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CAPÍTULO 1- FÉNIX

           

En la actualidad.

El agua cae sobre mi cuerpo como una cortina de inseguridades y miedos. Sonrío ante la ironía, ya que vuelvo a pensar en mis sesenta y tres kilos. Los cuales me han impuesto los muy reales cánones de belleza establecidos en ésta sociedad dañina.

El agua se tiñe de rojo bajo mis pies y pienso que menstruar en ésta sociedad duele, no caber en una treinta y ocho duele y no depilarte el vello corporal aún más. Te hacen sentir repulsiva, para beneficiarse económicamente y sentirte culpable de algo por el simple hecho de tener una vagina entre las piernas.

¿Cuántas empresas de cosméticos creéis que cerrarían si tuviéramos un poco de autoestima? Ser mujer en ésta sociedad definitivamente duele.

­­­La puerta del baño se abre y sé que es Beca, mi compañera de piso, por su manera de andar. –Me da igual que sea el Fénix, pero voy a ir a matarlo por poner música a éstas horas. – Gruñe sentándose en la tapa del váter.

–Escucha Melendi, así que... – bromeo saliendo de la bañera con la toalla enrollada. –Probablemente si vas a decirle al Fénix que baje el volumen te encontremos en una alcantarilla desangrada. –

Rebeca se echa a reír y tira de la cadena tras subirse los pantalones. ­–Oh, parece que Cecilia ya ha preparado el desayuno, date prisa o llegaremos tarde a clase. – ordena la rubia y cierra la puerta, le pirran los gofres.

Tus ojos no tienen dueño,

porque no son de este mundo.

Estopa suena a todo trapo en el piso del Fénix. A pesar de que esto es un edificio de estudiantes de la universidad autónoma de Barcelona y hay unos veinte estudiantes viviendo en estas instalaciones, ninguno se atreve a aventurarse a la última puerta del tercer piso.

Nadie salvo su grupo de anarquistas sabe su verdadero nombre, se le conoce como al Fénix porque se dice que ha renacido de sus cenizas, es el jefe de los anarquistas de la ciudad, pero no sólo pintan la típica A circulada en las paredes con Spray de los chinos, las fuentes aseguran que si pruebas su bate de béisbol no ves la luz de un nuevo día y que no debes mirarlos a los ojos, aunque a mí me parecen preciosos.

No encuentras ése gris ceniza, ni una mirada tan intensa normalmente.

Sacudo la cabeza frente al espejo, quitándome de la cabeza ese pensamiento, a ése capullo le ha ido genial que la gente le haya idealizado, tiene el control de las calles de Barcelona. Me pierdo en mis ojos verdes, demasiado grandes para mi rostro, por los cuales me han criticado envidiosas toda mi vida, en mi rostro ovalado surcado de pecas, mi pelo oscuro que cae por mis hombros en mechones desordenados y mojados, en mi lado derecho rapado casi al cero, mi cuerpo voluminoso y mis caderas anchas, las cuales odio. Y sé con certeza, que cuando hay más crisis dentro de mí que en el país cambio de aspecto porque cambié el color de mi pelo, agrandé mis ojos con maquillaje, me hice tatuajes para recordar quién soy y ése es el punto. ¿Quién soy? Soy una dramática, una pesimista escondida tras una sonrisa, alguien que a veces pretende ir a favor de la corriente sabiendo que sólo los peces muertos lo hacen. Soy un punto y coma, porque lo que he aprendido de mí y de la vida, es que no nos detenemos a contemplar pasajeros indecisos y que a nosotras los cobardes siempre nos fueron dos tallas grandes. Mi fallo es haber esperado con ansias un príncipe que recogiera mi zapatito de cristal al pie de la escalera del pozo en el que me encontraba, cuando yo misma acabé saliendo de él con el zapato de plataforma en la mano y en la otra la corona.

–Ada, ¿puede decirme a que se debe el día de la hispanidad? – el profesor, Carlos, irrumpe mis pensamientos y tiene razón, hoy es doce de octubre.

–Pues...­ Es el día en el que se descubrió América, ¿no? – La chica arrastra las palabras asqueada mientras masca un chicle, se oye un carraspeo que proviene del fondo de la clase y me giro, creía que era la única que no estaba de acuerdo con ésa definición tan fascista.

La sangre se me hiela en las venas cuando me encuentro con esos ojos grises, su pelo negro está recogido en un moño alto, lleva los costados rapados y luce una sonrisa testaruda.

Lleva una chaqueta de cuero que lo hace lucir más aterrador y se cruje los nudillos de una forma muy sexy. El fénix quiere evaluarme y siento decepcionarlo, pero a mí nadie me intimida.

–Teresa. – Mierda. –Responde a lo que acabo de pedirle a Ada. – me pregunta alzando la ceja en modo autoritario.

Suspiro y las palabras brotan de mi garganta. –¿La riqueza se adquiere mediante la violencia y el saqueo? ¿La libertad se construye sobre el suelo del sometimiento? América no fue descubierta, fue invadida, profesor Carlos. – hago una pausa para respirar y siento la intensidad de la mirada color ceniza pegada a la nuca. –Se conmemora un genocidio tanto físico como cultural motivado por la xenofobia, el imperialismo y la violencia. No hay nada a celebrar, pero si mucho a combatir. – reina el silencio.

Y suena el timbre.

–Salvada por la campana, es una feminazi, menudo bicho raro. – masculla el grupo de descerebradas de Ada, aunque me encojo de hombros y sonrío. Kevin estaría orgulloso de mi.

***

Mi olor favorito es el de los libros, desde que era una niña me he refugiado en él y supongo que eso me ha llevado a trabajar en una librería años más tarde. –Buena elección. – exclamo leyendo el título de la portada de plástico. –Quince con treinta y dos, por favor. –

La señora sonríe y me tiende los billetes. –Buenas noches. – dice antes de cerrar la puerta detrás de ella y en cuanto el sonido de la campañilla dorada se detiene, el silencio reina en ésta preciosa y diminuta librería. Por fin solas, pienso suspirando profundamente. Aunque fuera, en la calle no tarda a haber jaleo, hoy es el día de la hispanidad y los fachas salen a celebrarlo, como no. Pongo los ojos en blanco al ver a un tío en calzoncillos saltando con una bandera de España colgada en los hombros y bajo la mirada al libro que tengo bajo las yemas de mis dedos. Orgullo y prejuicio, mi mente viaja a mi infancia, cuando mi único mecanismo de defensa era esconderme detrás de ese libro, fantasear con el señor Darcy y soñar con ser Elisabeth Benet.

–Deja estas cursilerías y lee a Trotsky, anda. ­– doy un respingo ante la figura masculina que se encuentra delante de mí, estaba tan absorta en mis pensamientos que ni he oído la campanilla. –Eh...– me dispongo a contestar cuando levanto la mirada y mi corazón da un vuelco, es él, el Fénix. –Sé quién es Trotsky, fue un político revolucionario y el amado marido de Frida Kahlo. –respondo molesta manteniendo su firme mirada, para mi sorpresa sonríe y siento un hormigueo en el abdomen.

–Estúpido y sensual Trotsky. – suelta y eso me provoca una risotada ruda, pero me recompongo enseguida y empiezo a ordenar hojas sueltas del mostrador para que no note que me tiemblan las manos, aunque tratándose de él ya me lo habrá notado, y eso me cabrea. –¿Qué necesitas? – pregunto al ver que permanece inmóvil delante de mí, entonces su postura cambia y coloca sus manos en la madera del mostrador y se inclina hacia mí, eliminando mi espacio vital. ­–A ti. – trago saliva, está tan cerca que puedo observar su barba de día, su nariz aguileña y las venas de su cuello. Sus cejas determinantes, sus labios finos, su mandíbula cuadrada y bajo a sus manos, son de pianista, como diría mi tía. Cojo aire, porque me doy cuenta de que estaba aguantando la respiración. –¿Qué? ¿eres una especie de traficante de órganos o algo así? – nota mental: ¿tu voz puede sonar más desafinada?

Deja ir una risotada y echa la cabeza hacia atrás. –No, en realidad he venido a buscarte, tus amigas me han pedido que te lleve a la manifestación que hay en la plaza España. – dice sonriendo y tirando las cejas hacia arriba, por un momento parece una cría de pastor alemán y me obligo a pensar en todas las cosas horribles que ha hecho. – Rosa y ...–

–Es Rebeca...– dejo ir casi con un bufido. –¿Por qué debería fiarme de tu palabra? – y eso lo pilla por sorpresa. –Eres mi vecina, siempre puedes poner música a todo trapo a las 3:00 a.m. –Suelta en un tono sarcástico.

–Ambos sabemos que tirarías la puerta de mi piso y te comerías mis ojos. – suelto haciendo gestos dramáticos con las manos. –Probablemente pasaría eso. – concluye mostrando sus caninos blancos y nos miramos en silencio unos instantes hasta que nos echamos a reír estrepitosamente.

­–¿Entonces, vienes? – pregunta de nuevo. –Es peligroso andar sola por ahí, enserio. –ésta vez parece preocupado y me enternece. – Está bien, deja que cierre la tienda, ¿vale? – exclamo derrotada y él hace un gesto de victoria.

No parece un dios del averno, más bien parece un idiota anarquista más, pienso mientras bajo la reja metálica de la librería y le doy una vuelta al candado con la llave. –¿Cómo te llamabas? Soy malo para los nombres. – pregunta mientras andamos en silencio. –Me llamo Teresa, puedes llamarme Tessa. – respondo sumida en mis cosas de nuevo.

–¡Cuidado! – grita el Fénix tirando de mi brazo con fuerza y yo grito. Acaba de caer un pedrusco verduzco justo dónde yo estaba. Parece un trozo de estatua o algo así. –Que susto... gracias. – digo llevándome las manos al pecho, mi corazón late a mil por hora. –Voy a cargarme a esos capullos. – gruñe andando hacia los idiotas que casi me matan.

–¡Eh! ¡Quieto! – exclamo tirando de su chupa de cuero, se gira hacia mí y me asombra su rostro, en realidad todo en él sisea que va a matarte en cualquier momento y la vena de su cuello está hinchada. – No pierdas el tiempo con esos idiotas, no son más que críos. –

–Eres demasiado ingenua, Tess. –dice tirando de la manga de mi jersey de manera protectora y me siento ridículamente bien a su lado. Espera. –¿Acabas de llamarme Tess? – El capo de mafias más seductor, sexy y letal de Barcelona acaba de ponerme un mote de prostituta, los planetas se han alineado. Al fin llegamos a plaza España y hay un montón de los nuestros encarándose con los fascistas con pancartas y cuchillas, al fondo veo a Adam, el novio de Cecilia, y cuando me giro para despedirme del Fénix, ya no está. –¡Tessa! ¿Cómo se te ocurre venir hasta aquí sola? –Gritan Rebeca y Cecilia al unísono cuando llego hasta ellas. –No, eh. He venido con el Fénix... creía que Adam lo había llamado para recogerme del trabajo...– mis compañeras de piso abren los ojos desorbitadamente y se miran entre ellas. –¿enserio ha venido a buscarte porque si y te ha dicho que ir por allí sola es peligroso? ¡qué mono por dios! – grita Rebeca histérica. –Por fin dejaras de ser la virgen maría. –

–¡No voy a acostarme con él! ¡Así que no me presionéis, putas! ­– me defiendo cruzándome de brazos. –Pues dicen que está bien dotado. – Cecilia nos guiña un ojo y me ruborizo, el Fénix me ha tomado el pelo.

–¡Chicas! – grita Adam desde lejos. –¡volver a casa! – y Cecilia se cruza de brazos. –No pienso ir a ninguna parte sin él. – Rebeca y yo avanzamos hacia el cumulo de personas que hay a toda prisa, el Fénix está en plena lucha con un fascista y Adam se ha metido a ayudarlo con otros dos. Una chica con la cabeza rapada se choca conmigo y antes de que pueda reaccionar me está gritando, intento alejarla de mi empujándola y terminan lanzándonos dentro del círculo dónde están los otros.

Estoy asustada.

La chica deja ir su primer puñetazo, que impacta en mi nariz y antes de que aúlle de dolor noto como la sangre brota fluidamente. Consigo colocarla con mil esfuerzos debajo de mi cuerpo y le asesto un puñetazo directo al ojo, sé que Rebeca y Cecilia están horrorizadas y también sé que no pueden hacer nada por mí así que la dejo en el suelo gimiendo y me levanto a toda prisa para salir de esta pesadilla de sitio.

Pero alguien me tira del pelo y me lanza al suelo violentamente, caigo de espaldas y gimo, es un hombre, me está desabrochando el jersey y ya está hurgando en mi sujetador. Los recuerdos se arremolinan en mi mente y sollozo incapaz de moverme, estoy helada, la gente corre despavorida a mi alrededor, a mi lado en el suelo veo una rosa cortada y la vista se me nubla. –¡La poli! – gritan varias personas y estoy tan asustada que me han pisado las manos y no siento dolor.

Mi agresor cae al suelo inconsciente y siento unas manos que tiran de las mías para incorporarme. –¡Tess, tenemos que irnos! –asiento y noto como soy incapaz de parar de sollozar, aun siento las manos de ese tío encima de mí. Nos desviamos hacía un callejón oscuro y oigo la sirena de la policía tan fuerte que parece que me martilleen los huesos.

–Quieta. – ordena cubriendo mi cuerpo tembloroso con el suyo y hacemos silencio apretados contra la pared de ladrillos en la que nos escondemos, me doy el lujo de enterrar el rostro en la curva de su cuello, huele realmente bien. Cuando las sirenas se alejan después de diez largos minutos se separa y me envuelve con su chaqueta de cuero, porque se da cuenta de que tengo el jersey rasgado. –Vamos, te llevaré a casa, que es donde tendría que haberte llevado desde un principio. –

Quiero gritarle que se vaya a la mierda, que me ha mentido y que si no me hubiera traído nada de eso me habría pasado, pero las palabras se estancan en mi garganta y mueren en mi interior cuando me coge en brazos y mientras anda, con un ojo morado, el labio partido y los nudillos sangrantes dice

–Lo siento. –

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