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Prólogo

Las voces a su alrededor no dejaban de atormentarlo, ya se había cansado de escucharlas decir siempre lo mismo...

"Ellos no volverán"

"Te abandonaron"

"Estas sólo"

Como odiaba escucharlas. Por culpa de ellas lo habían dejado allí, si tan sólo nunca le hubiera contado a sus padres el tipo de criaturas que escuchaba y veía.

Quería que se callaran, por lo que con la poca paciencia que aún le quedaba, se abrazo las piernas ocultando su rostro mientras detenía las lágrimas.

- Callense- susurro casi imperceptible, pero aún así, ninguno le hacia caso.

Ellos seguían, y seguían mientras con una sonrisa inigualable llena de diversión y satisfacción miraban al pequeño. Ellos habían presenciado todo, desde el momento en que el hombre llevo al pequeño a aquel lugar dejándolo abandonado.

Uno de esos monstruos, se fue acercando al pequeño niño, tenía hambre y todos aquellos sentimientos negativos del pequeño lo hacían querer comerlo.

"Ellos no te aman"

Aquella frase fue la que detonó, y con todo el enojo que se acumuló en su pequeño cuerpo, tomó una piedra y se la lanzó alejandolo, pero no sólo eso.

-¡Dije que se callaran!- grito con furia, y sin esperar más se abalanzó al monstruo sin tenerle miedo, comenzando a golpearlo una y otra y otra vez.

Cuando terminó de descargar su furia, se alejó pudiendo ver como la criatura siquiera se movía. Pero no le importó, por lo menos había errado su boca.

Miro alrededor y comenzó a caminar tratando de acordarse el camino que había echo antes de llegar a allí.

El bosque era extenso, y seguramente lleno de peligros. Camino unos cuantos minutos hasta que se terminó cansando y ahora si, valiendo de rodillas al suelo comenzó a llorar.

No supo cuanto tiempo estuvo así cuando el sonido de unas ramas rompiéndose lo hicieron dejar de derramar lágrimas.

-¿Mamá?¿Papa?- levantó la vista encontrándose así con la sonrisa radiante y llena de brillo de una mujer adulta.

Esta vestia un hermoso vestido blanco, junto con una diadema simulando una corona que caía por su frente. Estaba descalza.
Esta se arrodilló al frente del pequeño, este la miraba con curiosidad.

-¿Estas perdido?- hablo suave la mujer.

- Vete- contestó sin más.

-Para desgracia tuya no me iré y te dejaré sólo- hablo ella tranquilamente- te llevaré a que te alimentos y descanses, luego si quieres te ayudaré a buscar a tus padres.

- ¿Enserio lo harás?- pregunto con algo de esperanzas.Miro a la mujer y está asintió con una pequeña sonrisa.

- Claro que si- le tendió la mano y él pequeño algo dudoso la tomó levantándose.

Comenzaron a caminar hacia una dirección en conpleto silencio, sólo el sonido de los árboles golpeando entre ellos por el viento, al igual que el de las aves cantando.

- Mi nombre es Suna, ¿Cuál es el tuyo, pequeño?

- Sukuna, Kyomen Sukuna- respondió en casi un imperceptible susurro.

Siguieron caminando hasta ver hacia adelante pudiendo percibirce entre medio del bosque, una entrada que daba paso hacia lo que parecía un templo.

Al entrar, Sukuna pudo notar como habían varios hombres y mujeres adultos, los cuales le enseñaban unas especie de técnicas a niños de su edad o más grandes.

- Bueno Sukuna, Bienvenido- hablo la mujer con tranquilidad.

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