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CAPÍTULO 3: ¡Qué día!

—Déjame ponerte un poco más de maquillaje.

— ¡No!

—Lale, es sólo ojos, cejas, y labios. Nada más.

—Te dije que no y no voy a ir así. Llamaría mucho la atención y él lo notaría. —Le di la espalda a Anelía.

— ¿Notar qué? ¿Qué te estás arreglando para él? ¡Pero eso es obvio!—

—Shhhh —Me volteo de nuevo al espejo para volver a revisarme la comisura de los labios. Si se me había ido alguna pincelada.

Acepté la invitación de Rosalía, o indirectamente de Mateo de ir a su casa y ahora después de contarle todo lo que pasó a Anelía en la escuela ella me quiere maquillar y vestir como una supermodelo para ir a su casa.

—Voltéate, que te falta marbellín. —Odio cuando se pone así de mandona. Por Dios, ayúdenme.

Resoplé moviendo rápidamente mi pierna derecha y cruzada de brazos. —mira arriba.

Hice una línea fina con mis labios y miré mi teléfono. —Ya es tarde, me tengo que ir.

Apagué el teléfono como un autorreflejo y pensé en salir de las garras de mi mejor amiga, pero la señorita me tomó de la muñeca y me devolvió a mi lugar de origen.

A que le tiro un zapato.

—Te dije que no he terminado.

— ¡Es tarde! —

—Mira arriba.

Perfecto, los segundos más largos y desesperantes de mi vida ha sido en compañía del maquillaje.

Como cinco minutos después recibí mi boleto de salida.

— ¿Ya era hora, no?

Anelía no me hizo caso y miraba maravillada su obra de arte, acomodando mechones sueltos detrás de mis orejas y el cabello delante de mis hombros. — ¡Hermosa mi niña que se hace grande!

— ¡Basta! ¿Ya, estoy lista? —puse un pie casi en la puerta exhalando cuando...

—Te falta perfume.

— ¡ISHHHHH!

Después de salir del infierno que mi amiga da por nombre arreglarse en 1 minuto, me dirijo a casa de Mateo. No me gustaría aparecerme sola, por algo me da vergüenza que yo haya recibido la invitación por Rosalía y no de mi parte, y más, llegar ahí sola y ser el centro de atención.

Así que decidí sacar mi celular, guardado hace como dos minutos —en serio no puedo vivir sin él— para llamar a Rosalía.

Un timbre...

Esperé tranquilamente caminando cada vez más lento, que las personas tenían que rodearme para pasar.

Otro timbre...

El móvil que usted llama está ocupado o fuera del área de servicio.

— ¡Rayos!

Sin darme cuenta, me había detenido al lado de la puerta de casa de Mateo. Sin moverme con el rabillo del ojo miré al interior y estaba un grupo de amigos con sus celulares y música sentados en el interior.

Ya me vieron.

No me dio más remedio que mirar y sonreír.

— ¡Hola!

Como centro de atención de todos fui y el primero que se dirigió a la puerta a mi encuentro fue él, sabía que era él aunque no lo había mirado a la cara. Aún me daba vergüenza que se diera cuenta de mi maquillaje.

Cosas mías.

Mejor dicho.

No quería alimentar su ego dándole a entender que el maquillaje era para lucirme frente a él.

Vuelvo y repito: ¡Cosas mías!

Cuando lo saludé su perfume hizo que escalofríos recorrieran mi cuerpo y llegaran al corazón, el cual empezó a latir desenfrenado.

¡Carajo! ¿Será que cuando más quieres ocultar algo más sobresales? Debe ser eso de seguro.

Me sonrojé por estos pensamientos y no tuve el valor para mirarlo.

—Bienvenida, Lale.

Me dirigí al grupito y divisé una silla vacía en medio de dos chicos, que estaban con sus teléfonos y desviaron la vista de ellos para mirarme cuando me sentaba.

¡Quítenme la vista de arriba que me voy a caer! Sólo pensé, aclaración: no lo dije en voz alta.

Mateo quien aún estaba parado al frente de nosotros, se rozó las palmas de las manos y comenzó a balancearse con la punta de los pies.

Escuché unos pasos que venían del interior de su casa, y como Mateo miraba al interior me hizo imaginarme que alguien venía por ahí.

—Mateo, ¿ya le dijiste sobre lo que le pasó al...? —la mamá de Mateo se paró en la puerta de la casa con un delantal algo embarrado de comida y mojado de agua. Seguro estaba preparando la cena. Sus ojos paseaban por todo el grupo de muchachos hasta que me vio a mí y esbozó una sonrisa de asombro — ¡Lale! —Ahí va. — ¡Hace rato que no te veo! Estás perdida, mi niña. Hace cuanto que no pasas por aquí, ya ni te acuerdas de mí. —yo solo sabía reírme y mirar como todos fijaban su vista en mí, incluido Mateo quien se paró al lado de sula madre y la abrazó por detrás, mirándome a mi directamente. Lale, no te pongas nerviosa.

—Estoy muy bien, mi vida, ¿y tú? —le dije muy amablemente a la señora quien me miraba sorprendida y con una alegría que para qué contarles. Me contagiaba. Pero bueno, quisiera que Mateo fuera así conmigo, pero no, supongo que es su forma de ser o que... no sé, con sus amigos tiene más confianza. Es algo que de cierto modo me choca, me duele. Pero no hay que agobiarse, ¿Verdad?

Ella me abraza. 

—Muy bien mi niña, pero tú bien, ya veo, bien perdida que ya ni te acuerdas de uno.

Sonreí y vi sentí mis cachetes ardiendo y mis ojos brillando de tanto reírme, además Mateo me estaba mirando. Le hice una seña levantando las cejas y él me devolvió la misma. Su mamá se separó de mi. 

—¿Quieres agua? ¿Refresco, dime que esta gente ya tomaron?

—Oye, mami, y a mí no me diste. —escuché la voz de Mateo a mis espaldas y ella se giró hacia él.

—Tú has tomado un pomo de refresco entero así que no te quejes, Mateo. —dijo ella con una cara que era para reírse. Por eso me cae tan bien. Luego devolvió la vista hacia mí. —No es fácil, Lale. Con un hijo así no es fácil. —me toco el brazo y caminó de vuelta a la cocina, pero se detuvo. — ¿Por fin, agua o refresco?

—Mamá, —interrumpió Mateo —Lale está, bien, ella vino de visita, casi se va.

Ok, a ver si entendí. ¿Mateo me está echando a la cara de que no tengo nada que hacer aquí? Auch.

Eso dolió, Mateo.

—Refresco. —sonreí y ella fue como loca para la cocina.

¿Ven por qué no puedo dejar de reírme?

Devolví la vista a Mateo pero él ya se había ido a sentar en donde supuestamente era mi silla pues uno de sus amigos estaba enseñando un video y todos centraron su atención en él. Y claro, el señorito no podía faltar. De repente, su madre se paró a mitad del camino. Y volvió hacia nosotros.

— ¿Cómo que Lale casi se va, Mateo? ¿Cómo crees? —Me miró —yo preparé comida suficiente para todos.

Estaba anocheciendo y todos en el grupo alagaron a la mama de Mateo. Ella rió —Lale se queda aquí y en la noche la llevamos a su casa. — en serio no me esperaba eso.

Mateo me miró, y yo a él. Hubo un raro intercambio de miradas entre él y yo, pero entonces reaccioné. —No, señora, como cree. Es que mi papá me dijo que íbamos a cenar toda la familia hoy.

Ella asintió —tranquila, que yo hablo con tu papá, que somos buenos amigos y yo me llevo súper bien con él.

¿Entonces no me quedan más excusas?

Ay, si la telepatía funcionara...

Anelía, llámame

Anelía, llámame

Por favor, llámame

Puede que no funcione pero al menos el intento vale.

Anelía llámame.

Para nada, ella no me llama. ¡Cuando más lo necesito!

De repente la mamá de Mateo trajo croquetas y refrescos a todos los muchachos, quienes se lo celebraron mucho. Yo tomé lo mío y me volví a sentar en la silla.

Las croquetas estaban bien buenas pero no sé por qué yo estaba tan nerviosa. Sólo... lo estaba y ya.

—A ver, cómo va todo por la escuela. —preguntó la mamá de Mateo a todos los muchachos desde la puerta, comiéndose una croqueta y con una pierna apoyada sobre la otra. -¿Qué quieren estudiar?

— ¡Yo, quiero ser veterinaria! —dijo una chica a la cual no conocía. La mujer abrió los ojos y miró a un amigo de Mateo.

—Yo, la bestia, ingeniero en telecomunicaciones. —alzó sus cejas en señal de superioridad y todos lo miraron.

—Sí, Carlos. Tú no llegas ni a taxista. —dijo una chica y todos reímos. Qué malos son todos, somos, aclaración. Me uno al grupo.

Entonces, Carlos le habló a la chica. —y tú, costurera. —dijo a modo de gracia pero, nadie se rió de él. Eso le pasa a los que quieren sobresalir.

Había una chica con gafas que le estaba acariciando el pelo a Mateo, —yo quiero ser doctora. ¿Y tú, Mateo?

Me giré hacia el — ¿Yo? —hizo sus labios una fina línea y, supe que lo que iba a soltar era una bomba. Lo conozco. Soltó una risita —stripper.

— ¿Tú, Stripper? —preguntó Carlos riéndose.

—Sí, yo. ¡Qué riquera! —hizo Mateo un movimiento extraño con los brazos y... mejor me quedo ahí.

—Este hijo mío... —dijo su madre— a veces pienso que no naciste de mí.

Y él, con todo el ego del mundo asintió —pero soy tu hijo y yo sé que tú me amas.

— ¿Y Lale qué? —Dijo la chica a su lado— ¿Qué quiere estudiar?

Hasta ahora yo no había hablado y ahora soy el centro de atención. Todos se callaron y me miraron curiosos, incluido él.

—Yo aún no se lo que quiero estudiar.

—Pero, Lale. ¡¿Como que tú sabes lo qué quieres estudiar?! —dijo Mateo.

Una sonrisita se me dibujo en los labios — ¡Qué no se!

Todos me miraron raro, curiosos y con caras de: What that fuck? Si no se la imaginan va a ser difícil.

—Así mismo. Tienes dos años para elegir tu carrera, debes ir pensando en eso ya. —dijo Carlos. Con aire de sabiondo. Ya quisiera él...

— ¿Qué tú hablas, Carlos? —dijo Mateo como si estuviera escuchando mis pensamientos.

Gracias Mateo.

Carlos se encogió de hombros y todos se rieron de él, pero más de mí.

—Por lo menos no estás peor que Lale, que no sabe ni que va a estudiar. —dijo uno de los amigos de Mateo y comenzó a reírse junto a los otros.

Se reían de mí.

Qué vergüenza.

No sabía ni dónde meter la cabeza.

Y entonces cuando más quiero que me llame Anelía por teléfono, que me ha cogido cocinando, estudiando, limpiando, y hasta en el baño, ahora no me llama.

Y ¡Flash!

Mi teléfono vibró con una cancioncita que todos comenzaron a bailar.

Leí en la pantalla y sí, era Anelía. La telepatía funciona entre nosotras dos.

Le contesté.

— ¡Mija, cómo es eso de que Carlos se empató con Cloe y tú no me dijiste nada! —dijo ella desesperada y alterada al otro lado de la línea.

Le di la espalda al grupo y hablé más bajito. —Después te explico pero por favor, escucha... —Susurré —ahora voy a poner el altavoz.

Ella entendió mi tono. —Ostias ¿Qué necesitas?

—"Que vayas para tu casa" ya

Al parecer se quedó media perpleja pero sabría que funcionaría. Ya lo habíamos hecho otras veces y era mi método de escape. — ¿Okey?

Entonces presioné el altavoz.

—Hey, Anelía. ¿Cómo estás? —hablé alto para que todos me escuchasen.

Mateo se acercó a mí, lo suficientemente cerca para saludarla al teléfono —¡Anelía! ¿Eh, cómo va la cosa? ¿Todo bien?

Ay Mateo, te tenías que meter. Bueno, caíste como anzuelito en mi trampa. Buajajaja. —Bien, Mateo, gracias...

—Eh, ¿Es Anelía? —la mamá de Mateo se metió en la conversación. — ¿Cómo estás, mi niña? ¿Y tu mamá, todo bien?

—Sí, todo bien mi vida. Saludos para ti —le dijo Anelía. —Ay, es que... necesito Lale que vayas para mi casa que... necesito que me ayudes con una tarea.

¡Mi salvación!

Mateo y su mamá estaban a mi lado y lo escucharon. Sentí un alivio en mi pecho pero también un poco de nervios porque me descubrieran esa mentirita. —Sí, mi vida. Claro que sí te puedo ayudar.

— ¿Pero no te vas a quedar a comer, mi niña? —dijo la madre a mi lado. La miré con la más sonriente de mis sonrisas.

—Es que es mi mejor amiga, Anelía, que me necesita ahora y tengo que ayudarla, con unas cosas de la escuela. Las mates son su punto débil...

—Está bien, está bien. —dijo su madre.

Uff.

Qué relajación.

Qué ambiente más bueno.

A esto yo le llamo misión exitosa. —Ve a ayudar a tu amiga, mi niña. Ya veo que si no lo haces no te deja en paz.

Le sonreí. —Sí, así es ella de intensa.

— ¡Hey! —dijo a un lado del teléfono. —te espero Lale, apúrate para que no te coja la noche. Y no soy intensa.

—Sí, sí, nos vemos. —colgué.

—Bueno, mi niña. —se despidió de mí la mujer. —cuídate. Mateo, acompáñala a la puerta.

—Sí, mamá. Ven Lale. —me despedí con la mano de todos y Mateo me colocó la mano en la espalda, me abrió la puerta y me besó la mejilla con un medio abrazo, abrazo al cual correspondí y lo hice aún más fuerte. Lo apegué a mí.

Él se separó y me abrió la puerta. Puede ver como todos habían presenciado nuestro abrazo. —nos vemos en la escuela. Te quiero.

—Yo igual.

Y así, salí.

Te quiero...

Yo igual...

Me llegó, a todas partes y se me hizo una tonta sonrisa en los labios. ¿Mateo me dijo: te quiero?

¿Y yo le respondí?

Estoy avanzando.

Más contenta no podía estar

Empecé a caminar y revisé la hora en mi teléfono. Eran casi las siete de la noche.

¿Saben las escenas de las películas de misterio? ¿Las que pasan cuando menos te las esperas con cosas que nunca imaginaste?

Así estuve yo cuando, a diez pasos de casa de Mateo, divisé una bicicleta muy conocida que iba bajando la calle.

¡Oh por dios!

¿Pero este hombre es el FBI o qué?

¡No me lo van a creer!

Mi madre...

Que no sea él.

Que no sea él.

Intenté pasar de lejos, sin mirarlo ¡Pero él me vio! ¡Me tenía que ver!

Me detuve cuando sentí un frenazo de bicicleta al lado mío. Comencé a reírme, no sabía para donde mirar ni ocultar la risa. El pie era un terremoto sobre la acera, fue entonces cuando lo miré tan roja como un tomate. Sabía lo que venía.

—Lale... —ahí va, prepárense— ¿Que tú haces saliendo a esta hora—miro su teléfono— de casa de Mateo?

¡Carajo!

Se los digo.

¡No se pierde una!

Se los digo, ¿Ahora cómo él sabía que yo salía de casa de Mateo?

Lale, no seas tonta. Porque te vio.

Oh, sí, verdad.

No me pregunten cómo.

Para resumirles, si había un chisme en China, él estando en Jamaica se enteraba, porque él se llama Damián. Así como lo escuchan.

Vacilé. 

—Ay, es que yo venía de paso y...

Vi cuando de pronto sacó su teléfono y me tiró una foto, que ni siquiera pude evitar.

—¡Damián!

Guardó el teléfono, asintiendo y yo no podía parar de reír. 

—Esto se lo voy a contar a tu profesora Beatriz. Prepárate, Lale.

Y como mismo vino, arrancó y se fue.

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