11- "Vínculos"
——Narra Walter——
Sábado 9:37am
Estamos en mi pequeña cocina, desayunando. Rosario se encuentra inmersa en la pantalla de su celular, mientras mastica una tostada con algunos trozos de mantequilla. Y yo, preparo algo de café para mí, porque a ella no le gusta.
Ambos esperamos ansiosos la llamada de la policía. La intriga nos carcome a tal punto de que temo que descubran que Esperanza andaba drogada, aunque fue en contra de su voluntad, supongo.
Cuando termino de colar el café, le agrego dos cucharadas de azúcar, y me siento junto a la pequeña chica, quien viste de mi ropa. La sudadera le queda brutalmente enorme, cubriéndole hasta un poco más arriba de la mitad de los muslos. En cualquier otra chica voluptuosa me hubiera parecido sexy, pero ella lucía adorable, como una niña inocente.
Ring.
El teléfono fijo suena —le había dado el número a los policías—, y llego hasta él logrando que Rosario me mire con curiosidad, alzando sus cejas con media tostada en la boca. Pongo el altavoz para que ella también escuche.
—Buenas, ¿usted es Walter O'Castell? —pregunta una voz firme, evidentemente algún oficial.
—Soy yo.
—En relación a lo sucedido anoche, la señorita Bustamante ya puede regresar a su casa, está limpia.
—¿Disculpe? —frunzo el ceño y miro fijamente a Rosario, quien hace una mueca de desconcierto —Pero, ¿no necesitan la escena para determinar al asesino?
—La cuestión es que no fue un asesinato, fue un suicidio.
Suicidio.
—Es imposible —objeto —, la chica había gritado, y, ¡vamos! Tenía hasta el pantalón desabrochado, ¿quién se suicida ca...? —evidentemente estuve a punto de decir cagando, pero no puedo perder mi compostura tan rápido —¿Quién se suicida defecando? Además, tenemos un sospechoso de ser asesino.
—No nos incumbe qué haya hecho la señorita Atanasia Gúmbel, ya le avisamos a sus padres y ellos confirman que la chica traía algo de depresión. Están devastados, así que su empresa andará de luto estos días—se justifica —. Había una pistola y traía las huellas de la chica, eso es suficiente —luego de esa miserable exposición, cuelga.
Clavo el teléfono inalámbrico con impotencia en su base, y me desparramo en una silla del comedor frotando mis sienes. Semejante estupidez o puede haber salido de la boca de aquel oficial.
—Esto tiene que ser una broma —Rosario mastica y traga el último trozo de la tostada —. Los policías de hoy día y sus culos gordos y flojos. Ni porque les pagan hacen bien su trabajo.
Creo que por primera vez le doy la razón, con un leve asentimiento. Pero, ¿qué más podría hacer yo por ahora? No queda más que resignarme.
—Bueno, te llevaré a casa —la miro.
Ella recoge la ropa sucia que había traído puesta la noche anterior y me acompañó afuera.
Montamos en mi auto y en menos de quince minutos llegamos a su propiedad. Efectivamente no hay ni un mísero rastro de nada, como si la noche anterior una fiesta de adolescentes no hubiera sucumbido el lugar. Es más, limpiamos tan poco el lugar de drogas, que estaba seguro de que los policías podían hallarlas, pero nada.
¿Tan bien limpiamos? ¿O no quisieron involucrarse más?
Esto es demasiado confuso.
—Aníbal —se exalta Rosi cuando nos sentamos en su sala luego de revisar el baño —. Aníbal también se "suicidó" —realiza comillas con sus dedos.
Un sentimiento extraño me llega al escuchar el nombre de mi viejo amigo. Un sentimiento incómodo.
—¡Walter! —ella abre los ojos como platos —¿y si estamos viviendo una de esas películas de terror juveniles y disfrazan los asesinatos de suicidios?
Chasqueo mi lengua. Se le pudiera buscar cualquier explicación al caso, pero no me incumbe. Al menos no por el momento.
—Me parece surreal. Es una trama más compleja, Rosario. No podemos definirlo con solo dos muertes.
—¿Entonces tenemos que esperar a que más gente muera para enfrentarlo?
Mi celular ayuda a evadir su pregunta cuando empieza a sonar. En la pantalla reconozco el número de Edgar.
—Hola —contesto.
—¡WALTER! ¡Tenemos que llevar a una iglesia a Esperanza! ¡Hay que exorcizarla! ¡ESTÁ POSEÍDA!
—Cálmate —separo el celular de mi oído, para mayor seguridad de mis pobres tímpanos. Coloco el altavoz, una acción innecesaria porque al parecer hasta Rosario escuchó sus gritos —¿qué pasa?
—¡SATANÁS! ¡Está invadiéndonos y por eso mueren chicos! ¡Y creo que Esperanza ve fantasmas!
—Edgar, yo no veo nad... —la voz de Esperanza se llega a escuchar de fondo, pero este la interrumpe.
—¡Tú quédate ahí sentada! ¡YA TE TRAIGO AGUA BENDITA!
Cuelga. Rosario estalla en una carcajada algo exagerada, pero la situación lo amerita. Sonrío y niego con la cabeza, este chico está mal.
—Okay, eso fue raro —comenta la chica.
—La verdad no tanto, acá de vez en cuando me posee el fantasma de la procrastinación.
—Vaya, el señor perfección también procrastina —¿En serio me acaba de llamar "señor perfección? Ella rueda su puff hacia detrás, irritándome el chirrido de este contra el suelo—. Voy a cambiarme de ropa, ahorita te devuelvo esta —estira mi sudadera azul, que trae puesta.
Sube las escaleras que conectan la sala con la segunda planta, y me doy cuenta de que no tiene puesto absolutamente ningún short debajo. Aprovechando de que no nota mi mirada, sigo observando sus muslos expuestos y el inicio de su trasero alzándose hasta que desaparece de mi vista.
Mi amigo se alza un poco a buscar Sol. Auch, aprieta en el jean.
Espera un momento, ¿en serio acabo de vacilarme a Rosario?
Miro a la nada, frunciendo el ceño y sintiéndome algo asqueado de haberlo hecho. Malditas hormonas.
——Narra Alya——
—¡No veo fantasmas!
—Demasiado tarde, Satán está desatando su furia. Dijiste que veías un reflejo en el espejo y eso es cosa de videntes. ¿Y si eres el Mesías?
—Edgar, soy atea.
—¡Basofias! Dios iluminará nuestro camino —exclama el chico algo más calmado (nótese el sarcasmo) y se arrodilla a rezar padrenuestros como cinco veces a una velocidad increíble mientras sostiene el crucifijo que cuelga de su cuello.
Escaneo la sala por mi celular, y lo encuentro sobre la mesa de la televisión. Voy al contacto de Rosario y procedo a llamarla en busca de respuestas.
Mis recuerdos son borrosos, pero Edgar se ha encargado de ponerme al día. Aunque su versión como que no me convence. La última memoria que tengo clara es de una Alya vomitando por la mañana, y Edgar hablando con la pared, diciendo que si estaba expulsando demonios que habían entrado a mis entrañas. Yo atribuyo que no es más que resaca.
—¿Qué pasó ahí? ¿Edgar también se drogó? —Rosario responde la llamada.
—No, es que anoche le dije algo estando drogada y él lo malinterpretó —dije observando a Edgar arrodillado —. Ahora supuestamente soy el Mesías —siento una risita al otro lado de la línea.
—Estoy con Walter en mi casa, los policías llamaron y dieron el caso por cerrado diciendo que fue un suicidio.
—¿En serio? —pregunto extrañada.
—No nos lo creemos, pero hay algo aún más intrigante. ¿Pueden venir a mi casa? Ya está toda limpia.
—Está bien, le avisaré a Edgar. Deséame suerte —cuelgo y toco el hombro del chico llamándole la atención —. Ehm... vamos a casa de Rosi.
—¡Ay Dios mío! ¿Ella también está poseída? —pregunta espantado.
—¡No! ¡Nadie está poseído! —hago ademanes con mis brazos harta de su espanto —. Edgar, me drogué sin querer, es horrible, pero sin dudas no fue un demonio. Ni siquiera recuerdo qué pasó.
Después de darle una charla de las diferencias entre las drogas y el satanismo, llegamos por fin en un taxi a casa de la anfitriona del desastre de fiesta. Y realmente la única chica con quien me sentía cómoda al hablar por el momento.
—Hola —Rosi me abraza y no correspondo, cabizbaja, así que se separa rápido —¿Estás mejor?
—Sí, gracias —me froto las manos —Y... lo siento —esta vez la abrazo yo a ella, cosa que parece sorprenderle. Me disculpo por haber sido tan irresponsable y drogarme, me disculpo por haber vomitado en su piso, y me disculpo porque, simplemente, tenía ganas de disculparme.
—¿Por qué te disculpas? —pregunta ella —¿Acaso tú mataste a Atanasia?
— ¡No! —exclamo soltándola, y poniéndome algo nerviosa por la repentina acusación —Walter estaba conmigo, no hice nada más que el ridículo.
—Hey, fue una broma —reprime su sonrisa al notar que no lo tomo con humor.
Nos quedamos por unos segundos en silencio, mirando al suelo. Reflexionando lo ocurrido.
—La muerte de Aníbal —menciona Rosario. Walter hace una leve mueca. Creo que ella estaba obsesionada con ese chico—¿Y si se relacionan estos supuestos suicidios de adolescentes?
Curvo los labios, dándome cuenta del punto al que quería llegar ella.
—Aníbal Guerrero, Atanasia Gúmbel —mencionó los nombres y la miramos —. Ambos hijos de familias con empresas importantes. ¿Y si alguien esté cazando a hijos de empresarios por alguna razón?
—Mis padres son empresarios y sigo vivo —dice Walter algo incómodo —. La familia Guerrero es muy amiga de la mía, así que los conozco bien y sé que no están metidos en negocios turbios.
—Te van a matar —susurra Edgar con los ojos entrecerrados. Desviando la atención hacia él— ¡Te va a matar Satán! —de repente abre los ojos y exclama haciéndome dar un brinco, porque está a mi lado —¡Está matando a hijos de personas con poder que seguramente hicieron pactos con él! ¡Walter! ¡Asegúrate de que tus padres no hayan vendido su alma al diablo!
—No digas eso —se queja Walter —. Mis padres son católicos.
De nuevo hay silencio y analizo un poco. Digamos que asesinan a Aníbal por alguna razón, y unos meses después asesinan a Atanasia la de los comerciales de autos por esa misma razón. ¿Tendríamos que buscar razones de empresas?
—Sinceramente me parece absurdo meternos a investigar nuestra débil teoría —rompe el hielo Walter —. Pero no puedo negar que aún me perturba el suicido de Aníbal. Ni siquiera sé cómo lo hizo. No había razón aparente. Y la escena que vimos Alya y yo de Atanasia muerta en el baño no lucía para nada como un suicidio, era, más bien, un asesinato poco profesional.
—Muy interesante, pero ¿y si dejamos que la policía se encargue de su trabajo y nosotros estudiamos? —Edgar pregunta cobarde hundiéndose en el sofá.
—Está claro que la policía evade el tema. Ese es el detonante —le respondo, para luego morderme el labio inferior. ¿En serio voy a entrar en esto?
Rosario da una fuerte palmada, y se levanta del sofá.
—Busquemos en Internet, tal ves hallemos algún vínculo entre las empresas de esas familias.
—En serio chicos, ¿qué vamos a ganar con esto? —Edgar se vuelve a quejar encogiéndose de hombros, aún hundido.
—Vamos, es emocionante —le alienta Rosario.
Edgar pone los ojos en blanco y se levanta tras de ella. Que fácil de manipular.
Una vez en el cuarto Rosario —que por cierto, es hermoso. Paredes lila y suelo alfombrado marrón, con una gran cama en el medio de edredones morados y un gran peluche de un unicornio del mismo color —, ella saca su laptop y todos nos sentamos en la cama rodeándola.
Abre Google y comienza a teclear.
—La empresa constructora Pilaza Guerrero y la empresa automovilística Hanx que pertenece a la familia Gúmbel, están vinculadas con otros cientos de empresas —dice algo desanimada.
—Hay que ir a por las que tengan en común —objeto.
Es difícil, son realmente muchas, y la mayoría de detalles permanecen confidenciales. Pero al final hallamos tres empresas con las que se vinculaban en común; Ladino; una empresa arenera, Fermanta Landa; una empresa eléctrica y Forvenzia; la empresa constructora de los padres de Walter.
Él nos afirma que carece de conocimientos acerca de Hanx, pero como Pilaza es la principal empresa vinculada con Forvenzia, puede aportar algunos datos.
Cuando estábamos algo esperanzados con el descubrimiento, alguien toca la puerta y nuestras alarmas se activan.
—Señorita, ¿puedo pasar?
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