El tiempo se mueve como un hechizo invisible, transformando lo conocido en lo extraño, lo claro en incierto. Nos envuelve con su manto permanente, deslizándose entre los dedos mientras revela secretos que nunca supimos guardar y oculta verdades que creíamos eternas. Es a la vez un guardián y un ladrón, que con cada giro del reloj muestra fragmentos de lo que fuimos y promete lo que nunca seremos.

Con su danza eterna, deja cicatrices que se convierten en rutas y borra caminos que juramos recordar. Es el maestro de lo efímero, un mago que juega con los misterios, ofreciendo pistas de un enigma que no se resuelve. El tiempo, con su aliento silencioso, no destruye ni crea: solo transforma, y en su paso incesante, nos hace y nos deshace, como si fuéramos su obra más preciada.