Capítulo 37: Mi amor
Un dolor de cabeza punzante me empezó a taladrar las sienes y una sensación de mareo me impedía moverme de la cama.
-Mierda -murmuré, intentando abrir los ojos. La luz que Mateo encendió tras mis quejas era como cuchillos.
-¿Qué pasa? -preguntó con voz ronca.
-Me duele mucho la cabeza -gemí, llevándome las manos a la frente.
Mateo se incorporó de inmediato, con el rostro preocupado.
-¿En serio? ¿Qué te pasa? ¿Tienes fiebre?
-No lo sé -respondí-. Creo que solo es dolor de cabeza. Pero me siento fatal.
Mateo se levantó de la cama y desapareció por la puerta. A los pocos segundos, regresó con un vaso de agua y una pastilla en la mano.
-Toma -dijo, ofreciéndome la pastilla-. Es ibuprofeno. Te ayudará a sentirte mejor.
Tragué la pastilla con dificultad y bebí un poco de agua. Mateo se sentó a mi lado y me puso una mano en la frente.
-Estás un poco caliente -dijo, frunciendo el ceño-. Quizás sí tengas un poco de fiebre.
Me abrazó con fuerza, atrayéndome hacia su pecho.
-Lo siento mucho -susurró-. No quería que te sintieras mal.
-No es tu culpa -respondí, acurrucándome en sus brazos-. Supongo que no estoy acostumbrada a tanta... emoción.
Mateo se echó a reír.
-Bueno, tendré que tener más cuidado contigo la próxima vez.
Me sonrojé ante su comentario.
-Quizás deberíamos quedarnos aquí y descansar un poco -dijo Mateo-. Podemos ver una película y relajarnos.
-Suena bien -respondí, sintiendo que el dolor de cabeza comenzaba a disminuir.
Mateo buscó una manta en el armario y nos tapó a ambos. Luego, encendió la televisión y buscó una película.
-¿Qué quieres ver? -preguntó.
-Lo que tú quieras -respondí.
Solo quería estar con él.
Mateo sonrió y eligió una película que le gustaba mucho: "Volver al Futuro". Me contó que la había visto miles de veces y que siempre lo hacía sentir mejor.
Nos acurrucamos bajo la manta y comenzamos a ver la película. A pesar del dolor de cabeza, me sentía feliz y tranquila. Estar en los brazos de Mateo era el mejor remedio para cualquier malestar.
De repente, la puerta de la habitación se abrió de golpe.
-¡Mateo! -exclamó una voz femenina-. ¿Has visto mis...
La voz se interrumpió al vernos a Mateo y a mí abrazados bajo la manta. Era la mamá de Mateo.
Se quedó parada en la puerta, con los ojos muy abiertos y una expresión de sorpresa en su rostro.
-¡No me esperaba esto! -dijo, con la voz temblorosa.
Mateo y yo nos separamos rápidamente, sintiéndonos avergonzados.
-Mamá, ¿por qué no tocaste? -preguntó Mateo, sonrojándose.
La mamá de Mateo sacudió la cabeza y sonrió.
-Perdón, perdón. No quería interrumpir nada. Solo... necesitaba preguntarte algo.
Pero en lugar de irse, comenzó a dar pequeños saltitos de alegría.
-¡Ay, qué emoción! -exclamó-. ¡Siempre supe que ustedes dos terminarían juntos!
Mateo y yo intercambiamos una mirada divertida.
-Mamá, por favor -dijo Mateo, rodando los ojos.
-Está bien, está bien -respondió su mamá, tratando de calmarse-. Solo estoy muy feliz por ustedes. Siempre he pensado que Lale es la chica perfecta para ti.
Se acercó a la cama y me tomó la mano.
-Lale, querida, ¿estás bien? Te veo un poco pálida.
-Estoy bien, Clara -respondí-. Solo tengo un poco de dolor de cabeza.
-¡Ay, pobre! -exclamó la mamá de Mateo-. ¡Pero no te preocupes! ¡Yo te cuidaré!
Se sentó en la cama a mi lado y me acarició el pelo.
-¿Sabes? Mateo siempre ha sido enamorado -dijo, con una sonrisa cómplice-. Desde que era un niño.
Mateo se tapó la cara con las manos.
-Mamá, ¡por favor!
-Es verdad -continuó su mamá, ignorando las protestas de Mateo-. Recuerdo cuando tenía cinco años y le regalaba flores a sus amiguitas.
Me eché a reír ante la imagen de Mateo de niño, regalando una flor.
-De seguro un niño muy dulce -dije-. Siempre ha sido muy dulce.
-¡Y tú también con él! -exclamó la mamá de Mateo-. ¡Siempre supe que eran el uno para el otro!
Nos quedamos un rato hablando sobre los recuerdos de la infancia de Mateo. Su mamá me contó anécdotas divertidas y tiernas, y Mateo se sonrojaba cada vez más. A pesar del dolor de cabeza, me sentía feliz y cómoda. Estaba en casa de Mateo, rodeada de su amor y del cariño de su mamá. No podía pedir nada más.
Después de que la mamá de Mateo nos dejara solos para que descansáramos, el ibuprofeno comenzó a hacer efecto y mi dolor de cabeza se fue desvaneciendo poco a poco. Mateo se quedó a mi lado, abrazándome en silencio y acariciando mi cabello. Me sentía protegida y querida.
-Gracias -susurré, rompiendo el silencio-. Por cuidarme.
Mateo me acompañó a mi casa, la tensión entre nosotros era palpable. Sin embargo, eso no impidió andar a la mano a lo largo de todo el viaje. Una vez llegamos a mi casa, me di la vuelta sumamente agradecida.
-Gracias por acompañarme.
-No hay de qué, Lale. No iba a dejar que te fueras sola de noche.
Le sonreí y miré con ternura, era tan lindo... No pude contener mis ganas de abrazarle, abrazo que él recibió colocando mi cabeza en su pecho.
-Adiós, mi corazón -me dijo y se volteó, para empezar a caminar a su casa.
-Cuidate, mi amor -susurré antes de darme la vuelta.
***
-Y entonces, nos fuimos a salir a un restaurante, estaba precioso el lugar, chicas. Ojalá podamos ir juntas -Rosalía decía emocionada.
-Ay qué lindo, ¿pero es muy lejos? No creo que mis piernas aguanten caminar tanto -se quejó Anelía tocándose las piernas.
-Si acaso vamos en auto. ¿Qué opinas Lale?
-Si, Lale, ¿Qué opinas?
-¿Lale...?
Anelía y Rosalía estaban llamando a alguien que no les contestaba.
Ahora que lo pienso, si no hubiese sido por esa llamada... Joder, el calor se apodera de mis mejillas de solo pensarlo. Solo cierro los ojos y me imagino que estoy en esa habitación, siendo abrazada por él, tan acurrucados que estábamos. Aun no me lo creo, de hecho, sería capaz de creer que solo fue un sueño.
-Hey, Lale, ¿estás bien?
Di un brinco al ver la cabeza de Anelía mirándome de cerca. Estaba acostada en la cama de su cuarto, y me había olvidado que ella estaba ahí.
-Ah, si... Si, si, claro...
Me mantuve en silencio.
-Mmmm -Anelía entrecerró los ojos, pensativa -. Rosalía, a esta le pasa algo.
-¿Qué cosa? ¿Qué cosa? -Rosalía corrió hasta ponerse del otro lado de la cama desde donde yo la podía ver -. ¿Qué te pasa, Lale?
-Nada -me sonrojé y me senté en la cama. ¡Maldita sea, ¿Por qué me sonrojo?! Lo van a notar, y eso termina dándome risa.
-¿Nada y te ries solla como una loca? -inquiera Rosalia evaluándome, solo le faltaba una lupa.
-Nada, chicas, estoy bien -empecé a estirarme para tocar las uñas de los pies en un intento de distracción.
-Na, tú estás demasiado distraída para mi gusto -Rosalia continuaba insistiendo -. Suelta la lengua. ¿Qué pasó?
-No es nada importante, de verdad -dije, intentando sonar convincente, pero mi sonrisa nerviosa me delató.
Anelía y Rosalía intercambiaron miradas cómplices. Sabían que algo ocultaba.
-A ver, a ver -dijo Rosalía con una sonrisa maliciosa-. Suelta la sopa, Lale. ¿Qué pasó con Mateo?
Sentí que el calor subía a mis mejillas. ¿Cómo lo sabían? ¿Acaso era tan evidente?
-¿Mateo? ¿Qué tiene que ver Mateo en todo esto? -pregunté, intentando sonar despreocupada.
-¡Oh, vamos, Lale! -exclamó Anelía-. Te conocemos demasiado bien. Sabemos que cuando te pones así es porque algo grande pasó.
Respiré profundamente y decidí confesar. No podía seguir ocultándoles la verdad a mis mejores amigas.
-Está bien, está bien -dije, rindiéndome-. Pasaron cosas...
-¡Cuéntalo todo! -gritó Rosalía, saltando de emoción.
-Bueno... -empecé a contar, sintiendo el rubor en mis mejillas-. Digamos que tuvimos una noche... interesante.
-¿Interesante cómo? -preguntó Rosalía con los ojos brillantes, como si estuviera a punto de explotar de la emoción-. ¿Interesante de "nos besamos toda la noche" o interesante de "casi terminamos desnudos bajo las sábanas"?
Anelía le dio un codazo a Rosalía, reprendiéndola por ser tan directa.
-Rosalía, por favor, no la presiones -dijo Anelía con un tono más suave-. Lale, cuéntanos lo que te sientas cómoda compartiendo.
Respiré hondo y decidí ser honesta. Después de todo, ellas eran mis mejores amigas.
-Digamos que... hubo besos -confesé, sintiendo que el calor subía aún más a mis mejillas.
Rosalía soltó un chillido de emoción y empezó a aplaudir como una niña pequeña.
-¡Lo sabía! -exclamó Rosalía-. ¡Sabía que algo así iba a pasar! ¡Siempre supe que ustedes dos estaban destinados a estar juntos!
Anelía, por otro lado, se mostró más cautelosa.
-¿Besos? ¿Solo besos? -preguntó Anelía con una ceja levantada-. ¿O hubo algo más?
Dudé por un momento. ¿Debía contarles todo? ¿O debía guardar algunos detalles para mí?
-Hubo... algo más -admití, bajando la mirada.
-¡¿Algo más?! -Rosalía casi se cae de la cama-. ¿Qué tipo de "algo más"? ¡Detalles, Lale, necesitamos detalles!
-Cálmate, Rosalía -dijo Anelía-. Lale, ¿te sientes cómoda contándonos todo esto?
-Sí, chicas -respondí con sinceridad-. Confío en ustedes.
Empecé a contarles sobre la película de Moana, sobre la puerta cerrada por la madre de Mateo, sobre la tensión en el aire, sobre los besos en el cuello, sobre la ropa desabrochada...
A medida que contaba la historia, podía ver las reacciones en sus rostros. Rosalía estaba completamente extasiada, imaginando cada detalle con lujo de detalles. Anelía, por otro lado, parecía más preocupada, analizando cada palabra, cada gesto.
-Y entonces... -continué, llegando al clímax de la historia-. Su teléfono sonó.
El silencio se apoderó de la habitación. Rosalía dejó de respirar y Anelía frunció el ceño.
-¿Su teléfono sonó? -preguntó Anelía con incredulidad-. ¿En serio? ¿Justo en ese momento?
Asentí con tristeza.
-Sí -dije-. Justo cuando estábamos a punto de... bueno, ya saben.
Rosalía dejó escapar un gemido de frustración.
-¡No puede ser! -exclamó Rosalía-. ¡Qué mala suerte! ¡Estaban a punto de hacer historia!
-Y entonces, ¿qué pasó? -preguntó Anelía-. ¿Contestó la llamada?
Negué con la cabeza.
-No -dije-. Le dije que no contestara. Pero el momento se había roto. Ya no era lo mismo.
-Así que, ¿qué hicieron? -insistió Anelía.
-Nos vestimos y me acompañó a casa -respondí-. Caminamos de la mano y nos dijimos cosas lindas, pero la magia se había esfumado.
-¿Y qué sientes ahora? -preguntó Anelía con seriedad-. ¿Estás decepcionada? ¿Frustrada? ¿Arrepentida?
Suspiré profundamente.
-Un poco de todo -admití-. Pero también siento... esperanza.
-¿Esperanza? -preguntó Rosalía con curiosidad-. ¿Esperanza de qué?
-Esperanza de que quizás, algún día, encontremos nuestro momento -respondí con una sonrisa tímida-. Quizás solo necesitamos un poco de paciencia.
Anelía me miró con ternura y me abrazó con fuerza.
-Eres increíble, Lale -dijo Anelía-. Siempre encuentras la manera de ver el lado positivo de las cosas.
Rosalía se unió al abrazo, apretándonos a ambas con entusiasmo.
-¡Las quiero, chicas! -exclamé, sintiendo el calor de su amistad.
En ese momento, supe que, pasara lo que pasara con Mateo, siempre tendría el apoyo incondicional de mis mejores amigas.
-Pero, ¿y tú qué vas a hacer? ¿Vas a esperar a que "encuentren su momento" o vas a tomar las riendas de la situación? -pregunta Rosalía, con una mirada que mezcla curiosidad y desafío.
La pregunta de Rosalía me golpea como un balde de agua fría. Tiene razón. ¿Por qué debería esperar pasivamente a que el destino decida por mí? ¿Por qué no puedo ser yo quien cree las oportunidades?
-No lo sé -admito, sintiendo una mezcla de miedo y emoción-. Nunca he sido de las que toman la iniciativa. Siempre he esperado a que las cosas sucedan.
-Pues es hora de cambiar eso -dice Rosalía con una sonrisa traviesa-. ¡Es hora de que te conviertas en la protagonista de tu propia historia!
Anelía asiente con entusiasmo.
-Rosalía tiene razón, Lale -dice Anelía-. No puedes seguir esperando a que Mateo dé el primer paso. Si quieres algo, tienes que ir por ello.
Sus palabras me inspiran. Me doy cuenta de que tienen razón. No puedo seguir viviendo con miedo al rechazo o a lo que pueda pasar. Si quiero estar con Mateo, tengo que luchar por ello.
-Pero, ¿cómo? -pregunto, sintiéndome un poco perdida-. No sé cómo tomar la iniciativa.
-¡Eso es lo de menos! -exclama Rosalía-. Lo importante es que estés dispuesta a hacerlo. A partir de ahí, el resto es pan comido.
Rosalía empieza a darme ideas descabelladas, como enviarle un mensaje subido de tono a Mateo, aparecer por sorpresa en su casa vestida de Moana o secuestrarlo y llevarlo a una isla desierta.
Anelía, por suerte, se encarga de poner un poco de cordura en la situación.
-Rosalía, por favor, no le des ideas locas -dice Anelía-. Lale, lo que tienes que hacer es ser tú misma. Habla con Mateo, dile cómo te sientes y pregúntale qué quiere él.
El consejo de Anelía me parece mucho más sensato. Decido seguirlo.
-Creo que tienes razón, Anelía -digo-. Lo mejor es ser honesta y directa.
-¡Eso es! -exclama Anelía-. Dile a Mateo que quieres estar con él, pero que necesitas saber si él siente lo mismo.
-¿Y si me rechaza? -pregunto, sintiendo que el miedo vuelve a apoderarse de mí.
-Si te rechaza, al menos sabrás la verdad -dice Rosalía con pragmatismo-. Y podrás seguir adelante con tu vida.
Su respuesta, aunque dura, es realista. Prefiero saber la verdad, por dolorosa que sea, a seguir viviendo en la incertidumbre.
-Está bien -digo con determinación-. Voy a hablar con Mateo.
-¡Eso es! -exclama Rosalía, dándome un abrazo apretado-. ¡Estoy tan orgullosa de ti!
-¿Cuándo vas a hablar con él? -pregunta Anelía.
-No lo sé -respondo-. Quizás mañana. O pasado mañana. Necesito tiempo para prepararme.
-No te duermas en los laureles -dice Rosalía-. Cuanto antes hables con él, mejor.
Respiro hondo y tomo una decisión.
-Voy a hablar con él ahora mismo -digo con valentía.
Anelía y Rosalía me miran con sorpresa y admiración.
-¿Ahora mismo? -pregunta Anelía-. ¿Estás segura?
-Sí -respondo con firmeza-. No quiero seguir esperando. Quiero saber la verdad.
Me levanto de la cama, sintiéndome más decidida y valiente que nunca.
-¿Me acompañan? -pregunto.
Anelía y Rosalía se miran entre sí y asienten con una sonrisa.
-Por supuesto que te acompañamos -dice Anelía-. No te vamos a dejar sola en esto.
Salimos del cuarto de Anelía y nos dirigimos a mi casa. Mientras caminamos por la calle, siento el apoyo de mis amigas y me doy cuenta de que puedo enfrentarme a cualquier cosa, siempre y cuando las tenga a mi lado.
Llego a mi casa y tomo mi teléfono. Dudo un momento, pero luego respiro hondo y marco el número de Mateo.
El teléfono suena varias veces antes de que Mateo conteste.
-¿Lale? -dice Mateo con voz somnolienta-. ¿Pasa algo? ¿Estás bien?
Su tono de preocupación hace que mi corazón se acelere. Tal vez sí siente algo por mí. Tal vez esta conversación valga la pena.
-Sí, estoy bien -respondo, intentando sonar segura de mí misma-. Quería hablar contigo.
-¿Ahora? -pregunta Mateo, con un deje de sorpresa en su voz-. ¿No podía esperar hasta mañana?
-No -respondo con firmeza-. Necesito hablar contigo ahora. Es importante.
Mateo suspira al otro lado de la línea.
-Está bien -dice finalmente-. ¿De qué quieres hablar?
Respiro hondo y me preparo para decir lo que tengo que decir.
-Quería hablar sobre nosotros -digo, sintiendo que el rubor sube a mis mejillas-. Sobre lo que pasó anoche.
Hay un silencio prolongado al otro lado de la línea. El silencio es tan intenso que puedo escuchar el latido de mi propio corazón.
-¿Qué pasa con lo que pasó anoche? -pregunta Mateo finalmente.
-Siento que... -empiezo a decir, pero las palabras se atascan en mi garganta.
Anelía y Rosalía, que están sentadas a mi lado, me animan con la mirada.
-Siento que... hubo una conexión entre nosotros -digo finalmente-. Siento que hay algo especial entre nosotros.
Mateo no responde. Sigo esperando, con el corazón en un puño.
-Lale... -dice Mateo finalmente-. Yo también siento que hay una conexión entre nosotros. Yo también siento que eres especial.
Sus palabras hacen que mi corazón dé un vuelco. ¿De verdad siente lo mismo que yo? ¿De verdad hay una oportunidad para nosotros?
-Entonces... ¿qué significa eso? -pregunto, sintiendo que la esperanza se apodera de mí.
-Significa que... -Mateo hace una pausa, como si estuviera buscando las palabras adecuadas-. Significa que me gustas, Lale. Me gusta pasar tiempo contigo. Me gusta hablar contigo. Me gustas...
Sus palabras son como música para mis oídos. No puedo evitar sonreír.
-A mí también me gustas mucho, Mateo -digo con sinceridad.
-Entonces... ¿qué quieres que hagamos? -pregunta Mateo.
La pregunta es directa y sencilla, pero la respuesta es complicada. ¿Qué quiero que hagamos? ¿Quiero que seamos novios? ¿Quiero que sigamos explorando nuestra relación? ¿Quiero que nos dejemos llevar por el momento?
-Quiero... -empiezo a decir, pero de repente me siento insegura.
¿Estoy preparada para dar el siguiente paso? ¿Estoy preparada para arriesgarme a que me rompan el corazón?
-Quiero que seamos honestos el uno con el otro -digo finalmente-. Quiero que seamos sinceros sobre lo que sentimos y lo que queremos.
-Estoy de acuerdo -dice Mateo-. La honestidad es lo más importante.
-Entonces... ¿qué quieres tú? -pregunto, sintiendo que el corazón me late con fuerza en el pecho.
Hay un silencio prolongado al otro lado de la línea. Espero pacientemente, con la respiración contenida.
-Yo quiero... -dice Mateo finalmente-. Yo quiero seguir conociéndote, Lale. Quiero seguir pasando tiempo contigo. Quiero ver a dónde nos lleva esto.
Sus palabras no son exactamente lo que esperaba, pero tampoco son un rechazo. Decido tomarlas como una señal de que hay una oportunidad para nosotros, de que hay una posibilidad de que nuestra relación se convierta en algo más.
-Está bien -digo con una sonrisa-. Yo también quiero eso.
-Entonces... ¿qué te parece si nos vemos mañana? -pregunta Mateo-. Puedes venir a almorzar a casa.
-Me encantaría -respondo-. Mañana suena perfecto.
-Genial -dice Mateo-. Entonces nos vemos.
-Perfecto -respondo-. Hasta mañana, Mateo.
-Hasta mañana, Lale -dice Mateo-. Que descanses.
Cuelgo el teléfono y suspiro aliviada. La conversación ha ido mejor de lo que esperaba. Aunque Mateo no me haya declarado su amor eterno, al menos ha admitido que le gusto y que quiere seguir conociéndome.
Anelía y Rosalía me felicitaron por mi valentía y me aseguraron que todo saldrá bien. Siento su apoyo incondicional y me doy cuenta de que, pase lo que pase, siempre tendré a mis amigas a mi lado.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro