún idioma extraño que rápidamente fueron analizados antes de que colgara. Aún tengo ese número pero temo llamarlo.
— ¡A lo mejor es el mismo que nos mandó los mensajes! — Exclamó Rosario y abrí los ojos, tenía razón. — ¡Llamémoslo!
— Déjalo que termine su historia, quiero saber cómo accedió a nosotros, después probemos el número aunque es algo peligroso. — Dijo Edgar y el asunto volvió a tomar seriedad.
León tomó asiento.
— A ver, luego de la segunda llamada extraña, el comisario decidió cerrar el caso, así sin más, dijo que era peor arriesgar más vidas, que haríamos una prueba de ver si frenaban así los asesinatos y no lo hicieron, pero si disminuyeron hasta el punto de que no se reportó ninguno más dejándolos pasar como suicidios. Se cerró el caso. Ahora empieza mi problema, tomen asiento por favor.
Eso me alarmó un poco, no sabía que imaginarme cuando se refería a "su problema". Me senté en el sofá, Rosario a mi lado, Edgar en una silla y Walter siguió de pie, recostado a la pared de brazos cruzados, él eran quien estaba más estresado de todos nosotros.
— Cuando cierran el caso, yo me opongo. — Comienza León. — Me apoyan mis compañeros, y nos reviramos queriendo reabrir el caso, hasta el punto en que el comisario me despidió por faltarle el respeto en una discusión donde le dije cobarde por no querer llegar al fondo del asunto. Eso fue hace dos meses. Entonces, gracias a una amiga conozco a los diarios Tirolesa, que estaban buscando personal y yo necesitaba empleo pero no quería ser escritor de artículos de chismes, pero me intereso en trabajar allí cuando mi amiga, Alina, me dijo que querían hacer un artículo en el diario donde hablar acerca del tema de los suicidios que estaba causando fervor.
<< Alina estaba trabajando en ese caso, y yo acepté el trabajo, así que ahora junto a ella investigamos esos sucesos llamados efecto tiempo. ¿Cómo supe el nombre? En la misma comisaría con la primera llamada anónima nos dijeron que no nos involucráramos en el efecto tiempo. Así que desde las sombras Alina y yo investigamos el caso para la revista, y he descubierto muchas cosas.
— Dinos. — Rosario le interrumpió. — ¿Cómo demonios diste con nosotros?
— Por palomas.
— ¿Eh? — Interrogó Walter confundido al igual que nosotros.
León suprimió una sonrisa formándose hoyuelos en sus mejillas.
— Pues como en la casa de Rosario hubo un suicidio, estuvimos dos semanas mandando palomas con micro cámaras para ver que sucedía dentro de la mansión. Hicimos eso con todos los lugares en los que se suicidó un joven hijo de empresarios.
Todos nos quedamos analizando la respuesta. ¿Por palomas? ¿O sea que mandaba cámaras a la casa de Rosario? ¿Cómo drones pero en pájaros? Okay, eso fue inteligente.
— ¡Ah! ¡Yo me acuerdo! — Exclamó Edgar. — Una vez que estábamos en tu habitación, Rosi, entro un pájaro y tú dijiste que no me quería porque se fue volando.
Vino el recuerdo a mi mente:
— ¡Miren! La reencarnación de mateo. — Exclamó Edgar señalando una paloma posada en la ventana. Reí para mis adentros cuando él corrió a tomarle una foto pero se fue volando.— Demonios.
— Supongo que esa es una señal de que te tienes que olvidar de ese chiste tan malo. — Soltó Rosario entre risas burlonas.
Todo concordaba.
— Eres un pervertido. — Lo acusó Rosi señalándolo con el dedo. — Metiste palomas en mi casa para verme desnuda, asqueroso.
— Es parte de mi trabajo. — Respondió Leon tranquilo. — Y no estoy solo, hay cientos de trabajadores en los diarios Tirolesa.
— Pinche cochino asqueroso, cientos de personas me vieron. — Ella se cruzó de brazos enojada. — Y a todas estas, ¿en serio solo con palomas?
— No, no te vi desnuda Bustamante. Y respondiendo a tu pregunta... — Sentimos tres toques en la puerta y los nervios volvieron a mi. ¿Nos encontraron? ¿Nos van a matar? — mejor deja que ella la responda. ¡Pasa!
La puerta se abrió, dando paso a una señora muy elegante que nos miró con una expresión de satisfacción a los cuatro. Avanzó en sus altos tacones negros y a cada paso las ondas castañas de su largo cabello se movían con delicadeza. Vestía un mono marrón junto a unos pendientes largos. Su cara ya tenía algunas arrugas disimuladas por el maquillaje, pero se notaba que pasaba los cuarenta años.
— Bienvenida, Alina. — Le saludó León sonriente.
— ¡Tú! — Exclamó Rosario sorprendiéndonos a todos. — ¡Tú eras la tipa con quien Henry ligó por Tinder!
Alina se rió y avanzó hasta sentarse al lado de Rosario en el sofá y cruzando sus piernas.
— Todo fue parte del plan, cuando vi que tú mayordomo entró en la aplicación por las palomas decidí que encontraría otra vía para investigar. — Le respondió la señora Alina. Al parecer había estado escuchando nuestra conversación a través de la puerta.
— Henry se ilusionó contigo. — Le dijo Rosi frunciendo el ceño. — Y es como mi padre, así que me ofendes a mí ilusionándolo de nuevo para que todo haya sido parte de un plan. Te vi algunas veces en la casa besándote con él.
— Hay linda, no te preocupes, me terminó gustando Henry y seguimos juntos, veremos qué pasa. — La señora sonrió y me cayó bien, parecía buena persona. — Bueno, supongo que ya los jóvenes saben bastantes cosas. León, ¿crees que ya sea la hora de...?
— Si. — Le contestó él. — Llamaremos al número incógnito. Dependiendo de los resultados de la llamada nos iremos de aquí o no.
Nadie puso objeción. Inmediatamente León rebuscó entre los papeles regados en el suelo y agarró uno algo arrugado que tenía apuntado una gran cantidad de números.
Aún me quedaba la duda de por qué él dijo que tenía la culpa de que Rowen supiera el objetivo de nosotras en la biblioteca. Después lo aclararía.
León tenía un celular de repuesto para la ocasión, así que se sentó en una silla en medio de todos y puso el celular en alta voz dando timbre al introducir los números.
Con cada timbre que sonaba mi corazón se paraba por un momento. Cada vez sintiendo más tensión en el ambiente por el suspenso interminable.
Y contestaron.
León no habló, esperó unos segundos a que se emitiera algún sonido y sentimos a través de la línea una risa macabra, se reía descontroladamente una voz cambiada por un modificador grueso, el mismo que llevaban todos los enmascarados de blanco. Eran ellos.
Todos nos miramos paranoicos a los ojos. Esos segundos parecieron horas bajo la presión y las carcajadas diabólicas que sucumbían en la habitación. Edgar se mordía las uñas.
Para cuando terminó de reír de aquella manera tan perturbadora todos los vellos de mis brazos se encontraban erizados, al igual de mis nervios a flor de piel.
¿Cómo pretendía reírse de aquella forma tan extraña nada más contestar?
— Gode, søte brannelskende kaniner. — Dijo en algún idioma que no entendimos para continuar. — Liker du å brenne? En viss blond forstår oss.**
Miré a Alina, en busca de alguna mirada decidida que me calmara, pero nada. Aquella señora elegante estaba igual de impactado que nosotros.
Luego miré a Edgar, tenía la piel pálida. Era quien más lucía asustado y ni logré preguntarle porque dijo:
— Es noruego... — Su voz temblaba. — yo, yo soy no-noruego y-y... — Quebró. — Es muy bizarro.
¿Moriríamos? Ya la muerte no era algo que me asustaba, sino la manera de morir, y mucho menos con la incertidumbre de si Dante seguía con vida.
Nos denigraba. Era humillante escuchar la risa de las personas que repudiábamos burlándose.
En un impulso frenético Rosario saltó a arrebatarle el teléfono a León dejándonos a todos perplejos por su acción. Entonces ella cabreada le gritó.
— ¡Mira corazón yo no hablo taka taka así que me dices en español que verga te sucede y si tienes complejo de Barney!
Por segunda vez, sentí que Rosario nos había hundido con sus impulsos.
La persona a través de la línea volví a reír, esta vez más fuerte y dijo en un español perfecto:
— Dense por calcinados.
Y colgó.
Nota de autora:
Gode, søte brannelskende kaniner** — Buenas, conejitos amantes del fuego.
Liker du å brenne? En viss blond forstår oss.** — ¿Os gusta arder? Cierto rubio nos comprende.
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