CAPÍTULO 9: Dura realidad
Llegué al aula después de unas largas escaleras escalofriantes. El sofoque pasa rápido, la costumbre está haciendo su trabajo y mi cuerpo se está adaptando.
Fue cuando recordé algo: el pretendiente que Anelía me había dicho que tenía. Caramba, y cuando ya no ando con ella al lado es cuando me acuerdo.
Ay qué malo es esto, qué intriga.
¿Cuántas horas tengo que esperar? ¿Dos? ¡Son muchas!
Estoy entrando al aula junto a la multitud de jóvenes delante y detrás de mí, entre ellos Rosalía. Venía conmigo.
—Lale, tienes el cordón del zapato desabrochado. —sentí la voz de Rosalía desde atrás y miré a mis pies.
Era cierto.
Me lo fui a abrochar pero perdí el equilibrio y me fui para al frente. Choqué con una espalda masculina y que también se fue hacia al suelo.
—Ay, perdón, perdón. —Me excusé— Qué torpe soy. —sonreí nerviosa y diciendo para mis adentros: ¿Esa es tu entrada triunfal? ¿Caerte?
Me levanté sacudiendo mis rodillas.
—No, no pasa nada. ¿Tú estás bien?
—Sí, sí, estoy bien.
Intercambié una mirada tímida con él. Yo y mi torpeza.
Vi que su mirada se situó en un punto detrás de mi y al voltearme recibí un sustito.
Saben quién vino.
Ustedes lo saben.
Mateo.
—Hey, Fabián. Hey, Lale, también estás aquí —saludó a su amigo Fabián, con el que me acabo de chocar con un apretón de manos y a mí con un beso en la mejilla.
Oh...
Antes de que yo empezara con mi drama interno entre sonrojos y latidos, el profesor entró al aula.
—Vamos a sentarnos —dijo el profesor de química tan serio como siempre, parado en la justo centro de la puerta.
Lo miré y decidí sentarme tan rápido como pude, después de lo que pasó el día que me entretuve jamás volveré a pasar una vergüenza así.
Mateo fue hacia la mesa que estaba al lado izquierdo de la mía, y el chico de cabello rubio, cejas finas que parecían sacadas y de un tamaño superior al de Mateo se sentó a su lado.
—Vamos a dar las notas de la evaluación que hicimos la semana pasada. —el profesor removía unas hojas entre sus manos, que estaban separadas por paquetes. Cuando encontró el de nosotros, lo separó y lo abrió, dejando a relucir las hojas de las evaluaciones.
Ya me puse nerviosa.
Rosalía estaba a mi lado con el lápiz sobre la última hoja de la libreta. Buena idea, Rosalía. Apuntaré mis notas.
Busqué la última página de la mía y la decoré con plumones. Luego me froté las manos y esperé ansiosa el resultado.
—Carlos, 9 puntos —comenzó a decir el profesor alternando las hojas y noté como Mateo le dedicó una sonrisa a Carlos—. Rosalía... 8 puntos —noté como apuntó la nota en la libreta pero al instante mis ojos volvieron a quedarse quietos y nerviosos— Lale, —unió sus cejas revisando la evaluación y eso hizo que mi corazón latiera desenfrenado —10 puntos— exhalé y sentí una tranquilidad interna demasiado reconfortante.
Lo necesitaba. Estudié mucho para ello desde el día que el profesor me había mandado ir a la pizarra y resolver el ejercicio.
Mateo me miró y me dedicó una sonrisa guiñándome el ojo. Sólo supe reirme.
Mateo guiñándome un ojo a mí, eso es nuevo. Me sorprendí y sentí una emoción interna que era incapaz de explicar.
—Mateo, 8 puntos... —lo volví a observar y unió sus cejas en desconcierto. Para mí sorpresa su vista se dirigió a mí para dedicarme una mirada confundida. Me escogí de hombros.
El sacó un papel y comenzó a escribir en él. Decidí obviarlo.
—Marley, 10 puntos. Felicidades. —dijo el profesor.
Pero no entiendo algo, yo también saqué los diez puntos y él no me felicitó. ¿Ella se esforzó más que yo?
La miré y estaba aplaudiendo y moviendo sus cabellos rojos como una loca. Aunque eso me inquietaba un poco, decidí no coger lucha por ahora.
No significa que no la coja después.
—Pss, Lale. —alguien me susurró a la izquierda y me encontré con la mirada del rubio junto a la de Mateo.
— ¿Qué? —susurré.
Agitó su mano con un papel entre sus dedos.
Cuando el profesor se dio la vuelta lo tomé.
Conocía la letra de Mateo tan bien como la mía. Me sorprendí por 5ta vez en el día.
¿Qué fue lo que pusiste en la uno?
Se refería a la pregunta. En serio pensé que era otra cosa. Lo miré con una cara de "¿En serio?" y él me hizo una seña para que le dijera.
En un bufido procedí a responderle, mientras Rosalía me miraba.
— ¿Qué es eso?
—Es de Mateo. Quiere que le diga lo que puse en la pregunta. —respondí sin mirarle y ella solo asintió.
— ¿Cuándo sacó...?—
—8 —no le di tiempo de responder. Cuando terminé de copiar eso en el papel Rosalía tenía los ojos fuera de sus cuencas.
Se rió —No me dejaste ni terminar la pregunta.
Sonreí algo nerviosa —Lo siento...
Vigilé al profesor y doblé el papelito. Mateo me estaba mirando y le dio en el hombro a su amigo rubio.
Se lo di y este se lo entregó a Mateo. Vigilé su expresión analítica leyendo el papel y revisando su libreta.
— ¡Yo, profe!
Pero fui interrumpida por Marley.
—Ya empezó... —le susurré a Rosalía.
¿Ready para la carrera?
Lo que me espera...
—Dime, Marley.
Más lista nunca.
¡Go!
Timbre
Salí con Rosalía a dar una vuelta por la escuela. Lo necesitaba.
"Yo profe" "Profe yo" me burlé mentalmente para calmarme un poco.
Iba enganchada del brazo de Rosalía y mirando como todas las aulas estaban dando clases mientras que nosotras dábamos el mejor paseo por los pasillos.
Oh, got. Qué bien se siente.
Pasé por el aula de Anelía en el piso inferior y me asomé rápidamente en la puerta. Sí, estaban dando clases, pero ella no me llegó a ver.
Sin embargo, Elizabeth me saludó sonriente —bipolar, ah cierto, que con la que se enojó fue con Anelía—, y Alex también me dedicó una mirada extrañada, y con su mano señaló su muñeca, luego a Rosalía y a mí con sus dedos índice y del medio, y luego hizo un ademán.
Tipo: ¿Y ustedes que hacen a esta hora aquí?
Iba a ver si Anelía me miraba pero estaba en las musarañas atendiendo a la profesora, la cual se estaba girando hacia nosotras y tuvimos que desaparecernos de ahí.
Pero, no vi a Darío en el aula, el otro amigo de Anelía que nos acompañó aquel día en el almuerzo; por lo que me quedé pensativa.
—Y Elizabeth nos saludó, Lale, ¿viste eso? —Rosalía se percató de la rareza de la situación igual que yo.
Afirmé en un leve movimiento con la cabeza —Sí. Pensé que estaba molesta con nosotras también, pero ya veo que no.
—Entonces fue con Anelía.
—Exacto.
— ¿Y por qué Anelía no la invitó? ¿Porque ella presume de las cosas? —mi amiga aquí al lado mío pareció dar justo en el clavo.
Le mostré mis dientes... —Exactamente, ¿Cómo supiste?
—Ah... porque yo no me pierdo una —pisé el primer escalón para subir hasta el aula y Rosalía movió tan rápido su cuello como se puso las manos en la cintura — ¿Y tú para dónde vas?
Inquirió.
— ¿Para el aula?
— ¿Tan rápido? Nah, si apenas llevamos dos minutos afuera. ¿Cómo vamos a ir para el aula de nuevo? —sacó el teléfono del bolsillo de la camisa y miró la hora, luego me lo mostró— Son las 9:35, nos da tiempo.
— ¿Cinco minutos? —entrábamos a las 9:45.
— ¡Ay, Lale! Son cinco minutitos nada más, nos da tiempo. Vamos.
Pero yo me quedé parada en la escalera mientras Rosalía bajaba los primeros tres escalones. Cuando llegó al tercero se detuvo y miró para atrás — ¡Vamos, Lale!
—Pero no nos da tiempo.
— ¡Que sí nos da!
—Oye, que no. —le insistí. Estaba preocupada porque ahora tocaba clases con la profesora Bianca, la de inglés de las "sílabas", que por cierto desde que le rectifiqué lo que hizo mal en la pizarra me he ganado una mala fama con ella que es mejor ni explicar. Prefiero evitar los problemas, pero aun estando quieta, con ella es imposible. —Después Bianca me está diciendo cosas, y no...
— ¡Que me hace falta que me acompañes al baño! —chilló esta vez. Ahhh era por eso...
—Ahhh
—Dale. —Me tomó de la muñeca y bajó obligándome a ir con ella murmurando cosas que me hicieron reír— Aguántame la puerta.
—Apúrate.
— ¡Que sí, Lale!
Solté una carcajada. —No te estreses.
—Lale, tú estresas a la gente. —habló desde adentro dándome a conocer el gran eco que había en el baño.
Sosteniendo la puerta desde afuera, la del baño de los varones se abrió frente a mis ojos y Darío salió con sus gafitas. Cuando su vista se enfocó en mí, me sonrió.
— ¡Lale, mana!
— ¡DARÍO!
— ¿Qué tú haces aquí, o sea? —Miró su reloj en la pulsera— está a punto de sonar el timbre.
Mi expresión facial cambió a una más relajada que la que tenía antes. —Aquí estoy esperando a que Rosalía salga del baño.
—Ohh, ¿Y lleva mucho tiempo ahí?
—No, acaba de entrar. —expulsé aire y me recargué en la pared dejando los brazos caer y que mis pies formaran un ángulo de 45° contra el muro.
O sea, parezco un tobogán.
— ¿Y tú qué tienes, o sea? ¿Por qué estás...? —si escuchan la voz de DARÍO dirían que es un puto Youtuber parado junto a su oído. También es muy amigable, me cae muy bien y es un buen amigo de Anelía. Así que también es mi amigo.
—Estoy nerviosa porque ahorita suena el timbre y tengo clases con una profesora súper estricta y que además me hace la vida imposible.
Darío entendió —Oh, ya...
Pero entonces recordé la razón por la que estaba aquí, porque había ido al aula de Anelía primero: y había notado que Darío no estaba en la clase.
— ¿Y tú por qué no estás en clase? —la curiosidad era una buena aliada, y se incrementaba más cuando no veía a Darío para nada preocupado mientras su aula estaba impartiendo actividades.
Encogió sus hombros —Nah, es que esa profesora no me cae bien.
— ¿Quién es?
—Se llama Batilda y es súper, pero súper falsa. —me sorprendí con lo que dijo Darío, la verdad.
¿Cuándo he visto yo que un estudiante en esta preparatoria le diga falsa' a una profesora, que no sea yo?
Tengo que preguntarle a Darío. Al instante la puerta del baño se abrió y Rosalía salió junto con el sonido del timbre.
—Vamos —me miró guardando su teléfono. ¿Teléfono en el baño encendido? ¿Para qué? — ¿y tú eres Darío, no? —le preguntó al chico.
—Sí, soy yo. Nos conocimos en...
Rosalía lo completó —en el comedor, sí me acuerdo. Aunque estabas metido en tu mundo.
—Sí, la tecnología es lo mío.
—Caminen... —refunfuñé desde atrás como una vieja, pero es que me tenía que apurar.
—Ah, verdad, que ahora toca Biancaaa... —Rosalía se burló del nombre y me lo echó en cara.
—Deja de payasadas y vamos. —me les adelanté.
—Okey, okey. —Darío subió las escaleras para unirse a mí. —yo también tengo que entrar temprano, no me puedo saltar otro turno.
Al llegar al piso de Darío y despedirnos tomé a mi amiga de la mano y la hice correr escaleras arriba.
— ¡Lale, que me mato! ¡Espérate!
—No te hubieras demorado tanto. ¿Y qué hacías con el teléfono en el baño, eh?
—Nada, después te cuento.
Y así es como pude llegar a clase, aunque dos minutos tarde pero gracias al cosmos que las estrellas se alinearon y en el aula estaban los libros de Bianca, pero ella no.
¡Por fin un poco de suerte en mi vida!
*
Estoy conectada en las redes sociales, esperando a que Anelía se le ocurra revisar Whatsapp.
Hace veinte minutos le mandé un mensaje de audio, y no lo ha revisado. Ni siquiera está en entregado y la última vez que se conectó fue a las 9 de la mañana, y ya son las 12 del día.
Y ustedes dirán, ¿Qué hace Lale conectada a hora de escuela?
Ah, pues resulta que en la escuela hubo un imprevisto. Se averió la cisterna que la abastece con el agua que necesita y las clases quedaron suspendidas.
Vaya, me sorprendí cuando me lo dijeron; Rosalía me llamó cuando estaba a punto de salir por la puerta, como un ángel que cayó del cielo. ¡Aleluya!
Y así fue como volví para la cama a estirarme como una perezosa entre sábanas y almohadas. Y estaban frías: lo mejor que harán en la vida, consejo sano.
Bufé ya cansada y presioné el icono del telefonito verde después de tantear el número de Anelía.
Un timbre...
Dos timbres...
Tres timbres...
Cuatro timbres...
¿Hasta cuándo? ¿Estará durmiendo o fue a la escuela pensando que había clases y lleva paseando todo el rato por los pasillos?
¡Ah, ya sé! Está soñando con Jimin y no quiere que la despierten así que tiene el teléfono en silencio.
— ¡Dime!
— ¡Ay! ¿Por qué gritas? —chillé alejando el teléfono de mi oído.
—Perdón, jejeje.
— ¿Dónde estabas?
—Eeeeh... algo ocupada.
—Oye. ¿Y por fin vamos a ir a ver a Melany al lugar donde nos dijo?
—Sí, sí, sí. —respondió al otro lado de la línea.
—Ah y también no se te olvide que me tienes que contar quién carajos es el pretendiente ese. ¡No me dejes con intriga, chica!
—Sí, sí. Pero ahora no puedo hablar porque... —su tono de voz bajó a uno más confidencial— estoy con él.
—¿¿EHHH?? —exclamé sorprendida. ¿Que qué? No me lo creo. Ay Anelía, ¿Cómo es que eres tan rápida? Dejé mi sorpresa a un lado y hablé con picardía— Bueno, los dejo cómodos...
— ¡Ay, mija!
—Ya... los dejo cómodos. Byeeee. —y para añadirle un poco de maldad al asunto imité la risa de una bruja malvada para colgar
Ya que mi amiga estaba demasiado ocupada para dar la charla del siglo, me puse a hacer las labores de la casa. Comencé a lavar los platos, tender las camas, barrer, limpiar los adornos en la sala del polvo que se adhería a ellos... Mi hermano no me quería ayudar en nada, ni en lo más mínimo, ni en decirme en dónde dejó el otro zapato de la escuela para guardarlo.
En el momento en que iba para su cuarto...
—Lale, —mi papá me llamó a mis espaldas.
—Dime —le presté atención apoyando mis manos en el palo de la escoba.
—Tu mamá y yo tenemos que salir, vamos a las tiendas para comprar los alimentos y utensilios que hacen falta para la cocina. Me hace falta... —me estaba evaluando la reacción de mi cara— que cuides a tu hermano.
Se trabó el disco.
Todo ruido cesó.
¿Que qué?
¿Estoy escuchando bien o hay basura en mis oidos?
- ¿A ese demonio? -exclamé boquiabierta.
Expulsé aire por los hoyuelos de mi nariz cuando la puerta de mi casa se cerró.
Me dirigí al cuarto de Jarol y me observó con esa cara de bebé inocente que engaña a todo el mundo. Lo señalé con el dedo y le advertí seriamente.
-Haces cualquier cosa y del trompazo nadie te va a salvar. -curvó los labios hacia arriba en una sonrisa maliciosa, alzando sus cejas.
Hijo de su madre.
Hoy me espera una tarde larga...
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