Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 33: Confesión familiar

Con el paso de una semana llegó el día que tantos nervios me daba: el dia de la terapia familiar. Habia llegado y una vez más estabamos en la consulta del doctor, esta vez con mi madre. Era la consulta más importante, debido a que sus palabras fueron las que más me habían afectado.

— Hola, gracias por venir hoy. Me alegra que estén dispuestas a explorar cómo mejorar su comunicación y su relación. Lale me ha comentado sobre algunas dificultades que han estado experimentando, y hoy vamos a tratar de entender mejor sus perspectivas y buscar soluciones juntos. ¿Cómo se siente al estar aquí hoy?

— Pues... un poco nerviosa, la verdad. No estoy muy segura de si esto va a funcionar, pero estoy dispuesta a intentarlo por mi hija. —Con una expresión seria mi mamá le contestó

— Entiendo. Es normal sentirse nerviosa ante una situación nueva como esta. Lo importante es que ambas están aquí y dispuestas a hablar. Lale, ¿te gustaría empezar compartiendo lo que te trajo a terapia?

—No sé como decirlo, doctor, discúlpeme. —Con la voz un poco temblorosa.

— Para eso estamos aquí, para que mejoren su comunicación. Puedes empezar diciendole a tu mamá como te sientes con respecto a todo lo que ha estado pasando.  

Presioné mis uñas sobre las propias palmas de mis manos al compás del fuerte latir de mi corazón.

— Me siento muy confundida y triste con la forma en que mi madre me habla y me trata últimamente. —Me mantuve mirando al doctor, no quería cruzar miradas con mi madre. Tenía miedo de su reacción—. Siento que siempre me está juzgando. No me siento libre de tener sentimientos, ya siento que la lastimo por tenerlos...

— Gracias, Lale. Ana, ¿cómo escuchas lo que dice tu hija?

— (Con la mirada fija en el suelo) Pues... me duele saber que ella se siente así. Yo nunca he querido lastimarla, supongo que no sé cómo expresarme… 

—Lale, ¿puedes darnos un ejemplo reciente de una situación en la que sentiste que tu madre te estaba juzgando? 

Me mordí el interior de mi mejilla, mirándola con dolor. 

—La vez que me ofendiste diciéndome que era una “puta”, lanzaste el plato al suelo, me miraste con tanta ira y furia que… que no te reconocía… Disculpame si hice algo incorrecto, mamá, nunca fue mi intención lastimarte con mis… mis asquerosidades —confesé, mirando hacia mis pies y sintiendome marchita.

—Lale, gracias por compartir esto. Es muy difícil, y te entiendo, te sentiste herida y asustada en esa situación. Esas palabras que recibiste fueron muy hirientes y es válido que te sientas como te sientes —llené mis pulmones de aire y miré a mi madre con temor. El doctor se giró hacia ella—. Ana, acabamos de escuchar un ejemplo muy concreto de cómo te has expresado con Lale. ¿Qué te surge al escuchar esto?

—Yo nunca hice esas cosas a su edad. Tuve una adolescencia más tranquila y responsable. Y ahora siento que estoy perdiendo el control con ella. ¿Cómo quiere que me sienta, doctor? Si mi hija está siendo totalmente diferente a como su padre y yo la educamos. 

—Ana, me parece importante lo que mencionas sobre tu adolescencia. Suena como si tuvieras una experiencia muy diferente a la de Lale. ¿Podrias contarme un poco más como era tu vida en esos años?

—Bueno… —suspira— yo siempre fui muy obediente. Mis padres eran estrictos, pero yo entendía que lo hacían por mi bien. Me enfocaba en mis estudios, en sacar buenas notas. No salía mucho con amigos, la verdad. No había tiempo para eso, o eso me decían. Tenía que ayudar en casa también, mi madre trabajaba mucho. 

—Entiendo, parece que tenías muchas reponsabilidades de joven. ¿Cómo te sentías con eso?

—No lo sé… Supongo que era normal. No me quejaba. Sentía que tenía que cumplir con mis padres. No quería decepcionarlos.

Mi corazón se removió. Mi madre pensaba exactamente como estaba pensando yo en este momento de mi vida…

—¿Y tenías espacio para expresar tus propios deseos o emociones? —el psicólogo le preguntó.

—Mmm, no realmente, no era algo que se fomentara. Mis padres sabían qué era lo mejor para mí, no había mucho debate. 

—¿Lale, qué opinas de la adolescencia de tu madre?

—Siento que… Mamá, te entiendo más de lo que imaginé —“Estoy pasando por lo mismo que tú, mamá” pensé pero no lo dije—. No… no me imaginaba que fuera así. Siempre la he visto como alguien que siempre ha tenido todo claro, pero ahora puedo entenderte.

—Ana, parece que tus experiencia adolescente, con todas sus responsabilidades y la falta de espacio para la expresión personal ha moldeado tus expectativas sobre lo que es ser una “buena” adolescente. Y es posible que estés proyectando esas expectativas en Lale. 

—Se repite la historia… —murmuré—, lo que ahora, tú ocupas el papel de mi abuela, y yo actúo tu papel… Mamá, me estás tratando como mismo mi abuela te trató a ti. Te entiendo…

—Lale, lo que acabas de decir es muy poderoso —el psicologo capta mi atención—. Acabas de señalar un patrón que se repite en la historia de tu familia. Ana, ¿Cómo te sientes al escuchar a Lale decir eso?

—Me… me impacta mucho. —se quedó mirando a un punto fijo sobre la mesa del doctor, parecía sumida en sus pensamientos—. Nunca lo habia visto de esa manera. Lale tiene razón… mi madre era muy estricta conmigo, y yo siempre sentí que tenía que cumplir con sus expectativas. Supongo que de alguna manera, he estado repitiendo ese patrón sin darme cuenta. 

—¿Pero te sentías bien en realidad? ¿Te gustó no expresarte, no dar tu opinión? ¿Crees que valió la pena? —le pregunté.

—No, Lale, no me sentía bien. Me sentía frustrada, reprimida… A veces me sentía invisible. Pero creía que era lo que tenía que hacer. Creía que era la única forma se ser amada y aceptada.

—Afectó tu autoestima, mamá… —confesé, ahora con los conocimientos que había adquirido gracias a las anteriores conversaciones con el psicólogo. 

—Lale tiene razón —el psicólogo continuó—. Ana, tu revelación es muy importante, habla del costo que tuvo para ti reprimir tus emociones, tus necesidades, tus sentimientos… Ningún ser humano merece no sentir, el ser humano es un ser sentimental por naturaleza, no eras una mala persona por tener emociones, no tenías que reprimirlas para ser aceptada.

—Si mamá, eso duele muchísimo. No sabías que habías pasado por eso, lo siento en verdad.

Mi madre me mira con profunda tristeza, pareció darse cuenta de algo…

—Cuando yo empecé mi noviazgo con el padre de Lale, mi familia no me aceptó. Al contrario, no querían ni siquiera hablar con él. Lo alejaban de la familia, y por ende a mí también. 

—Has identificado claramente que la actitud de tus  padres hacia ti ha sido un tipo de chantaje emocional. Como que al ignorar al padre de Lale, te estaban enviando un mensaje claro: “si estás con él, nosotros te ignoramos a ti”. Este tipo de manipulación es muy dañina y puede afectar profundamente las relaciones, más su falta de comunicación abierta es una señal de que no estaban dispuestos a aceptar tus sentimientos… Está claro que existieron ocasiones que provocaron que escondieras tus emociones, y eso ha repercutido a través de los años.

—Creo que tiene razón, doctor. De hecho, nunca me pregunté por qué hacían eso, simplemente acepté que yo estaba haciendo algo que a mis padres no le gustaba. Apenas hablaban con él, y cuando se iba de casa, era que ellos me dirigían la palabra. Creo que ese chantaje emocional nos ha afectado a los dos.

—Es crucial reconocer que esta situación no te afectó solo a ti, sino también al padre de Lale. El sentirse rechazado por tu familia seguramente generó en él sentimientos de inseguridad, tristeza y frustración. Pero, Ana, reconocer tu parte en la historia es un buen paso, no es tu culpa que tus padres hayan actuado así, pero también tomaste decisiones que permitieron que esa situación continuara. 

—Doctor, ¿es algún mecanismo de defensa tratar a los demás como mismo otras personas te trataron a ti? 

—Si, Lale, ese mecanismo de defensa se llama “proyección”. La proyección implica atribuir tus propios sentimientos o características inaceptables a otra persona. Es una forma de procesar su propia experiencia traumática pasándola a ti, como si la persona ahora fuera quien tiene el “poder” para juzgar. Este mecanismo es una forma inconsciente de manejar sentimientos de impotencia o vulnerabilidad. Al asumir el rol del agresor, la persona se siente menos indefensa. En tu caso, Ana, puede que estés tratando de tomar el control de una situación pasada en la que te sentiste vulnerable o sin poder. Sin embargo, la repetición no sana la herida, sino que la perpetúa, transfiriendo el dolor a la otra persona. La verdadera fuerza está en la capacidad de elegir un camino diferente, uno que nos permita sanar y no perpetuar el sentimiento.

—Lale, no quiero eso para ti —mi mamá se volteó hacia mí—. No quiero que te sientas como me sentí yo. Ahora que recordé mi pasado, quiero que seas feliz, que seas tú misma, que tengas la libertad de expresar tus opiniones y perseguir tus sueños. No me había dado cuenta de cómo me había afectado mi pasado, y que sin querer te estaba afectando a ti también… Disculpame, mi niña.

Se me aguaron los ojos. 

“No llores.”

Pero la voz, esa voz no se iba de mi cabeza todavía. 

—Este es un momento muy significativo. Han logrado conectar a un nivel muy profundo, y Ana, el desafío será traducir ese deseo a acciones concretas. ¿Qué crees que puedas hacer de manera diferente a partir de ahora? 

—Creo que necesito escucharla más… Quiero que mi relación con Lale sea diferente a la que tuve con mi madre, definitivamente. 

— Es valioso que se hayan entendido un poco más. Ahora estamos en condiciones de abordar un tema más profundo. Ana, me gustaría preguntarte algo que Lale me ha comentado. ¿Por qué reaccionaste de esa manera tan diferente cuando tu hermana habló de sus juguetes sexuales y su lencería? Pareciera que con ella no te escondes.

— Mmm... eso es algo complicado, doctor. La verdad es que con mi hermana siempre he sido diferente, siempre ha sido más extrovertida y se ha atrevido a más cosas que yo —me mantuve atenta a sus palabras—. Cuando ella habló de esas cosas, yo sentí rabia. Es como si ella se permitiera ser libre y disfrutar de su sexualidad y yo no, o como si yo no me lo mereciera. Y eso me llevó a reaccionar como lo hice, diciéndole que quería usar eso.

— Pareciera que hay una cierta comparación con tu hermana y que te sientes de alguna manera reprimida. 

Pude ver la incomodidad en su manera de acomodarse en la silla.

— Pues, tiene que ver con mi familia, pues también me criaron con la idea de que la sexualidad es algo privado y que no se habla de eso. Creo que por eso me costó ver que mi hija tenga una relación de pareja, sentí que tenía que protegerla de "eso". Veo que fue otra forma de proyectarme en Lale.

— Es muy valiente que compartas esto, Ana. Y entiendo que te sintieras así, teniendo en cuenta tus experiencias. 

Unos toques en la puerta nos interrumpieron. Mi padre había llegado a la consulta, estaba preocupado porque llevabamos demasiado tiempo aquí. El psicologo lo invitó a unirse a la terapia.

—Javier, gracias por venir. Entiendo que has estado reflexionando sobre una situación que viviste hace tiempo, relacionada con la familia de Ana. ¿Te sientes cómodo hablando sobre ello?

— Sí, gracias por recibirme. La verdad es que siempre me ha costado hablar de esto, pero siento que es algo que necesito procesar.

— Es comprensible. Ana nos ha compartido su perspectiva, y es valioso escuchar la tuya también. Cuéntame, ¿cómo te sentías en ese momento, cuando ibas a la casa de Ana y su familia te ignoraba?

—Era horrible, sinceramente. Me sentía como un intruso, como si no fuera digno de estar ahí. Llegaba a su casa y era como si me volviera invisible. Era una sensación de rechazo constante, muy fuerte.

—Esa sensación debió ser muy dolorosa. ¿Cómo crees que afectó tu autoestima en ese momento?

—Me hizo dudar de mí mismo. Me preguntaba si no era lo suficientemente bueno para Ana, si había algo malo en mí. Empecé a cuestionarme si era un buen partido para ella, si realmente merecía estar con ella. Eso, por supuesto, afectaba a la relación también.

—Entiendo. Y, ¿cómo afectaba esa situación a tu relación con Ana?

—Era difícil. Por un lado, yo la amaba mucho, pero por otro, sentía una gran frustración. Me sentía impotente, como si no pudiera hacer nada para que su familia me aceptara. Y lo peor es que veía cómo ella sufría también por esa situación, estaba dividida entre su familia y yo.

—Es como si estuvieran ambos atrapados en una cuerda tirada por ambos lados.

—A veces sentía rabia con sus padres por ser tan cerrados, pero también me dolía ver a Ana tan indecisa, tan preocupada por lo que pensaran de nosotros. En ocasiones, llegaba a pensar que quizá sería mejor alejarme para no ser un problema para ella, aunque me costaba mucho.

—Esa idea de alejarte, ¿era una forma de protegerla o también de protegerte a ti mismo del rechazo?

—Creo que era un poco de ambas cosas. No quería ser una carga para ella, y también me dolía muchísimo el rechazo constante. Llegaba a casa sintiéndome muy vulnerable, muy solo.

—Es muy valiente que reconozcas esa vulnerabilidad. ¿Cómo crees que esa experiencia ha moldeado tu forma de ser?

—Me hizo más inseguro, más desconfiado. También me hizo ser más consciente de cómo mis acciones pueden afectar a las personas que quiero. No quiero que nadie se sienta como yo me sentí.

—Es un aprendizaje valioso. A pesar del dolor, has logrado sacar algo positivo de esa experiencia. Y ¿cómo te sientes ahora, al reflexionar sobre todo esto?

—Al principio, me costaba mucho hablar de esto. Pero ahora siento alivio, como si me hubiera quitado un peso de encima. Creo que es importante reconocer cómo me afectó esa situación para poder seguir adelante. Y por supuesto, saber que Ana también ha reconocido que no fue justo para mí.

—Es un gran paso, Javier. El reconocimiento y la validación de tu dolor es fundamental para sanar. Tu experiencia es válida y que está bien que te hayas sentido de esa manera. 

—Gracias, lo aprecio mucho.

—No hay de qué, estamos aquí para apoyarte. Entiendo que esta es una conversación importante para todos, y mi objetivo es facilitar un diálogo abierto y honesto. Lale, ¿te sientes cómoda comenzando a compartir tu perspectiva?

—Sí... La verdad es que escuchar a papá y mamá hablar sobre su pasado me ha dejado impactada. Ellos también pasaron por momentos muy difíciles que influyeron en la forma en que me criaron.

—Entiendo. ¿Podrías ser más específica sobre esas confusiones?

—Claro. Siento que, en cierto punto, me han tratado como si yo fuera una proyección de sus miedos y experiencias pasadas. Como si en lugar de verme a mí, vieran sus problemas sin resolver. Siento que no me permitieron ser yo misma.

—Gracias por compartirlo, Lale. Ana, ¿cómo te sientes al escuchar la perspectiva de Lale?

—Es muy duro escucharlo, la verdad. Creo que ahora entiendo mejor lo que hice mal. Cuando era joven y mi familia no aceptaba a Javier, creía que lo hacía por mi bien. Tras revivirlo, me doy cuenta de que proyecté mi propia experiencia y mi propio miedo al rechazo en ella. Y, creo que lo hice sin darme cuenta de que la estaba tratando como si ella fuera yo, y que iba a vivir lo mismo que yo viví.

—Es muy valiente que puedas reconocer eso, Ana. Y, Javier, ¿cómo te sientes tú al escuchar esto?

—Es doloroso, pero también siento que hay algo de verdad en lo que dice Lale. Creo que los dos, al haber vivido esas dificultades al inicio de nuestra relación, estábamos muy pendientes de no cometer los mismos errores con ella. Al final, creo que lo que hicimos fue sobreprotegerla, y terminamos no dándole el espacio que necesitaba para crecer y desarrollar su propia identidad —dijo mi papá.

—Es muy interesante cómo ambos, desde el amor y la protección, terminaron proyectando sus experiencias en Lale.

—Creo que fuimos muy estrictos en algunas cosas. Teníamos tanto miedo de que ella sufriera como nosotros —habló mi madre.

—Sí, no nos dimos cuenta de que ella era una persona diferente, con sus propias necesidades y deseos —mi padre continuó.

—Lale, ¿cómo te hace sentir escuchar a tus padres reconocer esto?

—Finalmente están viendo al menos un poco de lo que siento. Me da esperanza de que puedan entender que soy una persona diferente.

—Es un gran paso para todos. Quiero que sepan que es natural que los padres proyecten sus experiencias en sus hijos, especialmente cuando se trata de temas tan sensibles como el rechazo o el miedo. Sin embargo, es fundamental ser conscientes de este patrón para no limitar el desarrollo individual de los hijos. ¿Qué podrían hacer de ahora en adelante para cambiar esa dinámica?

—Creo que lo principal es escucharte más, Lale, y validar tus sentimientos. Aprender a ver más allá de nuestra propia experiencia y entender que tú tienes tu propio camino —dijo mi papá.

—Sí, y confiar más en ti, en tus decisiones y en tus capacidades. Darte el espacio que necesitas para ser tú misma, sin imponer nuestras propias ideas o miedos —continuó mi madre.

—Es un gran compromiso. Y Lale, ¿qué necesitas tú de ellos para poder sentirte más comprendida y valorada?

—Necesito que me vean como la persona que soy, con mis propios gustos y mis propias decisiones. Necesito que no me juzguen por mis relaciones, que confíen en mí, que dejen de proyectar sus miedos en mí.

—Es importante que cada uno se comprometa a trabajar en esta nueva dinámica familiar. Creo que este diálogo ha sido muy productivo, ya que han logrado identificar patrones de comportamiento y reconocer el impacto que han tenido en Lale. Seguiremos trabajando en esto para que puedan construir una relación más saludable y auténtica.

Los tres agradecimos al doctor, y nos retiramos de la consulta.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro