002
Me aferré a mi almohada, rezando internamente porque no me pudiesen separar de ella, aunque sabía muy bien que temprano pasarían a por mí para llevarme hacia la central del entrenamiento, un lugar en alguna parte muy por debajo de la tierra, rara vez pasaba por un bosque o un lugar bastante apartado de la ciudad; todos adaptados perfectamente al entono del proyecto real con la intención de acostumbrarnos de a poco y mantenernos cuerdos al cambio del ambiente. Cuenta la leyenda que al inicio, la ciudad entera se encontraba bajo escombros; por lo que el presidente de la época decidió crear una ciudadela subterránea para la supervivencia mientras arreglaban la parte exterior; aunque hace no muchos años decidieron usarla como el sitio de entrenamiento.
— ¿Puedes dormir? — Susurró Lucas desde su cama arriba, pude escucharlo removerse un poco sobre esta, suspirando al ver que no obtenía respuesta alguna de mi parte, sin embargo el responderle que sí sería una gran mentira; de manera que decidí quedarme totalmente en silencio y rogar mentalmente por que creyese que me encontraba dormida. Miré el reloj en la mesita de noche, por más que mi cerebro me dijese que necesitaba descanso y que durmiera, mis miedos no me permitían conciliar el sueño de manera correcta.
Una hora más. Pensé restregando mis ojos, levantándome sigilosamente una vez segura de que Lucas estaba dormido. No faltaba mucho para que viniesen a llevarme y tendría que estar lista para ese entonces. Suspiré mientras el agua fría caía libremente sobre mi piel, relajándome por completo y olvidándome el tiempo por poco antes de terminar y salir envuelta en la toalla, quedándome frente al espejo del baño por unos segundos, observando mis rasgos detenidamente, cosa que no recordaba haber hecho antes. Mi piel no era tan pálida como pensaba tenerla, y algunas pecas podían ser vistas en mi rostro. Creía ser más parecida a mi madre, aunque heredé los ojos verde grisáceo, casi como si les hubieran succionado todo el color, de mi padre y la sonrisa de mi abuela, lo único que adquirí de ella fueron sus hoyuelos en las mejillas y mi cabello de un color casi blanco por naturaleza. Hice una mueca al verlo tan destrozado y enmarañado, atándolo en un moño para cubrir el desastre y dejando que algunas hebras cayesen para adornar un poco mi rostro; era algo característico arreglarse muy bien para el día de la presentación de los elegidos, no habría segundas oportunidades para una primera buena impresión.
Como lo hacía diariamente, coloqué en la mesa la taza solitaria llena de leche chocolatada que había preparado para cuando Lucas despertase; normalmente hubiera colocado para ambos, sin embargo no tenía planeado levantarlo antes de que yo me fuese: definitivamente odiaba las despedidas. Agarré un papel y un bolígrafo, escribiendo una nota para que la leyese luego puesto que seguramente para cuando lo hiciese, yo ya no me encontraría aquí; además aun necesitaba darle algunas explicaciones a tía Marie y no tenía otro momento para escribir; el tiempo venía corriendo detrás de mí. Leí una vez más la nota, asegurándome de que no se me haya escapado ni un solo detalle.
No pasó mucho tiempo hasta que se oyeran los golpes en la puerta principal, llamando por mi nombre en voz alta y monótona. Mis piernas se helaron al segundo, y sentía mi corazón como si se fuese a salir en cualquier momento, llevé instintivamente una mano hasta el cuchillo de la mesa, tomándolo y volteando hacia la puerta; aunque mucho no podría hacer, aquellos hombres tenían ya años de experiencia, aparte de armas y arneses ya preparados por cualquier emergencia, no eran muchos los que se oponían a estas alturas; aunque no era polémica que algunos lo hiciesen.
Volviendo en mí misma y soltando el cuchillo, caminé hacia la puerta, girando la perilla y abriéndola lentamente, viendo como dos hombres de trajes azules se asomaban por el marco de esta.
— ¿Lockhart, Paige? — Asentí con la cabeza, tomando en manos la pequeña tarjeta dorada que me entregaron al momento con el nombre, el logo y la fecha de iniciación del proyecto; aunque este año se dignaron a poner también la supuesta fecha de finalización estipulada. No me parecía raro que la hayan puesto en letras negras, a pesar de que todo lo demás estaba repujado en la tarjeta, la mayoría de los proyectos no tenían una fecha de finalización exacta; más de la mitad ni siquiera llegaban a terminar, y los que sí lo hacían, era por un adelanto de esta última fecha.
— ¿Me llevarán? —Pregunté sin mirarlos al rostro, con la voz apagada bajando la mirada. Por razón alguna, sentía resentimiento hacia ellos aunque de mucho no tenían la culpa, solo era parte de su trabajo el hacer esto. Estaba segura de que esta no era la primera persona con este tipo de sentimientos hacia ellos, o la primera en pensar resistirse, de hecho, seguramente muchos ya lo habrían intentado hasta antes del mediodía.
Sin obtener alguna respuesta directa de su parte, tomaron bruscamente uno de mis brazos y me jalaron fuera de la casa casi con torpeza, como si estuvieran apresurados; y no es que no lo estuvieran realmente, solo que no hacían ni el más mínimo esfuerzo por disimularlo. Uno de ellos tomó mi maleta y nos siguió hasta la entrada del autobús. Los vecino habían salido de sus casas a curiosear, seguramente despiertos gracias al ruido que el motor del vehículo hizo al llegar. No levanté la cabeza, no tenía el valor de hacerlo, solamente los miraba con el rabillo del ojo; algunos murmurando entre ellos mientras podía sentir la mirada de pena de los otros a mis espaldas.
— Ya puede subir. —Ordenó soltándome el brazo y dando un paso hacia atrás.
Por dentro se veía mucho más pequeño de lo que parecía por fuera; sin embargo no por eso menos cómodo, había un espacio grande entre cada par de asiento y se podía ver a distancia una manta y almohada sobre cada uno. Subí las primeras gradas con las piernas temblando, agarrándome de la barandilla tan fuerte que creí ver mis nudillos tornarse blancos, rogando internamente por no llamar mucho la atención; plan fallido. Caí de bruces al suelo al tropezar en una de las escaleras, despertando así al conductor que hace segundos atrás se encontraba dormido sobre el volante sin soltar la botella de alcohol de la mano.
— ¿Tu nombre? —Dijo éste aún sonámbulo.
— Paige. —Contesté levantando la mirada y tratando de pararme sobre mis pies, sintiendo las miradas de los demás pasajeros; y elegidos, posarse en mí. —Lockhart Paige.
— Lockmart...
—Lockhart. — Le corregí interrumpiéndolo, recibiendo únicamente una mirada asesina de su parte.
— Como sea, asiento 233. —Dijo con tono de voz algo irritado, tomando un trago de la botella y encendiendo el motor de vuelta. Al principio me sentía algo confusa, sin embargo mi cerebro me ordenó que moviera mis pies y buscara el asiento.
Miré el sillón con el número escrito, un chico de cabello café chocolate como el de Lucas se sentaba a mi lado aparentemente, quien se encontraba tan absorto en la lectura de un libro, que no notó que había llegado hasta el momento en que me senté.
— Hola. —Saludó desinteresado sin levantar la vista del libro, cambiando de página. — ¿Cuál es tu nombre?— Dijo tendiéndome la mano con una sonrisa gentil.
— Paige. — Contesté sin devolverle el saludo, girando mi vista hacia la ventana. — ¿Y tú?
—Ethan. — Contestó levantando la cabeza y dirigiéndola hacía mí. —Gran entrada, no muchos logran ser tan populares en los primeros segundos. —Su voz tomó un tono sarcástico, sacando a relucir una sonrisa.
Bufé ante el comentario, levantando una ceja y riendo un poco. Giré el rostro, sorprendiéndome al encontrarme con su mirada; aquellos ojos tan oscuros como la noche misma, sin embargo tan brillantes como si todas las estrellas se encontrasen reunidas en estos. Aparté la mirada hacia el libro, algo avergonzada por haberme quedado mirándole por más del tiempo debido.
— Lo siento, fue un chiste de mal gusto. —Murmuró, desviando la mirada también. —Déjame empezar de nuevo, soy Ethan, un gusto en conocerla. —Sonrió ladinamente, alzando de nuevo su mano y agachando un poco la cabeza. La estreché con la mía.
—Soy Paige, un gusto. —Traté de seguirle el juego, sonriendo de igual manera, soltando su mano y volviendo a ver por la ventana. No tardó mucho en que un incómodo silencio apareciese luego de eso, metiéndonos a cada uno en nuestros propios huecos. Lentamente mis ojos empezaron a cerrarse, el sueño casi me vencía, y era en estos momentos donde me regañaba a mí misma por no haber dormido lo suficiente estos últimos días; y antes de que pudiera darme cuenta caí dormida en brazos de Morfeo, apoyada contra la pared del bus. Esta vez no soñé, ni siquiera las pesadillas que me venían persiguiendo desde hace ya semanas; nada, una completa y vacía nada.
Me senté rápidamente, aun agitada, mirando a todos lados para asegurarme que solo se trataba de alguna pesadilla más. Suspiré al confirmarlo, mirando por la ventana el nocturno paisaje. A lo lejos se podía apreciar una débil luz de faro tratando de asimilarse a las estrellas; algo reconfortante de ver entre tanta negrura del horizonte.
— ¿Cuánto falta? — Susurró el chico a mi lado, restregándose los ojos y llevando también la mirada hacia el cielo a través de la ventana.
Levanté los hombros, no llevaba un reloj conmigo y tampoco sabía qué hora era, aunque por juzgar las luces apagadas de algunas casitas en el campo y la luna resplandeciendo en su máximo esplendor, no debían ser menos de la una o dos de la mañana.
—Supongo que no falta mucho. — Respondí mirándolo de reojo, llevando mi vista desde su rostro, pensativo, hasta el libro en sus piernas. — ¿Te gusta mucho leer?
Él sonrió y levantó la obra de alguien llamado Shakespeare, había oído que existía aún gente con tanto tiempo libre que empezaban a tener pasatiempos como leer o pintar solo por gusto; tía Marie era una de ellas.
— Algo así. — Sonrió tomando el libro en sus manos, jugando con la tapa. — Solía leer mucho de niño ¿Y tú?
Bajé la mirada hacia mis zapatos, repasando mentalmente todas las obras y cuentos que alguna vez leí, impresionándome por la lista casi en blanco que tenía.
— Algo así. — Repetí dibujando también una sonrisa en mi rostro. —No tengo tanto tiempo libre, además rara vez logro obtener un libro en manos, y cuando lo hago es para mi hermano menor, aún va a la escuela.
Acto seguido posó el ejemplar de Hamlet, por lo que pude leer, en mis manos, soltando una risita por lo bajo. Levanté una ceja e inmediatamente lo miré, algo confundida por sus acciones, llegando incluso a pensar durante un segundo que trataba de burlarse de mí.
—Toma, para ti sola, además tienes tiempo estando aquí. — Aún seguía algo perpleja, abrí el libro en mis manos y empecé a hojearlo, pude oír otra vez su risa a mi lado, seguramente a causa de mi reacción.
— No tenías que. —Dije cerrándolo y entregándoselo de nuevo. —Tú aún lo estabas leyendo y...
—Ya lo leí antes, muchas veces. —Interrumpió volviendo a ponerlo en mis manos. — Es todo tuyo ahora
— Gracias. —Susurré. Aunque no estuviese acostumbrada a recibir muchas cosas por regalo, el hacerlo de vez en cuando me ponía bastante contenta. Apoyó su cabeza contra la ventana, volviendo a mirar a través de esta.
Esta vez el silencio, más que incómodo, fue reconfortante, empecé a tratar de leer la obra, y aunque mis ojos se cerrasen de vez en cuando a causa del sueño, hice el mayor esfuerzo, fallidamente, para no quedarme dormida de nuevo.
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