Capítulo 36: Confesión
No pude dormir esa noche, la curiosidad y el temor me estaba carcomiendo. ¿Cómo es posible pasar de un estado totalmente nervioso y desesperado a otro estado tan... esperanzador? Las sábanas no se me hacían cómodas, el sueño no llegaba a mi cuerpo, los bostezos estaban ausentes.
Les confieso que no dormí, me desvelé toda la noche, llenándome de dudas. Temprano en la mañana envié un mensaje por el grupo de Whatsapp que tenía con Rosalía y Anelía, expresando mi impaciencia. Así fue como, con el corazón latiendo a mil, llegó el momento de esperar a Mateo en el parque. Rosalía y Anelía me acompañaron, y estaban cerca, pero discretas, observando desde un banco, solo les faltaban unas revistas para parecer unas perfectas espías de esas películas de comedia. No dejaba de morderme el labio, repasando mentalmente lo que va a decir.
No pude dormir esa noche, la curiosidad y el temor me estaba carcomiendo. ¿Cómo es posible pasar de un estado totalmente nervioso y desesperado a otro estado tan... esperanzador? Las sábanas no se me hacían cómodas, el sueño no llegaba a mi cuerpo, los bostezos estaban ausentes.
Les confieso que no dormí, me desvelé toda la noche, llenándome de dudas. Temprano en la mañana envié un mensaje por el grupo de Whatsapp que tenía con Rosalía y Anelía, expresando mi impaciencia. Así fue como, con el corazón latiendo a mil, llegó el momento de esperar a Mateo en el parque. Rosalía y Anelía me acompañaron, y estaban cerca, pero discretas, observando desde un banco, solo les faltaban unas revistas para parecer unas perfectas espías de esas películas de comedia. No dejaba de morderme el labio, repasando mentalmente lo que va a decir.
Fue entonces que Mateo llegó, luciendo tan confundido como preocupado.
- Lale, ¿qué está pasando? -Se sentó en el banco a mi lado tan rápido como llegó- Damián me dijo cosas raras... Que lo que vio en el video le gustó mucho, pero no entiendo nada.
-Es complicado... -mi voz estaba temblorosa- Damián grabó una conversación...
Mateo interrumpió, su voz se elevó ligeramente.
-¿Me grabó? ¿De qué hablaban?
Respiré hondo, decidiendo ser honesta, al menos en parte. Joder, me iba a arrepentir de esto...
-De... de mis sentimientos. Y de cómo a veces... me siento confundida contigo.
Mateo me mira fijamente, esperando una explicación. Se acercó un poco más.
-¿Confundida? ¿Por qué?
Me mordí el labio, mi corazón empezaba a remover mi pecho, estaba luchando contra el pánico. Tomé aire para relajarme y lo solté lentamente.
-Verás... yo... -Era ahora o nunca, así que decidí decirlo, soltarlo, liberarme de esto- me he dado cuenta de que... me gustas. Me gustas mucho, Mateo.
El silencio se extendió entre nosotros. Un silencio incómodo que actuaba sobre mí como un asesino serial, matándome poco a poco, carcomiéndome... Sentía mis ojos resecarse, el terror me llevaba la delantera. Mateo pareció sorprendido, pero no disgustado.
-¿De verdad? -Dijo en voz baja- Yo... no sabía...
Bajé la mirada, avergonzada. No podía... Tenía el corazón desbocado, sentía que en cualquier momento saldría llorando de la vergüenza.
- Lo sé, es estúpido. Probablemente ahora te rías de mí.
Mateo levantó mi rostro con suavidad, su suave tacto me removió el alma, provocando qque me erizara. Él hizo que lo mirara a los ojos.
- No, Lale. No me río. De hecho... me alegra saberlo.
Lo miré con incredulidad.
-¿En serio?
Mateo asintió, sonriendo tímidamente.
- Sí. A mí también me gustas, Lale. Pero... no sabía cómo decírtelo.
¿Qué? No, no juegues conmigo, Mateo. No juegues así conmigo, ahora que una chispa de esperanza se está encendiendo en mi corazón.
-¿De verdad?
-Sí, Lale -se acercó aún más-. De verdad. Me encanta hablar contigo, me encanta tu sonrisa...
Mateo se acerca aún más y, suavemente, me besa. Es un beso tierno y dulce, lleno de promesas.
Nos separamos lentamente, respirando con dificultad. Mateo me sonríe, el brillo en sus ojos me encandilaba. Sentía que esto no era real, que estaba viviendo un sueño. ¿De verdad estaba pasando esto? ¿Mateo sentía lo mismo por mí? Mi corazón latía tan rápido que temía que fuera a explotar, y una ola de calor me subía por el cuello. ¡Mierda! ¿Y si estaba soñando? ¿Y si al despertar todo esto se esfumaba como una burbuja de jabón?
-¿De verdad? -pregunté, sintiendo que mi voz apenas era un susurro. Necesitaba una confirmación, una prueba tangible de que no estaba alucinando.
Mateo asintió, sonriendo tímidamente.
-Sí, Lale. Pero... no sabía cómo decírtelo. Tenía miedo de arruinar nuestra amistad.
No podía creerlo. Era como si todas mis inseguridades y miedos se hubieran desvanecido de repente. ¡¿Miedo?! ¡¿Él también tenía miedo?! Eso era aún más increíble. Pero una pequeña voz en mi cabeza me decía que esto era demasiado bueno para ser verdad. Que quizás Mateo solo estaba siendo amable, que no quería herir mis sentimientos.
-¿De verdad? -insistí, necesitando escucharlo una vez más. Mis ojos lo escrutaban, buscando una señal de duda o arrepentimiento.
-Sí, Lale -se acercó aún más-. De verdad.
Mateo se acerca aún más y, suavemente, me besa. Es un beso tierno y dulce, lleno de promesas. El sol de la mañana brillaba a través de las hojas de los árboles, creando un ambiente mágico. Podía oler las flores del jardín cercano y escuchar el canto de los pájaros. Todo parecía perfecto, irreal. Era como estar en una película romántica, solo que esta vez yo era la protagonista.
De repente, escuché una risita ahogada. Abrí los ojos y vi a Rosalía y Anelía saliendo de su escondite, con sonrisas cómplices en sus rostros. ¡Malditas espías! ¡Las iba a matar!
-¡Por fin! -exclamó Rosalía, dando saltitos de alegría-. ¡Ya era hora de que se dieran cuenta! ¡Llevamos meses esperando este momento!
Anelía asintió, sonriendo.
-¡Los estábamos esperando con palomitas y todo! -añadió, sacando una bolsa de palomitas de su bolso-. ¡Queríamos disfrutar del espectáculo!
Sentí que mis mejillas se encendían. ¡Mis amigas nos habían estado espiando todo el tiempo! ¡Y hasta habían traído palomitas! ¡Qué vergüenza!
Mateo se echó a reír, y yo no pude evitar unirme a él. A pesar de la vergüenza, me sentía feliz. Muy feliz. Pero también un poco exasperada con mis amigas entrometidas.
-Chicas, ¿en serio? -dije, tratando de mantener la compostura-. ¿Palomitas?
Rosalía se encogió de hombros, sonriendo.
-¿Qué? ¡Es que esto es mejor que cualquier película!
Anelía me guiñó un ojo.
-Y además, alguien tenía que documentar este momento histórico. ¡Para la posteridad!
Mateo se rio aún más fuerte.
-Creo que tenemos mucho de qué hablar -dijo Mateo, tomando mi mano.
Y supe que tenía razón. Que esto era solo el comienzo de algo nuevo y emocionante. Y que, con amigas como Rosalía y Anelía, la vida nunca sería aburrida.
Mateo me tomó de la mano, mirándome con ternura. -Creo que necesitamos un lugar más tranquilo para hablar de todo esto -dijo, refiriéndose a Rosalía y Anelía.
-¡Totalmente! -respondí, sintiendo que el calor en mis mejillas disminuía un poco. -Antes de que organicen una fiesta con mariachis y contraten a un doble de Elvis para celebrar.
Ignorando los comentarios de mis amigas, que seguían celebrando el momento como si fuera un gol en la final de la Champions League, empecé a caminar hacia la salida del parque, arrastrando a Mateo conmigo.
-¡Oye! -protestó Rosalía-. ¿A dónde creen que van? ¡El after party es aquí!
-¡No se olviden de enviarnos fotos! -gritó Anelía, mientras nos alejábamos-. ¡Y usen protección!
Mateo y yo intercambiamos una mirada divertida y continuamos nuestro camino, buscando un poco de paz y tranquilidad. Necesitábamos hablar en serio sobre lo que estaba pasando, sobre el video de Damián y sobre cómo íbamos a manejar todo esto. Pero, sobre todo, necesitábamos un momento a solas para procesar lo que acababa de suceder entre nosotros.
Mientras caminábamos por el sendero, divisé a lo lejos una figura familiar. Era Beatriz, mi antigua profesora de literatura del instituto. ¡Oh, no! Beatriz siempre había sido una gran mentora para mí, pero tenía una visión muy particular sobre las relaciones amorosas en la juventud. Creía firmemente que debíamos enfocarnos en nuestros estudios y metas personales antes de involucrarnos sentimentalmente con alguien.
Sentí una mezcla de cariño y nerviosismo al verla. No quería decepcionarla, pero tampoco quería ocultarle mi relación con Mateo.
-Mateo, espera -dije, deteniéndome de golpe-. Ahí viene Beatriz.
Mateo frunció el ceño, confundido.
-¿Beatriz? ¿Nuestra profesora de secundaria?
-Si. Ella... tiene algunas ideas... diferentes sobre el amor.
Mateo sonrió, comprensivo.
-No te preocupes, Lale. Sé tú misma.
Respiré hondo y asentí, tratando de calmar mis nervios. Cuando Beatriz estuvo lo suficientemente cerca, la saludé con una sonrisa sincera.
-¡Profe Beatriz! ¡Qué alegría verla!
Beatriz me devolvió la sonrisa, iluminando su rostro.
-¡Lale, mi querida alumna! ¡Cuánto tiempo! ¡Qué gusto encontrarte aquí!
Beatriz me abrazó con calidez y luego dirigió su mirada hacia Mateo.
-¿Y andas con este joven apuesto? -se refirió a Mateo, quien también había sido su alumno.
Sentí que mis mejillas se encendían.
-Qué bueno verla de nuevo, profe Beatriz.
-Igualmente, Mateo -respondió Beatriz, estrechando su mano-. Lale siempre ha sido una de mis alumnas más brillantes. ¡Espero que no la estés distrayendo de sus estudios!
Sentí que mi corazón daba un vuelco. ¡Ahí estaba! ¡La indirecta!
Mateo se echó a reír.
-No se preocupe, Beatriz. Yo también valoro mucho la educación.
Beatriz sonrió con picardía.
-Me alegra escuchar eso. Bueno, queridos, los dejo disfrutar de su día. Lale, espero verte pronto en la biblioteca. ¡Y no te olvides de terminar de leer "Cien años de soledad"!
Con una última mirada, Beatriz siguió su camino, dejándonos a Mateo y a mí con una mezcla de alivio y diversión.
-¿Ves? -dije, suspirando-. Te lo dije.
Mateo se echó a reír.
-No te preocupes, Lale. Creo que le caí bien. Además, me gusta que tengas una profesora tan genial.
Tomé su mano con fuerza y continuamos nuestro camino hacia la salida del parque.
-¿Y ahora a dónde vamos? -preguntó Mateo, curioso.
-A mi lugar favorito -respondí, sonriendo-. Hay una pequeña cafetería cerca de aquí que tiene los mejores pasteles de zanahoria del mundo. Y necesito uno urgentemente.
Así que, dejamos atrás el bullicio del parque y nos dirigimos hacia la cafetería, con la promesa de una conversación sincera y un delicioso pastel de zanahoria.
En la cafetería, nos sentamos en una mesa apartada y pedimos nuestros respectivos pasteles de zanahoria y bebidas calientes. Mientras esperamos, el silencio se instala entre nosotros, cargado de expectativas y nerviosismo.
Rompo el silencio. -¿Entonces... por dónde empezamos?
Mateo toma un sorbo de su café y me mira con ternura. -No lo sé. Supongo que deberíamos hablar sobre lo que pasó en el parque.
Asiento, sintiendo que el rubor vuelve a sus mejillas. -¿Y qué piensas de todo esto?
Mateo deja su taza sobre la mesa y toma mi mano entre las suyas. -Pienso que... estoy muy feliz de que esto esté pasando. Creo que siempre me has gustado, Lale, lo que no me daba cuenta.
Sonrío, sintiendo que mi corazón se derrite. -A mí también me gustas mucho, Mateo. Pero... tengo miedo.
-¿Miedo de qué? -pregunta Mateo, preocupado.
-De que Damián haga algo para complicar las cosas.
Mateo aprieta mi mano con suavidad. -No podemos dejar que el miedo nos paralice, Lale. Tenemos que intentarlo. Y en cuanto a Damián... ya encontraremos la forma de lidiar con él.
Asiento, sintiéndome un poco más segura. -Tienes razón. Tenemos que intentarlo.
En ese momento, la camarera llega con sus pasteles de zanahoria. Ambos sonreímos y nos disponemos a disfrutar de su dulce recompensa, sabiendo que el camino que tenemos por delante no será fácil, pero que estamos dispuestos a enfrentarlo juntos.
Y así pasaron los días, días que sentí mágicos, días que Mateo y yo nos acercamos tanto que pensé que estaba en un sueño...
-¿Mateo, qué tú haces viendo Moana? -me reí como una niña pequeña mirándolo desde el umbral de la puerta de su habitación.
-No había más nada -intercambié risas con su madre la cual estaba a mi lado sosteniendo la puerta de su habitación-, además, no está mal la cancioncita de "yo solo quiero decir de nada" -la empezó a cantar y yo comencé a reírme como una boba y pasé al interior de su habitación.
Se tapaba con una colcha gris, el televisor iluminaba la habitación oscura y el frio del aire acondicionado me erizaba la piel. Me sobresalté con el sonido de la puerta cerrarse.
Oh no, Clara cerró la puerta.
¡La mamá de Mateo cerró la puerta! ¡ESTOY SOLA CON ÉL EN SU CUARTO!
Cálmate, Lale... Cálmate, Lale...
-Pareeces un niño pequeño -lo miré con ternura desde la esquina de la habitación, el corazón me tenía el pecho removido, ¡demonios!
-¿Pero qué haces ahí parada? Ven a ver la película, ¿no te gusta?
Las dos cosas, la película y verla contigo. ¡Es decir...!
-Claro -dije en un hilo de voz. ¡No podía decir más nada, iba a empezar a balbucear!
Avancé lentamente, cada paso denotaba inseguridad. ¿Dónde quería que la viera? ¿Qué tenia que hacer?
Mateo al parecer se dio cuenta de eso, me miró y dio unas palmadas en su lado de la cama desocupado.
-Ven para acá.
¡AY POR DIOS! ¡SANTA CACHUCHA PROTÉGEME!
Me acerqué presionando mis uñas en mi cartera, ¿qué hago? ¿Conciencia? ¿Conciencia, qué hago?
Seguí caminando y la voz de mi mente no aparecía, estaba en modo automático. ¡Conciencia!
Nada... Se fue a la feria de las conciencias a jugar, y ahora yo estoy sin razón. ¡Bravo, Lale! Sin razón con Mateo en su habitación, perfecto. (Nótese el sarcasmo)
El cuerpo me temblaba, el labio me temblaba, me estaban dando escalofríos, sentía los dientes de abajo titiritar contra los de arriba, ¿qué demonios era esto?
Me senté en su cama, dejando mis pies afuera con los zapatos y poniendo la cartera sobre mis muslos. No le dije nada, solo lo miré, le sonreí como pude y simulé ver las caricaturas, aunque solo de fachada. Mis pensamientos no me permitían concentrarme.
-Tápate, ven -me giré, el chico alzaba la colcha parar que yo entrara. Ay por Dios...
Me quité los zapatos en automático, riéndome, e introduje mis pies entre la colcha y la sabana que cubría el colchón. Mateo rápidamente se encargó de taparme bien aunque yo estuviera sentada y él iba a estar acostado. Lanzó la colcha por encima de mis muslos, casi iba a escuchar mi corazón desbocado.
-Ahora mira, la película ya casi va por la mitad -me dijo acomodándose en su lado de la cama. Lo miré, su cabeza estaba sobre una almohada con funda blanca y sobre su brazo izquierdo. Su cabello despeinado lo hacía más hermoso.
Mis ojos se encontraron con los suyos. Una chispa eléctrica recorrió mi cuerpo. Su mirada era intensa, profunda, como si estuviera viendo a través de mi alma. El tiempo pareció detenerse. Dejé de escuchar la película, dejé de sentir el frío del aire acondicionado, dejé de pensar en todo. Solo existíamos él y yo en ese pequeño universo creado bajo la colcha.
Mateo se acercó un poco más. Su aliento cálido rozó mi mejilla. Mi corazón latía con fuerza, casi dolía. Cerré los ojos instintivamente, esperando el contacto de sus labios.
Sentí sus dedos acariciando suavemente mi mejilla. Abrí los ojos y lo miré. Él sonrió.
-Eres hermosa, Lale -susurró con una voz suave y ronca que me hizo temblar.
No dije nada. No podía. Las palabras se habían atascado en mi garganta.
Mateo se acercó aún más. Su mirada se posó en mis labios. Supe lo que iba a pasar. Lo deseaba con todas mis fuerzas.
Su labio inferior rozó el mío. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal. Abrí ligeramente la boca, invitándolo a profundizar el beso.
Y entonces sucedió. Sus labios se unieron a los míos en un beso suave, tierno, casi tímido. Era un beso dulce, inocente, pero cargado de una electricidad que me hacía vibrar por dentro.
Cerré los ojos y me dejé llevar. Sus manos se posaron en mis mejillas, acariciándolas con suavidad. El beso se hizo más intenso, más apasionado. Sus labios se movían con delicadeza sobre los míos, explorando cada rincón, cada curva.
Mis manos subieron hasta su cabello, enredándose entre sus suaves hebras. Lo acerqué más a mí, queriendo sentirlo más cerca, más dentro de mí.
El beso se profundizó aún más. Sus labios se volvieron más demandantes, más urgentes. Su lengua rozó la mía, invitándome a jugar. Acepté su invitación sin dudarlo.
Nuestras lenguas se entrelazaron en una danza sensual y excitante. El beso se volvió más salvaje, más apasionado, más necesitado. Sentía que me derretía por dentro.
-Lale... -susurró Mateo entre besos. Su voz era ronca, cargada de deseo.
-Mateo... -respondí con la voz temblorosa.
El beso continuó, cada vez más intenso, cada vez más profundo. Sentía que me perdía en él, que me olvidaba de todo lo demás. Solo existíamos nosotros dos, nuestros cuerpos, nuestros labios, nuestros deseos.
De repente, Mateo se separó un poco. Me miró a los ojos con una intensidad que me dejó sin aliento.
-Eres increíble, Lale -dijo con la voz entrecortada-. Me haces sentir cosas que nunca antes había sentido.
-Tú también me haces sentir cosas increíbles, Mateo -respondí con sinceridad.
Mateo volvió a besarme, pero esta vez el beso era diferente. Era un beso lleno de ternura, de cariño, de amor. Era un beso que transmitía todo lo que sentía por él.
Nos abrazamos con fuerza, sintiendo la conexión entre nuestros cuerpos, entre nuestras almas. Nos quedamos así, abrazados, besándonos, disfrutando del momento, del calor, del amor.
La película seguía reproduciéndose en el televisor, pero ya no le prestábamos atención. Solo nos importábamos nosotros dos.
Sentí que el cuerpo de Mateo se movía. Subió la colcha para dejarnos totalmente tapados y en completa oscuridad. Sus labios buscaron nuevamente los míos, yo solo respondía a sus impulsos.
El aire se comenzó a sentir caliente y pesado, me sentía embriagada por su aroma. Los besos se intensificaron y pasaron a mi cuello, me estremecí y suspiré.
-Eres perfecta -susurró sobre mi oído haciéndome estremecer aún más.
La noche era nuestra y todo lo que podía pasar en ella también...
Sus palabras resonaron en mi mente, haciéndome sentir una mezcla de excitación y nerviosismo. ¿Estábamos a punto de cruzar una línea? ¿Estaba preparada para eso?
Sus besos en mi cuello se volvieron más insistentes, explorando cada centímetro de mi piel. Sentía su aliento cálido y húmedo, y mi cuerpo respondía con escalofríos de placer.
-Mateo... -gemí suavemente, sintiendo que perdía el control.
Sus manos comenzaron a moverse, acariciando mis brazos, mis hombros, mi espalda. Deslizó sus dedos por debajo de mi blusa, rozando mi piel con suavidad.
Un gemido involuntario escapó de mis labios. Quería más, necesitaba más.
Con delicadeza, comenzó a desabrochar los botones de mi blusa. Sentía sus dedos temblorosos, y mi corazón latía con fuerza en mi pecho.
Cuando mi blusa estuvo completamente desabrochada, la deslizó suavemente por mis hombros, dejándola caer sobre la cama. Ahora solo llevaba un delicado sujetador de encaje.
Sus ojos se posaron en mí, y sentí que me desnudaba con la mirada. Había deseo, pero también admiración y ternura.
-Eres preciosa -susurró con la voz ronca.
Se acercó y besó suavemente el hueco entre mis senos. Sentí que mis piernas temblaban y que mi cuerpo se derretía.
Mis manos se aferraron a su espalda, sintiendo los músculos tensos bajo su camisa. Quería quitarle la ropa, quería sentir su piel contra la mía.
Me incorporé un poco y comencé a desabrochar los botones de su camisa. Él me ayudó, quitándosela de un tirón.
Ahora estaba sin camisa, mostrando su torso musculoso y su abdomen marcado. Mi mirada recorrió su cuerpo, deteniéndose en cada detalle.
Sus manos volvieron a mi rostro, acariciando mis mejillas con ternura.
-¿Estás segura de esto, Lale? -preguntó con seriedad-. No quiero que hagas algo de lo que te puedas arrepentir.
Sus palabras me hicieron dudar por un momento. ¿Estaba realmente preparada para dar este paso? ¿O estaba dejándome llevar por el momento?
Lo miré a los ojos y vi sinceridad y preocupación. Supe que realmente se preocupaba por mí y que no quería presionarme a hacer nada que no quisiera.
Respiré profundamente y tomé una decisión.
-Sí, Mateo -respondí con firmeza-. Estoy segura. Quiero esto.
Sus labios se unieron a los míos en un beso apasionado y necesitado. El beso se volvió más urgente, más demandante.
Deslizó sus manos por debajo de mi falda, subiéndola lentamente por mis muslos. Sentía su tacto cálido y excitante, y mi cuerpo se estremecía con cada caricia.
De repente, un sonido interrumpió el momento. Era el tono de llamada de su teléfono.
Ambos nos separamos bruscamente, sintiendo la tensión romperse.
Mateo maldijo en voz baja y extendió la mano para alcanzar su teléfono.
Lo miré con frustración y decepción. El momento mágico se había esfumado.
-¿Contesto? -preguntó con la voz cargada de arrepentimiento.
Negué con la cabeza.
-No, mejor no -respondí con tristeza-. Ya es tarde. Será mejor que me vaya.
Me levanté de la cama, sintiendo el frío del aire acondicionado en mi piel desnuda. Comencé a recoger mi ropa, sintiéndome avergonzada y vulnerable.
Mateo se levantó también y me abrazó por detrás.
-Lo siento, Lale -susurró en mi oído-. No quería que esto terminara así.
-Yo tampoco -respondí con sinceridad.
Me di la vuelta y lo miré a los ojos.
-Quizás no era nuestro momento -dije con una sonrisa triste-. Quizás debemos esperar.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro