Tallado en mármol eterno, el hombre se alza, un equilibrio perfecto entre el cielo y la tierra, sus ojos, dos estrellas en la vasta galaxia, reflejan las constelaciones que el cosmos encierra.

Facciones cinceladas por manos divinas, cada curva, cada línea, una obra sublime, sus labios, un susurro de Cronos en la brisa, guardan el misterio de lo que nunca se exprime.

En su frente se despliegan los secretos del tiempo, Cronos se detiene ante su perfección sagrada, 
Es un compás que dibuja la eternidad en el viento, un mapa celestial donde el destino se guarda.

Sus brazos se extienden como las alas de Orión, abrazando el infinito, alcanzando lo inalcanzable, el universo gira en torno a su proporción, en su figura yace la armonía impenetrable.

El pecho, una constelación en expansión, cubre el firmamento con su ritmo constante, los astros se alinean en su respiración, pulsando con la vida, un latido radiante.

Su cuerpo es un templo, un santuario en el espacio, donde la belleza se une con la geometría, cada músculo, cada hueso, un trazo de gracia, en su carne habita la simetría divina.

En sus labios, la curva del horizonte se insinúa, una línea suave que encierra el suspiro del mar, son el límite donde la razón fluctúa, 
Perdiendo la noción del tiempo, dejando de contar.

Vitruvio, espejo de un ideal eterno, 
Eres la fusión de lo humano y lo celestial, tus formas son la música del cosmos eterno, un himno a la belleza, un eco universal.

Y así, en ti, hombre tallado por los dioses, se pierde Cronos, en la vastedad de tu ser, cada mirada, cada caricia, un lazo que cose, el tiempo en tu piel, en un sueño sin perecer.