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Se piensa que no lo sé, pero lo sé.
Aunque yo esté aquí encerrada...cuando entra por esa puerta, puedo saber de sobra en dónde ha caminado, qué ha comido, con que gente ha estado.
En el momento en el que posa sus manos en mi cintura comienzo a notarlo, es entonces cuando me enojo. No soporto el hedor de otras personas al igual que no tolero la idea de imaginarmelo en la calle, mirando los ojos de los demás y sonriendoles mientras los abraza, cómo si yo no existiera.
¿Qué derecho tiene de engañarme de tal manera? Con todo el amor y cariño que le doy, ¿cómo puede provocarle una sonrisa cualquier persona de la calle?
Luego pasa lo que pasa, que viene con su cuerpo lleno de gérmenes y soy yo la que tiene que limpiarse cada uno de sus poros para que queden intactos o hasta que ese olor a infidelidad se marche de nuestro hogar.
Si pudiera, le diría que en lugar de besarme y acariciarme tanto, se pusiera a hacer algo productivo. Un día de estos, me lanzaré de la ventana o sólo tomaré un cuchillo y conseguiré a alguien más.
Yo ya estoy harta. De verdad.
No sé cómo aguanto a esta atrocidad.
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