En las habitaciones del alma,
vacías, donde el tiempo calla,
los recuerdos despiertan como ecos,
susurros que atraviesan muros invisibles.

Un perfume olvidado, un roce de viento,
y el portal se abre:
los pasos vuelven a resonar,
las risas se despliegan como luces
en la penumbra de la memoria.

Es un sueño que no duerme,
una sombra que danza al borde del presente,
trayendo el sabor de lo perdido,
tejido en hilos frágiles de melancolía.

En ese umbral, donde habita la magia, todo es real y todo se disuelve,
dejándonos un vacío lleno de vida,
un eco eterno que nunca cesa.