Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Aires de Cristal

Una brisa ardiente rozó su rostro. Cenizas se colaron en su nariz y un fuerte olor a óxido lo abrumó por un momento. El ventarrón cesó enseguida. Kevin abrió sus ojos y miró el lejano paisaje metropolitano, aquel que a duras penas podía apreciar debido a una cortina de suciedad. Aquellas partículas tóxicas seguían suspendidas en el aire y caían a una velocidad apenas perceptible, pero casi nunca llegaban a tocar el suelo. Era similar a una neblina, gris y densa, no dejaba ver más allá de unos pocos metros.

Kevin miró con melancolía su equipo de respiración asistida, el cual yacía a su derecha, descompuesto e imposible de reparar. Aquel artefacto ya era incapaz de filtrar la toxina ambiental que cubría la zona industrial de Buenos Aires, usarlo no tenía sentido alguno.

Con sus horas contadas, él apreció el majestuoso paisaje de la Ciudad Autónoma, el cual se hallaba envuelto por la neblina tóxica. Gigantes edificios se alzaban a la distancia, con enormes pantallas holográficas que reproducían mensajes políticos y periodísticos durante las veinticuatro horas del día.

«¡Buenos Aires! Pero en más de un sentido»

Diez torres de cristal se mantenían impolutas en los límites de la metrópolis y en ellas se hallaban los dispositivos de purificación ambiental, los mismos que impedían que la toxina y ceniza llegara a la gran ciudad. Y, alrededor de las atalayas, se alzaba un domo de cristal, uno impoluto e incorruptible ante la despiadada toxicidad. Era apenas perceptible por el ojo humano, pero evidente por la desolación. Por fuera de los límites establecidos por aquella edificación invisible se hallaba la gran devastación, una que todos veían, pero ignoraban a pesar de su notoriedad.

La infame zona industrial, antes conocida como conurbano bonaerense, era un distrito de mala muerte donde solo residían aquellos que no tuvieron la suerte de vivir en un lugar mejor. Se decía que sus habitantes no superaban los treinta años, pues solían morir antes de cumplirlos. En respuesta a la emergencia ambiental, el gobierno decidió otorgarles respiradores, gafas de protección ocular, implantes ópticos y auditivos. No obstante, la toxina era capaz de traspasar toda su armadura personal tras un tiempo considerable de exposición. La prevención ya no era una garantía de supervivencia, no a largo plazo.

Solo tenía veinte años, pero la vida lo había llevado hasta ese punto de inflexión. El destino que le aguardaba era el mismo que sufrieron sus amigos, sus familiares, sus seres queridos. La vida, para él, se había transformado en una maldición. Estaba solo, con la supervivencia como único objetivo. Su destino era trabajar hasta morir y rezar porque la ceniza algún día desapareciera.

En momentos así, Kevin solía apreciar la mágica ciudad de cristal que, a lo lejos, lucía similar a una perla escondida entre la bruma, se alzaba rodeada por la oscuridad y la muerte, como si fuera la santa ciudad celestial. Allá no existía la toxina, nadie debía usar implantes, era innecesario.

Recordó a su vieja amiga, Helena. Ella se logró salvar, un emprendedor se la llevó, cual trofeo, a la ciudad de cristal. Le prometió regresar, pero nunca lo hizo. Le preocupaba, su desconfianza hacia los "bonachones" de la capital le impedía pensar con tranquilidad. Corrían rumores, uno más espeluznante que el otro. Muchos decían que, de vez en cuando, traficantes de órganos llegaban a la zona industrial para buscar jóvenes que aún estuvieran saludables. No era difícil, les ofrecían un trabajo mejor, un futuro decente, los engañaban con hermosos sueños para luego arrebatarles la vida en un santiamén. Sin embargo, la muerte era un destino deseable en comparación con otros infiernos que se ocultaban allá, en la ciudad de cristal. Kevin no comprendía a esas personas. Desde su lógica, ellos no podían ser humanos, no tenían corazón, sus acciones eran incomprensibles.

Una molesta vibración llamó su atención. Provenía del holovisor implantado en su antebrazo, pues tenía un mensaje en su pantalla. La toxicidad pulmonar, provocada por la toxina disuelta en el aire, había superado los niveles tolerables. Le quedaba poco tiempo, en breve moriría asfixiado si no cambiaba su equipo de aislamiento, no obstante, el gobierno no habría de proveer uno nuevo. ¿La razón? Un problema administrativo, un error en el sistema que lo había reportado como desempleado pues, en el país de los Buenos Aires, todo aquel que no estuviera apuntado en los registros Estatales era un completo desconocido. La burocracia le causaría la muerte, pero, a cambio, no sufriría, sino que caería inconsciente antes de comenzar su agonía. Una dádiva generosa del gobierno para con los desamparados, "muerte digna", así le llamaban por aquel entonces.

«Quince minutos», era el mensaje que se lucía en la pantalla. Kevin observó las abrasiones en su piel, provocadas por la desmedida exposición a la toxina disuelta en el aire. No tenía como protegerse, sus ropas de aislamiento solían agujerearse en menos de un mes. Debía arreglarse con lo que podía conseguir: telas y retazos que obtenía del mercado, ropa que, por lo general, solo duraba un día. Casi siempre lograba cuidarse, no obstante, esa vez no fue suficiente.

Diez minutos. Kevin sintió miedo, la muerte estuvo tocando a la puerta desde el principio, pero ahora se lucía ante él, como un verdugo listo para terminar con su víctima. Tenía muchas dudas, ¿acaso la muerte se "sentía"? ¿Cómo era "morir"? Su madre solía decirle que la muerte era como "volver al momento antes de nacer", algo no muy esperanzador. No obstante, él encontró consuelo en aquellos viejos recuerdos. Quizá, de algún modo, la muerte lo llevaría de nuevo con su madre, con sus seres queridos.

Cinco minutos. Kevin se lamentó por no haber experimentado nunca algo como el amor. Jamás creyó en su existencia, siempre pensó que se trataba de una excusa para obtener otras cosas, una fantasía ideada por alguien que se sentía demasiado solo. No necesitaba tener fé, tampoco esperanza o eso creyó hasta ese momento, pues un nombre vino de inmediato a su mente.

Helena, su viejo amor imposible, uno que comenzó como amistad y creció hasta silenciarse a sí mismo. Él tenía una fantasía que nunca pudo hacer realidad: viajar con ella a la ciudad de cristal, vivir sin el peso de saber que la muerte está a las puertas para los no autorizados por el gobernador. La vida se ocupó de romper todas sus esperanzas, ella se había ido con el mejor postor existente y, desde entonces, su presencia desapareció de la tierra. Él sabía que su amada no volvería, sin embargo, seguía aguardando por un milagro.

«¿Será que ella pensará en mí?

¿Acaso me recordará?»

Cuatro minutos. Le aterraba su destino, le daba pavor pensar en lo que pasaría con su cuerpo. Lo exanguinarían, le extraerían sus órganos viables, arrancarían sus huesos y extraerían la médula. Sus restos irían a parar a un contenedor junto con muchos otros desafortunados que perecieron en la zona industrial. Su destino final estaba en la central de energía, donde se convertía todo tipo de restos orgánicos en electricidad. Pero él no lo sentiría, pues moriría a causa de la neurotoxicidad de la toxina. Él no deseaba terminar así, mas no tenía el poder para escribir su propio destino. Su máscara estaba rota, no había arreglo posible y el Estado no le daría otra. No quedaba escapatoria.

Tres minutos. Su niñez transcurrió ante sus ojos en un parpadeo. Recordó el único año que su memoria registró en una escuela. Su destino fue muy distinto al de sus compañeros: el fue a parar a una planta de tratamiento industrial a causa de su poco potencial intelectual, al contrario de los demás, quienes avanzaron hacia la universidad.

Con quince años, Kevin fue designado como ayudante en dicha fábrica por orden directa del supervisor general de trabajo. Allí pasó sus mejores y peores días. En su inocencia, jugó por mucho tiempo a las carreras con sus compañeros. Helena solía lograr el primer lugar, su fuerza y agilidad siempre fue bastante superior en relación con la suya, sin duda una habilidad extraña, pues se mantenía veloz como una gacela aun con todo el equipo de protección personal. Así fue por un tiempo, antes de que ella se fuera y sus amigos murieran en accidentes extraños o a causa de la toxicidad desmedida del aire y las aguas.

Dos minutos. Kevin sintió una gran melancolía, su vida fue un desperdicio. Sus placeres eran insignificantes, su existencia siempre estuvo vacía, sin amor, sin un objetivo claro, solo trabajar hasta morir. Su mayor sueño siempre fue disfrutar de los aires de cristal, pero tuvo que conformarse con apreciar la ciudad a la distancia.

Miró el holovisor en su antebrazo. Por un momento deseó arrancarlo y frenar el sistema de latencia para prolongar su vida un poco más, aunque aquello significara padecer una muerte lenta. No obstante, decidió no hacer nada, su destino era inevitable. Aquel artefacto estaba equipado con una batería de fármacos anestésicos. Estos tenían la función de sedarlo antes de que comenzara la verdadera agonía, así como de mantenerlo dormido al momento del secuestro gubernamental y causar su muerte antes de llegar a la planta de bioprocesamiento.

Sufría, temblaba de miedo, no quería morir así, no deseaba que su cuerpo se convirtiera en combustible, no quería ser exanguinado. Quería ver a Helena, deseaba ir a la ciudad de cristal y observar las estrellas, por lo menos una vez.

Un minuto marcaba en su holovisor. Finalmente, todo había terminado. Un extraño estupor se hizo presente en su mente, sus pensamientos se detuvieron y la realidad se distorsionó. Se sumergió en la oscuridad y, en un parpadeo, despertó en un mundo diferente. Estaba bajo un hermoso árbol, grande y frondoso, cuyas hojas tapaban el mismísimo sol y gran parte del cielo azul. Él nunca había visto una planta, tampoco el firmamento. Era una alucinación, no tenía dudas.

Los aires de cristal lo rodeaban, frescos y con aquella pureza que había imaginado. Inspiró, no sintió picazón ni ganas de toser. En ese lugar no existía la ceniza o el horrible olor ácido del ambiente. Un aroma dulce se introdujo en sus fosas nasales, uno nuevo para él. Su piel estaba sana, no lucía úlceras ni heridas a causa de la ceniza ardiente que se mantenía suspendida en el aire. No existía más el dolor, la incomodidad, la preocupación o los problemas.

Estaba conforme. A pesar de todo, por un breve instante estuvo feliz.

Buenas a todo el mundo!

Esta historia forma parte de un desafío de Universo Punk, espero que hayan podido disfrutar de esta breve historia.

Si te parece, te invito a comentar aquí lo que te pareció el micro relato. Si no pues...nada, te invito a mi perfil, tengo galletas y amor ?)

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro